—Ana, ¿por qué golpeaste a Lizbeth? Estás actuando como una desquiciada— le gritó Maite, acomodándose junto a Lizbeth. —Esta mujer ha arruinado mi vida. Hizo que todo sea más complicado de lo que era antes — gritaba Ana Fischer mirando a Lizbeth con rencor. —-Desde que ella y su madre aparecieron, todo se arruinó. No tiene ni un poco de vergüenza. Vino a vivir a esta mansión junto al hombre que descaradamente me robó. Se pasea por aquí como una reina, sin ninguna vergüenza. ¡Vete! ¿Qué haces aquí? ¡No perteneces a este lugar! —, apuntó Ana con un dedo tembloroso.—Debes tranquilizarte y ocupar tu lugar. Recuerda que eres una joven educada, has asistido a los mejores colegios, perteneces a la más alta sociedad y hasta ahora te has mantenido controlada— le aconsejó Viviana.—¡Tú no me entiendes! — siguió insistiendo Ana, con los ojos humedecidos, desempeñando su papel de mujer lamentable.—No entiendo por qué actúas de este modo, Ana. Eres una de las chicas más admirables. Dicen que er
—Yo lo digo. Lo hiciste mal. Tus hermanos me comentaron que lo golpeaste sin razón — afirmó su padre.—Sí, padre, fue salvaje como siempre. Si vieras la herida que le provocó a mi invitado — se quejó Samuel.—Hijo, me he quedado sin ir a la empresa para arreglar esto pacientemente. Lo hiciste mal, admítelo. Debes hacer lo correcto. Vamos a llamar a Nicolás y le ofrecerás una disculpa sincera.Sebastián miró a su padre con un gesto desafiante.—Hace tiempo dejé de ser un niño al que se le dice qué hacer. No tengo por qué disculparme.—Él lo hace a propósito. Lo que busca es que no pueda llevar a cabo mi proyecto. Si este imbécil no le pide perdón a Nicolás, perderé a un gran inversionista. ¡Contrólalo, padre! Sebastián no puede hacer lo que le venga en gana, perjudicando a nuestra familia todo el tiempo. ¡Maldita sea la hora en que tuviste a este bastardo! — protestó Samuel, impotente por no poder darle una lección a su hermano menor, quería tener la posibilidad que tenía cuando eran a
El aire estaba impregnado de un perfume a rosas y jazmín, proveniente de los exuberantes jardines que rodeaban la majestuosa mansión. Cada pétalo parecía emitir un susurro suave y seductor, pero para Lizbeth, el aroma era una mera brisa en comparación con la tempestad de emociones que la embargaba. Mientras Sebastián intentaba retener su mano, ella se resistía, evitando su mirada. Temía que, al hacerlo, su vulnerabilidad quedara al descubierto. Ya una vez la juzgó por creerla enamorada en un momento inapropiado, y ahora, si la veía con los ojos húmedos, ¿qué pensaría de ella? ¿Qué diría si, después de solo una noche entre sus brazos, estaba confundida?En ese instante, un suave y melancólico suspiro escapaba de los labios de Lizbeth, como la sinfonía de un corazón dividido entre lo correcto y el deseo. Su mirada, esquiva y llena de tormento, se perdía en la danza de las flores, como si buscara una respuesta entre los pétalos que bailaban al ritmo del viento.«No, señor, ya he sido hu
En el hospital, Milena agarraba firmemente la mano de Lizbeth, sus dedos se entrelazaban con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos, mientras las preocupaciones invadían su mente. Sus ojos se humedecían ante la incertidumbre que llenaba el aire. En ese momento, la entrada de la doctora provocó una tensión de anticipación palpable entre ambas.—Señora Barrett — comenzó la doctora, con su tono serio, acentuando aún más la preocupación de Lizbeth. Esta última se crispó al escuchar el apellido por el cual fue llamada, iba a replicar, pero recordó la insistencia de Sebastián en que usara su apellido en el hospital, y el registro médico ya lo reflejaba. Aun así, la manera en que la llamaban no dejaba de inquietarla.La doctora revisó detalladamente la carpeta entre sus manos antes de continuar. —Veo que recientemente fue ingresada en este mismo centro de salud.—Debo recomendarle que descanse adecuadamente, siga una dieta saludable y evite el estrés en la medida de lo posible — Asint
—No es por esto que me siento incómoda —, confesó Lizbeth con frustración. —Estoy agotada de esta situación. Me siento atrapada en una casa llena de mentiras, lidiando con tus cuñadas diciendo tonterías, tu abuela presionándome para que te deje, tu ex prometida acosándome. Necesito un respiro. Apenas estamos comenzando y ya me siento exhausta — admitió, evidenciando su agotamiento.Sebastián escuchaba atentamente, sintiendo una mezcla de ira y culpabilidad. Aquella situación no era ajena para él, acostumbrado a lidiar con las dinámicas disfuncionales de su familia desde su infancia.Y así, sin más, Sebastián decidió que fueran al Penthouse, un lugar de techos altos y ventanas que tocaban el cielo, donde la vida de ellos parecía tener otro significado. Por razones que no llegaba a comprender, Lizbeth cobraba un valor incalculable, se convirtió en su prioridad, aunque ella no le dijo nada sobre la amenaza de aborto. De repente ya no ansiaba molestar a su abuela, todo lo que deseaba era
Con el ceño fruncido y el corazón pesado, Sebastián decidió a regañadientes emprender el viaje de vuelta a la imponente mansión que tanto detestaba. Con cada kilómetro que avanzaba, golpeaba el volante con furia, reflejando su frustración y resentimiento. Siempre que optaba por alejarse de su problemática familia, algo o alguien se lo impedía. Deseaba cumplir con su promesa de darle ese respiro tan necesario a Lizbeth, pero se encontraba otra vez dirigiéndose a su infernal hogar.En un momento de distracción, dio un giro brusco del volante y estuvo a punto de provocar un inminente accidente.Instintivamente, Sebastián extendió un brazo protector hacia Lizbeth antes de resguardarse a sí mismo, aunque sintió alivio al darse cuenta de que solo fue un susto sin mayores consecuencias; solo el chirriar de llantas e insistente claxonazos. Lizbeth, sobresaltada, llevó una mano a su pecho intentando contener el miedo que la invadía. Nerviosos, aparcaron el coche al costado de la carretera p
—Samuel, como verás me estoy yendo — dijo Sebastián sin voltearse. Samuel, con los hombros caídos y la mirada suplicante, dio un paso hacia él y colocó una mano temblorosa en su hombro. —Sé que he sido desconsiderado y merezco tu desaprobación, pero por favor, piensa en la familia, ayúdanos. Estamos desorientados. Los accionistas nos amenazan con demandas, y el valor de las acciones sigue cayendo. Si esto continúa, todo el legado de nuestro padre y abuelo se desvanecerá — le dijo Samuel con voz llena de pesar. Sebastián, con la mandíbula tensa y la mirada fija en el horizonte, aspiró profundamente, como si intentara contener una tormenta interna. Cada músculo de su rostro estaba rígido y sus cejas fruncidas en una mezcla de incredulidad y desprecio. —¿Y yo qué tengo que ver con esto? ¿No eras tú quien decía que no era digno de ser un Barrett?— Sebastián sentía el peso de las expectativas familiares sobre sus hombros, pero su orgullo herido le impedía ceder con facilidad. Aun así, l
Dos horas antes:La anciana estaba sumida en la desesperanza, convencida de que Sebastián no haría nada para ayudar. Mientras marcaba frenéticamente a sus contactos, sus arrugas se acentuaban con la ansiedad palpable en su expresión facial. Sin embargo, su desaliento se vio interrumpido en un instante. Cuando una llamada inesperada la puso en contacto con un accionista crucial, cuya voz reflejaba sorpresa y elogio hacia Sebastián. Los gestos de asombro y satisfacción se reflejaron en el rostro curtido de la anciana, y sus ojos brillaban con renovada esperanza.Mientras el accionista elogiaba la capacidad de Sebastián para manejar crisis, comentándole que un líder así era el que necesitaban. Puesto que Sebastián no solo evitó que los Barrett se fueran a la ruina, sino que también convenció a todos los accionistas minoritarios de no demandar a la familia, ofreciéndoles planes de crecimientos a futuro y recuperar las pérdidas tenidas, a la vez que obligó a la prensa a parar con el escánd