Mauricio miró inquisitivamente a Sebastián, y Marcela, quien acababa de llegar y notó que Sebastián no le había prestado la atención necesaria, empezó a lloriquear. —Amigo, esperaré afuera, necesito mostrarte algo interesante— le dijo Mauricio a Sebastián tocándole el hombro y agachándose a la altura de su oreja. —No olvides que prometiste pasar página— le susurró como voz de su consciencia. —Bien, Marcela, empieza, soy todo oídos— le pidió Sebastián, fastidiado y sin moverse de su lugar. No estaba dispuesto a dejarle ver que le afectaba su presencia. —He venido a decirte la verdad por la cual aborté a nuestro bebé. Inmediatamente, él giró la cabeza para verla. Ella se acercó y se sentó frente a él, cruzando elegantemente las piernas. Notaba como él, le miraba las piernas y se esforzaba para no sonreír, pues le encantaba que él la apreciara. Aunque ella ni idea tenía de que Sebastián se encontraba haciendo una comparación mental y ella en esta comparación salió siendo la perded
Él dejó el lonche sobre el escritorio y corrió hacia la puerta para impedirle el paso, poniendo como obstáculo su propio cuerpo.—No te utilicé. Mi reacción no se debió a ella, de verdad me hizo muy feliz que vinieras. Lizbeth se echó a reír secamente.—¿Y yo me chupo el dedo? ¿Te hizo feliz la presencia de la mujer con la que quieres satisfacer tus deseos, cuando estás con la que te quita el aliento?, ¡Qué ironía! ¡Que me hayan engañado una vez no significa que sea tonta! Pongamos las cosas claras, sé que la amas, te mueres por esa mujer, es más que obvio.—Puedo seguir tu juego, ser tu esposa ficticia y todo lo que quieras, pero que me uses para causarle celos a ella me pone furiosa. Déjame salir— le pidió con rostro rojo y ojos llorosos. Sebastián se sintió tan miserable que se apartó, pero cuando ella estaba a punto de poner un pie fuera tiró de su brazo, atrayéndola con fuerza, la abrazó fuertemente. —Almorcemos juntos…— su pedido quedó sin respuesta, Lizbeth estaba tan enfada
—Justo, iba a buscarte— le dijo Sebastián a Marcela y ella sonrió coquetamente, con sus pechos casi al límite. Usaba escotes más pequeños que sus senos a propósito.—¿En qué puedo ayudarte?— inquirió coqueta. —En nada. Te haré dos advertencias—, Sebastián alzó un dedo. —Si continúas sofocándome, te voy a despedir. Ya no serás reportera de esta cadena televisiva—, levantó el segundo dedo. —Y si vuelves a tocar así sea un pelo de mi esposa, conocerás ese lado oscuro de mí que nunca viste. Entonces tendrás motivos suficientes para tratarme como un desquiciado.Marcela se quedó con la boca abierta, mientras él pasaba por su lado. Cuando ella fue capaz de reaccionar, le gritó histéricamente:—¡Aún no me conoces, Sebastián. Te arrepentirás; ya lo verás! —No olvides que soy tu jefe. Tienes estrictamente prohibido tratarme con confianza, y solo podrás entrar a mi oficina cuando yo lo autorice— le dijo Sebastián, sin haberse girado. Estaba marcando los límites profesionales que nunca había
Minutos antes, en la mansión Barrett:«Esto está mal, no podemos seguir enfrentándonos así», reflexionó Lizbeth en cuanto Sebastián salió de la habitación. Él había cerrado la puerta con tanto ímpetu que la sorprendió.Con gesto preocupado, caminó de un lado a otro, sintiendo que debía encontrar un equilibrio. Reconocía que estaba muy irritada después de lo ocurrido con Marcela y Ana, ya que la situación le dejó un sabor incómodo.«Actúe por celos, pero no debo enamorarme. No puedo olvidar que amar a Sebastián Barrett sería doloroso», murmuró para sí misma. Luego giró hacia el tocador y notó el ramo de rosas rosadas. Con asombro, se acercó para comprobar si era real. El hecho de que Sebastián hubiera comprado rosas para ella era incomprensible.Tomó las rosas, las olió, y se relajó con su aroma. Luego sonrió antes de abrir los ojos y leer una pequeña tarjeta.“¿Perdonarías a este tonto?, amiga con derecho”—¿Quién le dijo que había aceptado su locura? ¡Es un oportunista! — habló sola
La anciana casi dejó caer el bastón al acercarse a él. E hizo que lo acomodaran en el sofá, aunque Sebastián estaba renuente.—Vengan todos— voceó a todo pulmón.No pasó mucho tiempo antes de que todos se reunieran.—¡Apártate! ¡Esto es culpa tuya! La anciana empujó a Lizbeth con la punta de su bastón para que se alejara de Sebastián.—En lugar de estar gritando y llamando a gente que no va a resolver nada, permíteme llevarme a mi marido para curarlo— le dijo Lizbeth, cortante y poco respetuosa.La anciana le dedicó una mirada fulminante.—Esto es lo que pasa cuando te mezclas con personas de clase baja. Quién sabe en qué problema metiste a mi muchacho. Estoy segura de que deben ser la gentuza de tu barrio que quisieron atracarlo. Eso es lo que trae la gente como tú— la culpaba señalándola con su bastón.Sebastián detuvo a su abuela agarrando un extremo del bastón. Lizbeth entendió de inmediato su intención y le agarró la mano.—Madre, deja de molestar a nuestra nuera. Aún no pregun
―Ella no es quien para reprender a mis empleados.― bramó, intentando bajar los pies de la cama, pero Lizbeth se interpuso.―Ves, harás algo impulsivo, ¿vas a gritarle a tu abuela? ¡A esto me refiero!Él la miró a los ojos y se sintió como un niño reprendido.―Quiero ser de otra forma, anhelo controlarme, no ser de este modo, pero es como si fuera imposible― le confesó, observando que ella había colocado varios velones aromáticos en todo el cuarto también.―Cuando sientas que perderás el control, piensa en algo que te importe mucho, en algo o alguien que te importe tanto que estés dispuesto a superar este trauma, por su bien― le aconsejó con tono dulce, y él le tomó las manos, mientras analizaba cuán diferente era todo con Lizbeth. Estaba comprendiendo la razón por la que le dio miedo creer que se había ido de su lado. Su relación con Marcela se trató solo de sexo, se veían cuando tendrían un encuentro amoroso. Ellos nunca compartieron juntos, apenas tenían cenas, y salidas muy rápid
Con incertidumbre, Lizbeth siguió a la empleada que la guiaba por un pasillo desconocido, mientras reflexionaba sobre las cosas que diría cuando esa anciana la insultara por mentir respecto a su embarazo. No quería exponer a Sebastián, no solo porque el acuerdo se lo impedía, sino porque no le parecía justo. Aunque no era tonta, entendía que ese acuerdo siempre beneficiaba más a él que a ella.Recordaba que Sebastián le había dicho que no quería ofenderla ofreciéndole dinero, pero le parecía justo que al final del acuerdo, ella aceptara una indemnización por todo lo que tendría que vivir. Él comprendía el infierno que Lizbeth pasaría. A pesar de su necesidad, Lizbeth no aceptó.— Déjenos solas — le solicitó la anciana a su asistente, en cuanto, Lizbeth ingresó a aquel despacho.La anciana sentada en su sillón, con aire autoritario, arrastró un documento por la superficie del escritorio con un bolígrafo.—¡Fírmalo! — le ordenó a Lizbeth, quien frunció el entrecejo y se acercó curiosa.
—No te atrevas a ahuyentar a mi invitado — Samuel agarró el antebrazo de Sebastián. — Nuestro padre no estará feliz si cometes una estupidez.—Me importa poco tu invitado, o la felicidad de nuestro padre. Lo que quiero es que se vayan de mi cuarto — le dijo Sebastián, amenazante. Nicolás sonrió complacido, al ver que su presencia lo incomodaba. Algo que Sebastián, en medio de su enfado, pudo notar. Quería borrarle esa sonrisa con su puño, pero recordó algo que Lizbeth le dijo: “Cuando te sientas a punto de tener un ataque de ira, piensa en algo o alguien que te importe”.Respiró profundamente, y dejando a sus propios hermanos asombrados, se acercó al minibar, sirvió tragos para todos y les ofreció.De mala gana, Nicolás aceptó. Su plan al verlo allí, a solas, era exponerlo ante esos dos hermanos; sin embargo, algo estaba cambiando: Sebastián relajó su expresión, lo que indicaba que no estaba tan furioso como para perder el control. Jugaron durante minutos, y cuando Samuel y Jorge fu