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Esperaba un poco más que ese saludo atabacado de mi ex marido y el intercambio de miradas frívolo e indiferente. Quizás un abrazo fuerte (con lo caros que salen a ésta edad), o algún cumplido de ocasión.

Georgina se esfuerza en culpar al alcohol y yo hago como que le creo.

El intento es bueno, no obstante. Porque en efecto; son las ocho de la noche y Martín ya está que se cae de borracho. Pero sé de primera mano que su frialdad no tiene nada que ver con la bebida.

—Quizás no te reconoció —me dice.

No se da cuenta de lo mal que se escuchó su comentario.

—Gracias —le respondo.

Intento ocultar mi cara de ofendida.

—No quise decir eso, yo…

—Descuida —la interrumpo—. Igual fue una mala idea desde el

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