Sebastián caminaba de un lado a otro. Sentía como si una mano invisible estrangulase su garganta y no paraba de maldecir en voz alta a Nicolás. No le importaba que sus amigos lo vieran descontrolado por una mujer que afirmaba no amar. Estaba celoso, muy celoso, y ese sentimiento se intensificó cuando recibió un mensaje con una foto adjunta en su celular, procedente del teléfono de Lizbeth. Efectivamente, se veía a esta acostada con otro hombre.Lleno de rabia, estampó su celular contra la pared de cristal de su oficina. No sabía dónde buscar a Lizbeth, y por orgullo se negaba a hacerlo. Sus ojos se enrojecieron de furia mientras esta hervía en su interior.A pesar de su malestar, su estómago revuelto no le impidió medicarse. Aquella mujer que había sido su paz ahora volvía a encender su ira.En los últimos días, a pesar de las situaciones difíciles que había enfrentado, había logrado controlar su enojo sin que este se convirtiera en explosiones de furia porque pensaba en ella. Aunque
Cuando Lizbeth divisó el imponente portón de la residencia Barrett a través de la ventanilla del auto de Nicolás, sus ojos se iluminaron con nerviosismo y emoción contenida, soltó el aire reprimido y esbozó una sonrisa apenas perceptible, mientras su mirada se perdía anhelante a través del cristal a su lado.—Espero que estos dos meses pasen rápido, te quiero a mi lado —le dijo Nicolás con tono dulce cuando el vehículo se detuvo con suavidad.Mientras él le acariciaba el rostro con ternura, Lizbeth luchaba por mantener una expresión serena en su rostro.—Como mencioné, tendrás que conquistarme en estos dos meses. No deseo pasar de los brazos de quien me adora a los de quien me despreció una vez. Si tu conquista me convence, entonces y solo entonces, sabré si eres digno de mí —expresó, fingiendo coquetería para ocultar sus verdaderos sentimientos.Cuando Lizbeth oyó los seguros de las puertas liberarse, salió del vehículo apresuradamente, como si fuera un alma que lleva el diablo, mien
A pesar de su airado semblante, Lizbeth, que avanzaba con la furia de un animal salvaje, al enterarse de lo ocurrido con su suegra, se detuvo de golpe. Con un movimiento tieso, giró sobre sus talones.—¿Cómo...? ¿Atropellada?, ¿mi madre?— preguntó Sebastián entrecortadamente, con la mirada perdida, incapaz de asimilar lo que su padre le comunicaba.—Sí, acaban de llamar del hospital, debemos ir ahora— le solicitó Sergio con un tono urgente y desesperado.—¿Sebastián, puedo acompañarte?— inquirió Lizbeth con cierto recelo. Su mente inmediatamente le presentó posibles respuestas hirientes: "No es necesario, no eres mi esposa, solo una mujer que finge serlo y una pésima mentirosa" "Eres temporal, alguien a quien no le importa lo que suceda con mi familia en absoluto".Él no contestó, simplemente se giró en redondo y avanzó hacia el estacionamiento con largas zancadas. Para ella resultaba complicado seguirle el paso; no quería apresurarse, aún recordaba la advertencia de la doctora que l
Cuando el auto se detuvo, Lizbeth despertó, apartando su rostro del pecho firme de su esposo ficticio, enfocando su mirada en la de él para perderse en esos ojos ambarinos que la miraban con devoción, pero reflejaban tanta tristeza que le provocaba un deseo intenso de llorar.—Debiste regresar a la casa a descansar cuando te lo pedí. Te ves exhausta y no quiero que te pase nada— le reprochó Sebastián con voz ronca por el sueño, y con la mirada cargada de preocupación recorría su rostro, captando cada matiz de sus emociones.—No me sucederá nada, créeme. Si después de todo lo que he vivido aún sigo en pie, significa que soy fuerte como el acero— le aseguró Lizbeth con una sonrisa en los labios, que no alcanzaba a ocultar la sombra de temor por su bebé en sus ojos brillantes. —Deja de fingir— él la agarró por la nuca obligándola a mirarlo a los ojos. —Te cuidaré, no permitiré que las personas que me importan salgan lastimadas por mi incompetencia. Hoy te quedarás descansando, no tiene
—Sebastián, ¡detente! — rogó Sergio, asustado, mientras levantaba una mano en señal de calma hacia él.Los cristales se estamparon contra sus zapatos, y aterrada, caminaba hacia atrás mientras veía a Sebastián avanzar hacia ella como un demonio sediento de sangre. La anciana nunca se había sentido tan atemorizada a pesar de haber presenciado la ira de Sebastián en ocasiones anteriores; sin embargo, esta era la primera vez que percibía claramente su deseo de causarle daño.—Sí, muchacho terco, escucha a tu padre — le dijo la anciana soltando el bastón, con puro terror, ocultándose tras su asistente, quien fue protegida por Sergio.Lizbeth quiso intervenir, pero la vista de la anciana temblando le resultó emocionante; esa mujer tan desagradable necesitaba un susto.Todos fueron llegando uno por uno, excepto Samuel, quien estaba ocupado jugando al golf con Nicolás.—¡Tú! — la señaló Sebastián, amenazante. —Si descubro que tienes algo que ver con lo sucedido a mi madre, me olvidaré de que
—Eres un aprovechado, niño Barrett… —exclamó Lizbeth entre gemidos, sintiendo como Sebastián la cogió de la barbilla con delicadeza. Sus ojos, amplios, se mostraron sorprendidos, y brillaban con incertidumbre y fascinación.—Te amo— le confesó él, y sus palabras flotaron en el aire, dándole tiempo a reaccionar. Ella no pudo decir una sola palabra, simplemente parpadeó, provocando que sus largas pestañas hicieran sombra sobre sus mejillas sonrosadas, mientras percibía cómo él, posó un encendido beso sobre sus labios.Con un movimiento etéreo, Lizbeth extendió su mano con una ternura casi sobrenatural, acariciándole el rostro. La piel de él se erizó bajo el suave tacto, un gesto que reveló su vulnerabilidad momentánea. Los ojos de Sebastián se entrecerraron levemente con anhelo y deseo contenidos.Aturdida, Lizbeth se dejó besar, con sus manos temblorosas, y tensándose mientras sentía cómo el mundo se le venía encima, y cómo su corazón se llenaba de un regocijo impetuoso que la sobrepas
Sebastián, que estaba a punto de dejar el salón, se detuvo al observar cómo dos guardias de seguridad ingresaban, sujetando a una de las criadas de manera poco profesional. La mujer lo miró con ojos llorosos y suplicantes.—Señor, le juro que no he hecho nada. Es injusto que me culpen sin pruebas— gritaba la mujer, mientras era forzada a avanzar.—¿Qué significa esto? No tienes derecho a tratar así al personal, es ilegal — intervino Sebastián, enfrentando a su abuela con fiereza.—Resulta que te prometí investigar el asunto del abortivo y descubrimos que esta mujer guardaba entre sus pertenencias, esto —la anciana mostró el medicamento ilegal, y la mujer comenzó a negar con la cabeza.—Eso no es mío; es la primera vez que lo veo —alegó en su defensa, llorando sin parar.Ana cruzó los brazos sobre su pecho y empezó a balancearse sobre un pie con altivez.—Ves, Sebastián, me condenaste cuando la verdadera culpable era otra persona —declaró, aliviada, dirigiéndose de manera indirecta a
Tres días después:A pesar de que Soraya aún no había despertado del coma, Sebastián adquirió todo el equipo necesario y preparó una habitación en la casa del sótano, a donde la trasladó. Aunque enfrentó resistencia por parte de su padre y los médicos a cargo de Soraya, logró sacarla del hospital argumentando que estaría más segura a su lado. Se mostraba paranoico, desconfiando incluso de los médicos que la cuidaban. No podía conciliar el sueño al pensar en un enemigo desconocido, con la suficiente influencia para hacer desaparecer un automóvil del sistema, dejando a la policía sin pistas. Dado que la placa del vehículo los condujo a un depósito donde descubrieron que el auto había sido destruido.La anciana, que bajó a inspeccionar la situación en la casa del sótano y se incomodó al ver a Soraya de regreso, y expresó su descontento: —Esta mujer es como una carga maldita. Lizbeth, presente con las dos enfermeras a cargo, observó y negó con la cabeza de lado a lado. —Señora, su ac