—Si te provoca miedo estar a mi lado; puedes romper el trato en este mismo instante. No pondré objeción. — le había dicho Sebastián a Lizbeth. —¿Por qué debo temer? —le preguntó ella, dejándolo asombrado y levantó la cabeza para verlo a los ojos, incrédulo.—Reaccionas como si fuera común ver a la gente perder la cordura y volverse violenta. Sabes que te puedo lastimar en cualquier arrebato.—Sin embargo, no lo has hecho frente a mí. Has tenido dos episodios bastante fuertes y me has escuchado. Como maestra de chicos adolescentes, tus arrebatos no me parecen escandalosos. He tenido que lidiar con esto varias veces. No hay nada más complicado y violento que un adolescente de 16 años, créeme.Ella se echó a reír, y él la veía como si le estuvieran saliendo alas. No podía creerlo. Había visto hasta a su propia madre temerle. Era irónico.—¿Pero no piensas que deberías ir con tu médico? Tus episodios están siendo muy frecuentes.Ella lo vio fijamente y sin miedo a que se ofendiera.—En r
Tomando una ducha caliente, Lizbeth pensaba en todo lo sucedido, en cómo prefirió pedirle a Austin regresar con Sebastián porque, después de comunicarse con su amiga, decidió tomarle la palabra. Fue a la empresa para la publicación de su novela; quería hacerlo sola, que solo ella y su amiga supieran que estaba en ese proceso, porque si fracasaba, la vergüenza no sería tanta. Sin embargo, eso dio paso a la malinterpretación. Nunca imaginó que Sebastián se pondría de ese modo, o dudaría de ella, más cuando él conoce todo lo sucedido con su ex.—Será que ya se calmó— murmuraba sola, mientras la lluvia de agua caliente relajaba sus músculos. Lizbeth había decidido guardar silencio a pesar de todas las cosas hirientes que Sebastián le dijo. Prefirió esperar a que se tranquilizara, puesto que lo vio muy alterado y, a su entender, enfrentarlo así sería una pérdida de tiempo. Ni siquiera la escucharía.En el momento en que se estaba secando el pelo, escuchó un pitido de algo sonar en el cua
Todos los Barrett se levantaron de sus lugares en la mesa. No se imaginaban quién se atrevería a hacer un escándalo en su morada. Era muy atrevida esa persona que tenía el valor suficiente para insultarlos.—Papá, llamen a la policía. Que se encarguen ellos. Esa mujer debe ser una loca, quizás solo busca ingresar para robar. ¿Quién sabe si todo eso es una actuación? —argumentó Samuel, con vergüenza ante su gran amigo, aunque más que amistad con Nicolás; lo que ansiaba era asegurar su inversión, quería brindarle la mejor imagen de la familia y de los negocios.—Sí, justo eso haré ahora mismo —el señor Barrett metió la mano en el bolsillo izquierdo de su chaqueta y sacó su celular, pero la anciana alzó una mano, como señal para que se detuviera.—Busca la portátil. Déjame ver a esa persona — le ordenó a su asistente personal.Cuando la mujer regresó con la tablet en la mano, ella vio la grabación de las cámaras de la entrada. La anciana miró a Lizbeth y giró la pantalla.—¿Por qué tu m
La mujer peleaba sin parar, hablaba tan rápido que todos, menos Lizbeth, se sentían mareados. —No sabes que los ricos suelen convertir a mujeres como tú en amantes, mientras se casan con millonarias estiradas que te van a pisotear y a tratar como basura.Soraya bajó la cabeza ante estas palabras.Antes de que alguien le aclarara a esa mujer todo el rollo, ella comenzó a caminar como gacela hacia su hija. Sebastián, que pensaba que la golpearía, se interpuso, escondiendo a Lizbeth detrás de él. —¡Quítate, me llevaré a mi hija!—, él le atrapó la mano.—¿Para qué? ¿Para venderle mi hijo a su otra hija estéril? ¿Obligará a mi esposa a servirle de incubadora a una mujer ridícula que finge ser una snob, y que menosprecia a mi mujer cada vez que el esposo le compra una ropa de marca? Mi esposa no se apartará de mi lado, así que le sugiero que se marche. Yo fui quien le pidió que mintiera. No la quiero cerca de Lizbeth, ya le hizo mucho daño. A menos que ella decida aceptar su cercanía, so
Lizbeth perdió el conocimiento por un momento. Sebastián, nervioso, la tomó en sus brazos y salió corriendo. En el camino se topó con la madre de Lizbeth, que todavía no se había marchado y estaba tratando de buscar mayor información junto al desagradable exnovio.—Hijo, ¿qué le ocurre? — preguntó preocupada su madre, siendo la única de esa malvada familia que se atrevió a inquirir. Incluso lo siguió hasta el auto, al igual que su padre.Sin tomarlos en cuenta, Sebastián se dirigió a su vehículo. Austin estaba recostado en el automóvil, y al verlo llegar con Lizbeth desmayada, no necesitó que le dijeran nada más; se puso al volante del automóvil.Enseguida se dirigieron al hospital más cercano. En el automóvil, Lizbeth apenas estaba recobrando el conocimiento; aun así, él siguió sosteniéndola en sus brazos.Al llegar al hospital, él la seguía sosteniendo, fue al puesto de emergencia y comenzó a gritar autoritario y angustiado, pidiendo la asistencia de un médico. La situación de estré
Para el desconcierto de las tres mujeres, Sebastián, con el mismo ímpetu con el que se dirigía a la puerta, se devolvió y, aprisionando la nuca de Lizbeth, le plantó un beso en los labios. Pero este no era uno de mentiras; era un beso que hizo a Lizbeth jadear incrédula. Los labios de Sebastián se movían sobre los suyos sin pedir permiso alguno. Eran dulces, suaves, carnosos y calientes.Ella estaba estática, sin saber qué hacer. Sus ojos se cerraron por cuenta propia, y tras percibir una sutil mordida en su labio inferior, le dio permiso, entreabriendo la boca. Jadeó cuando los dedos en su nuca apretaron, se dejó llevar y disfrutó de ese beso, que a su entender duró poco, pero calentó su pecho y la hizo apretar los muslos.—Lo siento — murmuró Sebastián, sin emitir sonido, al alejarse de ella, tan tranquilo que parecía que la única afectada era ella, que estaba sumamente roja y respirando como pez fuera de su estanque.—¿Te parece bien o debo ser más demostrativo? — le preguntó a la
Nicolás sonrió de forma irónica y, a pesar de lo nerviosa que parecía, no se detuvo y se acercó a la cama.—Actúas como si estuvieras viendo al mismísimo demonio en persona —le dijo con diversión.—Es exactamente lo que eres para mí. Te odio tanto que no puedo soportar verte. Cada vez que vas a casa de mi esposo, me siento tan llena de rabia que deseo gritarte. Por favor, vete, te lo ruego—le suplico ella con voz entre sollozos.—Soy un demonio hermoso, uno que aún amas. Esas lágrimas lo demuestran—se burló mientras colocaba un ramo de rosas a su lado. Sin poder soportarlo, Lizbeth arrojó las rosas al suelo.—Nada que provenga de ti me agrada. No me interesa tu presencia. Y por cierto, ¿dónde está tu mujer perfecta? —El sarcasmo y el dolor eran evidentes en ella, imposibles de disimular.—Deberías—el hombre se acarició la barbilla. —porque según mis cálculos, hay un 50 % de probabilidad de que yo sea el padre de tu bebé. Recuerdo que ninguno de nosotros se protegía. Y si es verdad—hi
Austin veía a través del retrovisor cómo Sebastián, ofuscado, se pasaba la mano por el cabello mientras se montaba en el automóvil y con gesto violento cerró la puerta. «Siempre es lo mismo, esa mujer lo hace enojar. Mi jefe es muy terco», pensó el conductor, respirando profundamente como si estuviera cansado.—Volvamos al hospital — le ordenó Sebastián y él, sin rechistar, puso el coche en marcha.—Soy un imbécil — exclamó Sebastián, peleando consigo mismo, y Austin sonrió.—Con todo respeto, señor, estoy de acuerdo con usted. Es un imbécil — dijo Austin. Sebastián, que tenía la mirada fija en la ventanilla a su lado, giró la cabeza con rapidez para ver a su chófer.—Si tienes algo que decir, habla, sabes que odio los rodeos — le exigió irritado.—Hizo mal en dejar a su esposa para venir a ver a esa mujer que solo lo engaña — aseveró Austin con disgusto.—Lo sé, no tienes que repetirlo, aunque Liz no es mi esposa, si a lógica nos vamos, igual no debí dejarla a merced de esas dos mu