CAPÍTULO TRES: UN MILAGRO
Ella nunca había probado su paraíso, ella nunca había sentido la necesidad de buscarlo en él pero ella estaba segura de que todo lo que él podía ofrecer era oscuridad.
— Buenas noches—, saludó Gabriela con un sonrisa en su rostro.
El hombre solo asintió sin decir nada. A decir verdad, ese silencio entre ellos ya no era incómodo como las primeras veces. Gabriela ya estaba acostumbrada a eso.
Para no sentirse incómoda con su no existente presencia, Gabriela sacó su celular para distraerse mientras él estaba allí pero lo que ella no esperaba, por lo que ella no había apostado era que su compañero de renta estaba caminaría hasta ella en el momento en que le extendió algo con uno de sus manos y lo dejó en la barra en la que ella se apoyaba. Luego, se alejó sin decir una palabra.
Gabriela no pudo evitar mirarlo asombrosamente. El hombre no dijo nada, solo se concentró en preparar su cena.
En ese momento en que ella se aseguró de que él se había ido miró una tarjeta verde en la barra.
— ¿Qué significa esto? — Gabriela preguntó al hombre. —No entiendo.
— Tu renta ha sido pagada—, dijo el hombre sin mirarla. — Cuando yo vine, pagué tres años de alquiler de una sola vez.
Sin más explicaciones, él continuó su tarea en la cocina descuidadamente. — Puedes comprobarlo en la app del banco en tu celular, la contraseña es 6600.
De repente, se sintió conmovida por ese acto.
Ella sintió que había una necesidad de ser agradecido con él. Con una sonrisa en su rostro, ella lo miró. Días había pasado en el hospital que no había tenido tiempo de cocinar para él. Al menos, eso era algo que ella podía hacer por él en ese momento.
—Puedo cocinar esta noche, ¿por qué no vas y te tomas un baño?
El hombre solo la miró. Al instante, ella se apuró para juntar todos los ingredientes que necesitaba para su cena.
El hombre sonrió como pocas veces lo había hecho desde que vivía allí y sin ninguna duda, se quitó la polvorienta camiseta que llevaba puesta enfrente de ella. Gabriela no pudo evitar pero mirar a ese hombre cuando estaba distraído con la ropa que estaba tendida en la silla, buscando una camiseta que podría usar. Estaba semidesnudo y no parecía importarle.
Después de haber sacudido un poco la cabeza, Gabriela siguió cocinando para él. 20 minutos después, el hombre ya estaba en el pequeño espacio que podría parecer como el comedor. Daniel ya se había cambiado, no era ni la mitad del hombre que había entrado en la casa en esos polvorientos pantalones. Incluso podría decir que él era guapo, tan guapo como ningún otro hombre que ella haya visto. Aún más guapo que su ex—marido y, decir eso era una confesión total ya que para ella, no podía haber ningún otro hombre como aquel con el que se iba a casar ese día en que pensó que era la mujer más feliz de la tierra.
Mientras se dirigía a la mesa de la cena para poner la creación que ella había hecho para él, pensó en él como un inmigrante. Él era diferente, el sitio de construcción donde había trabajado no estaba lejos de allí.
Después de una pequeña conversación que tuvieron, y cuando Daniel se sintió complacido, se levantó de su asiento y después de haberle dicho que iba a salir, ella asintió quedándose limpiando la mesa.
Con la tarjeta entre sus manos, la tocó con vacilación. Gabriela no pudo evitar pero recordar al hombre que acababa de dejarla allí casi, sin una palabra, sin una explicación.
Había sido demasiado extraño que él se hubiera ido. Esa tarjeta ahí y no solo eso, sino también le había dicho la contraseña para asegurarse de que lo que había dicho no era mentira.
Mordiendo sus uñas, recordando una y otra vez las palabras de Daniel, sintió curiosidad. Él quería que ella descubriera algo. Gabriela estaba segura de eso.
Finalmente, había tomado una decisión. De repente, tomó su teléfono celular de su bolsillo y sin dudarlo, ella encendió e ingresó el número detrás la tarjeta.
Los recuerdos vinieron a su mente, esos recuerdos donde ella era una de las mujeres más respetadas del país. Lo había tenido todo, dinero, una casa, el amor de su madre, y ahora solo la aplicación en su celular del banco era todo lo que la vida de lujo le había dejado. La tarjeta entre sus manos se sentía tan bien, incluso las decoraciones en ella eran algo más allá de lo que Gabriela podría tener en ese momento. Había poder en esa simple tarjeta.
Cuando se abrió la solicitud, sus ojos se abrieron ampliamente.
¿Cómo es que Daniel pudo haber tenido algo como esto?
Él no era más que un empleado de construcción y por supuesto, que eso estaba bien pero... simplemente no podía entender cómo podía tener una cantidad así en el banco.
No podía ser posible, en la aplicación estaba el dinero que ella necesitaba para la cirugía de su hija. ¿Cómo él podría darle tanto dinero tan de pronto? No importa cuánto ella parpadeara, el dinero era el mismo, el dinero que necesitaba para su hija estaba allí, marcado en esa pequeña pantalla en su teléfono móvil.
Al final, no era necesario saber de dónde había venido ese dinero, era dinero que tenía que ser de sus ahorros y ahora, ella tenía todo lo que él había ahorrado para hacer lo que quisiera con él.
Un inmigrante, un constructor le había dado la vida de su hija.
Daniel era el nombre de la persona, que le había dado años de trabajo en aquella cantidad.
Daniel era el ángel que había venido para salvarla a ella y a su hija.
Mirando el cielo oscuro, con la misma ropa que había salido de la casa, sonrió. Su vida no había sido nada fácil. Esa ciudad era todo mientras él no era nada en ella. Sólo gente yendo y viniendo, algunos más felices que otros, algunos con prisa mientras que otros parecían querer retrasar su regreso a casa.
El cigarrillo en su mano le dio poder, un poder invisible que sabía que tenía. No podía haber mejor noche que aquella en donde hablaba con la gente que extrañaba.
— ¿Cuándo vienes, Sebastián? Todo el mundo te extraña mucho aquí. Dudo que los negocios sigan adelante si tú no estás aquí.
Daniel sonrió. — Pronto, pronto estaré de vuelta, hay muchas cosas que hacer aún antes de regresar.
Un suspiro se escuchó desde la otra línea. —Bueno, creo que debería dejarte dormir. Mañana tienes otro día de trabajo como constructor —rió el hombre.
Daniel sonrió ante esas palabras, realmente a Edmundo le hacía gracia que él estuviera trabajando en eso después de haber sido quien tuviera el mundo a sus pies. — ¡Buenas noches, Edmundo!
Y luego, Daniel colgó. Una vez de nuevo, suspiró antes de conducir sus ojos al cielo disperso. De su bolsillo, tomó un pedazo de papel. Sin duda era un hombre de muchos secretos.
CAPÍTULO CUATRO: NO ES SUFICIENTE Era un recibo de donación de sangre. Había tres recibos como ese. Sin querer saber nada más, hizo una bola con el recibo y lo tiró lejos de él. Haber dado su sangre había sido bien pagado pues ese dinero era el que esperaba, Gabriela ocupara con sabiduría.Tantas cosas habían pasado desde el momento en que él se fue de casa con solo un objetivo. Buscar a los asesinos de su familia. Él se había hecho un juramente, no iba a regresar a casa hasta que los encontrara. La única manera en entrar en el mundo de la gente mafiosa era siendo un Don nadie a primera vista.En el momento en que regresó a casa, eran las 8:00 pm en punto. Una vez más, allí no había nada, no había nadie, solo oscuridad. Lentamente, encendió las luces. Como siempre, era un problema para encenderlas. Nada en ese pequeño espacio al que llamaba hogar parecía funcionar bien. Las luces se apagaban por ellas mismas.Tan pronto como estuvo en su habitación, se quitó u camiseta de un solo mo
CAPÍTULO CINCO: UN PAPÁ La luz del sol entraba por la pequeña ventana que Daniel tenía detrás de su cama. Solo el petricor se respiraba en esa pequeña habitación. La fuerte lluvia había cesado unas horas antes, tal vez. Poco a poco, segundo a segundo, los ojos de Daniel se abrieron después de haber parpadeado un par de veces. En cuanto le llegaron sus últimos recuerdos, prefirió levantarse y ponerse una de sus prendas después de ser asaltado por sus recuerdos. Como si nada hubiera pasado, fue a la cocina. Las risas de Velvet encendieron su corazón y el malestar que estaba sintiendo desapareció. Frente a él estaba Gabriela preparando el desayuno mientras su hija se mantenía ocupada cantando la misma canción de todas las mañanas cuando esperaba el plato ser servido por su madre como sucedía en cada mañana a la misma hora antes de ir a la escuela o, quizá, si el tiempo cambiaba y si la enfermedad en su pequeño corazón se hacía más fuerte, tener que ir al hospital. En cuanto la pequeña
CAPÍTULO SEIS: FELICIDAD La verdad era que Gabriela esperaba todo menos eso que la niña acababa de preguntar. Por supuesta que no había nada malo en el hecho de tener un padre o no tenerlo, simplemente que ahí, estando frente a la persona que estaba, no le era sencillo contestar sin que se sintiera mal o hacer que Daniel se sintiera un poco incómodo con la situación. De repente, y por instinto, Gabriela miró a Daniel, que estaba atento a la conversación que las dos estaban teniendo. La imagen de él era graciosa ya que no dejaba de masticar sus alimentos. Una sonrisa fue forzada en el rostro de Gabriela. Con prisa, Gabriela acercó su mano a la manita de su hija, la misma que reposaba en la mesa vieja. —Tienes a mami, y no te va a pasar nada si estoy yo aquí, ¿de acuerdo? No necesitas un padre cuando me tienes, ¿de acuerdo, mi pequeño ángel? —Pero mis amigos seguían molestándome solo porque mi padre ya no me recogía de la escuela como antes, ¿lo recuerdas, mamá? Dijeron que mi padr
CAPÍTULO SIETE: MIEDOSeguramente, Daniel debió sentir un par de ojos grandes sobre él porque, sin ningún tipo de aviso, miró a Gabriela. Ella no pudo evitar mirarlo incluso si él ya la estaba mirando de la manera en que lo hacía. Para Gabriela, esa mirada terminó con todas sus dudas, Daniel era genuino, había sido genuino con esa respuesta. Él realmente quería cuidar de la pequeña niña como si realmente fuera suya. ¿Cómo decirle que Daniel no tenía ninguna necesidad de hacer eso? Al final del día la pequeña Velvet era hija de ella y de nadie más y de esa manera, ella debía de entenderlo y no acostumbrarse al buen trato de un hombre cuando al final todos sabían dar la espalda.Quizá Daniel no era ese tipo de hombre pero sí era el tipo de hombre que podía ponerlas en peligro con el solo hecho de que su verdadero nombre saliera a la luz como todos los secretos y mentiras están dispuestos a hacerlo.Incluso si en ese momento, Gabriela hubiera reunido el valor suficiente para hablar con é
CAPÍTULO OCHO: PAPÁ¡Qué divertido para ese hombre que iba y venía de un lado a otro teniendo como único objetivo terminar con los pobres hogares que con tanto sacrificio se había obtenido! ¡Qué divertido para ese hombre que solo iba y venía de un lado a otro amenazando a la gente para al final, reírse en sus caras como lo estaba haciendo en ese momento en que una maldita sonrisa sarcástica estaba pintada en su rostro! Ese hombre no sabía de respeto, no sabía cuán grande puede ser la necesidad de que las personas tengan un techo sobre sus cabezas. Para él, era demasiado fácil hacer que la gente temiera y se olvidara de sus necesidades para siempre terminar sirviéndole a él y a su jefe. No era un buen hombre, un buen hombre no puede hacer lo que estaba haciendo él.Ángelo era el nombre de ese hombre que había estado ahí para David como una mascota y el que ahogaba las cosas de esa pequeña casa con solo pisar en ellas. Ángelo era el hombre de los Belmonte y seguramente, por dinero, p
¡Qué feliz podría estar la niña con solo haber pronunciado esas palabras! Sin siquiera haberse obligado a ella misma a verlo como su padre, de un momento a otro, ella ya lo había llamado de esa manera. Aquel cabello cortito y muy chino, niña que vestía de vestiditos muy coloridos, niña que siempre tenía una sonrisa en el rostro, era la misma niña que ahora miraba a Daniel como si se tratara de su superhéroe, y era la misma pequeña que hacía el corazón de Daniel un poco más cálido siempre, con solo una mirada, con solo una sonrisa, con solo tocar su mano, con solo cantar aquella canción infantil que todas las mañanas llegaba a sus oídos.Gabriela, no hacía falta decir que no podía levantar la cabeza. No podía simplemente callar a su bebé ahora que más feliz lograba verla y escucharla con solo haber dicho esa palabra, no podía simplemente pedir que no dijera eso porque al final, Velvet estaba feliz. Y eso era lo que más quería una madre, ¿no es así? Todo lo que podía hacer era callar
CAPÍTULO DIEZ: UNA FAMILIATanto tiempo había pasado desde la última vez que Gabriela se sintió tan tranquila, sin que nada le faltara, con ganas de que los días se fueran, sabiendo que podía cuida de su hija y de todas sus necesidades. No había nada que no quisiera hacer por ella pero la verdad era también que entre más recordaba a su hija hablarle de esa manera a Daniel., todo lo que quería hacer era detenerla y hacerle entender la razón por la que ella no podía verlo como a un padre. Al final, ¿qué podía esperar de un hombre que no estaba casado con ella cuando aquel que realmente estaba casado la abandonó, la engañó y la dejó en la calle?Estando adentro de la habitación, Gabriela pensó dos veces si era debido hablar de lo que quería con su hija, las razones, explicarle una a una de las razones por las que la niña no podía ver a Daniel como a un padre. Lamentablemente si le explicaba eso a su hija era hacerle ver la realidad, lo cruel que la vida podía ser en muchos momentos. Ahor
CAPÍTULO ONCE: MASCULINIDAD¿Qué había de esas personas que ahora, ante los ojos de los demás no eran más que familia, la familia que muchos podían añorar pero pocos tener? Finalmente llegó el autobús hasta la parada después de algunos minutos de haber estado esperando ahí. Era la hora de trabajar así que inútil era pensar que el autobús no estaría lleno de gente malhumorada, gente que solo pensaba en llegar a su casa y olvidarse del mal momento que pudieron tener en el trabajo. Delante de ellos, muchas personas también se subieron al autobús, las mismas que habían estado esperando por más de treinta minutos, eso no solía pasar a menudo pero el autobús ya había tardado más de lo que debía.La misma historia con los buses llenos de siempre fue escrita en esa tarde en que aquella familia tenía que llegar al médico cuanto antes, gente sonriéndose entre sí –seguramente la gente a la que le había ido bien en el trabajo –gente hablando entre ellos y otros más, dando la bienvenida a los nuev