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Creí conocer la vergüenza, pero al ver a Blanca detrás de Georgina me di cuenta de que sabía nada sobre el tema. Los nervios me quemaron las venas, el alcohol me jugó una mala pasada y de cierta forma me sentí agradecido. Estaba borrosa y duplicada. No dio cabida a un abrazo fuerte (con lo caros que salen a esta edad), ni a algún cumplido de ocasión.

Mejor así. ¿Se imaginan? Ella, que me conoce hasta los vicios de libreto, se daría cuenta de que mis manos empapadas se deben a lo bella que se ve. Mis mejillas sonrojadas delatarían que a pesar de los años sigue moviéndome el piso, y sus ojos… Dios bendito. Si cuerdo me encontrara con ese paraíso verde, no podría no caer rendido a sus pies. Le pediría una última oportunidad, pues a estas alturas de la vida ya todo es amigo del final.

De cierto h

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