Después de que todos se retiraron del despacho de la anciana, Sergio, el progenitor de Sebastián, permaneció en su sitio con la respiración entrecortada y una expresión tensa. La anciana lo observó con curiosidad.—Pídele a tu asistente que salga, por favor— le solicitó con los puños apretados. A pesar de sorprenderse, ella no objetó y simplemente indicó a su asistente que se retirara.—¿Por qué haces todo esto, mamá? ¿Hasta cuándo pretendes actuar según tu voluntad con mis hijos? ¿Qué buscas al enfrentar a Sebastián? ¿Por qué lo tratas de manera diferente a Jorge y Samuel? No es justo que lo utilices para enmendar los errores de sus hermanos mayores. Sebastián también es tu nieto, ¿cuándo lo comprenderás?—Es para lo que él sirve, un hijo no reconocido de una mujer de una clase social por debajo de la nuestra. Tu hijo solo debería servir como chivo expiatorio. Es solo un peón que se sacrificará para proteger a los verdaderos y legítimos herederos de la fortuna que con tanto esfuerzo
Al día siguiente, Lizbeth despertó con el ceño fruncido a causa de la discusión de la noche anterior con Sebastián. Su mal humor se reflejaba en cada gesto que hacía, mientras se dirigía a la cocina, donde su primera tarea era saciar su apetito con desesperación. Con la boca pastosa por no haberse cepillado los dientes adecuadamente, maldijo en voz baja mientras buscaba algo para comer, lamentando haber abandonado su cereal la noche anterior y sufriendo las consecuencias en una noche de insomnio casi completa.Al atravesar la sala, Lizbeth notó la presencia de un acompañante desconocido junto a Sebastián, y como ambos estaban inmersos en una conversación concentrada. Sebastián, absorto en unos documentos, apenas la registró hasta que ella les deseó tímidamente los buenos días antes de intentar retirarse con rapidez. Sin embargo, un impulso de cortesía la detuvo en seco, y regresó para ofrecerle algo al visitante. Fue entonces cuando escuchó algo que la hizo detenerse en seco:— ¿
Sentado en el asiento trasero de uno de sus autos, Sebastián miraba a Lizbeth a su lado y negaba con movimientos de cabeza pausados mientras volvía la mirada a su ropa; no podía creer que iría a una cena vistiendo un pantalón deportivo y una sudadera. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que llevaba esa vestimenta al salir de casa, solo ocurría en sus primeros años de universidad.—¿Qué rayos te pasó por la cabeza cuando decidiste cortar toda mi ropa a la mitad?— le preguntó con cierta molestia y reproche. Aún se sentía avergonzado por la burla recibida de su conductor y su ama de llaves, quienes no se molestaron en ocultar su diversión al verlo tan desesperado por no encontrar algo apropiado para ponerse.Lizbeth, avergonzada, se rascó la nuca y se acomodó los lentes, sintiendo que su acto había sido infantil en retrospectiva, a pesar de que en el momento de ira no lo consideró así. De la mirada de Sebastián, sus ojos captaron el reflejo de Austin en el retrovisor, quien la
Cuando Milena salió del edificio y se aproximaba al coche, Austin la saludó con un cálido:—Buenos días, señorita Milena —. Ella correspondió con complicidad, provocando que Austin se sonrojara. No podía creer que ella hubiera memorizado su nombre desde su único encuentro.Al subirse al asiento trasero, Milena se dirigió a Lizbeth con un brillo animado en los ojos. —¿Cómo está mi embarazada favorita? — exclamó con alegría, depositando un cálido beso en la frente de Lizbeth. Y con su mirada, llena de cuidado maternal, inspeccionaba los ojos de Lizbeth como si buscara el rastro de lágrimas. Después sacó un lonche de su bolso para entregárselo con delicadeza. —Debo asegurarme de que desayunes bien, come — instó con ternura, adoptando un tono maternal hacia su amiga, casi como una madre preocupada por su hija.—Mile, tú sí me haces sentir especial. Lo necesitaba ¡Créelo! Desde ayer estoy de malas — le contó Lizbeth con una sonrisa radiante en los labios. Pero por un instante se quedó p
Lizbeth observaba con enfado las bolsas de ropa que Ana había comprado, las cuales mostraban el logo de la boutique que había visitado por solicitud de Sebastián. No entendía cómo la anciana no solo se había enterado de lo ocurrido, sino que también le había indicado a Ana a qué lugar ir.—Regresamos aquí debido a tu plan, una esposa y una amante bajo el mismo techo — le reclamó Lizbeth alterada. La explicación de Ana sobre mudarse allí por un tiempo la sacó de quicio.—Te expliqué anoche por qué dije eso. Nunca imaginé que un hombre como Antonio Fischer caería tan bajo. Creí que al decir eso, él se sentiría horrorizado, y se opondría a que su hija continuara frecuentando a esta familia. De haber sabido que tanto ese hombre como su hija no tienen moral, no habría dicho tal estupidez —gritó Sebastián, intentando hacer que ella entendiera cuál había sido su propósito.—Pero aquí estás. Tu querida abuela preparó este lugar para que lo conviertas en tu harén. Te aseguro que te permitirá t
Al entrar en la habitación, Lizbeth se quedó mirando a Sebastián. Ninguno de los dos dijo nada; simplemente se perdieron en la mirada del otro por unos segundos. Él la observaba con deseo de poseerla. No podía sacar de su mente su primer encuentro y ansiaba revivir esas sensaciones tan agradables. Sin embargo, a causa de los conflictos familiares, se había perdido esa oportunidad.Sebastián pensó en ella como "mi amiga con derechos", creyendo que podía romper la distancia y tomarla a su antojo. Mientras tanto, Lizbeth sintió un escalofrío recorrer su espalda al ver la lujuria en sus ojos, lo cual la estremeció por completo. A pesar de eso, se recordó a sí misma que debía mantenerse firme y no caer en el encanto seductor de Sebastián. Cuando intentó aferrarse a su cintura de manera posesiva, ella lo detuvo poniendo una mano en su pecho.— Dime, Sebastián, ¿tendremos que vivir bajo la vigilancia de esa arpía ahora? ¿Por qué esa niña presumida no tiene su propia casa? —le recriminó cruz
Madre e hija estaban debajo de un quiosco en un lugar donde solo se escuchaban los chorros de agua de una fuente cercana. La mujer estaba sentada con postura despreocupada, observando cómo su hija caminaba de un lado a otro con los brazos cruzados.— Mamá, esa anciana no hace nada sin una razón. Te dijo que serían amigas y que debías venir a tomar el té. ¡Por favor, mamá! No eres una niña, debes ser consciente de que esta gente no se relaciona. Esa mujer menosprecia a los menos afortunados — le dijo Lizbeth, tan desesperada que parecía que se quedaría sin aire.— No entiendo por qué te afecta tanto mi presencia aquí. ¿Acaso te avergüenzas de mí? — respondió la madre con la mirada baja.Lizbeth la miró con la cabeza ladeada.— Deja de interpretar el papel de víctima. No me molesta tu presencia y tú lo sabes. Lo que me incomoda es que sé lo que estás buscando. La gente ya me tacha de oportunista y, contigo aquí vistiendo de esa manera, darán por sentado que lo soy — expresó Lizbeth fur
Aunque Lizbeth fue quien contactó al médico de la familia, la anciana creó un gran alboroto e hizo que la familia revisara a Sebastián en su presencia. Alegando descabelladamente que su nieto estaba en esas condiciones por culpa de Lizbeth.—Según mi diagnóstico, el paciente ingirió algún tipo de sustancia que alteró su sistema y le causó malestares estomacales; sin embargo, he realizado una prueba más certera— explicó el médico al finalizar su revisión. «¿Sustancia?», pensó Sebastián con el ceño fruncido, aún mareado y con náuseas. Él no había ingerido más que comida; ni siquiera había necesitado medicarse.—Cualquiera que tenga una esposa tan fea como la de Sebastián querría suicidarse. Hermano, ¿te tomaste todo el frasco de pastillas o solo fue la mitad?— comentó Jorge, lo que provocó risas burlonas de Samuel y las dos nueras, quienes miraban a Lizbeth con burla. —Ustedes deberían largarse, solo están para decir tonterías— los reprendió Lizbeth, irritada y angustiada por Sebastiá