Capítulo 1:

Un año atrás

—Te están esperando en el ala tres, Valentina. El tipo es un papacito, pero tiene un carácter de mil demonios.

—No me digas —expresó levantando las cejas de forma irónica. Siempre le dejaban los pesados a ella. Su carácter afable hacía sentir bien a los pacientes y siempre acababa convenciéndoles de que era necesario un medicamento o que estuvieran más tiempo ingresados. Pero llevaba un día de lo peor y estaba a soltar cuatro gritos.

La urgencia del autobús lleno de heridos la había tenido corriendo de un lado para el otro. Había dado demasiadas órdenes en pocos minutos pues muchos se habían quedado paralizados al saber que eran prácticamente niños. No se podían pensar más de adolescentes de entre doce y catorce años.

Valentina agradecía que no hubieran perdido a ninguno. Aunque eso era una de las consecuencias de su trabajo. Amaba ser médico, lo había hecho desde niña cuando curaba a su hermana o vendaba las heridas de su abuelo. Pero en el momento exacto que tenía que informar a un familiar de la pérdida de un paciente, el mundo se le caía encima.

No se arrepentía de lo que había hecho para llegar hasta ahí y nunca lo reconocería delante de su padre, pero en esas ocasiones daría cualquier cosa por haber estudiado económicas. Algo en lo que también era extremadamente buena y era menos complicado que informar de la muerte de alguien o tratar con personas con mal humor.

—Buenas días —dijo nada más llegar a donde estaba el caso del que le habían comunicado.

—Quiero el alta, señora. Estoy cansado de pedirla. Esto no es más que un rasguño de nada. Tengo un montón de cosas que hacer y aquí me están haciendo perder el tiempo.

—No seas majadero, David. Estoy al atarte a la cama. —Se escuchó una nueva voz desde la esquina. Valentina alzó la mirada del historial para encontrarse a dos de los hombres más guapos que había visto en su vida.

Parecían galanes de esos que salían en las novelas turcas que ella y Valeria veían en sus escasos tiempos libres. Parecían cincelados a pincel. Cada rasgo. Cada sombra. Cada pulgada.

El que estaba parado en un rincón estaba cerca de los uno con noventa centímetros. Tenía el cabello rubio y los ojos de un azul cielo. Su traje hecho a medida mostraba un cuerpo tallado por un escultor. Se podían apreciar sus bíceps cada vez que doblaba los brazos en un gesto de total desesperación con el hombre que estaba acostado en la cama. Pero a pesar de lo guapo que muchas lo podían considerar, no era para nada su tipo. Quizás lo era de Angélica, su mejor amiga. Pero a ella le gustaban los trigueños. Aunque sabía admitir la belleza aunque no tuvieran el cabello negro.

Sin embargo cuando su vista se dirigió hacia el otro lado su corazón se aceleró, la sangre corrió más rápidamente por sus venas y tuvo que hacer grandes esfuerzos para que no percibieran que se le había entrecortado la respiración.

Unos ojos negros tan oscuros como una noche sin luna la miraban sin ningún disimulo. Por su complexión se podía apreciar que era tan alto como su amigo. Tenía el cabello como las alas de un cuervo y una tableta de chocolate en la que se podía planchar.

"Pero que comían por Dios" fueron sus pensamientos. Le hacía mucha falta tener un ligue si estaba fantaseando con sus pacientes. Su hermana se lo había aconsejado. Que se soltara un poco, pero no estaba en su naturaleza ser así. Necesitaba un mínimo de conocimiento y afecto hacia alguien para poder desmadrarse, aunque era consciente que su carrera era muy estresante y que muchos doctores y enfermeras ya se sabían todos los cuartos de limpieza.

—No me escuchó, señora. Quiere dejar de estar en los laureles y prestarme atención de una m*****a vez. Quiero firmar el acta voluntaria.

—En primer lugar —Si el susodicho había pensado que se quedaría callada que esperara sentado. Nadie la mangoneaba. Y eso que su madre lo había intentado por años—, no es señora, si no señorita. En segundo, es insultante que lo que tenga de guapo lo tenga de maleducado. Así nunca encontrará una mujer para casarse. Y en último lugar, usted no se va a marchar de aquí. Por lo menos no en mi guardia. Y no con un brazo roto por tres lugares.

El extraño solo parpadeó mientras el rubio hacía de todo para ocultar una carcajada. Al parecer nunca le habían plantado cara. Nadie se imaginaba lo liberador que eran los no.

—Ahora si me explica lo que le sucedió puede que desaparezca de su vista antes de lo que piensa —argumentó revisándolo como toda una profesional.

—Me caí por las escaleras —habló entre dientes—. Rodé varias veces. Cuando llegué al descansillo del primer escalón todo mi peso cayó sobre el brazo.

Eso le daba a entender muchas cosas. Como los morados que recorrían su torso.

—Pero tengo una reunión muy importante. Necesito...

Valentina levantó su mano para hacerlo callarse. Ese hombre era un obseso del trabajo y no se daba cuenta que la salud era lo más importante.

—Mire no creo que perder está reunión le quita algún millón.

—Pues fíjese que sí. Perdería cuarenta millones. Así que haga lo que le digo.

—Como le iba diciendo —continuó sin hacer caso a su exabrupto— lo que necesita con urgencia es un yeso que lo inmovilice desde la mano hasta el hombro. Y un escáner de Rayos X que me diga que no tiene ninguna hemorragia interna.

—Doctora...

— ¿David, cierto? —lo interrumpió cuando vio que iba a volver a hablar y conectó sus miradas— Deje de ser un niño y actúe como un hombre. Esto no es una bobería ni un rasguño de nada. Si sus huesos no soldan bien le quedará una deformación de por vida. No podrá volver a utilizar la mano con facultad. Solo será un muñón inservible. ¿Quiere eso?

—No.

—No sé en que trabaja. Pero nuestros brazos son muy útiles en muchas situaciones. Ambos brazos. Por algo la naturaleza no dio dos. Trataré de ser lo más rápida posible pero las cosas se harán a mi manera. Debería mandar a su amigo a esa reunión. Le prometo que se quedará en muy buenas manos.

—No lo consideres más. Me encargo yo. Estaré aquí pronto.

El rubio se marchó dejando un silencio demasiado grande en la habitación. Ese hombretón no dejaba de mirarla y por primera vez en su vida Valentina se sintió nerviosa en su área de trabajo. Por lo que la llamada que recibió fue muy bienvenida.

—Hola, tesoro.

—Hola, papá. Estoy ocupada.

—Localiza a tu hermana. No me coge el dichoso teléfono. Y es algo de importancia, Tina.

—Los padres son un incordio a veces ¿verdad? —dijo David cuando colgó.

—Los hermanos más aún —respondió Valentina detrás de una sonrisa. Cuando su paciente se la devolvió su cerebro hizo cortocircuito.

"Pero que le pasaba con ese hombre. Ni que nunca hubiera tenido novio"

—Necesito el cubículo dos —ordenó a una enfermera que pasaba cuando sus pensamientos volvieron a su cauce—. Y una silla de ruedas.

—Puedo caminar. Ni que estuviera inválido.

—Deje de hacerse el gallito. Cuando se que se está retorciendo de dolor.

— ¿Algo más, doctora Cronwell?

—Sí, un sedante. Y que sea fuerte.

— ¿Pero que estás diciendo, loca? No se suponía que ibas a enyesarme y ya está —gritó David cuando la enfermera los dejó solos.

Y todo por unas goticas de agua. Iba a matar a su ama de llaves, pero llevaba tantos años con él que hasta regalaría le costaba trabajo. Ese debería haber sido un día importante. Un día que cambiaría sus vidas. Lo que lo impulsaría y los haría salir del hueco en el que llevaban estancados dos años. Pero había empezado con el pie izquierdo.

Cuando se había quedado con la espalda en el suelo y los ojos pegados al techo le había costado hasta lo último de sus fuerzas poder llamar a Peter. Se había alegrado que a pesar de todas las vueltas el móvil no se hubiera salido de su bolsillo. En caso de haber sucedido no se imaginaba como iba a poder levantarse del suelo. A partir de ahí todo había ido de mal en peor.

Empezando por la ambulancia y terminando por esa pelirroja tan bella que le había tocado por doctora. Si estuviera en perfectas condiciones hasta la habría invitado a un café. Se veía que lo necesitaba. Y eso que apenas eran diez de la mañana.

—Tengo que enderezarte los huesos, comprobar que no están astillados y regresártelos a su lugar. Te va a doler. Te lo puedo asegurar. Y más que los hombres tienen cero tolerancia al dolor. Estoy tratando de hacérselo más sencillo.

—Lo dices por experiencia.

—No. Nunca me he roto ningún hueso. Pero mi hermana sí. Lo he sentido como propio.

— ¿Y eso por qué?

—Nunca has oído hablar del extraño vínculo entre hermanos gemelos. Pues eso.

—Así que tienes una doble.

—Solo en apariencia.

—Esa que tu padre te dijo que localizaras.

—La misma. Pero Ria tiene la mala costumbre de meterse en su mundo cuando está con un cliente. Ni siquiera a mi me contesta el teléfono.

—Pues debería. Y si sucediera algo malo —Valentina sonrió ante sus palabras. Estaba tan entretenido que ni siquiera había notado al celador con la silla de ruedas.

—Tenemos nuestros trucos. Y lo de papá no es tan importante. Si no estaría en la puerta esperándome. —Se sorprendió cuando al ayudarlo a ponerse de pie vio que le sacaba un buen tramo. Ella no era pequeña. Pero a su lado se sentía diminuta y por alguna extraña razón también protegida.

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