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Capítulo 2 – Nuevos vecinos.

Me encantan como quedan los vestidos plateados en mi piel morena, así que... como era de esperar, esa noche también llevaba uno. Llevaba el cabello suelo, ondulado, y un ahumado en negro. Iba preciosa esa noche, lástima que no hubiese fotógrafos para corroborarlo.

Por supuesto no conocía a la mayoría de los vecinos del edificio, la gente rica somos bastante reservada, y no solemos socializar demasiado. Así que ni siquiera saludé a nadie.

Agarré una copa de vino, de las bandejas de uno de los camareros y me di un paseo por el lugar. La disposición era muy parecida a la mía, aunque... quizás la diferencia estaba en la cocina, ellos la tenían cerrada con una cristalera, una mesa con sillas justo donde yo tenía el piano, y en vez de un sofá, pubs en el suelo al estilo bohemio. La terraza la habían cerrado, convirtiéndola en una sala de eventos enorme, y en lugar de tener una escalera de caracol para subir a la planta de arriba, era una de material, que quedaba bastante tosca con la decoración. Aunque, tengo que admitir que compartía perfectamente su gusto por los cuadros abstractos, justo el que observaba en aquel momento, era de tonos cálidos.

- Abrupto en verano – dijo una voz detrás de mí, haciendo que me girase y descubriese a uno de los dueños de la casa, sorprendiéndome de lleno. Lo cierto era que... no la esperaba tan joven. Era una chica de metro sesenta, con el cabello moreno, ojos verdes y pechos voluminosos, que tenía una sonrisa perfecta – Soy Nadia Edevane – añadió, tendiéndome la mano para que la estrechase - ¿de qué piso eres? Cuando compramos la casa, no sabía que este edificio estuviese tan poblado – bromeó.

- Soy Lena Sparks, tu vecina de al lado – le dediqué una gran sonrisa, pues de alguna forma, sentía que debía caerle bien, más después de la buena relación que tuve con su anterior propietario. Creo que Pe y él eran los únicos de todo el edificio que me caían bien, bueno... y esa viejecita entrañable del tercero, que siempre tenía una palabra amable cuando nos cruzábamos en el ascensor.

- ¡Oh, eso es maravilloso! – Exclamó, sobre actuando, lo cual me hizo levantar una ceja, extrañada. ¿Por qué parecía tan tremendamente falsa con aquella frase? ¿Por qué no podía actuar normal? Porque de esa forma, parecía que le daba igual quién fuese yo – Gente joven en el edificio.

- Sí... bueno... - ni siquiera sabía que responder, porque era más que obvio que ella tendría unos quince años menos, pero bueno, tampoco iba yo a llevarle la contraria a la chica - ¿A qué te dedicas? – Pregunté, intentando sacarle algún tema de conversación. Pero de nuevo... parecía sin ganas de hablar conmigo, lo que no entendía era... ¿por qué me había hablado si no le apetecía hacerlo?

- ¡Más gente! – Exclamó de esa forma extravagante que tanto me disgustaba - ¡Disculpa! – me dio la espalda y se marchó a presentar ante los nuevos visitantes. ¿Os dais cuenta de por qué no soporto a la gente de ese edificio? La mayoría son unos falsos que van a lo suyo, y solo les importa destacar y dar envidia.

Me di otra vuelta por el amplio ático, buscando a Pe, que al parecer no había llegado aún. Me tomé como dos o tres copas más, incluso me atreví con algún "San Francisco" y piqué de los aperitivos. Las fresas con chocolate estaban deliciosas, justo estaba allí, para coger otra, cuando un hombre de pelo canoso, de más o menos mi misma edad, agarró una, la mojó en la fuente llena de chocolate y se la comió de forma provocativa.

Sonreí, divertida. Aquel tipo me parecía de lo más ridículo. Acerqué la mano a la fuente de chocolate, introduje un dedo, sin dejar de mirarle, y luego lo metí en mi boca, lamiéndolo con excitación, haciendo que se quedase sin habla.

A sexy no me ganaba nadie.

Y luego me marché a la terraza, justo a la parte que habían abierto, para que la zona estuviese un poco ventilada. Lo que fue todo un alivio, porque hacía un calor terrible allí dentro. Me senté sobre uno de los pubs y aproveché para sacar el teléfono móvil de mi diminuto bolso.

¿Dónde demonios se había metido Pe?

Por su culpa me estaba emborrachando, y tenía que trabajar al día siguiente, no podía permitirme el lujo de quedarme hasta muy tarde.

Miré el teléfono, varias veces, pero no tenía si quiera un solo mensaje de ella.

¡Iba a matarla! ¿Cómo se le ocurría suplicarme que fuese a la fiesta y luego darme plantón?

Me bebí el último sorbo de mi San Francisco y dejé la copa en el suelo, mientras masticaba la aceituna, y sentía como mi cuerpo se relajaba. El alcohol me estaba afectando demasiado.

- Señorita Sparks – dijo una voz, haciendo que unas cosquillas invadiesen mi abdomen. Conocía perfectamente esa voz. Apoyé la mano sobre mis labios, luciendo despreocupada, y luego giré la cabeza, descubriéndole allí. ¡Dios! Estaba incluso más sexy de lo que recordaba – Parece que tenemos demasiados amigos en común – bromeó, mientras seguía acariciando mis labios, y él se fijaba en ese punto, al mismo tiempo que yo sentía ese calor expandirse por mi vagina. ¡Oh Por Dios! Se suponía que no iba a volver a verle, por eso me permití tener fantasías sexuales con él. Estaba demasiado borracha, necesitaba huir de allí ya. Me puse en pie, con dificultad, mientras él me observaba – sus amigos son unos desalmados – añadía, justo cuando le di la espalda, dispuesta a marcharme – yo no la dejaría sola en una fiesta – sonreí, divertida. Me giré y me mordí el dedo, lamiéndolo después, mientras él se fijaba en ese punto.

- Vivo justo al lado – me atreví a decirle, ligando descaradamente con él. Pero ¿Qué demonios me pasaba? ¡Era sólo un crío! ¡Por el amor de Dios!

- Pensé que vivía en el hotel – Me dijo. Sonreí, mientras volvía la cabeza hacia el frente, pues acababan de poner música, era un tango, lo reconocí en seguida, haciendo que los recuerdos del pasado me abrumasen. Podía recordar a mamá, dando clases en la escuela de baile, mientras yo improvisaba a mi aire, con mis nuevos zapatos de tacón que papá me había regalado por mi onceavo cumpleaños. Era feliz en aquella época, solía conformarme con cualquier cosa. ¿En qué momento cambié? ¿En qué momento me volví tan avariciosa? – Bailemos – dijo él, justo detrás de mí, agarrándome del brazo, con fuerza, tirando de él, al mismo tiempo que se posicionaba detrás. Giré la cabeza, para mirarle, dándome cuenta de que estaba demasiado cerca.

Sus pasos eran limpios, dignos de un profesional, pero los míos no se quedaban atrás. Quizás pensó que iba a sorprenderme con sus dotes bailarinas, pero jamás pensó que yo pudiese saber bailar casi tan bien como él.

Mamá siempre decía que un hombre que se mueve bien en la pista de baile, es similar a la forma en la que se mueve en la cama.

¡Por Dios! ¿Cómo podía estar pensando en eso, en un momento como este?

Sus ojos se clavaron en los míos y me quitaron el aliento en un momento. Sus pobladas cejas, y la forma en la que fruncía el entrecejo, sus apetitosos labios rosados, y esa barba que lo hacían tan tremendamente... sexy.

¿En qué momento aquel niñato había empezado a resultarme atractivo? Ni siquiera me parecía un capullo enclenque en aquel momento, y estaba muy tentada a comprobar por mí misma si el tipo de mis fantasías se le parecía.

El alcohol me estaba jugando una mala pasada, eso era todo.

Mi cabello se movía de un lado a otro, a causa de la tosquedad de nuestros pasos, pero eran necesarios para bailar aquel baile. Son movimientos atrevidos, pero limpios, ¿nunca habéis visto a dos personas bailar un tango?

La canción terminó, y empezó una bonita melodía de piano, algunas personas comenzaron a bailar, pero nosotros nos quedamos en aquella posición, el uno frente al otro, con las respiraciones aceleradas, mirándonos.

Sujetó un par de mechones del flequillo detrás de mi oreja, mirando hacia ese punto, antes de hablar.

- Baila bien – dijo al fin. Me mordí el labio sin saber que decir, y él desvió la mirada hacia mis labios.

Ambos tragábamos saliva, con las respiraciones aceleradas, teniendo que abrir la boca para respirar, mientras mirábamos a los labios del otro.

¡Por Dios! Aquello se estaba descontrolando.

Una pareja borracha nos empujó, haciendo que nos percatásemos de que estábamos en una casa, con mucha más gente.

Agarró mi mano, justo cuando iba a mandar a la m****a al tipo que me había derramado la copa encima, y empujó al tipo por mí.

- ¿De qué vas, tío? – se quejó el otro, mientras él señalaba hacia mí.

- ¿De qué vas tú? Acabas de derramar toda la copa encima de ella – respondió, haciendo que este se diese cuenta de ello, al mismo tiempo que yo me sacudía la falda del vestido.

- Lo siento muchísimo – se disculpó el muchacho, hacia mí – no me he dado cuenta, de verdad, lo siento – asentí, sin saber qué decir, observando cómo ellos se marchaban. Miré hacia él, sorprendida, quizás porque era la primera vez que me permitía a mí misma que alguien intercediese por mí.

- Podía hacerlo yo sola – me quejé, dejándole noqueado con mi reacción, pues pensó que le agradecería, como solían hacer todas las chicas, pero yo no era en lo absoluto como las chicas a las que estaba acostumbrado. Me giré, sobre mis talones, y me marché al cuarto de baño, a echar un poco de agua en la tela, con un poco de suerte no dejaría mancha. Él sonrió, con desgana, mirándome con cara de pocos amigos, para luego seguirme.

- ¿Tanto te cuesta dar las gracias? – se quejó, por el camino, intentando alcanzarme. Le ignoré, entré en el baño, pero me detuve antes de haber cerrado la puerta, aquel tipo seguía allí – Sólo...

- No necesito un maldito ángel de la guarda – espeté, dándole la espalda, abriendo el grifo, comenzando a echar agua en la tela del vestido, mientras él resoplaba, molesto, entrando en el pequeño habitáculo, cerrando la puerta tras él. Le miré entonces, tremendamente molesta por ese gesto, iba a mandarle a la m****a, os lo aseguro, pero me detuve al notar su mirada azulada, tragando saliva, algo nerviosa.

- ¿Siempre eres tan seria? – preguntó, metiendo las manos en los bolsillos, con esa pose sexy que me traía loca - ¿nunca te diviertes? – Estaba a punto de mandarle a la m****a, justo cuando añadió algo más – No voy a morderte – susurró, sonriendo con chulería, antes de añadir lo siguiente – aún.

Me olvidé del enfado en ese justo instante, mientras él cerraba el grifo por mí, acortando las distancias, entre ambos.

- No malgastemos el agua, los océanos se secarán algún día – añadió, para luego apoyar la mano en el lavabo, girando la cabeza, quedándose a tan sólo escasos centímetros de mí.

- Estoy muy borracha – le dije, bajando la mirada, apoyando las manos en el mármol, justo detrás de mí, mientras mis glúteos chocaban contra el lavabo – no es un buen momento para...

- ¿Sería malo si me aprovechase de eso? – preguntó, con cierta entonación de deseo, en sus palabras. Levanté la vista, incapaz de reaccionar aún, sintiendo el roce de su mano sobre la mía, asustándome. Se echó un poco hacia atrás, tan pronto como cerré los ojos, y cuando los abrí ya no era la misma persona, o al menos eso sentí.

- Muy malo – contesté, tirando de su corbata para atraerle hasta mí, besando sus labios, con desesperación. Sólo fueron un par de muerdos tontos, echándome hacia atrás entonces, apoyando el pulgar sobre sus labios para indicarle que se había terminado.

Ambos abrimos los ojos, mirando hacia el otro. Esa mirada azul me conquistó en seguida, la forma provocativa en la que me miraba me hacía balancearme hacia el pecado. Bajé la mano, apoyándola en su pecho, mientras él volvía a acortar las distancias entre ambos y se echaba sobre mis labios, desesperado, deseando mucho más que un simple beso.

Su pelvis chocó contra la mía, y me clavó la artillería pesada, encendiéndome de golpe. Ambos hicimos un leve alto al fuego para respirar, respirando sobre la boca del otro, con dificultad.

Mordió mi labio inferior, echándome luego hacia atrás, apoyándose sobre la otra pared, mirando hacia la puerta, y luego a mí.

- Deberíamos parar ahora que aún... - aseguraba, mientras yo me echaba sobre él, agarraba su barbilla y me lanzaba a sus labios. Lo cierto es que me encantaban, eran súper besables, de los que te abrazan y te hacen sentir terriblemente bien - ... o no – concluyó. Apoyé mis manos en sus hombros y eché la cabeza hacia atrás, intentando volver a separarme, pero él me agarró de la cabeza, intensificando nuestro beso, con la respiración agitada.

Bajó la mano derecha, apoyándola en mi trasero, aferrándose a él, atrayéndome a su cuerpo, mientras yo volvía a sentir el enorme bulto de sus pantalones haciendo presión en mi pelvis.

Dimos varios tras pies, hasta que mi espalda chocó contra la pared, y él levantó mi pierna, haciendo que la tela del vestido cayese a ambos lados de este, mientras sus dedos acariciaban la piel desnuda de mi muslo, haciéndome estremecer.

Él sabía bien lo que hacía, parecía ser todo un profesional, pues hizo la presión justa, introduciéndose entre mis piernas, presionando su sexo contra el mío, haciéndome estremecer.

Gemí, entre susurros, sobre su boca, al mismo tiempo que lo hacía él. Sus dedos treparon hacia arriba, mientras yo entrelazaba la pierna a su cintura, sintiendo su agarre en mi trasero, clavándome las uñas.

- Me tienes jodidamente hirviendo – aseguró, entre susurros, introduciendo su pierna entre las mías, mientras subía el vestido por la otra parte, con la otra mano – No tienes ni idea de lo mucho que deseo hacerte... - gemí sobre su boca, entre susurros. Porque me moría por descubrirlo, lo que ese tipo ardiente tenía que ofrecerme.

Unos golpes al otro lado, nos hicieron comprender que no estábamos solos. Aquello era una fiesta, y no podíamos perder la cabeza de aquella manera.

Dejó caer la tela de mi vestido, hacia abajo, y retiró mi pierna, para echarse un poco hacia atrás. Le miré sin comprender, me negaba a que me dejase con aquel calentón.

Miró hacia la puerta, levantó la mano, con la intención de abrir la puerta, y luego miró hacia mí, antes si quiera de hacerlo.

- ¿Te apetece venir a mi casa? – pregunté, sorprendiéndole, quizás porque no me hacía de esas mujeres, quizás porque la primera vez que los vimos intenté apartarle a toda costa – Ahí no podrán interrumpirnos – sonrió, con malicia, para luego abrir la puerta, agarrando mi mano y sacándome del lugar, mientras la chica que había estado llamando a la puerta se quedaba a cuadros al vernos salir de allí, a ambos.

¡Por Dios! Debía haberme vuelto loca para lo que estaba pensando en hacer. Él era sólo un niño y yo... Había rechazado a tantos... ¿De verdad él se merecía meterse entre las piernas de una mujer como yo?

- Lena – me llamó Pe, cortándome el camino, haciendo que me percatase de que estaba allí, junto a un mulato muy mono. Su nuevo ligue. Ese tipo soltó mi mano, y siguió avanzando. Creo que lo hizo para que la situación no se volviese violenta. ¡Joder! ¿A dónde iba? No quería perder la oportunidad de acostarme con él – siento la tardanza, nos pasamos por la casa de Buntu para que se cambiase antes de venir.

- Yo me voy ya, estoy cansada – mentí, mientras miraba hacia el lugar por el que él había desaparecido hacía tan sólo unos segundos, intentando encontrarle. Ella se sorprendió al respecto.

- ¿Ya? ¿No puedes quedarte un rato más? – negué con la cabeza, mientras ella me cogía de la mano, y tiraba de mí para bailar una canción rítmica de un famoso pianista japonés. Intenté soltarme sin parecer una tonta, pero sólo lo logré cuando terminó la canción.

- De verdad, tengo que irme, prometo que nos veremos pronto. La semana que viene haré la mudanza, te avisaré – prometí, para luego despedirla con la mano e irme sin más.

Le busqué por todo el lugar, pero él no parecía estar por ninguna parte, incluso volví al baño, pero sólo estaba la chica de antes, con la puerta entre abierta, vomitando. Fui a la terraza, a la barra, incluso vislumbré a Pe, mirándome con sorpresa, pues se suponía que yo ya me iba. La ignoré por completo, saliendo al pasillo, sintiéndome como una idiota al estar haciendo aquello.

De verdad, Lena... ¿Qué es lo que estás haciendo? ¿Tan desesperada estas por echar un polvo con un desconocido? Tú, que eres la que siempre está jactándose de no necesitar uno para eso. ¿No eres tú perfectamente autosuficiente?

¡Joder!

El puto calentón me había vuelto loca.

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