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Capítulo 4 – El repartidor.

Mi cuerpo empezó a despertarse, aunque mi mente aún estaba en el séptimo cielo. Giré la cabeza, varias veces, y me rasqué la nariz, antes de abrir los ojos, encontrándome allí, en mi cama, completamente sola, volviendo poco a poco a la realidad.

Anoche. Fiesta de inauguración. Chico joven. Sexo desenfrenado.

Me senté en la cama, de golpe, llevándome las manos a la boca, horrorizada.

Pero ... ¿Qué demonios hice anoche?

Miré hacia mi alrededor, ese chico no estaba, era más que obvio que se había ido, tras una noche movidita. Sonreí, al pensar en ello. Pero me puse seria, al darme cuento de lo loco que parecía todo.

¡Mierda!

Pero... ¿qué hora era?

Miré hacia el reloj, y por poco no me caigo del susto. ¡Maldita sea! Llegaba tarde.

Me levanté de la cama, con rapidez, me vestí, cogí el maletín y corrí al ascensor.

Tenía un día repleto de trabajo, no podía simplemente llegar tarde.

- Su café, señorita Spark – me anunció Karl en cuanto entré al auto. Lo agarré y me lo comencé a tomar, de camino al trabajo. Él era todo un encanto, siempre pendiente de que no me faltase nada.

Lo cierto es que había sido la mejor noche de mi vida, si lo comparábamos con el resto de tíos con los que había estado... Ese crío estaba muy por encima de la media. Y no sólo a nivel sexual, había sido más profundo que eso, no parecía el típico niñato.

Sacudí la cabeza, pensando en la reunión que tenía aquella mañana, saqué el ordenador portátil y comencé a contentas los mensajes que mi asistente, desde la oficina. Esa chica era todo un encanto, llegaba incluso antes que yo, y siempre lo tenía todo listo.

- Señorita Sparks – me llamó, justo en la puerta del edificio, esperándome como de costumbre. Le di mi maletín, para que lo llevase, y juntas caminamos hacia los ascensores – la reunión está a punto de comenzar – aseguraba, mientras yo sacaba el labial del bolso y me retocaba, mirando hacia el espejo – están en la sala de juntas – aseguraba, pasándome el dosier con la documentación que trataríamos en aquella reunión – he señalado con rotulador rojo los puntos importantes.

- Gracias, Lucy – agradecí, saliendo del ascensor, para luego caminar a paso ligero hacia la sala de juntas – tráeme un café con hielo cuanto antes – pedí, para luego entrar en el lugar de trabajo, varias personas se giraron a mirarme, pues yo no era en lo absoluto de las que llegaban tarde.

Me senté junto a Pit y Sebastian, Charles siguió hablando sobre las citas de la semana, como si no hubiese sucedido nada, y luego empezó a pedir explicaciones a diestro y siniestro.

- Ghil, ¿cómo llevas el caso del asesino del tacón? – preguntó.

- Estoy en ello, estoy encontrando muchas cosas interesantes – contestó el susodicho.

- Bien, sigue con eso, pero no te duermas en los laureles, ¿eh? – instó – Sebastian, ¿cómo llevas lo del futbolista?

- Casi he terminado, sólo me falta el juicio, ya no tengo cabos sueltos – aseguró este, con una gran sonrisa.

Desconecté cuando mi jefe le daba la enhorabuena, y comencé a repasar los casos que tenía entre manos, mientras jugaba con el bolígrafo, sin prestar atención a aquella aburrida reunión. Me estaba durmiendo. ¡Por Dios! ¡Qué tostón!

- Con permiso – interrumpió Lucy, entrando en la sala, dejando el café sobre mi mesa, para luego desaparecer de mi vista. Di un par de sorbos, y seguí con lo mío.

- Lena – me llamó, haciendo que dejase lo que hacía y levantase la vista para mirarle - ¿sigues con el despido improcedente? – asentí – Encárgate también del homicidio involuntario – volví a asentir – Gracias. Es todo chicos, manos a la obra – nos levantamos, con la intención de volver a nuestros quehaceres – Lena – volvió a dirigirse a mí – ven a mi despacho en cuanto puedas, tengo un asunto que debemos tratar.

- Ahora mismo voy – contesté.

- Ya sabes que te adoro – comenzó Charles, una vez estuvimos en su oficina – pero necesito que te tomes vacaciones, tanto trabajo te está dejando en los huesos – sonreí. Él era todo un encanto – Después de terminar con los casos que tienes entre manos, te tomarás unas vacaciones, y no aceptaré un no por respuesta.

- ¿Por qué no puedes ser como la mayoría de los jefes de este país? – me quejé, divertida – Explotadores por naturaleza – rio, divertido, para luego hacerle una señal a su secretaria para que le trajese las pastillas de la tensión – Eres demasiado bueno, ten cuidado con Mark, no me fio de él.

- Victoria opina lo mismo – me dio la razón – pero tranquilas, sé perfectamente lo que hago – me calmó – El nuevo socio llegará esta semana, haremos una reunión de trabajo en el almuerzo, el miércoles, ¿vendrás?

- Sólo soy una simple abogada, Charles – me quejé. Él sonrió, porque yo siempre fui demasiado modesta.

- Eres la mejor abogada que tiene este bufete, mi as en la manga, la estrella de la firma, la gallina de los huevos de oro, la... - estallé a carcajadas, justo como solía hacer en aquel tipo de situaciones – tienes que venir Lena.

- No me extraña que los chicos me tengan envidia, tu favoritismo por mí se hace cada vez más evidente con el paso de los días – me quejé. Él se rio, sin dar mucha importancia a mis palabras – Hablo en serio, me estás buscando enemigos, Charles.

- Vale – me calmó – intentaré guardar las formas delante del personal – me guiñó un ojo, y me invitó a abandonar la estancia. Este hombre era todo un caso.

Me marché a mi oficina, y me pasé el resto de la mañana encerrada en ella, repasando una y otra vez las pruebas que mi cliente me había presentado sobre el despido improcedente. Teníamos todas las de ganar.

- Señorita Sparks – comenzó Lucy, tras llamar y abrir la puerta – siento molestarla, pero casi es la hora de comer, y me preguntaba si...

- Vete a comer, a mí aún me queda un poco con esto, y tengo que empezar el otro caso – declaré – súbete cuando vuelvas una ensalada de las que me gustan – rogué, sin levantar la vista del ordenador. Asintió y desapareció, sin más.

El caso me llevó hasta casi las cinco de la tarde.

Levanté la vista del ordenador, miré hacia la bolsa con la comida que Lucy me había traído, estiré un poco el cuello y dejé de lado el trabajo, para luego agarrar la bolsa y devorar la comida, estaba muerta de hambre. Pero la pasta se había inflado y estaba asquerosa, así que no me quedó otra, tenía que ir a por comida de verdad.

Me levanté del escritorio, agarré mi bolso y me marché sin más.

- Voy a salir un momento – añadí hacia mi asistente – avísame si Charles pregunta por mí.

Ni siquiera avisé a Karl para que me recogiese, sólo tuve que cruzar la calle, hacia uno de los restaurantes más famosos de la ciudad. Y me tomé una deliciosa pasta a la bongolé. Realmente disfruté de esa comida, hacía tiempo que no comía bien, para variar.

El resto del día fue tranquilo, no me dio tiempo a mirar el nuevo caso que Charles me había asignado, tenía demasiado con el otro.

A las nueve de la noche me pasé por el gimnasio, hice un poco de yoga para relajar los músculos y me marché a casa. Estaba exhausta, tan sólo quería llegar, darme una ducha de agua templada, cenar algo ligero e irme a la cama.

Caminé desnuda, por la casa, después de esa ducha tan confortable, piqué un poco de piña de la nevera y me puse algo de música sensual. Bailaba, sin apenas darme cuenta, moviendo mis caderas al ritmo de la canción.

Sonreí, divertida, me pegué a la pared y me mordí un dedo, mientras arrastraba mi espalda desnuda por ella, con sensualidad, comenzando a entonarme un poco.

¡Por Dios! Me moría por tenerle entre mis piernas, al chico de ayer. Ni siquiera podía pensar con claridad.

Dejé caer la mano, de mis labios a mi cuello, y de ahí a mis pechos, echando la cabeza hacia atrás al imaginarle recorrer mi cuerpo con sus firmes manos. Mordí mis labios, evitando que mis gemidos se escuchasen, justo en el momento en el que el teléfono comenzaba a sonar.

Abrí los ojos, de golpe, fijando la vista en el teléfono. Resoplé, molesta, bajé un poco la música y lo descolgué.

- Señorita Spark – me llamó el de recepción – han traído un paquete para usted – aquello me sorprendió, no estaba esperando nada - ¿lo dejo pasar?

- No estoy esperando nada – le dije, más que dispuesta a colgar el teléfono. Pero entonces recordé a los chicos de la mudanza, quizás no habían podido llevar todas mis cosas a mi casa, quizás... - dígale que suba.

Me coloqué la bata, sin nada más debajo, y piqué otro trozo de piña, mientras esperaba al repartidor. Este, no se hizo esperar, pues el timbre sonó, de repente. Caminé hacia la puerta, mientras mis pendientes dorados se movían de un lado a otro, deteniéndome en el perchero de la entrada, agarrando la cartera del interior del bolso por si tenía que darle algo de propina.

Abrí la puerta, y me quedé allí, mirando hacia aquel tipo, que llevaba un casco oscuro, una chaqueta de cuero y unos jeans. Dejó caer la mochila al suelo, y se quitó el casco, clavando su mirada en mí.

Entreabrí la boca, y ya no sabía si era por la sorpresa o el deseo

¡Oh Dios Mío!

Aquello parecía ser un sueño, o quizás aún lo estaba imaginando en mi cabeza. Él no podía estar allí ¿verdad?

Dio un par de pasos, introduciéndose en el interior de la habitación, dejó caer el casco sobre la tarima, que hizo un ruido extraño, y caminó hacia mí, acortando las distancias que había entre ambos.

- He pensado que... - comenzó, frente a mí, tocándose la coronilla con la mano derecha, algo incómodo, pero realmente sexy. Le di un repaso, con la mirada, desde su entrecejo fruncido, sus pobladas cejas, sus penetrantes ojos azules, su perfecta nariz, sus apetitosos labios, su chaqueta medio abierta que dejaba ver una camiseta azul, sus jeans hasta sus deportivas, volviendo luego hacia su rostro, quedándome cautivada en su boca.

- No hables – pedí, para luego agarrarle de la chaqueta y tirar de ella hacia mí, lanzándome a sus labios, besándole, con desesperación, mientras caminábamos dando pasos inciertos por el lugar, hasta que mi espalda chocó contra la encimera de la cocina.

Me cogió en brazos, subiéndome a ella. Bajé la cremallera de su chaqueta, mientras él volvía a besarme, con desesperación. Le desnudé, de la parte de arriba, y justo le estaba abriendo la parte de abajo cuando él me detuvo.

- No tan deprisa, gatita – me llamó, echándose hacia atrás – quiero hacerte gritar, primero.

Le miré sin comprender, observando cómo él tiraba del cinturón de mi bata, abriéndolo, sonriendo después. Acercó su mano a mi piel, y la acarició despacio, desde el cuello, pasando por los pechos, el abdomen, hasta llegar a mi sexo, introduciendo sus dedos entre mis pliegues. Sonrió en cuanto fue testigo de lo húmeda que estaba.

Apoyó su mano libre sobre la encimera, y siguió acariciándome, despacio, haciéndome estremecer. Dejó caer su cabeza sobre la mía, y se mordió el labio, mientras yo comenzaba a gemir, desesperada. Él era todo un profesional, o al menos eso parecía, sabía exactamente cómo mover los dedos para hacerme gritar.

Se mordió el labio, lanzándose sobre los míos después, sin dejar de ejercer la presión justa sobre mi sexo, con maña, hasta que mi cuerpo comenzó a convulsionar.

Retiró la mano, metiéndola luego en su boca, saboreándola, para luego sonreír, con chulería, volviendo a besarme. Agarré sus pantalones, desabrochándole el primer botón, y el segundo, bajándolos, lo suficiente para que su pene saliese a escena. Él sonrió, divertido, deteniendo nuestro beso, mirándome con detenimiento. Sabía que era lo que quería, y no se hizo esperar.

Apoyó las manos en mis muslos, y fue subiendo, más y más, hasta llegar a la cintura, atrayéndome hasta él, propinándome la primera estocada, haciéndome gemir, despreocupada, al mismo tiempo que él apretaba los labios, con placer. Se veía que se volvía loco con aquello, pero quería hacerse el duro.

Sonrió, divertido, al verme disfrutar de esa manera, para luego echarse hacia atrás. Justo iba a quejarme, cuando él tiró de mi mano, bajándome de la encimera, para luego darme la vuelta, apoyándome sobre la encimera, volviendo a introducírmela, mientras yo sentía el frescor de la piedra en mis pechos.

- Voy a tener que castigarte – me dijo, dándome un par de cachetadas sobre las nalgas, haciéndome estremecer – has sido una chica muy mala, ¿no crees? – sus embestidas crecieron, la forma en la que me lo hacía, cada vez más fuerte, apretándome contra la encimera, mientras yo me moría porque me diese mucho más.

- Más – pedí, entre gemidos – no pares – supliqué, aferrándome a sus manos, mientras él me obedecía y me daba más fuerte, haciendo que me gustase cada vez más. Pero no tenía ni idea, pues tan pronto como un par de dedos se introdujeron en mi ano, me volví completamente loca - ¡Joder!

- ¿Te gusta? – preguntó, aunque él lo sabía a la perfección - ¿eh? – insistió, mordiéndome la oreja, mientras yo seguía dándolo todo, al igual que él - ¿te gusta, nena?

- Me gusta – aseguré, haciéndole gemir, con fuerza, conllevando a que explotase, y estallase en mil pedazos, mientras él, crecía la forma de tomarme, de forma cada vez más tosca, hasta terminar corriéndose a borbotones, sobre mi espalda. Me di la vuelta, despacio, mientras él apoyaba la cabeza contra la mía. Busqué su boca, besándole, de nuevo, entrelazando mis dedos entre sus cabellos.

- No puedo quedarme – me dijo, entre besos – esta noche no, Lena – Asentí, sin atreverme a decir nada más, mientras él se colocaba los pantalones, y la chaqueta, sin dejar de mirarme. Se abalanzó sobre mis labios, volviendo a besarme, se subió la chaqueta, agarró el casco del suelo y se marchó sin más.

Me mordí el labio, sonriente, al pensar en lo que acabamos de hacer.

¡Por Dios!

Ese hombre me volvía loca.

Rompí a reír, sin poder evitarlo. Me di la vuelta y subí hacia la planta de arriba, pues aún sentía su semen en mi espalda.

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