—Menos mal que mi hija se encaminó. Sé que llevan poco tiempo Pero ya era hora de que sentará cabeza. — ¿A qué se refiere, señora? —David estaba entretenido en su bebida cuando su suegra se le acercó. Valeria, Noah y Fernando estaban sumidos en conversación y Valentina había ido al despacho a buscar a algún libro.— ¡Oh, por favor! Nada de señora —dijo desestimando el gesto con la mano—. Me hace sentir demasiado mayor. Bianca. Y me refiero al hecho de que mi hija es un buey volando. Suelta uno y coge otro. Espero que contigo se arregle. No han sido pocas las veces que ha andado con dos a la vez. Necesito hacer una llamada. Nos vemos, guapo. —Se despidió mientras le daba una palmadita en el hombro. David hizo acopio de todas sus fuerzas para no romper el vaso. Lo que había dicho Bianca le retorcía la herida que le había creado Valentina. Y cuando vio a la fuente de sus pensamientos cruzar la habitación con el rostro demudado, su ira creció. —Madre... tenemos que hablar —susurró Val
Los días se fueron volviendo más fríos a medida que diciembre avanzaba. A Valentina le parecía que llevaba casada una eternidad pero apenas llevaban un mes de matrimonio. Ya podía apoyar su pierna sin sentir el resquemor de la herida y la tirantez de los puntos. Ella y David estaban aprendiendo a tolerarse. No había un día que no discutieran, pero las noches. Las noches eran suyas. Para amarse. Para entregar sus cuerpos una y otra vez al delirio de la pasión. Para olvidarse del mundo y de lo mal que se llevaban fuera de la cama. Habían llegado al acuerdo tácito de no hablar del pasado. Valentina no estaba muy segura de poder aguantar sus excusas. —Hoy salimos, sirena. Ponte guapa que quiero presumir de esposa —fueron las palabras que David dijo nada más entrar en el cuarto donde Valentina tenía un libro de Sudokus encima de los muslos. Nada de besos. Ni un "que tal tu día". Desde el día que le había contado sus miedos y el terror que había representado su madre cuando eran niñas, D
— ¿Cómo está la princesita de Nueva York? Las palabras de su suegra hicieron que Valentina le diera una sonrisa brillante. No le hizo caso a la mirada que le dio David y le contestó con la misma saña.—Encantada. Voy a decirle a mi padre que tengo un nuevo apodo. De seguro lo adorará. —Déjala tranquila —le siseó David a Valentina cuando su madre enfiló el camino hacia la casa.—Ja, que te lo crees tú. Puedes estar seguro que si me busca las cosquillas me va a encontrar. No quería que te buscaras una novia. Pues ya la tienes. ¿Qué? También debía seguir sus patrones. Como que se quedó con las nalgas al aire. Soy buena mientras sean buenos conmigo. Y si tu madre pudiera me colgaría del asador. Venga, vamos. Hoy nada más ¿cierto? David hizo una mueca que a Valentina no le pasó desapercibida. Estaba entre dos aguas pues su progenitora querría que se pasara más tiempo y su esposa quería salir con viento fresco. —No me lo puedo creer. La próxima vez tendrás que drogarme. Esto no me pasa
—Valentina, cielo ¿dónde vas? Son las diez de la noche —David no se creía que después de semejante maratón sexual su mujer tuviera fuerzas para algo. Necesitaba descansar después del fin de semana que habían tenido. Su padre seguía en el hospital bajo el control estricto de los médicos y estaba seguro que cuando regresara a casa Victoria Spencer se encargaría de todo como si fuera un sargento de primera división.—Hubo un accidente múltiple en la Avenida Metropolitana. Están saturados. Están llamando a todos los médicos que no se encuentran en el hospital. Regreso tarde. No me esperes. David no esperaba pasarse esa fría noche de diciembre sólo. Estaban casi dormidos cuando a su esposa le había sonado el móvil. Y tenía que ser algo serio si la llamaban tan tarde. Se pasó quince minutos dando vueltas de un lado de la cama a otro. Y mientras el calor de las sábanas donde había estado su mujer se iba extinguiendo, se dijo que ya que Valentina iba a pasar una mala noche y a regresar a
—Respóndeme, David. ¿Estás hablando en serio? No lo dijiste porque todavía estás obnubilado por el deseo y los vestigios de pasión que quedan en tu sistema. Valentina había sido testigo de la frase "que no sabía dónde meterse". la estaba volviendo a experimentar. Lo vio tragar en seco para después intentar retomar la palabra una, dos tres veces. Estaba segura que si llevara una corbata le estaría apretando el cuello.— ¿Por qué no me contestas? —Volvió a preguntar después de unos pocos minutos—. Si no estabas seguro de lo que estabas diciendo para qué hablaste El suspiro de David resonó en el silencio de la madrugada como los tambores de una orquesta. —Porque pienso que es demasiado pronto y además no estimula nada mi ego que mi mujer no me haya respondido. Pero sí, te amo.— ¿Por qué parece que te están sacando una muela? Incluso rechinaste los dientes.—Puede que sea así. Eso no significa que no te ame con todas las fuerzas de mi corazón. —Yo...—No contestes por compromiso, sir
David no perdió el tiempo. Uno no podía negarse ante tal despliegue de belleza. Fue a su encuentro porque se moría de ganas de sentir piel con piel. No se podía decir que la besó. Se la comió. Metafórica y literalmente. Poco le importaron los contratos millonarios que estaban encima de su mesa y acabaron en el suelo como papel inservible. Solo le importaba su mujer. Su ángel de rojo. Su sirena. No supo si había sido el cambio de escenario, de posición o los días que llevaba sin sentirla cerquita. Pero una vez se convirtió rápidamente en dos y dos en tres. Apenas recurrían a los minutos para recuperarse para empezar de nuevo. Era pasada media noche cuando salieron de las oficinas. Esa zona estaba en silencio aunque no muy lejos de ahí se podían sentir los cláxones de varios coches. —Feliz Navidad, cariño —dijo Valentina mientras enlazaba las manos en el cuello de su marido—. Ojalá sean muchas las navidades que podamos pasar juntos.—Feliz Navidad, sirena —respondió dándole un peque
Valentina le ordenó a su cuerpo controlarse cuando sintió que sus ojos se bañaban en plata. Tiempo atrás se había prometido que no derramaría ninguna lágrima más por David Spencer. Lamentablemente a veces las emociones y los sentimientos eran incontrolables. Y en ese instante dolía más que antes porque ya conocía el amor que le tenía. Su esposo sabía que teclas tocar pues además de herirla también sabía cómo ponerla furiosa. No se podía creer que no confiara en su palabra. Aunque en cierto aspecto, mirándolo desde afuera, lo entendía. Si ella se encontrara a un hombre igual que David besando a una fulana también se hablaría en una encrucijada. S e dedicó a felicitar a toda su familia y sus amistades. Se pasó una hora conversando con su suegro por videollamada y fue testigo de cómo Victoria actuaba en lo que respectaba a su marido como un militar de alto rango. No lo dejaba hacer prácticamente nada. Y lo regañaba cada vez que se salía del carril. —Espero que mi regalo de Navidad
—Ah, pero también —fueron las palabras de Valentina cuando David le puso un pañuelo en los ojos. Eso unido a la oscuridad que ya los rodeaba le hacía tener cero visibilidad. Tuvo que hacer grandes esfuerzos para convencer a su mente de que eso era algo bueno. Que no había peligro. Como si lo hubiera convocado dio un tropezón que casi la tira de bruces contra el suelo. Si no fuera por el idiota que la agarró de la mano antes de tiempo se hubiera partido la crisma. — ¡Cuidado! Había un desnivel en el suelo. El pañuelo no la dejaba pero si hubiera podido, Valentina hubiera alzado una ceja.— ¿No me digas? ¿Se supone que me tienes que avisar antes, no después? Además hace falta que todo esto valga la pena porque hay un frío que pela el mono. Valentina escuchó el suspiro antes de escuchar la voz de su marido. —No me vas a poner las cosas sencillas ¿cierto? —David sonrió cuando vio a su esposa mover la cabeza de un lado a otro—. Te prometo que valdrá la pena. Y si no sirve de nada tengo