— ¡Te amo! — dijo Serena acariciando suavemente el rostro de Jack mientras la brillante luz del sol se colaba por la ventana.
— ¡Yo también te amo!
Ese perfecto sueño fue interrumpido cuándo la cabeza de Jack Patterson fue metida dentro de agua muy fría.
De regreso a la silla de interrogación.
— Una vez más, señor Patterson, ¿En dónde está su esposa?
— Ya te dije que no lo sé.
— Mis compañeros examinaron toda su casa.
— ¿Y la hallaron allí?
— No, señor Patterson. Serena no estaba allí.
— ¿Entonces que hago aquí?
— Como le dije, usted es el principal sospechoso. Jamás había visto un caso como el suyo. Existen miles de pistas que apuntan directamente hacia usted. Tengo muchas preguntas que hacerle antes de dejarlo ir.
— Hagas sus malditas preguntas de una vez.
— Cuide su vocabulario.
— Lo siento. Es que acaban de golpearme dos gorilas, y casi me ahogan en una tina congelada.
— Si.... ¡Gajes del oficio! ... ¿Cigarrillo?
El detective Castillo puso el cigarrillo en la boca de Jack, y luego lo encendió.
— Señor Patterson, ¿Me podría explicar como un poderoso CEO al frente de una empresa tan prestigiosa, termina poniendo todo su patrimonio a nombre de una mujer que claramente no lo ama?
— La razón es muy sencilla, detective. Porque yo sí la amaba de verdad.
— ¿La amaba?, ¿Habla de ella en tiempo pasado? ¿Quiere decir que la señora Serena está muerta?
— ¡Me refiero! — exclamó para hacer callar al detective — a qué ya no la amo.
— ¿Cuándo fue la última vez que vió a Serena? ¿Sabía usted de la existencia del documento en dónde dejaba toda su fortuna a su amante, el señor... Albert Lhara?, Quién cabe destacar, fue su abogado personal durante casi diez años.
— No la veo desde hace una semana, desde el día en que discutimos en la que era nuestra casa.
— El día que la amenazó con su pistola.
— Pistola la cuál ustedes ya examinaron, y se dieron cuenta que jamás ha sido disparada desde que la compré.
— Claro. Prosiga por favor.
— Y claramente sabía de ese estúpido documento. Ella misma me lo hizo saber cuándo me negué a firmar el divorcio.
— Pero finalmente lo firmó.
— ¿Qué otra opción tenía?
— Quiere aparentar ser muy listo. De seguro el noventa por ciento de las personas que lo escuche le creería. Sin embargo yo pertenezco al otro diez por ciento que conoce a las personas como usted. ¿Sabe que creo?
— ¿Qué cree, detective? A ver, dígame.
— Creo que usted mató a su esposa para recuperar toda la fortuna que le pagó para que se casara con usted. La infidelidad y el saber que otra persona como Albert Lhara podía quedarse con su dinero, fueron los detonantes perfectos para llevarlo a cometer el crímen. Quizás pueda mentirme a mí, pero jamás logrará engañar al detector de mentiras.
El detector de mentiras era una máquina infalible. Jack Patterson no podría salir de ese lugar sin decir la verdad.
— ¡Todo listo, señor! — indicó la encargada del detector.
— Te tengo justo en dónde quería, desgraciado.
El detective Castillo entró en la sala para comenzar con el interrogatorio.
— Muy bien, señor Patterson. Mis hombres están cansados, yo tengo hambre, y esto ya es estúpido. Así que voy a terminar con ésto rápidamente con una simple pregunta, ¿Usted mató a su esposa?
— ¡No!
— Está diciendo la verdad — indicó la encargada del detector.
— ¿Tuvo algo que ver con la desaparición de Serena Blas?
— Solamente le diré que jamás sería capaz de hacerle daño. Siempre la amé, la amé de todas las formas que un hombre puede amar a una mujer. La amé tanto, que no me importó sacrificar toda mi fortuna por tenerla. Sin embargo solamente recibí traición de su parte, pero aún así, nunca haría nada que la dañara.
Jack Patterson se rompió de una manera muy dramática. Sus lágrimas rápidamente inundaron su rostro, y el llanto casi no le permitía hablar.
— Está diciendo la verdad, señor.
— Cada vez que llego a casa puedo escuchar su voz diciendo mi nombre. Incluso la escucho antes de dormir. Su perfume puede sentirse por toda la casa, ¿Cómo cree que dañaría a una persona que me costó tanto trabajo tener?
— El detector de mentiras indica que está diciendo la verdad, señor.
— Gracias, Fabiola.
— ¡Demonios! — exclamó Jack sumido en llantos.
— Me queda claro que usted es inocente... ¡Retiren las esposas, muchachos!
En ese momento el detective Castillo suspiró avergonzado. No podía evitar sentirse mal por haber roto de esa manera a un hombre inocente. Disimulaba su vergüenza con ligeras sonrisas dirigidas a sus compañeros.
— Es hora de llevarlo a casa, señor Patterson.
El regreso a casa fue toda una odisea para Jack. Todos en la ciudad lo odiaban, y señalaban como el culpable por la desaparición de Serena. Incluso se vió obligado a acostarse en el asiento trasero de la patrulla en posición fetal para evitar ser reconocido a través de la ventanilla. Era imposible no llorar en ese momento sintiéndose tan odiado de manera injusta.
— ¡Llegamos!
— Gracias, detective.
— Supongo que los vándalos llegaron primero que nosotros.
Las paredes de la casa de Jack estaban cubiertas con grafitis que decían "asesino".
— Genial.
— No salga de la ciudad, y manténgase en su casa por si necesitamos hacerle alguna otra pregunta.
— Por supuesto.
— ¿Puedo acompañarlo adentro?
— Claro, no veo por qué no.
Una vez dentro de la casa.
— Es muy bonita su casa.
— Gracias. La compré con el poco dinero que me quedaba. Es un poco pequeña, con mucho espacio entre las paredes. Cuando descubrí el engaño de Serena con Albert, ella me echó de nuestra casa, y bueno... Heme aquí.
— Es muy triste su historia, señor Patterson. Si yo fuera usted seguramente escribiría un libro.
— Pero usted no es yo, detective Castillo.
— Muy cierto, señor Patterson, muy cierto.
— Si no necesita nada más, me temo que tendré que pedirle que se retire. Necesito descansar.
— Solamente una cosa más.
— Claro, dígame.
— En todos los testimonios por escrito que leí de su caso, decían que usted odia a su padre... ¿Puedo saber por qué tanto odio hacia su progenitor?
— Todo se trata de Serena. Él siempre la odió. Decía que ella sería mi perdición, además fue gracias a ella que dejé mi empleo como CEO de su compañía, y pedí mi herencia de forma adelantada para ponerla a su nombre. ¿No odiaría usted a un mujer que le hace algo así a su hijo?
— Interesante, señor Patterson, interesante....
— Buenos días, señor Brad Patterson. Soy el detective Castillo. Supongo que sabe por qué está aquí sentado en mi despacho. — Por supuesto. Es por la ramera de Serena Blas. De antemano le digo que está perdiendo su tiempo. Yo no tengo nada que ver con la desaparición de esa mujerzuela. — Ouch... "Ramera" es una palabra muy fea y muy fuerte, ¿No le parece? — Patrañas. Esa es la manera perfecta para describir a esa arpía, que desde el día que llegó a la vida de mi hijo fue su perdición. — Me gustaría saber más acerca de esa historia. De cómo se conocieron ellos dos, y como nació ese odio por la mujer que en algún momento hizo tan feliz a su hijo. ¿Sería tan amable de contarme un poco? — No le veo nada de sentido a esto, pero si eso hará que me dejen en paz, está bien. El año era 1999. — ¿Hace veinticuatro años? — Exacto, detective. Jack tenía veinte años y era un jóven estúpido y engreído, hijo de padres millonarios. — ¡Apresúrate, Jaime!, Necesito esas maletas en mi habitación d
— Si detective Castillo, yo también la amaba. Ella despertó en mí un fuego que jamás imaginé tener dentro de mí. Los encuentros con ella eran algo de otro mundo. El problema es que no era mía, ni mucho menos era de mi hijo. Ese tipo de mujeres es imposible no llegar a odiarlas mientras te mueres por volverlas a ver. — ¿Y Jack lo supo? — Si lo supo, pero algún tiempo después. Todo se mantuvo en secreto. Mientras él creía engañarme con su tonto plan de huir con ella, yo lo engañaba haciéndole el amor a su futura esposa. Ella era la única que sabía en dónde estaba parada. — ¿Estás lista para tu nueva sorpresa? — Si mi amor, sorpréndeme. — ¡Tarán! Jack se quitó la camisa para revelar el tatuaje que acababa de hacerce en la espalda. El nombre de Serena con letras grandes y legibles. Jack era un loco enamorado, valga la redundancia, porque locura y amor son exactamente lo mismo. — ¿Te gusta? — ¡Jack, es precioso!— No más precioso que tú. — ¡Qué cosas dices! — sonrió — haces que m
— ¿Quién es esa perra? Jack apenas lograba agacharse para esquivar el florero que se rompía en mil pedazos contra la pared al ser arrojado por su esposa Naty. — Ya te dije que solamente es una amiga del club, amor, por favor cálmate. — ¿Que me calme? ¿Quieres que me calme? ¿Cómo diablos quieres que me calme cuando quieres verme la cara de estúpida? Otro hermoso florero se hacía añicos contra la pared. — ¡Estás loca! ¡Simplemente estás loca! ¡Yo solo tengo ojos para tí! — Solo tienes ojos para mí, pero tienes verga para esa mujerzuela.... Yo te ví, Jack... Te ví besándola. Al menos ten el valor de admitirlo como hombre. — ¡Demonios! Jack limpiaba el sudor de su cara buscando algo de valor, una excusa que quizás lo sacara de esa situación, pero en ese momento supo que no podía seguir mintiendo. En su matrimonio ya no había espacio para una mentira más.— Muy bien, Naty. Tú ganas.... ¡Lo admito! — ¿Admites que tienes una amante? — admito que soy amante de Serena Blas. — Oh Dio
Jack Patterson no podía creer que había vuelto a la compañía de su padre. Esa a la que un día prometió jamás volver. Es increíble las vueltas que da la vida. Ahora se encontraba nuevamente recorriendo los pasillos, y viendo esas oficinas, en las cuáles tuvo tantos momentos inolvidables junto a Serena. De hecho, mientras acariciaba los barandales de las escaleras, vino a su mente un recuerdo muy vívido, como si estuviera viendo una especie de película en sus pensamientos. —¿Te gusta? Preguntó Jack a Serena mientras él extendía los brazos para mostrarle la majestuosidad de aquella gigantesca compañía..—¡Es inmensa! —Y será toda tuya... Toda ... Tuya... —La besó. —Es la primera vez que estoy en un lugar tan gigantesco, Jack. No tengo idea de cómo voy a manejar un lugar así yo sola. —Pero es que tú nunca vas a estar sola. Yo siempre estaré a tu lado. —Sinceramente me preocupa mucho tu padre, pues ya sabes. El me odia después de .... Lo que pasó. —Olvida eso, y no te preocupes por
—No sabes cuánto me alegra que hayas regresado, hijo. No me canso de decirlo. Incluso, quisiera armar una celebración en tu honor. —¿Una celebración, papá? Serena no tiene ni una semana desaparecida, ¿Y tú piensas en hacer una celebración? —Por supuesto Jack... Yo no la maté, tú no la mataste, ¿Cuál es el problema? —dijo el señor Patterson—. Además, se trata de la recolecta anual de los Patterson. Una obra de calidad que se ha hecho en nuestra familia durante generaciones. No podemos romper la tradición por qué se perdió una mujerzuela.... —Mujerzuela con la cuál tú también te revolcaste. No creas que se me ha olvidado. —Está bien, hijo.... Está bien. Te pido disculpas por mi imprudencia, pero es precisamente por eso que lo digo, porque la conozco. Esa mujer era capaz de irse con cualquiera que pudiera ofrecerle un par de miles de dólares, ¿Cómo el detective Castillo puede estar seguro que no está en una de sus aventuras?, Quizás su supuesta muerte, no es más que una escapada m
El detective Castillo sudaba de manera exagerada mientras le hacía el amor a la agente Fabiola. Ella expresaba con emoción todo lo que el cuerpo de su jefe la estaba haciendo sentir. Todo iba muy bien, hasta que el detective Castillo se detuvo repentinamente, para luego sentarse a un lado de la cama. Su respiración seguía sumamente agitada, pero él se veía muy pensativo. —¿Por qué te detienes? —preguntó Fabiola—. Lo estabas haciendo excelentemente bien. —Lo siento, Fabiola, pero no me siento bien en estos momentos. —¿Es por el caso de Serena? La agente Fabiola besaba tiernamente la espalda del detective Castillo. A ella le encantaba el cuerpo musculoso, y bien definido de su jefe. —Es que todo ésto es tan misterioso. Esa mujer no puede haberse simplemente esfumado así porque sí. —Castillo, ¿Sabes porqué hago el amor contigo, y le soy infiel a mi marido? —¿Porqué es pésimo en la cama? La agente Fabiola sonrió, y volvió a decir. —Si, por eso, y porque me pareces una persona esp
El teléfono celular de Serena Blas sonaba repentinamente, mientras que en la pantalla se podía ver un número telefónico, que a pesar de no tener nombre, ella podía reconocerlo rápidamente. —¿Si? —Supongo que sabes quién habla —dijo Nathalie Oferman. —Por supuesto. He visto a Jack marcar ese número miles de veces, cuando te llamaba para inventarte historias absurdas, como excusas para poder quedarse a dormir conmigo. —¿Excusas? —Excusas que tú creías, obviamente. —La confianza es la clave para la traición, lamentablemente. —¿Para eso llamaste? ¿Para darme clases de filosofía? —preguntó Serena. —No, no. Es que acabo de enterarme de su divorcio, y quería saber, ¿Para que robarme a mi marido, si luego lo ibas a dejar meses después? —¿Qué no es obvio? —Me temo que no. —Yo jamás he amado a Jack. Todo fue una estrategia para quedarme con esos cincuenta millones de dólares. Así qué, si lo quieres recuperar, puedes hacerlo, es el momento perfecto para ello. Yo ya tengo a un hombre d
—El señor Patterson fue el único que se acercó a mí cuando Jack se fue. Él ha sido tan lindo conmigo en todo este tiempo. El señor Patterson se notaba claramente incómodo. Era obvio que no deseaba que su secreto fuera revelado. —Lo sé, sé que pensará que es el padre de mi ex esposo, pero le puedo asegurar que Brad es el hombre que Jack jamás llegará a ser. —No se preocupe... —Mi única intención con esta revelación, es que finalmente me saque de sus sospechosos, y sé que usted es un profesional, nuestro secreto estará a salvo con usted. —Por supuesto. El detective Castillo miraba al señor Patterson de manera incómoda. Era claro que Nathalie Oferman no sabía que él también había tenido una aventura con Serena Blas. —Pueden confiar que la información que acaba de darme, se mantendrá en forma confidencial. —Espero verlo mañana en la fiesta de caridad, detective Castillo. El señor Patterson hablaba, pero no podía levantar la mirada, siempre tuvo su rostro mirando hacia el piso. —