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— ¿No podías tratar mejor a mi hermano? Te recuerdo que ahora también es tu familia.—Tu hermano es un entrometido. Mira que tener cara y decirme que clase inversión habías hecho. David estrujó los dientes y sus nudillos se pusieron blancos con la fuerza que apretó el volante. Nunca había imaginado casarse con tan sólo treinta y tres años. La vida era muy bella y demasiado corta para atarse a una misma persona para siempre. Sin embargo la oferta de Fernando Cronwell había sido demasiado tentadora. El impulso que había necesitado para levantar sus alas y emprender vuelo. Aunque la consecuencia fuera que se había casado hace menos de una hora con la diabólica mujer que estaba a su lado. Una mujer que había aprendido a odiar.—Y no sé porqué —continuó Valentina completamente ajena a los pensamientos de su esposo—. No hay nada digno en comprar una novia.—Ya está bien —expresó airado—. No te obligué a firmar nada. Tú hiciste todo, firmaste todo por voluntad propia.—No me jodas, David. La empresa de mi padre se hubiera ido directo a la bancarrota. No me dejaste opción ninguna.—Quien iba a decir que una médico cirujana tan reputada tuviera un lenguaje tan colorido. Si les hablas así a tus pacientes no dudo que saldrán corriendo. Valentina le hizo un corte de mangas sin disimular su enfado. Lo de la simulación del matrimonio ante doscientos invitados lo pasaba. La falsa luna de miel era algo intolerable. Por qué motivo o razón tenían que estar en un hotel en medio de la nada especializado en recién casados cuando ambos sabían que todo eso era una pantomima. Podían haber engañado a la prensa, a los cientos de comensales que habían asistido a su banquete de bodas, incluso a Valeria, su gemela idéntica, de que estaban profundamente enamorados, pero no dejaba de ser mentira. Y eso era algo absolutamente innecesario.—Necesitamos conocernos, Valentina. Ambos hemos cambiado en este año —declaró David más calmado. Que ambos tuvieran el genio subido a la enésima potencia no ayudaba en nada a la situación. Si se ponía en los zapatos de su mujer entendía su posición, pero había oportunidades en la vida que había que cogerlas con ambas manos y no dejarlas escapar. Esas oportunidades que tocaban la puerta una sola vez.—No quiero conocerte más. Lo que hasta ahora me has mostrado no me gusta ni un pelo. Ten por seguro que no quiero repetir la experiencia.—Pues el sentimiento no es mutuo, sirena. No imaginas las ganas que tengo de saber si las curvas que muestra tu ropa son reales o solo mera fantasía. —David le dijo el apodo sin pensar. El sobrenombre que le había puesto cuando se conocieron, pero que hacía un año no pronunciaba. Siendo completamente sincero, Valentina Cronwell con ese pelo rojo vino, ese cuerpo de guitarra y esos extraordinarios ojos, le recordaba a las míticas mujeres pez. Esas que podían hacer que un marinero perdiera completamente la cordura y encallar su navío contra un arrecife. Valentina entrecerró los ojos antes de expresar:—Primero muerta, sabes. Primero muerta antes de dejar que las manos de un hombre que considera a las mujeres como simples trámites comerciales, me toque.— ¡Oh no! No debiste hacer eso, cariño.— ¿El qué? —Por primera vez desde que habían iniciado esa discusión que no se sabía si era una nueva o solo continuación de todas sus anteriores disputas, Valentina se mostró precavida. Se había adentrado en lugares desconocidos y a su parecer había dejado de ser la cazadora para convertirse en la caza.—Me encantan los retos. Nunca digo que no a ninguno. Y tú. Tú acabas de servirme uno en bandeja de plata. Y te advierto algo, sirena: David Spencer nunca pierde una pelea. Jamás.— ¿Y quién te ha convencido que yo sí, gilipollas? Uno no se convierte en una de las mejores cirujanas del país sin saber luchar. Te puedo asegurar que los residentes son verdaderos demonios.—Entonces ¿tenemos un trato, sirena? —preguntó David mientras extendía una mano para cerrar sus palabras. Aunque lo que de verdad anhelaba era besar esos labios rojos y hundirse en ese cuerpo de pecado. Valentina sospesó los pros y los contra, recordando el otro trato que habían hecho toda una vida atrás. Había pretendido dejar todo claro desde el principio y ella misma había caído en la trampa que le había tendido. No podía criticar a su oponente al utilizar las ventajas que ella había dejado a su espalda sin haberse percatado. Eso le hablaba de alguien audaz. Alguien que no se dejaba gobernar por las circunstancias si no que hacía que se adaptaran a él. Le gustó ese aspecto. Aunque jamás su boca lo diría en voz alta. Tampoco dejaba de admitir que ganar esa apuesta le bajaría varios grados el ego a su marido. Y se moría por verlo de rodillas. Suponía que estaba en la fase de la venganza. Había pasado por la negación, por la vergüenza, por la ira. Podía tenerlo a sus pies y después darle la patada. Solo para demostrarle que había hecho muy mal al pedir su mano como condición de ayudar a su padre. Sin meditarlo más, se decidió. Era hora de dejar el juego y convertirse en una verdadera reina.—Tenemos un trato, marido. Prepárate para morder el polvo.—No así no —David no había acabado de hablar cuando unió sus labios en un beso voraz, pero demasiado rápido. Como mismo empezó concluyó, pero no habían establecido las reglas por lo que podría jugar todo lo sucio que le diera la gana—. A falta de papel y pluma. Quiero un beso.—No sabía que fueras un tramposo.—En la guerra y en al amor, todo se vale. Ese fugaz beso los había hecho entretenerse. No había peligro de accidente pues eran pocos los coches que se desviaban por ese camino pero no los hizo darse cuenta del despeñadero que había delante.— ¡CUIDADO! —gritó Valentina sin pretenderlo. Pero fue demasiado tarde para ajustar el control del auto. Salió de la carretera. Solo para caer en las frías aguas que había varios metros al fondo. Todo se sintió pesado antes que la oscuridad reclamara a sus dos ocupantes.Un año atrás —Te están esperando en el ala tres, Valentina. El tipo es un papacito, pero tiene un carácter de mil demonios. —No me digas —expresó levantando las cejas de forma irónica. Siempre le dejaban los pesados a ella. Su carácter afable hacía sentir bien a los pacientes y siempre acababa convenciéndoles de que era necesario un medicamento o que estuvieran más tiempo ingresados. Pero llevaba un día de lo peor y estaba a soltar cuatro gritos. La urgencia del autobús lleno de heridos la había tenido corriendo de un lado para el otro. Había dado demasiadas órdenes en pocos minutos pues muchos se habían quedado paralizados al saber que eran prácticamente niños. No se podían pensar más de adolescentes de entre doce y catorce años. Valentina agradecía que no hubieran perdido a ninguno. Aunque eso era una de las consecuencias de su trabajo. Amaba ser médico, lo había hecho desde niña cuando curaba a su hermana o vendaba las heridas de su abuelo. Pero en el momento exacto que tenía
— ¿Eres la jefa aquí, doctora? —preguntó David cuando por enésima vez los detuvieron para preguntarle algo a la mujer que empujaba sin ningún esfuerzo la silla de ruedas. Se sentiría un inútil si el dolor del costado y de su brazo no le estuvieran dando tanta lata. No podía quejarse, pero jamás se ponía enfermo. Y como un ciudadano perfectamente sano había visitado muy pocas veces cualquier hospital. No estaba acostumbrado a que velaran por él. Desde muy pequeño había sido demasiado independiente y le gustaba todo hacerlo por sí mismo. —Soy la jefa del área de cirugía. Así que la respuesta a tu pregunta es un rotundo sí.—Pero ni siquiera llegas a la treintena. ¿Cómo es eso posible? Los médicos se pasan la vida entera estudiando.—Por mi padre. Nunca nos obligó a estudiar nada. Incluso hubiera sido feliz si nos quedábamos en casa como dos inútiles. Pero al elegir una carrera nos exigió ser las mejores. Hay oportunidades que se deben aprovechar y todo se aprende más rápido cuando se
No se podía decir que la cafetería de frente al hospital fuera el lugar más romántico del mundo. Pero no había otra para un convaleciente vestido con el uniforme de paciente. El amigo de David no había llegado aún por lo que no había ninguna ropa a parte de la que traía puesta. Buscaron una mesa apartada dentro del abarrotado local. La encontraron al fondo, en el rincón más alejado. El lugar estaba adornado con cosas de los ochenta que le daba ese aire antiguo pero a la vez acogedor. Y ciertamente a pesar de todas las personas que atendían diariamente no se notaba ni siquiera una mota de polvo. El sitio relucía como el brillo de un diamante de unos cuantos quilates. David se comportó como todo un caballero. Jaló la silla hacia atrás para que se sentara. Al fin de cuentas que todavía sintiera el cuerpo un poco entumecido debido a los grandes hematomas que dibujaban su torso no era sinónimo para no comportarse como todo un galán. Su madre siempre se lo recordaba "lo cortés no quit
Durante una semana Valentina no supo nada de David. Nada de forma presencial. Sin embargo en su despacho siempre la estaba esperando una docena de rosas rojas. Todos los días. En la tarjeta no venía nada más que dos iniciales en una caligrafía corrida. Y si no fuera porque la letra era la misma podía afirmar que estaba a merced de un loco. Un loco endiabladamente guapo. Y aunque eso siempre lo había considerado una cursilería, no había mujer en la tierra que no se sintiera conmovida y muy femenina ante la belleza de esas flores. Una sonrisa se dibujó en su cara cuando al entrar vio nuevamente el jarrón lleno. Sin ningún hueco o espacio. Eso le alegró el día. El fin de semana ni había sido lo esperado. La cena de todos los domingos en casa de sus padres había vuelto a acabar en discusión. Su madre nunca les había demostrado mucho amor. A lo largo de su vida las muestras de cariño habían sido escasas. Valentina no recordaba ninguna vez, ni siquiera haciendo un esfuerzo y buscando
Valentina gimió cuando se dio cuenta del motivo por el que David había detenido el auto. Estaban en un atasco monumental. Ese día no tenía programada ninguna operación, solo era papeleo extra. Y si surgía algo inesperado cualquiera de sus colegas podía encargarse. Por eso se había permitido un lugar más alejado que de costumbre. Un lugar que creara nuevos recuerdos en la mente de ambos. Que se considerara una nueva aventura. Sobre todo porque se aproximaban tiempos complicadas. Tiempos en los que lo separaría sería un océano y no unas cuantas calles. —Tenemos que hablar —expresó convencida, sabiendo que no tendría otra oportunidad como esa. Donde nadie los interrumpiría y ninguna podía buscar la salida más fácil: no enfrentarse al problema. —Esas palabras nunca han sonado bien cuando se pronuncian.—Lo digo en serio.—Yo también. Podemos emplear mejor el tiempo que con vana palabrería. —David no terminó de hablar cuando unió sus labios. Un beso para hacerla callar. Algo suave, senc
Esas palabras fueron un balde de agua fría. Más aún que la que estaba cayendo a su alrededor. David se apresuró a entrar en el auto y se olvidó completamente de la caballerosidad que le habían enseñado de pequeño. Valentina tuvo que abrirse ella misma la puerta. Estaba calada cuando entró, él muy gilipollas se había llevado la sombrilla y la había dejado parada en medio de la lluvia. De lo único que se alegró fue que su traje y las gotas de su pelo le mojaran el tapizado del coche. Ese día no había ningún deportivo. Si no una camioneta de última generación. Y lo sabía porque Valeria era fanática de todo tipo de autos y la obligaba a ver cuánto documental saliera en la televisión. Pero en ciertas ocasiones era muy útil, como cuando se había quedado varada en las afueras de Connecticut en una carretera solitaria. De no ser porque ella misma sabía como cambiar una rueda sin perder la gracia. Y en tacones además. Por eso sabía que el coche donde estaba sentada tenía un motor con cinco
Once meses después. Valentina estaba preparando el café cuando Valeria entró en la cocina. Estaba medio dormida. Y si no fuera porque la conocía tan bien como se conocía a sí misma, diría que estaba borracha por las eses que estaba haciendo su cuerpo. Pero en toda su vida Valeria jamás se había emborrachado por lo que sus zigzagueos no eran más que la consecuencia de una mala noche. Malas noches que se habían vuelto demasiado frecuentes desde que ella se había marchado de Nueva York a Bruselas. No se sabía que las había desencadenado. Pero después de cada noche soñando y dando vueltas de un lado para el otro, Valeria amanecía con los ojos rojos de haber llorado dormida y con un dolor de cabeza abismal. Valentina ya le había hecho varios exámenes y chequeos y todos arrojaban el mismo resultado: estaba en perfectas condiciones. Y si no fuera por lo mal que pasaba su hermana las mañanas después de cada episodio, apostaría todo lo que tenía que estaba fingiendo. — ¿Qué soñaste esta
Valentina no sabía que estaba latiendo más rápido, si su corazón o el fuerte dolor de cabeza que le estaba nublado la vista. No había preguntado nada. La mirada de resignación de su padre era más que suficiente para confirmar sus sospechas. — ¿Qué rayos, papá? ¿Es el día de los inocentes o algo parecido? Esto es una broma de muy mal gusto —afirmó Valeria. "No. Nada remotamente parecido" pensó Valentina. Ria a pesar de ser una de las mejores abogadas de Nueva York no conocía las expresiones de su padre como la hacía ella. No le gustaban los números como le fascinaban a ella. Bancarrota podía tener un significado sencillo para muchas personas, pero sabía, ella sabía, que había mucho más de trasfondo. No solo habían perdido la empresa si no también todas sus filiares. Esas que estaban regadas por todo el mundo. Habían perdido la casa familiar, la cabaña en Aspen y la inmensa mansión que tenían en una de las islas del Caribe. Un patrimonio valorado en más de 300 millones de dólares.