Las despedidas siempre me han causado conflicto, más cuando el trillado no eres tú, soy yo tiene su parte de verdad. Con Miguel es así, y me pesa.
El hombre es quince años menor que yo, pero la edad dejó de importar desde que me dejé enamorar.
Lo que siempre nos hizo diferentes, no obstante, fueron las ganas de vivir. A éste sujeto de baja estatura y enorme corazón parece aterrarle la idea de que cada día signifique uno menos, yo veo las cosas de otra manera.
—Si eso es lo que quieres —me dice—, te entiendo. Solo prométeme una cosa.
—Lo que quieras —respondo mecánica.
Deseo que me pida algo complicado para dárselo y sentir que la cuenta está saldada, pero no. Miguel sería incapaz de ponerme en aprietos.
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—Aceptó mis pasiones —le digo—. Con eso me bastó para amarla.Claudia me ve de reojo. Si fuese otro tipo de mujer, juraría que hay celos detrás de esa mirada borrada. Encuentro nada, sin embargo.—¿Y por qué no la buscas? —me pregunta.—¿Y dejarte sola? —le pregunto.—Martín, seamos honestos —suelta como quien dice una obviedad—. Tarde o temprano pasará.Las venas se me convierten en un tobogán de sangre fría. No me alcanza la pena para mirarla a la cara. Podría distraerme en esas cejas gruesas y de vez en cuando verla a los ojos, pero no me nace engañarla.—¿Por qué estás tan convencida de que no cumpliré con mi palabra?—¿Y quién dijo que serías tú quien se iría?
Esperaba un poco más que ese saludo atabacado de mi ex marido y el intercambio de miradas frívolo e indiferente. Quizás un abrazo fuerte (con lo caros que salen a ésta edad), o algún cumplido de ocasión.Georgina se esfuerza en culpar al alcohol y yo hago como que le creo.El intento es bueno, no obstante. Porque en efecto; son las ocho de la noche y Martín ya está que se cae de borracho. Pero sé de primera mano que su frialdad no tiene nada que ver con la bebida.—Quizás no te reconoció —me dice.No se da cuenta de lo mal que se escuchó su comentario.—Gracias —le respondo.Intento ocultar mi cara de ofendida.—No quise decir eso, yo…—Descuida —la interrumpo—. Igual fue una mala idea desde el
Creí conocer la vergüenza, pero al ver a Blanca detrás de Georgina me di cuenta de que sabía nada sobre el tema. Los nervios me quemaron las venas, el alcohol me jugó una mala pasada y de cierta forma me sentí agradecido. Estaba borrosa y duplicada. No dio cabida a un abrazo fuerte (con lo caros que salen a esta edad), ni a algún cumplido de ocasión.Mejor así. ¿Se imaginan? Ella, que me conoce hasta los vicios de libreto, se daría cuenta de que mis manos empapadas se deben a lo bella que se ve. Mis mejillas sonrojadas delatarían que a pesar de los años sigue moviéndome el piso, y sus ojos… Dios bendito. Si cuerdo me encontrara con ese paraíso verde, no podría no caer rendido a sus pies. Le pediría una última oportunidad, pues a estas alturas de la vida ya todo es amigo del final.De cierto h
Quien diga que una mirada puede decir más que mil palabras, seguro conoció la historia de Blanca y Martín, o al menos fue testigo de aquél momento en el que nuestro cumpleañero coincidió, a las afueras del café, con esos ojos verdes que tanto le gustaban.…—Las malas noticias vuelan —dice ella.—Perdona —le responde—. No me di cuenta de que estabas aquí.—Acabo de salir.Ambos se miran el calzado. ¿Qué tendrá de especial el suelo que siempre volteamos a verlo cuando nos encontramos en aprietos?El silencio se torna todo, menos incómodo. Porque nuestros personajes se sienten bien al tenerse frente a frente; incapaces de entablar conversación alguna, sí, pero también incapa
Una tarde en primavera…Luz tomaba el sol como cualquier chiquilla de su edad. Se le hizo fácil prepararse una margarita y beberla en la terraza. La piel de Blanca le rindió honor a su nombre; los labios se le pintaron de morados aunque el labial era rojo. Corrió hasta donde su hija y de un manotazo le tumbó la bebida. Luz le pidió razones a su madre, ella la reprendió con explicaciones médicas. No se dio cuenta del daño que le hizo. Porque en esa margarita quizás había pequeños golpes a sus débiles defensas, pero le sumaba al ánimo, a la memoria de que podía ser una joven común y corriente.Intentó disculparse con su hija tras verla llorar, mas era tarde. Luz no la odió…¿quién puede odiar a su madre?, pero le compró la idea. Acept&oa
Blanca puede retirarse después de tremenda acusación, y sin embargo, prefiere quedarse.Ya tuvieron suficientes condolencias… faltan los reproches. El cáncer es una enfermedad que la padece toda la familia, y en equipo deben enfrentarla. Ella estuvo con su hija en momentos de flaqueza, pero le mató los ratos fuertes.¿Y Martín?Si bien él se enojó menos con la vida, tampoco hizo algo para enmendar la amargura de su mujer, que consecuentemente influyó en la caída de Luz.A Blanca le sobra el temperamento que a Martín le falta. Ahora entendemos por qué se divorciaron.—Es tarde —dice ella.Martín voltea a ver el reloj. Blanca lo toma
No puedo no acordarme de aquella fatídica tarde en la que escuché por primera vez la palabra cáncer. Antes la había oído, claro. En esos noticieros de escaso contenido y audiencia millonaria, o en estudios científicos que lo dramatizan todo. Si comes verduras te da cáncer. Si no comes verduras te da cáncer. Si eres vegano te da cáncer. Si no eres vegano te da cáncer. Si respiras te da cáncer. Si no respiras te da cáncer. La palabra más buscada en google y la más mencionada en clínicas y hospitales. Todos la hemos oído alguna vez, pero la escuchamos hasta que la sufrimos.¿Qué puedo decirle a Rogelio que no me haya dicho él hace veinte años? Miles de palabras se amontonan en mi garganta tras ver el cuerpo ensangrentado de Roger cruzar como un relámpago el pasillo de urgencias. Su esposa intenta alcanzarlo, pero los
Escogí el drama como género literario. Las novelas me han alimentado el ego en los últimos veinte años. Sin embargo, ni en veinte más sería capaz de describir el escenario que tengo frente a mis ojos: una madre derrotada que se aferra al pecho de su marido, ignorando que él también está destruido. Igual la reman juntos. Lloran, aunque de sus ojos no salen lágrimas. Llevan las mejillas sonrojadas y el cuerpo les tiembla, mas la pena no es lo suficientemente fuerte como para separarlos. El médico los observa, como queriendo decir algo con el peso necesario para suavizarles el dolor, pero los años de experiencia debieron enseñarle que en estos momentos no hay consuelo que alcance.—¿Qué hacemos? —le pregunto a Blanca mientras caminamos hacia el estacionamiento.No puedo no acordarme del viejo Martín. E