La mirada de la abuela Barrett era dura, fulminante y llena de un reproche que intimidaba a todos en esa mesa que estaban expectantes. Lizbeth se preparaba, apretaba los puños para soportar lo que le venía encima, estaba convencida de que se trataba de ella, que Alexa había preparado un mensaje dramático en donde la exponía como alguien nefasta. Mientras que Sebastián suponía lo mismo, pero proveniente de la madre de Lizbeth.—Pasemos al salón de descanso — propuso la anciana causando más incertidumbre.—Pero abuela, apenas estamos empezando a desayunar, falta mi huevo hervido…— se quejaba Jorge como un niño resabioso, pero una mirada fulminante de la anciana lo hizo alejar el huevo. Todos siguieron a la anciana como si fueran camino a un juicio en el que cada uno perdería una parte muy importante de su cuerpo. Lizbeth apenas sentía el suelo bajo sus pies y no podía escuchar más que el galopar de su corazón como si fuera un caballo salvaje.La anciana tomó el mando de una gran pan
Los sofás de la sala de estar en la residencia de la madre de Lizbeth estaban ocupados por un grupo de señoras: amigas y vecinas de su antiguo vecindario que habían acudido a visitarla a su solicitud. Las mujeres disfrutaban de café mientras examinaban detenidamente cada aspecto de la elegante sala.Una de las señoras, frunciendo el ceño con gesto crítico, comentó: —Pensé que estarías viviendo en una mansión, como solías presumir después de la boda de tu hija Lizbeth. La madre de Lizbeth apretó la bandeja que sostenía y forzó una sonrisa, lamentando internamente haber invitado a todas aquellas mujeres. Había querido impresionar, pero en ese momento estaba tan preocupada que no podía concentrarse en eso.—Es verdad. Nos dijiste eso y ahora que visitamos tu casa, resulta que es la más modesta de este complejo residencial y ni siquiera cuentas con personal de servicio — intervino otra.La madre de Lizbeth intentó que su risa sonara burlona a pesar de su molestia.—Si supieran que fui y
"Lunático, tu turno ha llegado", leyó Sebastián en voz alta, las letras escritas con crayola roja en su auto blanco. Miró a su alrededor en el estacionamiento e incluso paseó un poco por el jardín buscando al responsable, ansioso por atraparlo. Estaba convencido de que esta persona era la que había dañado a su madre, pero no vio a nadie.—Investiga con los guardias cuántos visitantes han entrado a la mansión hoy – le pidió a su conductor con irritación.—Ya lo hice — dijo Austin, mostrándole el teléfono.—Y, ¿qué dijeron? – le preguntó Sebastián, instándolo a hablar rápidamente.—Tres abogados de la anciana, dos hermanos y un sobrino de la señora Viviana, el doctor de la señora Barrett, una amiga de Ana acompañada de un novio y un mensajero que trajo un paquete al señor Samuel — le informó Austin.Sebastián reflexionó; eran muchas personas y no sabía a quién señalar. El único exento de sospechas era el médico de su madre, pero incluso su familia le resultaba sospechosa.—Cambia de au
En la mansión Barrett, Sebastián sonreía asombrado, contemplando a su esposa dormir plácidamente como un niño sin preocupaciones. Había transcurrido aproximadamente una hora desde que se despertó, y su única actividad había sido observar como unos mechones rebeldes la hacían arrugar la nariz y él los acomodaba tras su oreja con mucha ternura.—Te prometo que te protegeré — le susurraba mientras los recuerdos de la conversación del día anterior se repetían en su mente.«Confiaré en ti, aunque no quieras revelarme aquello que te ata a la mansión de tu familia. Haré de cuenta que omites esa información por mi bienestar, pero sé que tu abuela te ha chantajeado. No soy tan ingenua como aparento. Asumiré el papel de tu esposa, siempre y cuando me asegures que nuestro hijo no sufrirá. Deseo que tenga una vida distinta a la mía o a la tuya. Quizás estoy pidiendo mucho, pero la posibilidad de ofrecerle a nuestro hijo un futuro diferente me lleva a poner mis propias necesidades y sentimientos e
Ana se estaba mordiendo las uñas nerviosamente, su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios. Anhelaba bajar a la casa del sótano para verificar por sí misma si era verídico que Soraya había recobrado la conciencia, pero a la vez le invadía el temor de hacerlo. «Estoy arruinada», murmuraba para sus adentros, repitiendo una y otra vez en su cabeza mientras entrelazaba sus dedos temblorosos y sudorosos, con la mirada clavada en la entrada del salón.La anciana Barrett, con compostura y una sonrisa triunfante, se unió al resto en la sala de estar. —Parece que las cosas vuelven a su cauce — comentó. Se sentó en su sillón con compostura elegante mientras sonreía triunfante. —Tanto es así, que los criminales están cayendo por sí solos —añadió, observando de reojo a Ana. Notó lo afectada que estaba y supuso que su palidez y sus movimientos frenéticos de pies y manos, se debían a la situación de su padre.—Tienes razón, abuela. Creo que deberíamos celebrar en grande. Mis hi
Con la visión emborronada por sus propias lágrimas, Lizbeth caminaba por el pasillo, sintiendo que la distancia o el recorrido era más largo que nunca. De repente, sintió un inmenso dolor en la parte pélvica de su vientre.—¿Qué está pasando? —exclamó con un quejido al sentir que ese dolor se intensificaba en fracciones de segundo, como si un sinfín de dagas estuvieran siendo clavadas en esa zona de su cuerpo al mismo tiempo.Se dobló ante las intensas sensaciones, sus rodillas casi cediendo, aunque se aferraba a la pared a su lado.—¡Ayuda! —trató de gritar, aunque no estaba segura de si sus palabras fueron un grito o simplemente un murmullo.Un líquido caliente descendió por sus piernas y sus quejidos se tornaron en llanto al comprender lo que estaba ocurriendo.—Mi bebé... no, no, esto no puede estar pasándome a mí —lloró al tocar la sangre que brotaba de su cuerpo. La enfermera, quien se había ofrecido a asistirla, llegó corriendo y nerviosa, buscando su celular en los bolsillos,
La anciana Barrett había ido a la comisaría para perjudicar aún más a Ana. Logrando dejar a Sebastián sin palabras, ya que él creía que su abuela solo iba a ayudar a esa mujer solucionar ese problema. Sin embargo, la acusación de la anciana resultó beneficiosa para él.Mientras reflexionaba sobre eso, iba de camino a la mansión en el asiento trasero de su auto, cuando el sonido de su teléfono lo sacó de su ensimismamiento. Al sacar el teléfono del bolsillo interno de su chaqueta, vio que se trataba de una llamada de Viviana y, con gesto de fastidio, decidió ignorarla. Pero antes de guardar el teléfono, notó que había varias llamadas perdidas tanto de Lizbeth como de las enfermeras que estaban cuidando de su madre.Suponiendo que algo malo le había ocurrido a Soraya, con gesto nervioso, intentó devolver la llamada de Lizbeth. Sin embargo, justo antes de presionar el botón, recibió una llamada de un número desconocido que lo detuvo en seco."Buenas tardes, ¿es usted Sebastián Barrett,
Sebastián esperó a que las mujeres salieran y se aferró con fuerza a la mano de su esposa, dejando que la incertidumbre dominara su rostro, mientras le preguntaba con desesperación:—¿Dime que es una broma?… por favor.«No me la pongas difícil, dejarte me duele mucho», dijo Lizbeth internamente, luchando por contener el huracán de emociones que la invadía, escuchó esas palabras con un nudo en la garganta. Cada fibra de su ser temblaba de dolor, pero en un acto de valentía resignada, decidió que era momento de soltar amarras. Necesitaba ese dolor que estaba sintiendo porque, de lo contrario, más adelante no tendría valor.Mientras su corazón se desgarraba silenciosamente, pronunció con voz entrecortada:—No lo es. Quiero el divorcio.Los ojos de Sebastián, se llenaron de un miedo profundo que las palabras no lograban expresar por completo, y reflejaban la tormenta interior que lo consumía. Las lágrimas, ya secas por el llanto previo, atestiguaban su dolor en silencio.—Tienes derecho