—¿Cómo demonios entraste? —le preguntó Nicolás a Marcela al salir braceando hasta la orilla de su piscina privada. Antes de que ella le respondiera, el impulso de su cuerpo lo llevó a salir del agua.—Querido, no olvides que sé todo sobre ti. No importa cuántas veces cambies la clave de tu puerta, siempre podría adivinarla —dijo, considerándose astuta mientras sonreía.—Si continúas haciéndome saber cuánto me conoces, te mataré —le aseguró con un tono bajo y peligroso, clavando su mirada fría en ella. Esta dio dos pasos hacia atrás, aterrada.—Deja de bromear de ese modo —le pidió tartamudeando, y Nicolás rompió a reír mientras se secaba el cabello.—¿No tienes planes de ir a jugar, hacer una muñeca bonita delante de las cámaras? —le preguntó, colocándose una bata a espaldas de ella.—Apenas son las cuatro de la mañana, no podía dormir y, como conozco tu costumbre de nadar de madrugada, vine —expuso, sin dejar de verle el tatuaje de un lobo negro en el pecho, le cautivaba.—¿Qué te t
—A mí me puedes decir lo que quieras, pero ofender a mi madre y culparla por la muerte de la tuya, no lo hagas, no te lo dejaré pasar — le reclamó Sebastián, respirando resentido. Mientras que Samuel no hizo amagos de devolver el golpe; ya lo había intentado varias veces y siempre salía muy golpeado. A diferencia de Sebastián, él no sabía cómo lanzar o esquivar un golpe; solo serviría como saco de boxeo.—Lo que sucede es que la verdad duele. Sigues comprando empresas arruinadas para sacarlas de la quiebra, porque si ambicionas lo que no es tuyo, te hundiré —. Después de esta amenaza, Samuel se fue. Sebastián sonrió maliciosamente y continuó con su camino. Pero en el momento en que abrió la puerta del despacho de golpe, su abuela gritó espantada, soltando al aire todos los documentos que tenía en las manos. —Abuela, necesito contratar mi propia servidumbre, ¿eso es lo que quieres? —le exigió, ignorando sus reproches.—¿De qué hablas? Sabes que todos aquí están para servirte, eres
—Degenerado, no soy tu esposa para que me andes mirando y tocando. ¿Dónde quedó la parte de ser compañero? Estás violando mi privacidad e incumpliendo tus propias palabras— le gritaba Lizbeth, histérica y con ojos cerrados. —¡Shuss!— Él le exigió silencio, colocando un dedo sobre sus labios. Ella se quedó estática y bizca, centrando sus ojos incrédulos en aquel dedo que acariciaba su boca de una manera provocativa. — Estas paredes tienen oídos. No olvides que eres mi esposa —aseguró travieso, antes de agregar con inocencia fingida—. Aunque verte desnuda, fue un accidente. Lizbeth no sabía si patearle la cara o los genitales por descarado. Él, al ver sus facciones endurecidas, le mostró una sonrisa sexy. —Me voy para que estés a gusto — le dijo, mientras se alejaba, con las manos en los bolsillos. —¡Justificó sus acciones!—ella soltó una risa nasal incrédula —. Me dan ganas de convertirme en viuda de mentiras— rabió al sentirse burlada por él, la tocó, la vio desnuda y encim
Sebastián decidió que no quería volver a experimentar las sensaciones que le provocaba Marcela, la cual consideraba como una arpía. Esto se debía en gran parte a la falta de desahogo. Como hombre, sentía una creciente ansiedad y excitación al ver a Lizbeth desnuda. En noches específicas, la observaba mientras ella dormía con unos shorts de pijama cortos, extendida a lo largo de la cama con la cobija deslizándose, dejando sus piernas al descubierto.Se preguntó a sí mismo: ¿por qué no obtener más ventajas de su acuerdo?, lo que facilitaría convencer a los demás de la autenticidad de su matrimonio.Después de ver el video que le mostró Alexa, sintió un extraño sentimiento de posesión y un anhelo por disfrutar de una relación sexual sin complicaciones si ella aceptaba su propuesta. Se sentía atraído por la mujer y pensó que ella también sentía lo mismo. ¿Por qué no probarlo? Solo necesitaba convencerla y debía esforzarse al máximo. La visión reveladora de su figura desnuda lo hizo ver
Mauricio miró inquisitivamente a Sebastián, y Marcela, quien acababa de llegar y notó que Sebastián no le había prestado la atención necesaria, empezó a lloriquear. —Amigo, esperaré afuera, necesito mostrarte algo interesante— le dijo Mauricio a Sebastián tocándole el hombro y agachándose a la altura de su oreja. —No olvides que prometiste pasar página— le susurró como voz de su consciencia. —Bien, Marcela, empieza, soy todo oídos— le pidió Sebastián, fastidiado y sin moverse de su lugar. No estaba dispuesto a dejarle ver que le afectaba su presencia. —He venido a decirte la verdad por la cual aborté a nuestro bebé. Inmediatamente, él giró la cabeza para verla. Ella se acercó y se sentó frente a él, cruzando elegantemente las piernas. Notaba como él, le miraba las piernas y se esforzaba para no sonreír, pues le encantaba que él la apreciara. Aunque ella ni idea tenía de que Sebastián se encontraba haciendo una comparación mental y ella en esta comparación salió siendo la perded
Él dejó el lonche sobre el escritorio y corrió hacia la puerta para impedirle el paso, poniendo como obstáculo su propio cuerpo.—No te utilicé. Mi reacción no se debió a ella, de verdad me hizo muy feliz que vinieras. Lizbeth se echó a reír secamente.—¿Y yo me chupo el dedo? ¿Te hizo feliz la presencia de la mujer con la que quieres satisfacer tus deseos, cuando estás con la que te quita el aliento?, ¡Qué ironía! ¡Que me hayan engañado una vez no significa que sea tonta! Pongamos las cosas claras, sé que la amas, te mueres por esa mujer, es más que obvio.—Puedo seguir tu juego, ser tu esposa ficticia y todo lo que quieras, pero que me uses para causarle celos a ella me pone furiosa. Déjame salir— le pidió con rostro rojo y ojos llorosos. Sebastián se sintió tan miserable que se apartó, pero cuando ella estaba a punto de poner un pie fuera tiró de su brazo, atrayéndola con fuerza, la abrazó fuertemente. —Almorcemos juntos…— su pedido quedó sin respuesta, Lizbeth estaba tan enfada
—Justo, iba a buscarte— le dijo Sebastián a Marcela y ella sonrió coquetamente, con sus pechos casi al límite. Usaba escotes más pequeños que sus senos a propósito.—¿En qué puedo ayudarte?— inquirió coqueta. —En nada. Te haré dos advertencias—, Sebastián alzó un dedo. —Si continúas sofocándome, te voy a despedir. Ya no serás reportera de esta cadena televisiva—, levantó el segundo dedo. —Y si vuelves a tocar así sea un pelo de mi esposa, conocerás ese lado oscuro de mí que nunca viste. Entonces tendrás motivos suficientes para tratarme como un desquiciado.Marcela se quedó con la boca abierta, mientras él pasaba por su lado. Cuando ella fue capaz de reaccionar, le gritó histéricamente:—¡Aún no me conoces, Sebastián. Te arrepentirás; ya lo verás! —No olvides que soy tu jefe. Tienes estrictamente prohibido tratarme con confianza, y solo podrás entrar a mi oficina cuando yo lo autorice— le dijo Sebastián, sin haberse girado. Estaba marcando los límites profesionales que nunca había
Minutos antes, en la mansión Barrett:«Esto está mal, no podemos seguir enfrentándonos así», reflexionó Lizbeth en cuanto Sebastián salió de la habitación. Él había cerrado la puerta con tanto ímpetu que la sorprendió.Con gesto preocupado, caminó de un lado a otro, sintiendo que debía encontrar un equilibrio. Reconocía que estaba muy irritada después de lo ocurrido con Marcela y Ana, ya que la situación le dejó un sabor incómodo.«Actúe por celos, pero no debo enamorarme. No puedo olvidar que amar a Sebastián Barrett sería doloroso», murmuró para sí misma. Luego giró hacia el tocador y notó el ramo de rosas rosadas. Con asombro, se acercó para comprobar si era real. El hecho de que Sebastián hubiera comprado rosas para ella era incomprensible.Tomó las rosas, las olió, y se relajó con su aroma. Luego sonrió antes de abrir los ojos y leer una pequeña tarjeta.“¿Perdonarías a este tonto?, amiga con derecho”—¿Quién le dijo que había aceptado su locura? ¡Es un oportunista! — habló sola