No se podía decir que la cafetería de frente al hospital fuera el lugar más romántico del mundo. Pero no había otra para un convaleciente vestido con el uniforme de paciente. El amigo de David no había llegado aún por lo que no había ninguna ropa a parte de la que traía puesta.
Buscaron una mesa apartada dentro del abarrotado local. La encontraron al fondo, en el rincón más alejado. El lugar estaba adornado con cosas de los ochenta que le daba ese aire antiguo pero a la vez acogedor. Y ciertamente a pesar de todas las personas que atendían diariamente no se notaba ni siquiera una mota de polvo. El sitio relucía como el brillo de un diamante de unos cuantos quilates. David se comportó como todo un caballero. Jaló la silla hacia atrás para que se sentara. Al fin de cuentas que todavía sintiera el cuerpo un poco entumecido debido a los grandes hematomas que dibujaban su torso no era sinónimo para no comportarse como todo un galán. Su madre siempre se lo recordaba "lo cortés no quita lo valiente".—Entonces, sirena ¿Me puedes decir tu nombre real? Aunque debo admitir que me encanta ese apodo. Te pega.—Valentina —dijo extendiendo su delicada mano. Un choque de energía los recorrió a ambos cuando sus manos entraron en contacto—. Valentina Cronwell. O tu martirio personal. Cualquier cosa que uses está bien. A fin de cuentas esto no es algo común. Vendrás dos o tres veces al mes para revisar tus lesiones. Y cuando te hayas curado definitivamente, te irás sin mirar atrás.—No pongas palabras en mi boca que no he dicho, Valentina —pronunció David su nombre por primera vez. Quiso volver a decirlo para ver si no había sido un espejismo que supiera tan dulce como la miel en sus labios, pero ese comportamiento haría que su increíble doctora lo encerrara en el área de psiquiatría—. Sé que es muy temprano para hacer suposiciones pues no me conoces, pero tengo intención de que eso cambie...—Disculpen la demora —expresó una camarera algo fatigada—. El local se encuentra en una hora pico y está abarrotado. Ya saben lo que van a pedir.—Sí, por favor. Me trae un refresco de cola bien frío y un sándwich de jamón york y queso rallado. Ah, le quita la lechuga.—Ya lo sé, doctora. No es desconocida para nosotros. Esa orden nos la sabemos de memoria. Sin lechuga. Siempre. Y usted ¿qué desea? —preguntó girándose hacia el guapo hombre que estaba en el otro lado de la mesa.—Un café bien cargado.—No deberías —protestó Valentina—. Acabas de tomar analgésicos muy fuertes y el café por mucho que nos guste adornarlo, es otra droga más.—Te recuerdo, sirena, que me acaban de dar de alta. Necesito un subidón —continuó hablando incluso cuando vio los intentos de Valentina por volver a retomar la conversación— y tú no eres mi doctora. Le diste mi caso a otro médico. Así que señorita me trae un café. Con crema y leche.— ¿Eres así de dramático para todo? —increpó Valentina cuando vio que la mujer se iba para cumplir sus órdenes—. Te pusiste la mano en el corazón cuando mencionaste que le había cedido tu caso a otro. Como mismo planeaste al principio de esta conversación, no nos conocemos. Así que no entiendo como podría molestarte lo que hice.—No lo sé. Pero soy muy bueno calando a la gente. Pensé que eras de esas personas que siempre tomaban las oportunidades cuando la tenían delante. De esas que se mantenían firmes en su decisión aunque el mundo se tambaleara. Y por el repaso que me diste el primer día, quise creer que te interesaba.— ¡Wow! Y todo eso lo sabes porque compartiste dos horas de mi tiempo. ¡Vaya sexto sentido tienes! Sabes lo que creo —Esperó que David asintiera para continuar. Nada mejor que crear expectación—. No eres más que un niñito consentido que se encaprichó con un juguete. Y como se lo quitaron está a punto de montar una pataleta. Puede que haya mostrado interés en ti pues como sabes bien eres una delicia para la vista, pero para estar tan interesado tienes comiendo de la mano a tres doctoras y cuatro enfermeras. David entrecerró los ojos al mismo tiempo que una sonrisa se empezaba a formar en su boca. Nadie diría que esos dos gestos tendrían algo en común. Pero en el rostro de ese hombre lo hacían aún más guapo.—Touché, sirena, touché —Ambos agradecieron a la camarera y vieron como se marchaba con rapidez—. Creo que me cogiste con las manos en la masa. Pero no me puedo negar a mi sex appeal. Está en mi forma de ser comportarme como un caballero con las damas.—Yo diría Don Juan —interrumpió Valentina mientras le daba una poderosa mordida a su pedazo de pan tostado con queso derretido. No pudo evitar el gemido que salió de sus labios pues estaba muerta de hambre. Pero por cerrar los ojos se perdió también la mirada cargada de deseo que David lanzó en su dirección y como se removió incómodo en la silla.—Bueno, como iba diciendo —retomó David—. Mis prioridades han cambiado un poco este año. Aunque con treinta y dos estoy en la flor de la vida. Mi madre no deja de atosigarme con que le dé nietos... Valentina escupió el trago de refresco sobre su acompañante. Ni siquiera pudo retenerlo. Fue ponerse a hablar de niños y pensar lo guapos que ese hombre los haría y la soda se le había ido por otro sitio. Le salió hasta por la nariz al mismo tiempo que un fuerte ataque de tos sacudió su cuerpo.— ¡Por el amor de Dios, sirena! —exclamó mientras le daba breves palmaditas en la espalda. Verse lleno de pintas negras era algo bochornoso. Sin embargo todo eso había quedado atrás al ver que la mujer que tenía delante se ponía del mismo color que su cabello. Y en esa piel tan blanca parecía que le estaban prendiendo fuego. Pero había cometido un error monumental. Valentina se había quitado su bata de especialista. Su vestido azul oscuro dejaba gran parte de su espalda afuera. Y cuando la había tocado mil voltios le habían frito el cerebro. Tocar su mano era una cosa. Tocar su espalda era otra. Así que cuando vio que se recuperaba un poco no pudo evitar pasar las puntas de sus dedos en una caricia. Más suave. Más tentadora. Esa dichosa mujer se estaba metiendo rápidamente en su sistema. Por no decir lo apretado que se sentía su pantalón de pijama a pesar de ser una tela suelta.— ¿Estás mejor? —preguntó cauteloso. La preocupación se podía escuchar en cada una de sus palabras. No se podía negar que la deseaba, pero prefería mil veces que se muriera de placer entre sus brazos y no de un infarto porque no le llegaba suficiente sangre a la cabeza por falta de oxígeno.—No pretenderás que sea yo quien te dé a los chamacos ¿verdad? Porque paso.— ¡Qué va! —La cara de susto que puso a Valentina la mosqueó un poco. Mucho se empleaba mejor. Ella era un excelente partido aunque eso no se lo pensaba decir. Si él no relacionaba su apellido ella no sería la que marcaría el disparo de salida—. Lo que iba a decir era que quiero disfrutar de este año. El próximo debo cumplir con mi madre. Sé lo prometí. Si al menos no hijos, si una prometida casi novia. Esas cosas me han hecho ser más selectivo. Menos inmoral, por decirlo de alguna forma.— ¿Eras tan promiscuo?—Soy un hombre joven. Estoy disfrutando de la vida. No me digas que aparte de doctora también eres monja.—Pues no. He tenido mis buenos líos, pero siempre cuidándonos el uno al otro. No me extrañaría que tuvieras algún hijo regado por ahí.—Que me gusten los placeres carnales no significa que deje atrás la gomita. Así que despreocúpate. Lo que quería proponerte es un mes. De tratos, roces. De amistad. Y de sexo ocasional ¿por qué no? Ambos somos adultos y nos atenemos. Deberíamos llevarlo a algo más serio y más profundo. Entonces, ¿tenemos un trato? Valentina no pudo responder. El busca que siempre traía consigo se iluminó de rojo. Salió hecha un vendaval de la cafetería. Nadie imaginaría que una mujer se vería tan sexi corriendo con tacones y sin tropezar ni una sola vez. Sin embargo la doctora Valentina Cronwell no podía lucir más perfecta. Ese apellido le sonaba de algo, pero no lograba ubicarlo con seguridad. La siguió todo el camino hasta que se le perdió de vista, fue cuando al bajar la mirada se dio cuenta que del sándwich solo faltaba la mitad. Necesitaba comer. Su vida era demasiado agitada para que se volara alguna comida. Terminó su café y sin ponerse a pensar mucho en el asunto volvió a pedir otro encargo igual al que su doctorcita había pedido. La esperó dos horas pero cada vez que preguntaba le decían que no había salido del salón de operaciones. Sin embargo cuando su hermano fue a recogerlo en vez de su amigo,no pudo evitar que la decepción golpeara fuerte al saber que ese día no vería d nuevo su brillante sonrisa. Pero la volvería a ver. Como que se llamaba David Spencer. Eran pasadas las tres cuando Valentina salió del salón. A pesar del cansancio que hacía que sus hombros estuvieran encorvados, también estaba feliz. El niño de cinco años se había salvado. Y aunque lo habían perdido una vez en la mesa, habían logrado recuperarlo y ahora el pequeño Joshua contaba con un nuevo corazón que le duraría muchos años. El horario de comer había pasado por lo que ni siquiera tenía hambre. Sin embargo su rostro expresó sorpresa cuando al abrir la puerta de su despacho se encontró frente con sándwich en un plato y una botella de soda. Además había incluido una ración doble de patatas fritas. La sonrisa creció en sus labios al leer la nota:“Tienes un cuerpo precioso como para perder la figura. No dejes de comer. Me encantan las curvas. Puedes que cuando termines, el pan, esté frío; el refresco, caliente y las papitas, aceitosas pero espero de todo corazón que tengas en cuenta a este servidor y me des el gusto. Por cierto, aún me debes una respuesta, sirena. Y me la responderás tarde o temprano.Un beso donde más te guste, DS."Durante una semana Valentina no supo nada de David. Nada de forma presencial. Sin embargo en su despacho siempre la estaba esperando una docena de rosas rojas. Todos los días. En la tarjeta no venía nada más que dos iniciales en una caligrafía corrida. Y si no fuera porque la letra era la misma podía afirmar que estaba a merced de un loco. Un loco endiabladamente guapo. Y aunque eso siempre lo había considerado una cursilería, no había mujer en la tierra que no se sintiera conmovida y muy femenina ante la belleza de esas flores. Una sonrisa se dibujó en su cara cuando al entrar vio nuevamente el jarrón lleno. Sin ningún hueco o espacio. Eso le alegró el día. El fin de semana ni había sido lo esperado. La cena de todos los domingos en casa de sus padres había vuelto a acabar en discusión. Su madre nunca les había demostrado mucho amor. A lo largo de su vida las muestras de cariño habían sido escasas. Valentina no recordaba ninguna vez, ni siquiera haciendo un esfuerzo y buscando
Valentina gimió cuando se dio cuenta del motivo por el que David había detenido el auto. Estaban en un atasco monumental. Ese día no tenía programada ninguna operación, solo era papeleo extra. Y si surgía algo inesperado cualquiera de sus colegas podía encargarse. Por eso se había permitido un lugar más alejado que de costumbre. Un lugar que creara nuevos recuerdos en la mente de ambos. Que se considerara una nueva aventura. Sobre todo porque se aproximaban tiempos complicadas. Tiempos en los que lo separaría sería un océano y no unas cuantas calles. —Tenemos que hablar —expresó convencida, sabiendo que no tendría otra oportunidad como esa. Donde nadie los interrumpiría y ninguna podía buscar la salida más fácil: no enfrentarse al problema. —Esas palabras nunca han sonado bien cuando se pronuncian.—Lo digo en serio.—Yo también. Podemos emplear mejor el tiempo que con vana palabrería. —David no terminó de hablar cuando unió sus labios. Un beso para hacerla callar. Algo suave, senc
Esas palabras fueron un balde de agua fría. Más aún que la que estaba cayendo a su alrededor. David se apresuró a entrar en el auto y se olvidó completamente de la caballerosidad que le habían enseñado de pequeño. Valentina tuvo que abrirse ella misma la puerta. Estaba calada cuando entró, él muy gilipollas se había llevado la sombrilla y la había dejado parada en medio de la lluvia. De lo único que se alegró fue que su traje y las gotas de su pelo le mojaran el tapizado del coche. Ese día no había ningún deportivo. Si no una camioneta de última generación. Y lo sabía porque Valeria era fanática de todo tipo de autos y la obligaba a ver cuánto documental saliera en la televisión. Pero en ciertas ocasiones era muy útil, como cuando se había quedado varada en las afueras de Connecticut en una carretera solitaria. De no ser porque ella misma sabía como cambiar una rueda sin perder la gracia. Y en tacones además. Por eso sabía que el coche donde estaba sentada tenía un motor con cinco
Once meses después. Valentina estaba preparando el café cuando Valeria entró en la cocina. Estaba medio dormida. Y si no fuera porque la conocía tan bien como se conocía a sí misma, diría que estaba borracha por las eses que estaba haciendo su cuerpo. Pero en toda su vida Valeria jamás se había emborrachado por lo que sus zigzagueos no eran más que la consecuencia de una mala noche. Malas noches que se habían vuelto demasiado frecuentes desde que ella se había marchado de Nueva York a Bruselas. No se sabía que las había desencadenado. Pero después de cada noche soñando y dando vueltas de un lado para el otro, Valeria amanecía con los ojos rojos de haber llorado dormida y con un dolor de cabeza abismal. Valentina ya le había hecho varios exámenes y chequeos y todos arrojaban el mismo resultado: estaba en perfectas condiciones. Y si no fuera por lo mal que pasaba su hermana las mañanas después de cada episodio, apostaría todo lo que tenía que estaba fingiendo. — ¿Qué soñaste esta
Valentina no sabía que estaba latiendo más rápido, si su corazón o el fuerte dolor de cabeza que le estaba nublado la vista. No había preguntado nada. La mirada de resignación de su padre era más que suficiente para confirmar sus sospechas. — ¿Qué rayos, papá? ¿Es el día de los inocentes o algo parecido? Esto es una broma de muy mal gusto —afirmó Valeria. "No. Nada remotamente parecido" pensó Valentina. Ria a pesar de ser una de las mejores abogadas de Nueva York no conocía las expresiones de su padre como la hacía ella. No le gustaban los números como le fascinaban a ella. Bancarrota podía tener un significado sencillo para muchas personas, pero sabía, ella sabía, que había mucho más de trasfondo. No solo habían perdido la empresa si no también todas sus filiares. Esas que estaban regadas por todo el mundo. Habían perdido la casa familiar, la cabaña en Aspen y la inmensa mansión que tenían en una de las islas del Caribe. Un patrimonio valorado en más de 300 millones de dólares.
— ¿Casarme? —preguntó bajando los brazos y conectando su mirada con la de su padre. Era algo tan ridículo que carecía de sentido. No estaban en la edad media por amor del cielo. Donde los matrimonios concertados estaban a la orden del día. Fernando negó con la cabeza quitándole importancia al asunto.—Olvídalo, pequeña. Nunca te pediría que hicieras semejante sacrificio. Esa es tu decisión. Elegir con quien pasarás el resto de tu vida.— ¿Por qué lo sugeriste entonces? ¿Por qué motivo ponerme la idea en la cabeza? ¿Por qué yo y no mi hermana? Al fin y al cabo somos dos gotas de agua.—En apariencia. Bien sabes que en carácter son bien distintas. Además de que eres la mayor y que siempre das la cara por ella. Siempre la estás defendiendo, Tina. No me sorprendería que si se me ocurriera decírselo, al final sería tu respuesta la que obtendría. —Me conoces muy bien, papá. ¿Puedo pensarlo? Sé que es una opción pero me gustaría considerar otras. Como también se que lo que sugieres es arc
Valentina hizo lo que nunca en su vida había hecho. Faltar al trabajo por algo que no era urgente. Aunque la urgencia dependía del punto de vista de donde se mirara. Era cierto que no era un asunto de vida o muerte, pero de esa decisión dependía la vida de muchas familias incluyendo la suya propia. Así que pidió un favor a un antiguo amigo del colegio y se encontró frente a frente, a las puertas de uno de los bancos más prestigiosos de Nueva York. Se arregló un poco su aspecto en el reflejo de los cristales aunque esos pelos de loca no se los quitaba nadie. Había tenido que arañar para tener una cita con el presidente de la corporación, porque si de algo estaba cien por cien segura, era que nadie jamás iba a decirle como tenía que encaminar su vida. Las decisiones las tomaba ella y si había arrepentimientos o consecuencias, era ella quien los asumiría. Respiró hondo antes de entrar y se dio ánimos a sí misma. Al fin de cuentas muchas veces las cosas salían mejor de lo planeado.
Valentina y Fernando se encontraron en el bar de siempre. Ese que era un lugar para relajarse de las labores del día y a la misma vez un restaurante familiar. Siempre iban ellos y Valeria. Bianca ponía la misma excusa una y otra vez: era un lugar demasiado humilde para su estatus. Sin embargo En esa ocasión su gemela no los acompañaba. —Cielo —intentó hablar Fernando pero ante la mano alzada de su hija se detuvo. Valentina no quería agradecimientos, ni palabras que le recordaran su sacrificio. No quería nada. Solo que el tiempo brincara y olvidarse de esos días que estaban siendo una verdadera porquería. —No me digas nada con respecto a ese tema, papá. Me temo que mientras más hable del asunto, más valor voy a perder. Así que solo te pido dos cosas: Que Valeria no se entere de todo esto —dijo exasperada con los brazos en jarras. Sabía que si su gemela supiera el paso que estaba a punto de dar, no la dejaría continuar— y que me hagas la boda de mis sueños. Ya que me voy a casar que