—¿Estás seguro?
—Completamente.
—Pues felicidades.
—No te veo muy emocionado.
—Sabes que no me gusta meterme en tus cosas…
—Ni a mí me gusta que te metas.
—Pero como amigo debo decirte que estás cometiendo un error.
Arqueo la ceja denotando molestia. No hacen falta palabras para que se retracte.
—No porque Blanca sea una mala mujer, aclaro.
—¿Entonces?
—Sé que se aman, pero a veces no basta con eso para hacer una vida juntos.
Su reflexión me sabe a discurso de conferencista barato que cobra caro. Me recuerda a éste tipo del canal doce que da consejos de vida. Nadie los entiende, mas todos se los aprenden y los repiten. De pronto la cabellera achocolatada se vuelve plateada, los ojos color miel se tiñen de celeste, y treinta años le caen encima. Dejo de verlo como
Los primeros años fueron una bofetada gorda para Rogelio y todos los que dudaban de nosotros. Aprovechamos al máximo nuestra juventud. Éramos dos chiquillos que con veinte años en el mundo desconocíamos muchas cosas, pero estábamos seguros de algo: queríamos lucharla juntos. En las buenas y en las malas; en la salud y en la enfermedad.Los versos cobraron vida tres años más tarde, cuando el médico nos dijo que no podríamos ser padres. El brillo de tus ojos se vio opacado por la tristeza, yo te tomé por el brazo y prometí que saldríamos adelante. Fingiste hallar consuelo en mis palabras, pero el agitar de tu pecho te delataba…—¿No hay algo que podamos hacer? —pregunté intentando no sonar desesperado, pero el timbre de mi voz era casi inaudible.Te diste cuenta y conectaste con mis ojos
—Seré papá.—¿Qué?—Que seré…—¡Felicidades, Martín!El grito de Rogelio acaba con la pasividad de éste café en el que decidimos pasar la tarde. Estamos de reto en un mes sin consumir alcohol, y aquí no hay tentación. Mi amigo no sabe que esto es una ofrenda, un último ruego a Jesús para que el vientre de mi mujer al fin sea bendecido, con todos los riesgos que el gesto pudiese implicar. Desde hace tiempo aceptamos nuestra cruz.—Y yo que estaba por bajar los brazos.—Justo de eso hablaba con Violeta. Admito que ella les tenía más fe que yo. También pensé que ya no se lograría.—Pues se logró.—¿Y cuánto tiene?—Dos meses.—¿Y ya no hay riesgos?Riesgos. Rogelio se refiere al bebé, y
Cuando Luz llegó a nuestras vidas, nos convertimos en espectadores de sus pasos. Nuestras ganas de ser padres rayaban en la locura. Éramos más que dos sujetos enamorados de su hija. ¿El resultado? Una niña consentida y un matrimonio que de a poco se extinguía.Recuerdo con cierta nostalgia aquél verano del noventa y siete. Nuestra chiquita estaba en etapa de vacunas, y nosotros sufríamos tanto como ella cada que se desgarraba la garganta tras ver al médico con esa aguja gigantesca.Eras tú quien la sostenía mientras yo volteaba para otro lado. No me alcanzaba el valor para ir en contra de su voluntad, aunque supiera que era por su bienestar.Si en mí estuviera la decisión, mandaba al diablo las vacunas y los jarabes apestosos. La llevaría por helado para así camb
—¿Cómo siguen las cosas?—De mal en peor.—¿Aún discuten?—Ya ni siquiera llegamos a eso.Georgina me obsequia una tierna mirada y reposa su mano en mi rodilla. Se le bañan las mejillas de un rojizo que me recuerda a cuando era niña.—¿No han pensado ir a terapia?—Yo lo he pensado todo.—¿Y ella?—No he querido averiguarlo.—¿Por qué no se lo propones?—Me da miedo.—¿Miedo?—Temo descubrir que lo nuestro ya no le importe.—¿Y si ella piensa igual?La semana pasada Rogelio me planteó lo mismo. Desde el accidente de Luz lo noto bastante extraño, como si estuviese en deuda con nosotros. He querido decirle que no hay motivo para sentirse así, pero no me atrevo. Quizás porque en el fondo lo comprendo, y
Algún domingo caí en misa. Apenas toleré los sesenta minutos, pero algo en el ambiente me hizo volver al día siguiente. Bostecé mucho. Descubrí que le faltaba el respeto a los presentes, así que tomé las llaves y salí.Esa noche dormí poco; pensé demasiado. Repetí la rutina durante varias semanas. Me esforzaba por disfrutar el evento, pero mi interés no era genuino, y no me nacía quedar como un hipócrita ante los ojos de Dios.Realmente gozaba ponerme de rodillas frente a la cruz y hablar sin abrir los labios; de corazón a corazón con el único que puede juzgarnos y sin embargo prefiere amarnos. ¿Entonces? ¿Por qué no me quedaba hasta el final?Una platica que creí sin sentido con un hombre de apariencia menuda y no
—¿No la has buscado?—No.—¿La extrañas?—Con toda el alma.—¿Y entonces?—¿Entonces qué?—¿Por qué no la buscas?—Porque la extraño.—Te estás volviendo loco, amigo.—Todos somos un poco locos, pero ese no es el tema. Cuando digo que la extraño, me refiero a la Blanca de hace cinco años, antes del accidente. No a ésta versión malograda que me heredó la pena. Por eso no la busco, porque sé que ya no existe y acabaríamos en pleito.—¿No crees que estás siendo un poco duro con ella?—Quizás. Pero ella también lo ha sido conmigo.Internado en ese pequeño cuarto de hotel cuyo café matutino desquitaba lo caro de su renta, volví a quererme. —Necesitamos perdonarnos muchas cosas.—Y juntos no podremos…Así pactamos nuestro divorcio hace veinte años, tras vivir dos meses separados. En mi garganta aún reposa el recuerdo de aquél cognac barato mezclado con coca cola caliente, y esa imperiosa necesidad de saber de ti y averiguar cómo la estabas pasando. Mi interés fue genuino; no así la prioridad. En el fondo, ahora sé, ganaban las ganas de escucharte una vez más.Fui valiente (o idiota), al no dejarme llevar por tu propuesta. En tu conciencia quedará haber hecho un último intento por rescatar lo nuestro. En la mía, en cambio, el debate entre la culpa y el orgullo por atender a la razón e ignorar al corazón.Podría describir la muerte de Luz como un infierno, incluyendo los cinco años que le precediero51
Tu funeral fue el peor momento de mi vida. Cuentan que me aferré al cofre como un niño a las faldas de su madre, que lloré un mar de lágrimas mientras de a poco metían bajo tierra el baúl con mi última sonrisa.Luz cuidaba que a su viejo no fuera a pasarle algo, sabedora de que el hombre deseaba con todas sus ganas que algo le pasara.…—¿Cuánto tiempo estuvo internada? —preguntó alguien.Su voz me resultaba conocida.—Un mes exactamente —respondí sin voltearlo a ver—. Iba en claro ascenso. No sé qué pasó.—Increíble, ¿no?—¿A qué te refieres?Volteo a verlo y el hombre se quita las gafas. Ya no solo me parece conocida su voz. Ese extraño tic en el ojo izquierdo lo he visto