―Ella no es quien para reprender a mis empleados.― bramó, intentando bajar los pies de la cama, pero Lizbeth se interpuso.―Ves, harás algo impulsivo, ¿vas a gritarle a tu abuela? ¡A esto me refiero!Él la miró a los ojos y se sintió como un niño reprendido.―Quiero ser de otra forma, anhelo controlarme, no ser de este modo, pero es como si fuera imposible― le confesó, observando que ella había colocado varios velones aromáticos en todo el cuarto también.―Cuando sientas que perderás el control, piensa en algo que te importe mucho, en algo o alguien que te importe tanto que estés dispuesto a superar este trauma, por su bien― le aconsejó con tono dulce, y él le tomó las manos, mientras analizaba cuán diferente era todo con Lizbeth. Estaba comprendiendo la razón por la que le dio miedo creer que se había ido de su lado. Su relación con Marcela se trató solo de sexo, se veían cuando tendrían un encuentro amoroso. Ellos nunca compartieron juntos, apenas tenían cenas, y salidas muy rápid
Con incertidumbre, Lizbeth siguió a la empleada que la guiaba por un pasillo desconocido, mientras reflexionaba sobre las cosas que diría cuando esa anciana la insultara por mentir respecto a su embarazo. No quería exponer a Sebastián, no solo porque el acuerdo se lo impedía, sino porque no le parecía justo. Aunque no era tonta, entendía que ese acuerdo siempre beneficiaba más a él que a ella.Recordaba que Sebastián le había dicho que no quería ofenderla ofreciéndole dinero, pero le parecía justo que al final del acuerdo, ella aceptara una indemnización por todo lo que tendría que vivir. Él comprendía el infierno que Lizbeth pasaría. A pesar de su necesidad, Lizbeth no aceptó.— Déjenos solas — le solicitó la anciana a su asistente, en cuanto, Lizbeth ingresó a aquel despacho.La anciana sentada en su sillón, con aire autoritario, arrastró un documento por la superficie del escritorio con un bolígrafo.—¡Fírmalo! — le ordenó a Lizbeth, quien frunció el entrecejo y se acercó curiosa.
—No te atrevas a ahuyentar a mi invitado — Samuel agarró el antebrazo de Sebastián. — Nuestro padre no estará feliz si cometes una estupidez.—Me importa poco tu invitado, o la felicidad de nuestro padre. Lo que quiero es que se vayan de mi cuarto — le dijo Sebastián, amenazante. Nicolás sonrió complacido, al ver que su presencia lo incomodaba. Algo que Sebastián, en medio de su enfado, pudo notar. Quería borrarle esa sonrisa con su puño, pero recordó algo que Lizbeth le dijo: “Cuando te sientas a punto de tener un ataque de ira, piensa en algo o alguien que te importe”.Respiró profundamente, y dejando a sus propios hermanos asombrados, se acercó al minibar, sirvió tragos para todos y les ofreció.De mala gana, Nicolás aceptó. Su plan al verlo allí, a solas, era exponerlo ante esos dos hermanos; sin embargo, algo estaba cambiando: Sebastián relajó su expresión, lo que indicaba que no estaba tan furioso como para perder el control. Jugaron durante minutos, y cuando Samuel y Jorge fu
Lizbeth estaba loca por gritarle “ya tócame condenado”, pero se mordía la mejilla interna hasta sangrar; de sus ojos salían lágrimas de placer reprimido y necesitado. Cuando Sebastián la giró dejándola boca abajo quiso llorar, de verdad quiso hacerlo, el desgraciado le había besado entera, pero sin llegar a donde debía.Se removió sintiendo unas cosquillas cuando los mismos labios que chuparon sus pechos, vientre y muslos, estaban sobre su nuca, dejando besos húmedos, y pausados a lo largo de su columna vertebral, hombros, caderas y nalgas. Las mordidas suaves eran realmente deliciosas. Lizbeth olvidó su enojo, y con ojos cerrados disfrutaba dejando escapar gritos leves y bajos, que parecían ronroneos. Abrió los ojos como platos enormes cuando las manos fuertes de Sebastián elevaron sus caderas, y los dedos se pasearon con sutileza por el encaje de los hermosos cacheteros que a él le parecían sexy. Los deslizo despacio y besando al compás la piel expuesta.—Como…. — vocifero Lizbeth
—Ana, ¿por qué golpeaste a Lizbeth? Estás actuando como una desquiciada— le gritó Maite, acomodándose junto a Lizbeth. —Esta mujer ha arruinado mi vida. Hizo que todo sea más complicado de lo que era antes — gritaba Ana Fischer mirando a Lizbeth con rencor. —-Desde que ella y su madre aparecieron, todo se arruinó. No tiene ni un poco de vergüenza. Vino a vivir a esta mansión junto al hombre que descaradamente me robó. Se pasea por aquí como una reina, sin ninguna vergüenza. ¡Vete! ¿Qué haces aquí? ¡No perteneces a este lugar! —, apuntó Ana con un dedo tembloroso.—Debes tranquilizarte y ocupar tu lugar. Recuerda que eres una joven educada, has asistido a los mejores colegios, perteneces a la más alta sociedad y hasta ahora te has mantenido controlada— le aconsejó Viviana.—¡Tú no me entiendes! — siguió insistiendo Ana, con los ojos humedecidos, desempeñando su papel de mujer lamentable.—No entiendo por qué actúas de este modo, Ana. Eres una de las chicas más admirables. Dicen que er
—Yo lo digo. Lo hiciste mal. Tus hermanos me comentaron que lo golpeaste sin razón — afirmó su padre.—Sí, padre, fue salvaje como siempre. Si vieras la herida que le provocó a mi invitado — se quejó Samuel.—Hijo, me he quedado sin ir a la empresa para arreglar esto pacientemente. Lo hiciste mal, admítelo. Debes hacer lo correcto. Vamos a llamar a Nicolás y le ofrecerás una disculpa sincera.Sebastián miró a su padre con un gesto desafiante.—Hace tiempo dejé de ser un niño al que se le dice qué hacer. No tengo por qué disculparme.—Él lo hace a propósito. Lo que busca es que no pueda llevar a cabo mi proyecto. Si este imbécil no le pide perdón a Nicolás, perderé a un gran inversionista. ¡Contrólalo, padre! Sebastián no puede hacer lo que le venga en gana, perjudicando a nuestra familia todo el tiempo. ¡Maldita sea la hora en que tuviste a este bastardo! — protestó Samuel, impotente por no poder darle una lección a su hermano menor, quería tener la posibilidad que tenía cuando eran a
El aire estaba impregnado de un perfume a rosas y jazmín, proveniente de los exuberantes jardines que rodeaban la majestuosa mansión. Cada pétalo parecía emitir un susurro suave y seductor, pero para Lizbeth, el aroma era una mera brisa en comparación con la tempestad de emociones que la embargaba. Mientras Sebastián intentaba retener su mano, ella se resistía, evitando su mirada. Temía que, al hacerlo, su vulnerabilidad quedara al descubierto. Ya una vez la juzgó por creerla enamorada en un momento inapropiado, y ahora, si la veía con los ojos húmedos, ¿qué pensaría de ella? ¿Qué diría si, después de solo una noche entre sus brazos, estaba confundida?En ese instante, un suave y melancólico suspiro escapaba de los labios de Lizbeth, como la sinfonía de un corazón dividido entre lo correcto y el deseo. Su mirada, esquiva y llena de tormento, se perdía en la danza de las flores, como si buscara una respuesta entre los pétalos que bailaban al ritmo del viento.«No, señor, ya he sido hu
En el hospital, Milena agarraba firmemente la mano de Lizbeth, sus dedos se entrelazaban con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos, mientras las preocupaciones invadían su mente. Sus ojos se humedecían ante la incertidumbre que llenaba el aire. En ese momento, la entrada de la doctora provocó una tensión de anticipación palpable entre ambas.—Señora Barrett — comenzó la doctora, con su tono serio, acentuando aún más la preocupación de Lizbeth. Esta última se crispó al escuchar el apellido por el cual fue llamada, iba a replicar, pero recordó la insistencia de Sebastián en que usara su apellido en el hospital, y el registro médico ya lo reflejaba. Aun así, la manera en que la llamaban no dejaba de inquietarla.La doctora revisó detalladamente la carpeta entre sus manos antes de continuar. —Veo que recientemente fue ingresada en este mismo centro de salud.—Debo recomendarle que descanse adecuadamente, siga una dieta saludable y evite el estrés en la medida de lo posible — Asint