Cenicienta
Amalfi.
Antonella
Me senté sobre la piedra a la orilla del mar, mientras le contaba a mi mejor amiga el estúpido sueño que había tenido la noche anterior y de cómo apareció aquella espantosa rana en mi habitación.
Las carcajadas de Carina me hicieron fruncir el ceño, pero ya le había contado y no había vuelta de hoja. Ahora me tocaba soportar sus burlas y temía que estas duraran una eternidad.
—¡No te rías! —grité mientras Carina no dejaba de reírse, incluso se tomaba el estómago con las manos y sus ojos dejaron escapar un par de lágrimas. La muy cretina estaba gozando de lo lindo a mi costa. Debí suponer que este sería el resultado de compartir mis intimidades.
Resoplé con frustración y levanté un par de piedras pequeñas para lanzarlas al mar, eso era mucho mejor que tirarlas a la cabeza de mi mejor amiga.
—No es culpa mía que sueñes tonterías todo el tiempo, Antonella —pronunció tratando de calmarse—. ¿Cuántas veces te he dicho que debes dejar de soñar? —me cuestionó mientras limpiaba sus mejillas húmedas.
—Eso no tiene nada que ver —refuté con enojo.
Lancé un par de piedras más al mar y me levanté para buscar otras cuantas, mi enojo no había menguado y estaba tentada a matar a mi querida amiga y esconder su cuerpo entre las rocas.
—¡Claro que tiene que ver! ¡Todos tus sueños tienen que ver con tu necedad de creer que existe el príncipe azul y que un día va a encontrarte! —se burló.
Carina y yo éramos amigas desde que llegué a Amalfi cuando era niña junto a mi abuelo y era la razón por la que tenía que soportar sus palabras. Vivir con ella era imposible y vivir sin ella no podía. Éramos lo que la gente llama una dupla perfecta.
—Pues, aunque tú no lo creas, ¡voy a encontrarlo! Y tú tendrás que tragarte tus palabras —refutó mucho más molesta que antes.
—Lo siento, Antonella, siento no compartir tus mismos sueños, pero soy una chica realista. Los príncipes no existen. Los hombres son malvados, así que espabila y deja de ver tantas caricaturas.
—Te demostraré que estás equivocada —insistí con vehemencia. Yo estaba convencida de que los príncipes guapos y caballerosos si existían y que un día me casaría con uno.
—Esperar que madures y pienses como una mujer adulta, es una pérdida de tiempo. Será mejor que nos demos prisa en volver a la tienda o tu abuelo nos pondrá una tunda —dijo fingiendo sufrir un escalofrío.
—¿Es el pedido que hizo el hotel? —pregunté, no quería volver a la tienda tan pronto.
—Sí, ¿sabes que harán un baile la próxima semana en memoria de la famosa cantante de Amalfi? —preguntó captando mi atención de inmediato.
—¿Un baile en memoria de Stella Russo? —pregunté sin poder evitar la emoción que se filtró en mi voz.
—Sí, será un evento por todo lo alto. Se llevará a cabo en uno de los salones del hotel. Lastimosamente, será un baile de gala, imposible que dos chicas como nosotras puedan asistir —dijo con tono de resignación.
—¿Y por qué no? —cuestioné.
Carina me miró como si fuera lenta de comprender y su respuesta lo confirmó.
—¿De dónde crees que sacaremos el dinero para comprar vestidos y zapatos para la ocasión?
—Trabajando —respondí encogiéndome de hombros, mientras Carina ponía los ojos en blanco.
—Besar a esa rana te ha puesto peor de la cabeza, Antonella —dijo—. ¿Sabes cuánto cuesta uno de esos vestidos? ¿Sabes lo que una entrada a ese evento costará? —me interrogó.
¡Por supuesto que sabía! Y también sabía que no iba a perderme de asistir a ese evento y que haría hasta lo imposible por llevar a mi abuelo. Él tenía que verlo y vivirlo, era lo mínimo que podía hacer por él.
—No sé si estoy loca o no, pero te aseguro que mi abuelo y yo estaremos presentes en ese evento —aseguré cogiendo un par de piedras más, alejándome un poco de Carina.
Jamás podría compartir con Carina lo que significaba para mí y para mi abuelo asistir al evento. Nadie en el pueblo sabía que Stella Russo, la famosa cantante oriunda de Amalfi, era mi madre.
Y por mi seguridad y la seguridad de mi abuelo debía continuar de aquella manera. No sé exactamente los motivos por lo que mi abuelo me había prohibido hablar del tema, sin embargo, jamás lo contradije.
Mi madre había perdido la vida en un accidente automovilístico muchos años atrás, luego de dar un concierto en Roma. La policía nunca había revelado las causas de dicho accidente, pero mi abuelo decía que, si alguien descubría mi verdadera identidad, mi vida estaría en peligro. No sabía hasta qué punto todo eso era cierto, aun así, no quería correr riesgos.
—Si es tan importante para ti, quizá pueda tratar de conseguir las entradas —habló Carina de repente.
Me había metido en mis pensamientos que casi me había olvidado de ella.
—Gracias, te prometo que te pagaré el valor total de lo que gastes —respondí sintiéndome un poco más animada que antes.
—Ya luego hablaremos de eso, ahora será mejor volver, no vaya a ser que te salga una rana entre las piedras —se burló de nuevo.
Dejé escapar un suspiro y levanté un par de piedras más y esta vez estaba más que tentada a lanzárselas a Carina, pero el brillo del metal llamó mi atención, giré para mirar a Carina, ella no me miraba, su vista estaba clavada en las olas del mar, así que caminé un poco más, me resbalé un par de veces. Finalmente, luego de varios intentos, había logrado coger aquel precioso metal. Era un anillo, ¡un precioso anillo!
Me mordí el labio con fuerza, ¿Qué debía hacer? ¿Qué se supone que se debe hacer en esos casos? Esperar por el dueño era una tontería. Dudaba mucho que alguien viniera a esta parte de la playa, por lo regular no lo hacían los turistas y el anillo era demasiado fino y hermoso para ser de algún aldeano.
—¿Qué haces? —la pregunta de Carina me hizo dar un susto y casi caigo de bruces al agua.
—Eh, yo…, encontré esto —dije mostrándole el anillo.
—¡Wow! ¡Es hermoso! —exclamó ella sin atreverse a acercarse más.
—¿Quieres tocarlo? —le pregunté y ella negó efusivamente.
Carina creía que las cosas que venían del mar no eran buenas, que estaban malditas o pertenecían a personas que habían muerto en sus aguas.
—Yo que tú, mejor lo dejaba allí mismo, no vaya a ser que te traiga pesares —dijo alejándose de mí.
Entonces fue mi turno de burlarme de ella; era una pequeña venganza por reírse de mis sueños.
Carina se alejó mientras yo decidí probarme el anillo que encajó perfectamente en mi dedo anular.
—¡Ten cuidado, Antonella, no te pase lo mismo que a Hilda de Polaris y la maldición de Julián! —gritó mientras corría por la orilla de la playa, alejándose más y más de mí.
Sonreí, e intenté quitarme el anillo.
—¡Maldición! —gruñí, cuando el anillo nibelungo se negó a salir de mi dedo.
Cansada de intentarlo decidí que se veía hermoso en mi mano, corrí siguiendo los pasos de Carina, hasta llegar a la tienda para darnos prisa con los arreglos que debían ser entregados al hotel.
Al día siguiente y como siempre, Carina y yo caminamos para llegar a la floristería, hoy mi abuelo había decidido tomarse un descanso en casa, por lo que técnicamente podríamos llegar un poco más tarde que de costumbre.
—¡Carina! —grité deteniéndome frente al exhibidor, mis ojos se agrandaron al ver el vestido perfecto. El vestido que usaría para el homenaje a mi madre.
—¿Qué? —preguntó ella volviendo sobre sus pies.
—Mira esa hermosura —dije embelesada.
—¿¡Te has vuelto loca!? —gritó mirándome como si me hubiesen salido dos cabezas.
—Es perfecto —dije, acariciando el exhibidor intentando llegar a la prenda.
—Es la tienda de ropa más prestigiosa y cara del pueblo, Antonella —susurró ella para no llamar la atención mientras intentaba halarme del brazo.
—Ese será mi vestido —insistí.
—¡Despierta, Antonella! —gritó dándome un golpe en el hombro.
—¿Por qué diablos me pegas? — pregunté sobándome la parte afectada y mirando a Carina con cara de pocos amigos.
—Porque siempre estás soñando, despierta, Antonella. Esta es la vida real y ese vestido es demasiado caro. ¡Jamás podrías pagarlo! —espetó con enojo.
Hice un ligero puchero.
—Pero es hermoso —casi gemí.
—¡Y cuesta quinientos euros! Dime, ¿de dónde pretendes sacar quinientos euros en menos de una semana? —preguntó.
—Pues de donde sea; no obstante, te aseguro que voy a comprarme ese vestido —dije y sin darle tiempo a responder caminé alejándome de aquella preciosa pieza…
Al día siguiente, repartí varios volantes para anunciar mi nuevo negocio, fue un día frustrante, no recibí ni una sola llamada y por un momento estuve a punto de perder las esperanzas.
El segundo día, la situación pareció mejorar e hice mis primeros veinte euros del día. El tercer día no cabía en mí de felicidad, estuve todo el día de un lado a otro, pero había valido la pena y llegué a juntar cien euros más y cuando la gente me ofreció limpiar casas y podar jardines no lo pensé dos veces y acepté.
—No puedo creer que hagas todo esto por un vestido, Antonella —dijo Carina mientras caminábamos a la tienda.
—No lo entenderías —respondí.
—Explícame —pidió y negué.
—Te prometo que un día te diré mis razones, por ahora voy a probarme el vestido y voy a dejar el anticipo para que nadie se haga con él —respondí casi corriendo.
El vestido se amoldaba perfecto a mi cuerpo y sí, me sentía como cenicienta a punto de asistir al baile para conocer a su príncipe. ¿El problema? Me hacían falta setenta y cinco euros para pagarlo y solamente tenía un día para lograrlo…
TURISTADanteSalí de la oficina luego de un arduo día de trabajo, tras el compromiso fallido de la semana pasada. Marena tenía que conformarse con una cena rápida en algún prestigioso restaurante en la ciudad y un nuevo anillo de compromiso. De todas maneras, esto solamente era una transacción comercial y no un matrimonio por amor.No obstante, pensar en comprar un nuevo anillo, me hizo recordar el anillo que debía estar en el fondo del mar. La joya estaba catalogada como uno de los anillos más caros de la historia y no era el dinero lo que me importaba, sino el valor sentimental que tenía para mi abuelo. Aquel anillo era el símbolo que toda esposa Ferrara debía llevar hasta el día que tenía que cederlo en favor de la nueva señora de la casa.—¿Irás a Amalfi este fin de semana? —preguntó Federico, apenas me vio aparecer en el vestíbulo de la empresa.Me consideraba un hombre paciente con mi hermano, no obstante, era humano y había momentos en los que me veía tentado a asesinarlo y la
¡Sorpresa, no era una rana!AntonellaMiré y esperé por un corto momento, le acababa de confesar a Carina el lugar al que iría a trabajar esa tarde y no lo habría hecho de no haber sido tan necesario. Necesitaba salir ahora mismo y solamente ella podía cubrirme las espaldas con el abuelo.—¡Estás completamente loca, Antonella! —gritó.Tuve que encogerme de hombros y cubrirme los oídos, solamente porque estaba segura de que Carina le temía al mar o juraría que era una sirena convertida en humana. Su grito era realmente espantoso, tal como juraban los marineros que era el grito de una sirena.—No, no estoy loca, pero no voy a perderme ese baile por nada del mundo y limpiar el viejo faro no es la gran cosa y sin contar que van a pagarme trescientos euros, ¡trescientos euros! ¿Sabes lo que eso significa? —pregunté y sin darle tiempo a responderme añadí—: Tendré dinero suficiente para invertir en los arreglos de la casa, por nada del mundo dejaré que otra maldita rana se vuelva a colar en
¿¡Pervertido!?DanteEl sonido de la bofetada se escuchó en la cubierta, mi rostro había girado por el impacto de aquella pequeña y poderosa mano. ¿Qué demonios le sucedía? Esa fue la primera y única pregunta que cruzó por mi cabeza.Había arriesgado mi vida por salvarla, había creído que la perdería, que moriría estando en mi yate, en mis manos.Estaba jugándome el nombre y la reputación de mi familia, ¿Qué se supone que iba a hacer con una mujer muerta en mi yate? ¿Lanzarla al mar para ser devorada por los peces o algún otro pez gigante?—¡Eres un pervertido! —el grito de la chica me sacó de mis cavilaciones, ¿Un pervertido? ¿¡Pervertido!? La, casi muerta, me estaba llamando pervertido.—¿Qué demonios te pasa? —preguntó alejándome de ella.—¿Qué me pasa? —preguntó sentándose y tosiendo un poco. Ella llevó su mano izquierda a su pecho y entonces lo vi…En su dedo anular llevaba el anillo de compromiso que debió ser de Marena, pero… ¿Cómo diablos había llegado a ella?—¿Qué me pasa, e
¡Estás completamente loca!AntonellaEstaba loca, oficialmente estaba loca y de remate. No sé en qué estaba pensando en el momento que me lancé de cabeza al agua. Quizá en perder mi dedo por culpa del nibelungo.Gruñí al pensar que Carina tenía razón, ese anillo no iba a traerme sino desgracias, ¡pero como diablos lo sacaba de mi dedo!Entre el enojo y el miedo nadé hasta las orillas, afortunadamente la noche era oscura y no había manera que el pervertido diera conmigo.Apenas salí del agua me senté sobre una de las rocas para coger un poco de oxígeno, saltar había sido imprudente, no obstante, habría sido mucho más peligroso quedarme en el yate con un completo desconocido, que encima quería cortarme el dedo.Me llevó minutos recuperarme y cuando levanté la cabeza para ver el yate, las luces estaban alejándose de Amalfi y una completa tranquilidad se adueñó de mí.Por lo menos tendría la seguridad de que no vive en los alrededores del pueblo, aunque debía ser un hombre muy rico, para
Ten un buen viajeDanteEl viaje de Amalfi a Nápoles demoró una eternidad y exactamente no sabría decir por qué. Tenía una extraña sensación en el pecho que no podía explicar, era como si presintiera algo. El tipo de dolor que una vez sentí el día que mi padre y mi abuela murieron.—Cálmate, Dante, ya no eres un niño y las supersticiones no existen, son cuentos de viejos —me repetí mientras bajaba del yate para volver a buscar mi coche y volver a casa.Técnicamente, había regresado a casa con las manos vacías y todo por culpa de esa mujer, pero también tenía una razón poderosa para volver a Amalfi y buscarla hasta por debajo de las piedras, si ella creía que podía escapar y quedarse con el anillo de mi familia estaba muy equivocada.Ella no tenía idea de lo que era capaz de hacer por recuperar el nibelungo como ella descaradamente lo llamaba y encontraría una manera decente o no de sacarlo de su dedo, así le tuviese que cortar la mano entera. Pero esa chiquilla no iba a volverse a esc
¡Lo hemos atropellado!AntonellaMis nervios estaban a flor de piel, mi vestido era precioso y desentonaba con mi humilde casa, pero no era un lujo, era una necesidad. Quería estar presente en aquel homenaje y había hecho todo el esfuerzo para hacer realidad mi deseo y el deseo de mi abuelo.—Te ves hermosa —la voz de Carina me hizo ver en su dirección, estaba parada en el umbral de la puerta.Tenía una sonrisa cómplice en sus labios e inevitablemente le correspondí.—No lo habría logrado sin ti —confesé caminando en su dirección mientras ella negaba enérgicamente.—Lo has hecho sola, Antonella, no sé exactamente los motivos por lo que has hecho todo esto. Pero tengo la impresión de que es muy importante para ti, comprendo si no puedes hablarme del tema, no obstante, quiero que sepas que estaré aquí para ti y que seré tu amiga pase lo que pase.Me sentí terriblemente mal por no contarle la verdad, pero no podía fallarle a mi abuelo y revelar un secreto que por años había estado guarda
MendigoAntonellaEl abuelo se acercó al hombre y no tuve más opción que hacerlo también, tenía miedo de acercarme y comprobar que lo había atropellado. ¿Qué es lo que iba a hacer? No quería ir a prisión por matar a un mendigo.No había sido mi culpa, había sido él quien se cruzó la carretera sin precaución. Nadie podía decir lo contrario. Aunque… nadie había visto que lo había atropellado…—¡Antonella, ayúdame! —el grito de mi abuelo me sacó de mis malos pensamientos. El pobre estaba tratando de ayudar al mendigo y yo calculando fríamente lanzar el cuerpo al mar.—¿Lo atropellé? —preguntó arrodillándome junto al cuerpo del hombre.—No, el auto no llegó a tocarlo —respondió con premura.—Bien, dime lo que tengo que hacer —dije con más ánimos y menos culpas que hace unos minutos.—Ayúdame a llevarlo al auto, el hospital queda lejos, voy a revisar sus heridas en la casa y solamente si es necesario volveremos a la ciudad.—Vamos a meternos en problemas, abuelo —dije para hacerlo desistir
¿Quién soy?DanteSentí mi cuerpo dolorido, como si me hubiese roto cada uno de mis huesos. Mi cabeza era un mar de confusión, pensamientos que se confunden entre sí.No sé cuánto tiempo llevaba tratando de concentrarme en algo específico, tomar una imagen, una frase. Algo que me resultara familiar, no obstante, en medio de mi insistencia, la oscuridad cayó sobre mí. Me arrastró a sus profundidades, me sedujo y me rendí.—¡No es un mendigo! —la voz chillona de una mujer me hizo volver en sí, intenté abrir mis ojos y me fue imposible.El dolor taladró sin piedad mi cabeza y gemí al intentar pasar un poco de saliva por mi garganta, estaba seca y lo único que pude experimentar fue la sensación de ardor.—¿Está despierto? —la pregunta fue hecha por un hombre, podía adivinarlo por el tono de voz.—Debe estar despierto, te aseguro que este hombre es un farsante. Te sugiero que lo dejemos y nos marchemos a casa y ahorrarnos problemas —esa voz de nuevo, ¿Por qué tenía que ser tan parlanchina?