Más tarde:Sebastián decidió no ir a la mansión, sino que prefirió quedarse en su penthouse. Sentía que lo mejor era estar solo en ese momento. A pesar de la oferta de Austin para hacerle compañía, la declinó cortésmente y se encerró en una habitación que especialmente iba a ser preparada para el bebé.Había tenido mucha ilusión en mostrarle a Lizbeth aquel espacio, había imaginado su cara de sorpresa y los gestos de felicidad que haría al ver, dicha habitación decorada, pero ahora no era posible.Observando que Sebastián eligió estar allí, Austin movió la cabeza de un lado a otro con gesto comprensivo. Se detuvo momentáneamente en el umbral de la puerta, captando el inusual silencio que reinaba. Esperaba ver a Sebastián desquitándose en un arrebato de ira, pero esta versión de él parecía más bien un zombi; alguien que carecía de la energía para discutir o liberar su alma.—Señor, si en algún momento necesita hablar con alguien, estaré en el salón — propuso Austin en un tono sutil, pe
Austin no se había ido a su casa. Aunque estaba cansado, suponía que su jefe se sumergiría en el alcohol hasta perder el conocimiento, como aquella vez que Marcela lo lastimó. El licor fue el desahogo que Sebastián utilizó y eso solo lo descontrolo más. Pero para su sorpresa, Sebastián, llegó a su lado, dejándose caer en el sofá con gesto fatigado.—Debí escucharte cuando me suplicabas que no involucrara a Lizbeth en mi vida. Sé que lo decías porque pensabas que la lastimaría, convirtiéndola en un blanco para mi familia, pero ahora no tendría este dolor al querer a alguien que no siente lo mismo por mí— comentó Sebastián, con la mirada fija en la nada.—Se equivoca, señor. Ella debe sentir algo por usted. Es que las mujeres son muy diferentes a los hombres. Para nosotros, tener sexo con una mujer es trivial, un desahogo, una satisfacción de un placer que nos exige nuestro cuerpo. En cambio, para las mujeres como Lizbeth, entregarse a un hombre requiere algo más que solo placer, un mo
El sonido de los cubiertos creaba un ruido molesto que perturbaba la mente de Soraya, quien ni siquiera era capaz de probar un bocado. Se mostraba pensativa y, con disimulo, observaba a Samuel, anhelando saber lo que diría después del desayuno. Aunque intuía lo que sucedería, deseaba creer que no se trataba de Sebastián.—Señora, una mujer afuera de los portones, está alzando la voz. Y asegura que si no la atienden, causará un gran escándalo. Su alboroto está captando mucha atención — le informó una sirvienta a la anciana, quien de inmediato sospechó que se trataba de la madre de Lizbeth y sonrió.—Ignórala. No podemos permitir que toda persona que venga a reclamar logre su cometido. Eventualmente, se cansará —comentó la anciana sin dejar de comer con entusiasmo. Sin embargo, su asistente se inclinó ligeramente y le susurró al oído:—Señora, aún hay paparazzi cerca. La caída de los Fischer nos ha situado en el punto de mira.—Esa señora es una entrometida, permítele la entrada —dijo
—¡Venderé la historia! —repitió Alexa cuando vio que nadie le prestaba la atención que quería.—Sí, hazlo, véndela. Eso nos librará de tu hermana. Alexa, que estaba riendo con triunfo, al escuchar esto su sonrisa se esfumó de sus labios para pasar a ser una mueca desencajada.—¿Qué pensaste? ¿Qué te lloraría para que no lo haga? ¿Qué te daremos millones con los cuales vivirás cómodamente en una isla tropical?, ¡muchacha ilusa! — agregó la anciana con desdén, tratando de utilizar psicología inversa en ella, pero no le salió porque Alexa, soberbia y prepotente, dijo:—Si es lo que quieren, eso haré — empezó su andar con malcriadez, pero cuando pasó por el lado de Sebastián, él la atrapó por un antebrazo, clavándole los dedos en la carne y le susurró algo al oído que la puso totalmente pálida.«Odio a ese hombre tanto o más que a Lizbeth, pero esto no se quedará así. Buscaré la manera de arruinarlos», refunfuñaba internamente mientras iba saliendo apresurada.Mientras tanto, en el área
Sebastián no dejaba de visitar a Lizbeth a pesar de que no entraba a la habitación. Estaba resentido con ella. Le llevaba flores y regalos, pero utilizaba a Milena como mensajera, esperanzado de que al darle espacio, Lizbeth se arrepintiera de finalizar su matrimonio. Ahora, tiempo más tarde, Milena le decía desde la puerta semiabierta: —Ella no quiere recibir a nadie —impidiendo a Sebastián pasar a la casa de su prima.—Desde que salió del hospital hace una semana, le he dado espacio. Creo que fue suficiente. Necesito verla — declaró irritado mientras empujaba con rudeza la puerta para entrar. Cuando estuvo dentro, Milena no tuvo más opción que cerrar la puerta a su espalda. —Con esta actitud solo la perderás —le advirtió Milena, pero Sebastián hizo caso omiso y seguía mirando a todos lados. —No puedes entrar a una casa ajena de este modo. Es de muy mala educación.—Me llevarás a la habitación en la que está mi esposa, o abriré cada puerta hasta encontrarla. Créeme, me importa un
Soraya se acercó a su hijo con paso lento y preocupado. Aunque aroma a alcohol inundó sus fosas nasales, se enfocó en observar los moretones que él tenía en los pómulos. Con gesto delicado, tocó su mejilla, sintiendo la textura áspera de la piel magullada, pero él apartó su mano con cansancio. —Hijo, déjame curarte —susurró Soraya con angustia, viendo el labio inferior entreabierto y la ceja partida de Sebastián. Sin embargo, él no la escuchaba, alejándose en silencio hacia su habitación. —No te preocupes, mamá. Solo necesito descansar —murmuró él con voz ronca, afectada por la ebriedad. —Prometo que no me tardaré —insistió siguiéndolo, pero él se encerró en su habitación. Soraya se estaba preocupando por su silencio, y su gesto taciturno. A pesar de su deseo de ayudarlo, de entenderlo, Sebastián permanecía distante, sumido en su propio mundo. —Debo prepararle un caldo de pollo y verduras, le hará bien —murmuró para sí misma, mientras regresaba al salón, encontrando que el a
Ante la propuesta de Nicolás, Alexa sintió que su corazón daba un vuelco, y algo en su interior le decía que no debía, pero la idea de tener un edificio a su nombre le pareció un punto a favor para presumir. Tres días después. Cuando el taxi se detuvo frente a un club nocturno cuya vibrante luz de neón teñía la calle de azules y violetas, Lizbeth negó con la cabeza, y su expresión parecía un tapiz de resignación y sorpresa. —Cuando dijiste que saldríamos, pensé que iríamos a un restaurante o algo así, no tengo ánimos— se quejó Lizbeth, pero Milena no hizo caso a su negativa, sino que salió del taxi energéticamente y la jaló de la mano. —Ya lloraste suficiente, no te pido que olvides a tu bebé, pero no lo vas a revivir. Cómo estás muy bien de salud, vamos a sacar todas las penas con alcohol— le dijo Milena, arrastrándola hacia el interior del club cuyo umbral parecía separar dos mundos. Se sentaron en la barra, y Lizbeth se rió sin poder poner más excusas. Conociendo a su am
Avergonzada y sin entender qué rayos pasó la noche anterior después de los últimos cócteles, Lizbeth miraba a Soraya, quien le estaba pasando un zumo de pomelo con miel para la resaca. —Gracias —musitó apenas audible mientras palmeaba el hombro de su amiga, quien con el delineador corrido y los cabellos alborotados se sentó en la cama con los ojos cerrados. —Chicas, ¿cómo pueden tomar hasta el punto de perder la razón? —las corrigió Soraya con expresión seria. —En mi defensa, yo tomé ron a la roca, ni los machos más machos pueden tomar ron sin perder la noción del tiempo —replicó Milena, aún bostezando. —Contrólate, mira dónde estamos —la golpeó Lizbeth para que despertara debidamente, y cuando Milena enfocó a Soraya, abrió los ojos como platos. —¿Es tu suegra? —Lizbeth no dijo nada, solo miró a Soraya sintiendo pena. —Sí, en efecto, es ella. Señora, quería verla. No puede pedirle a mi amiga que deje al hombre que ama como si fuera algo sencillo… —reclamaba Milena, empezando a m