Sentado en el asiento trasero de uno de sus autos, Sebastián miraba a Lizbeth a su lado y negaba con movimientos de cabeza pausados mientras volvía la mirada a su ropa; no podía creer que iría a una cena vistiendo un pantalón deportivo y una sudadera. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que llevaba esa vestimenta al salir de casa, solo ocurría en sus primeros años de universidad.—¿Qué rayos te pasó por la cabeza cuando decidiste cortar toda mi ropa a la mitad?— le preguntó con cierta molestia y reproche. Aún se sentía avergonzado por la burla recibida de su conductor y su ama de llaves, quienes no se molestaron en ocultar su diversión al verlo tan desesperado por no encontrar algo apropiado para ponerse.Lizbeth, avergonzada, se rascó la nuca y se acomodó los lentes, sintiendo que su acto había sido infantil en retrospectiva, a pesar de que en el momento de ira no lo consideró así. De la mirada de Sebastián, sus ojos captaron el reflejo de Austin en el retrovisor, quien la
Cuando Milena salió del edificio y se aproximaba al coche, Austin la saludó con un cálido:—Buenos días, señorita Milena —. Ella correspondió con complicidad, provocando que Austin se sonrojara. No podía creer que ella hubiera memorizado su nombre desde su único encuentro.Al subirse al asiento trasero, Milena se dirigió a Lizbeth con un brillo animado en los ojos. —¿Cómo está mi embarazada favorita? — exclamó con alegría, depositando un cálido beso en la frente de Lizbeth. Y con su mirada, llena de cuidado maternal, inspeccionaba los ojos de Lizbeth como si buscara el rastro de lágrimas. Después sacó un lonche de su bolso para entregárselo con delicadeza. —Debo asegurarme de que desayunes bien, come — instó con ternura, adoptando un tono maternal hacia su amiga, casi como una madre preocupada por su hija.—Mile, tú sí me haces sentir especial. Lo necesitaba ¡Créelo! Desde ayer estoy de malas — le contó Lizbeth con una sonrisa radiante en los labios. Pero por un instante se quedó p
Lizbeth observaba con enfado las bolsas de ropa que Ana había comprado, las cuales mostraban el logo de la boutique que había visitado por solicitud de Sebastián. No entendía cómo la anciana no solo se había enterado de lo ocurrido, sino que también le había indicado a Ana a qué lugar ir.—Regresamos aquí debido a tu plan, una esposa y una amante bajo el mismo techo — le reclamó Lizbeth alterada. La explicación de Ana sobre mudarse allí por un tiempo la sacó de quicio.—Te expliqué anoche por qué dije eso. Nunca imaginé que un hombre como Antonio Fischer caería tan bajo. Creí que al decir eso, él se sentiría horrorizado, y se opondría a que su hija continuara frecuentando a esta familia. De haber sabido que tanto ese hombre como su hija no tienen moral, no habría dicho tal estupidez —gritó Sebastián, intentando hacer que ella entendiera cuál había sido su propósito.—Pero aquí estás. Tu querida abuela preparó este lugar para que lo conviertas en tu harén. Te aseguro que te permitirá t
Al entrar en la habitación, Lizbeth se quedó mirando a Sebastián. Ninguno de los dos dijo nada; simplemente se perdieron en la mirada del otro por unos segundos. Él la observaba con deseo de poseerla. No podía sacar de su mente su primer encuentro y ansiaba revivir esas sensaciones tan agradables. Sin embargo, a causa de los conflictos familiares, se había perdido esa oportunidad.Sebastián pensó en ella como "mi amiga con derechos", creyendo que podía romper la distancia y tomarla a su antojo. Mientras tanto, Lizbeth sintió un escalofrío recorrer su espalda al ver la lujuria en sus ojos, lo cual la estremeció por completo. A pesar de eso, se recordó a sí misma que debía mantenerse firme y no caer en el encanto seductor de Sebastián. Cuando intentó aferrarse a su cintura de manera posesiva, ella lo detuvo poniendo una mano en su pecho.— Dime, Sebastián, ¿tendremos que vivir bajo la vigilancia de esa arpía ahora? ¿Por qué esa niña presumida no tiene su propia casa? —le recriminó cruz
Madre e hija estaban debajo de un quiosco en un lugar donde solo se escuchaban los chorros de agua de una fuente cercana. La mujer estaba sentada con postura despreocupada, observando cómo su hija caminaba de un lado a otro con los brazos cruzados.— Mamá, esa anciana no hace nada sin una razón. Te dijo que serían amigas y que debías venir a tomar el té. ¡Por favor, mamá! No eres una niña, debes ser consciente de que esta gente no se relaciona. Esa mujer menosprecia a los menos afortunados — le dijo Lizbeth, tan desesperada que parecía que se quedaría sin aire.— No entiendo por qué te afecta tanto mi presencia aquí. ¿Acaso te avergüenzas de mí? — respondió la madre con la mirada baja.Lizbeth la miró con la cabeza ladeada.— Deja de interpretar el papel de víctima. No me molesta tu presencia y tú lo sabes. Lo que me incomoda es que sé lo que estás buscando. La gente ya me tacha de oportunista y, contigo aquí vistiendo de esa manera, darán por sentado que lo soy — expresó Lizbeth fur
Aunque Lizbeth fue quien contactó al médico de la familia, la anciana creó un gran alboroto e hizo que la familia revisara a Sebastián en su presencia. Alegando descabelladamente que su nieto estaba en esas condiciones por culpa de Lizbeth.—Según mi diagnóstico, el paciente ingirió algún tipo de sustancia que alteró su sistema y le causó malestares estomacales; sin embargo, he realizado una prueba más certera— explicó el médico al finalizar su revisión. «¿Sustancia?», pensó Sebastián con el ceño fruncido, aún mareado y con náuseas. Él no había ingerido más que comida; ni siquiera había necesitado medicarse.—Cualquiera que tenga una esposa tan fea como la de Sebastián querría suicidarse. Hermano, ¿te tomaste todo el frasco de pastillas o solo fue la mitad?— comentó Jorge, lo que provocó risas burlonas de Samuel y las dos nueras, quienes miraban a Lizbeth con burla. —Ustedes deberían largarse, solo están para decir tonterías— los reprendió Lizbeth, irritada y angustiada por Sebastiá
Sebastián, cuyas facciones permanecían tensas tras el reciente disgusto, había abandonado la tranquilidad de su oficina, ya que su camisa, antes impecable, ahora lucía una mancha de café descuidada que se esparcía a lo largo de su pecho.Solía tener siempre una prenda de repuesto en su trabajo, pero se encontró con que en medio de su despiste frustrante se la había pedido a Austin llevarla a casa.—Lizbeth, aún estoy sufriendo por culpa de tu travesura— peleó mirando el reloj en su muñeca izquierda.Desprovisto de su camisa, con el torso desnudo, Sebastián veía la inconfundible silueta de la serpiente Ana Fisher irrumpir en su santuario personal.Su presencia exacerbó su malestar en el estómago; un doloroso recordatorio del abortivo ingerido y que sospechaba que había sido obra de la misma mujer que ahora osaba pisar su habitación. Ni siquiera podía imaginar lo que habría pasado si esos canelones los hubiese comido Lizbeth. Tendría que tener más cuidado con esta mujer.«En esta casa
Sebastián caminaba de un lado a otro. Sentía como si una mano invisible estrangulase su garganta y no paraba de maldecir en voz alta a Nicolás. No le importaba que sus amigos lo vieran descontrolado por una mujer que afirmaba no amar. Estaba celoso, muy celoso, y ese sentimiento se intensificó cuando recibió un mensaje con una foto adjunta en su celular, procedente del teléfono de Lizbeth. Efectivamente, se veía a esta acostada con otro hombre.Lleno de rabia, estampó su celular contra la pared de cristal de su oficina. No sabía dónde buscar a Lizbeth, y por orgullo se negaba a hacerlo. Sus ojos se enrojecieron de furia mientras esta hervía en su interior.A pesar de su malestar, su estómago revuelto no le impidió medicarse. Aquella mujer que había sido su paz ahora volvía a encender su ira.En los últimos días, a pesar de las situaciones difíciles que había enfrentado, había logrado controlar su enojo sin que este se convirtiera en explosiones de furia porque pensaba en ella. Aunque