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Imagino cualquier cosa tras ver a Claudia cruzar la puerta del hospital. Los setenta años se convierten en veinte; soy un escuincle que cree tener el mundo encima porque sus dos ex mujeres se conocerán en el peor de los momentos (si es que hay uno bueno para tal evento), y me olvido por completo de que acaba de morir el hijo de mi mejor amigo.

La tragedia pierde protagonismo cada que pienso en Blanca y en todo lo que perdimos. ¿Los enamorados tenemos licencia para tal egoísmo?

—¿Qué pasa? —pregunta Blanca.

—Es ella —le respondo.

—¿Quién?

—Claudia.

Mis labios apenas se abren, pero ella entiende.

—¿Crees que…?

—Espero que no —la interrumpo adivinándole el pensamiento.

Por favor, Dios mío, qu

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