30

—Aceptó mis pasiones —le digo—. Con eso me bastó para amarla.

Claudia me ve de reojo. Si fuese otro tipo de mujer, juraría que hay celos detrás de esa mirada borrada. Encuentro nada, sin embargo.

—¿Y por qué no la buscas? —me pregunta.

—¿Y dejarte sola? —le pregunto.

—Martín, seamos honestos —suelta como quien dice una obviedad—. Tarde o temprano pasará.

Las venas se me convierten en un tobogán de sangre fría. No me alcanza la pena para mirarla a la cara. Podría distraerme en esas cejas gruesas y de vez en cuando verla a los ojos, pero no me nace engañarla.

—¿Por qué estás tan convencida de que no cumpliré con mi palabra?

—¿Y quién dijo que serías tú quien se iría?

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