La anciana Barrett había ido a la comisaría para perjudicar aún más a Ana. Logrando dejar a Sebastián sin palabras, ya que él creía que su abuela solo iba a ayudar a esa mujer solucionar ese problema. Sin embargo, la acusación de la anciana resultó beneficiosa para él.Mientras reflexionaba sobre eso, iba de camino a la mansión en el asiento trasero de su auto, cuando el sonido de su teléfono lo sacó de su ensimismamiento. Al sacar el teléfono del bolsillo interno de su chaqueta, vio que se trataba de una llamada de Viviana y, con gesto de fastidio, decidió ignorarla. Pero antes de guardar el teléfono, notó que había varias llamadas perdidas tanto de Lizbeth como de las enfermeras que estaban cuidando de su madre.Suponiendo que algo malo le había ocurrido a Soraya, con gesto nervioso, intentó devolver la llamada de Lizbeth. Sin embargo, justo antes de presionar el botón, recibió una llamada de un número desconocido que lo detuvo en seco."Buenas tardes, ¿es usted Sebastián Barrett,
Sebastián esperó a que las mujeres salieran y se aferró con fuerza a la mano de su esposa, dejando que la incertidumbre dominara su rostro, mientras le preguntaba con desesperación:—¿Dime que es una broma?… por favor.«No me la pongas difícil, dejarte me duele mucho», dijo Lizbeth internamente, luchando por contener el huracán de emociones que la invadía, escuchó esas palabras con un nudo en la garganta. Cada fibra de su ser temblaba de dolor, pero en un acto de valentía resignada, decidió que era momento de soltar amarras. Necesitaba ese dolor que estaba sintiendo porque, de lo contrario, más adelante no tendría valor.Mientras su corazón se desgarraba silenciosamente, pronunció con voz entrecortada:—No lo es. Quiero el divorcio.Los ojos de Sebastián, se llenaron de un miedo profundo que las palabras no lograban expresar por completo, y reflejaban la tormenta interior que lo consumía. Las lágrimas, ya secas por el llanto previo, atestiguaban su dolor en silencio.—Tienes derecho
Más tarde:Sebastián decidió no ir a la mansión, sino que prefirió quedarse en su penthouse. Sentía que lo mejor era estar solo en ese momento. A pesar de la oferta de Austin para hacerle compañía, la declinó cortésmente y se encerró en una habitación que especialmente iba a ser preparada para el bebé.Había tenido mucha ilusión en mostrarle a Lizbeth aquel espacio, había imaginado su cara de sorpresa y los gestos de felicidad que haría al ver, dicha habitación decorada, pero ahora no era posible.Observando que Sebastián eligió estar allí, Austin movió la cabeza de un lado a otro con gesto comprensivo. Se detuvo momentáneamente en el umbral de la puerta, captando el inusual silencio que reinaba. Esperaba ver a Sebastián desquitándose en un arrebato de ira, pero esta versión de él parecía más bien un zombi; alguien que carecía de la energía para discutir o liberar su alma.—Señor, si en algún momento necesita hablar con alguien, estaré en el salón — propuso Austin en un tono sutil, pe
Austin no se había ido a su casa. Aunque estaba cansado, suponía que su jefe se sumergiría en el alcohol hasta perder el conocimiento, como aquella vez que Marcela lo lastimó. El licor fue el desahogo que Sebastián utilizó y eso solo lo descontrolo más. Pero para su sorpresa, Sebastián, llegó a su lado, dejándose caer en el sofá con gesto fatigado.—Debí escucharte cuando me suplicabas que no involucrara a Lizbeth en mi vida. Sé que lo decías porque pensabas que la lastimaría, convirtiéndola en un blanco para mi familia, pero ahora no tendría este dolor al querer a alguien que no siente lo mismo por mí— comentó Sebastián, con la mirada fija en la nada.—Se equivoca, señor. Ella debe sentir algo por usted. Es que las mujeres son muy diferentes a los hombres. Para nosotros, tener sexo con una mujer es trivial, un desahogo, una satisfacción de un placer que nos exige nuestro cuerpo. En cambio, para las mujeres como Lizbeth, entregarse a un hombre requiere algo más que solo placer, un mo
El sonido de los cubiertos creaba un ruido molesto que perturbaba la mente de Soraya, quien ni siquiera era capaz de probar un bocado. Se mostraba pensativa y, con disimulo, observaba a Samuel, anhelando saber lo que diría después del desayuno. Aunque intuía lo que sucedería, deseaba creer que no se trataba de Sebastián.—Señora, una mujer afuera de los portones, está alzando la voz. Y asegura que si no la atienden, causará un gran escándalo. Su alboroto está captando mucha atención — le informó una sirvienta a la anciana, quien de inmediato sospechó que se trataba de la madre de Lizbeth y sonrió.—Ignórala. No podemos permitir que toda persona que venga a reclamar logre su cometido. Eventualmente, se cansará —comentó la anciana sin dejar de comer con entusiasmo. Sin embargo, su asistente se inclinó ligeramente y le susurró al oído:—Señora, aún hay paparazzi cerca. La caída de los Fischer nos ha situado en el punto de mira.—Esa señora es una entrometida, permítele la entrada —dijo
—¡Venderé la historia! —repitió Alexa cuando vio que nadie le prestaba la atención que quería.—Sí, hazlo, véndela. Eso nos librará de tu hermana. Alexa, que estaba riendo con triunfo, al escuchar esto su sonrisa se esfumó de sus labios para pasar a ser una mueca desencajada.—¿Qué pensaste? ¿Qué te lloraría para que no lo haga? ¿Qué te daremos millones con los cuales vivirás cómodamente en una isla tropical?, ¡muchacha ilusa! — agregó la anciana con desdén, tratando de utilizar psicología inversa en ella, pero no le salió porque Alexa, soberbia y prepotente, dijo:—Si es lo que quieren, eso haré — empezó su andar con malcriadez, pero cuando pasó por el lado de Sebastián, él la atrapó por un antebrazo, clavándole los dedos en la carne y le susurró algo al oído que la puso totalmente pálida.«Odio a ese hombre tanto o más que a Lizbeth, pero esto no se quedará así. Buscaré la manera de arruinarlos», refunfuñaba internamente mientras iba saliendo apresurada.Mientras tanto, en el área
Sebastián no dejaba de visitar a Lizbeth a pesar de que no entraba a la habitación. Estaba resentido con ella. Le llevaba flores y regalos, pero utilizaba a Milena como mensajera, esperanzado de que al darle espacio, Lizbeth se arrepintiera de finalizar su matrimonio. Ahora, tiempo más tarde, Milena le decía desde la puerta semiabierta: —Ella no quiere recibir a nadie —impidiendo a Sebastián pasar a la casa de su prima.—Desde que salió del hospital hace una semana, le he dado espacio. Creo que fue suficiente. Necesito verla — declaró irritado mientras empujaba con rudeza la puerta para entrar. Cuando estuvo dentro, Milena no tuvo más opción que cerrar la puerta a su espalda. —Con esta actitud solo la perderás —le advirtió Milena, pero Sebastián hizo caso omiso y seguía mirando a todos lados. —No puedes entrar a una casa ajena de este modo. Es de muy mala educación.—Me llevarás a la habitación en la que está mi esposa, o abriré cada puerta hasta encontrarla. Créeme, me importa un
Soraya se acercó a su hijo con paso lento y preocupado. Aunque aroma a alcohol inundó sus fosas nasales, se enfocó en observar los moretones que él tenía en los pómulos. Con gesto delicado, tocó su mejilla, sintiendo la textura áspera de la piel magullada, pero él apartó su mano con cansancio. —Hijo, déjame curarte —susurró Soraya con angustia, viendo el labio inferior entreabierto y la ceja partida de Sebastián. Sin embargo, él no la escuchaba, alejándose en silencio hacia su habitación. —No te preocupes, mamá. Solo necesito descansar —murmuró él con voz ronca, afectada por la ebriedad. —Prometo que no me tardaré —insistió siguiéndolo, pero él se encerró en su habitación. Soraya se estaba preocupando por su silencio, y su gesto taciturno. A pesar de su deseo de ayudarlo, de entenderlo, Sebastián permanecía distante, sumido en su propio mundo. —Debo prepararle un caldo de pollo y verduras, le hará bien —murmuró para sí misma, mientras regresaba al salón, encontrando que el a