Esas palabras fueron un balde de agua fría. Más aún que la que estaba cayendo a su alrededor. David se apresuró a entrar en el auto y se olvidó completamente de la caballerosidad que le habían enseñado de pequeño. Valentina tuvo que abrirse ella misma la puerta. Estaba calada cuando entró, él muy gilipollas se había llevado la sombrilla y la había dejado parada en medio de la lluvia. De lo único que se alegró fue que su traje y las gotas de su pelo le mojaran el tapizado del coche. Ese día no había ningún deportivo. Si no una camioneta de última generación. Y lo sabía porque Valeria era fanática de todo tipo de autos y la obligaba a ver cuánto documental saliera en la televisión. Pero en ciertas ocasiones era muy útil, como cuando se había quedado varada en las afueras de Connecticut en una carretera solitaria. De no ser porque ella misma sabía como cambiar una rueda sin perder la gracia. Y en tacones además. Por eso sabía que el coche donde estaba sentada tenía un motor con cinco
Once meses después. Valentina estaba preparando el café cuando Valeria entró en la cocina. Estaba medio dormida. Y si no fuera porque la conocía tan bien como se conocía a sí misma, diría que estaba borracha por las eses que estaba haciendo su cuerpo. Pero en toda su vida Valeria jamás se había emborrachado por lo que sus zigzagueos no eran más que la consecuencia de una mala noche. Malas noches que se habían vuelto demasiado frecuentes desde que ella se había marchado de Nueva York a Bruselas. No se sabía que las había desencadenado. Pero después de cada noche soñando y dando vueltas de un lado para el otro, Valeria amanecía con los ojos rojos de haber llorado dormida y con un dolor de cabeza abismal. Valentina ya le había hecho varios exámenes y chequeos y todos arrojaban el mismo resultado: estaba en perfectas condiciones. Y si no fuera por lo mal que pasaba su hermana las mañanas después de cada episodio, apostaría todo lo que tenía que estaba fingiendo. — ¿Qué soñaste esta
Valentina no sabía que estaba latiendo más rápido, si su corazón o el fuerte dolor de cabeza que le estaba nublado la vista. No había preguntado nada. La mirada de resignación de su padre era más que suficiente para confirmar sus sospechas. — ¿Qué rayos, papá? ¿Es el día de los inocentes o algo parecido? Esto es una broma de muy mal gusto —afirmó Valeria. "No. Nada remotamente parecido" pensó Valentina. Ria a pesar de ser una de las mejores abogadas de Nueva York no conocía las expresiones de su padre como la hacía ella. No le gustaban los números como le fascinaban a ella. Bancarrota podía tener un significado sencillo para muchas personas, pero sabía, ella sabía, que había mucho más de trasfondo. No solo habían perdido la empresa si no también todas sus filiares. Esas que estaban regadas por todo el mundo. Habían perdido la casa familiar, la cabaña en Aspen y la inmensa mansión que tenían en una de las islas del Caribe. Un patrimonio valorado en más de 300 millones de dólares.
— ¿Casarme? —preguntó bajando los brazos y conectando su mirada con la de su padre. Era algo tan ridículo que carecía de sentido. No estaban en la edad media por amor del cielo. Donde los matrimonios concertados estaban a la orden del día. Fernando negó con la cabeza quitándole importancia al asunto.—Olvídalo, pequeña. Nunca te pediría que hicieras semejante sacrificio. Esa es tu decisión. Elegir con quien pasarás el resto de tu vida.— ¿Por qué lo sugeriste entonces? ¿Por qué motivo ponerme la idea en la cabeza? ¿Por qué yo y no mi hermana? Al fin y al cabo somos dos gotas de agua.—En apariencia. Bien sabes que en carácter son bien distintas. Además de que eres la mayor y que siempre das la cara por ella. Siempre la estás defendiendo, Tina. No me sorprendería que si se me ocurriera decírselo, al final sería tu respuesta la que obtendría. —Me conoces muy bien, papá. ¿Puedo pensarlo? Sé que es una opción pero me gustaría considerar otras. Como también se que lo que sugieres es arc
Valentina hizo lo que nunca en su vida había hecho. Faltar al trabajo por algo que no era urgente. Aunque la urgencia dependía del punto de vista de donde se mirara. Era cierto que no era un asunto de vida o muerte, pero de esa decisión dependía la vida de muchas familias incluyendo la suya propia. Así que pidió un favor a un antiguo amigo del colegio y se encontró frente a frente, a las puertas de uno de los bancos más prestigiosos de Nueva York. Se arregló un poco su aspecto en el reflejo de los cristales aunque esos pelos de loca no se los quitaba nadie. Había tenido que arañar para tener una cita con el presidente de la corporación, porque si de algo estaba cien por cien segura, era que nadie jamás iba a decirle como tenía que encaminar su vida. Las decisiones las tomaba ella y si había arrepentimientos o consecuencias, era ella quien los asumiría. Respiró hondo antes de entrar y se dio ánimos a sí misma. Al fin de cuentas muchas veces las cosas salían mejor de lo planeado.
Valentina y Fernando se encontraron en el bar de siempre. Ese que era un lugar para relajarse de las labores del día y a la misma vez un restaurante familiar. Siempre iban ellos y Valeria. Bianca ponía la misma excusa una y otra vez: era un lugar demasiado humilde para su estatus. Sin embargo En esa ocasión su gemela no los acompañaba. —Cielo —intentó hablar Fernando pero ante la mano alzada de su hija se detuvo. Valentina no quería agradecimientos, ni palabras que le recordaran su sacrificio. No quería nada. Solo que el tiempo brincara y olvidarse de esos días que estaban siendo una verdadera porquería. —No me digas nada con respecto a ese tema, papá. Me temo que mientras más hable del asunto, más valor voy a perder. Así que solo te pido dos cosas: Que Valeria no se entere de todo esto —dijo exasperada con los brazos en jarras. Sabía que si su gemela supiera el paso que estaba a punto de dar, no la dejaría continuar— y que me hagas la boda de mis sueños. Ya que me voy a casar que
Las temperaturas habían descendido abruptamente. Y aunque causar sensación era algo que planeaba hacer, Valentina no quería ser víctima de una hipotermia. Colocó un abrigo de color borgoña encima de sus hombros y se encaminó a la puerta de su cuarto. No sin antes darse una mirada en el espejo. Su rostro estaba maquillado delicadamente, resaltando sus ojos que era el rasgo más llamativo que tenía. Las trenzas de su cabello la hacían parecer una doncella medieval y los altos tacones la hicieron sentir poderosa. Valeria la estaba esperando en el salón. Un vestido plateado marcaba cada curva de su figura. Valentina sonrió a su gemela e hizo una mueca de obstinación ante la foto que Valeria le obligó a posar. Era tradición. Guardar el recuerdo siempre que asistían a un evento juntas. —Di queso —la pellizcó en el brazo ante la seriedad que había en su rostro.—Oye. Ria si me sale un moratón la tendremos buena. Porque puedes estar segura que pienso devolvértelo.—Tú nunca me harías daño.
Valentina dejó de bailar aún cuando los demás a su alrededor seguían los compases de la música. Buscó la mirada de David y la frialdad que detectó en esas oscuras profundidades le erizó los vellos de la piel. —Sonríe —gruñó ese desconocido. Se había dado cuenta que no conocía realmente al hombre que estaba parado frente a ella— No querrás que tu hermana que te está mirando con ojos de águila, sospeche ¿verdad?—Yo... yo... necesito tomar aire —Valentina se conocía. Además del conocimiento que había adquirido a lo largo de los años que la habían llevado a ser la primera de su promoción. Le faltaba poco para perder la conciencia. La esquina de su mirada se estaba oscureciendo rápidamente.— ¿Puedes caminar? —fue la pregunta que escuchó en la lejanía. No estaba segura. Aunque tampoco estaba segura de si había respondido o no. Sintió un apretón fuerte en la cintura y como la sacaban del salón. El murmullo quedó atrás. Los brillantes vestidos fueron sustituidos por las paredes metálicas