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—Disculpen, ¿conocen a algún familiar de la chica?

Con todo el ajetreo, nos olvidamos de Antonella.

—No tiene familiares en la ciudad —respondo—. Es del sur. ¿Puedo verla? La conozco muy bien. Ella y Roger me tenían mucha confianza. Quizás pueda ayudarla.

—No creo que sea muy buena idea —responde el doctor—. Está en shock.

Recuerdo su llamada y la voz desarticulada con la que me dijo que el marido se le moría entre sus brazos. Se culpaba una y otra vez mientras suplicaba ayuda, aunque en el fondo sabía que ya nada podría hacerse.

—Eran muy unidos. Antonella le cambió la vida a Roger, y él a ella. Mi muchacho era un gitano, no se sabía quieto en ningún lado, hasta que conoció a Antonella. Ella, en cambio, era

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