Sebastián, que estaba a punto de dejar el salón, se detuvo al observar cómo dos guardias de seguridad ingresaban, sujetando a una de las criadas de manera poco profesional. La mujer lo miró con ojos llorosos y suplicantes.—Señor, le juro que no he hecho nada. Es injusto que me culpen sin pruebas— gritaba la mujer, mientras era forzada a avanzar.—¿Qué significa esto? No tienes derecho a tratar así al personal, es ilegal — intervino Sebastián, enfrentando a su abuela con fiereza.—Resulta que te prometí investigar el asunto del abortivo y descubrimos que esta mujer guardaba entre sus pertenencias, esto —la anciana mostró el medicamento ilegal, y la mujer comenzó a negar con la cabeza.—Eso no es mío; es la primera vez que lo veo —alegó en su defensa, llorando sin parar.Ana cruzó los brazos sobre su pecho y empezó a balancearse sobre un pie con altivez.—Ves, Sebastián, me condenaste cuando la verdadera culpable era otra persona —declaró, aliviada, dirigiéndose de manera indirecta a
Tres días después:A pesar de que Soraya aún no había despertado del coma, Sebastián adquirió todo el equipo necesario y preparó una habitación en la casa del sótano, a donde la trasladó. Aunque enfrentó resistencia por parte de su padre y los médicos a cargo de Soraya, logró sacarla del hospital argumentando que estaría más segura a su lado. Se mostraba paranoico, desconfiando incluso de los médicos que la cuidaban. No podía conciliar el sueño al pensar en un enemigo desconocido, con la suficiente influencia para hacer desaparecer un automóvil del sistema, dejando a la policía sin pistas. Dado que la placa del vehículo los condujo a un depósito donde descubrieron que el auto había sido destruido.La anciana, que bajó a inspeccionar la situación en la casa del sótano y se incomodó al ver a Soraya de regreso, y expresó su descontento: —Esta mujer es como una carga maldita. Lizbeth, presente con las dos enfermeras a cargo, observó y negó con la cabeza de lado a lado. —Señora, su ac
—Planeo tomarme unas extensas vacaciones. Ana es lo suficientemente adulta como para hacerse cargo de todo. Pensé en que mi yerno se quedaría manejando mis empresas, pero dado el carácter de mi hija, me está resultando difícil encontrarle un compañero adecuado. Consideré que eras una buena opción, pero parece que me equivoqué — lamentó Antonio, indicando a Sebastián que finalmente bebiera el contenido de su vaso… Cuando Sebastián llevó el vaso a sus labios, decidió observar Antonio una vez más, antes de vaciar por completo su contenido de un solo trago. —Espero que disfrutes tus vacaciones y agradezco que hayas entendido mis intenciones— expresó Sebastián al colocar el vaso en la mesa de cristal y levantarse. —No te vayas sin tomar otro trago. Sé que estás apurado debido a la situación de tu madre, pero debes recordar seguir viviendo incluso, mientras ella está en coma. Podrían pasar años antes de que despierte— especuló Antonio, provocando una reacción de molestia en Sebastián, h
Lizbeth se encontraba de pie frente a la secretaria del imponente despacho del rector del colegio, donde dedicaba sus días a educar mentes curiosas y jóvenes inquietos. El tic-tac del reloj de pared marcaba los segundos con una desgarradora lentitud mientras la secretaria deslizaba su mirada de un documento a otro, sin concederle acceso a la oficina. El contenido del mensaje recibido en su bandeja de entrada seguía resonando en su mente, llenándola de incertidumbre y ansiedad. Esperaba que se tratara de un error. —Profesora Weber, puede pasar— le indicó la secretaria levantando la vista de su monitor. —Gracias— murmuró Lizbeth en voz baja, apenas audible, alisando las arrugas imaginarias de su vestuario con las palmas de sus manos. Antes de cruzar el umbral de la pesada puerta de cristal, ajustó con cuidado los lentes sobre su nariz, como escudo ante lo que estaba por enfrentar. Estaba visiblemente nerviosa; su corazón latía con fuerza, resonando en sus oídos. —Buenos días— sa
Con manos temblorosas, Lizbeth observaba el documento que mostraba en negrita "Acuerdo de Pago"; su mirada descendía una y otra vez hacia la firma de su madre. Recorrió esa trayectoria más de 20 veces en cuestión de segundos. —Léelo en su totalidad. ¿Qué tipo de profesora eres? ¿O es que no sabes leer? —le espetó la anciana con un tono cortante.Lizbeth se quedó helada al leer lo especificado en el documento. —¡Esto claramente es ilegal! ¿Cómo puede existir un acuerdo de pago en el que el acreedor puede tener la facultad de determinar la cantidad de dinero que se cobrará de manera libre o a elección y en el momento que le plazca? —agitó el papel mirando a la anciana con reproche. —Es un abuso. Se supone que el acreedor debe establecer una fecha límite o métodos de pago, pero esto parece diseñado para perjudicar al deudor.—Tu madre firmó el documento consciente de las consecuencias —respondió la anciana imperturbable, relajada en su silla.—No creo que ella haya consentido esto. ¿Y
Frente a la pantalla del simulador de golf, Nicolás practicaba su swing para mejorar tanto la precisión como la distancia. En su última partida con Samuel, se sintió muy descontento consigo mismo al aceptar la derrota ante alguien a quien consideraba estúpido e insignificante. Al fallar en encajar la pelota en el hoyo indicado, expresó un improperio y se giró para encarar a uno de sus dos acompañantes que estaban de pie detrás de él. Los hombres rieron asintiendo, en acuerdo con su líder. Ese juego carecía del entusiasmo de una competencia en campo abierto de tiros junto a sus compañeros rebeldes.—Detesto este juego tan insulso y aburrido, pero debo mantener la fachada de ser el millonario perfecto. Las banalidades de la élite son tan sofocantes — exclamó mientras se quitaba con exasperación los guantes.—Señor — lo saludó otro de sus hombres que acababa de entrar. — Mire esto — dijo, entregándole una tablet.Nicolás se quedó absorto en la imagen de Sebastián y Lizbeth tomados de la
Chasqueando la lengua, Jorge entró mirando a Ana y a Samuel con reproche y burla a la vez.— ¡Eres un infiel incorregible! — le reprochó a su hermano mayor, y Ana sentía tanta vergüenza que no se atrevía a levantar la cabeza.—No digas tonterías, Jorge. Lo que acabas de presenciar fue un error. Ana y yo nos dejamos llevar — justificó Samuel de espaldas a Ana, lamentándose por la estupidez que acababa de cometer.—Estupidez o no, los pillé besándose y si no hubiera venido por ti, ahora mismo estarían fornicando apasionadamente — se mofó Jorge, mirando a ambos sucesivamente.Ana no pudo soportar la presión y salió casi corriendo.—¿Qué te pasa, idiota? La hiciste sentir mal con tus comentarios imprudentes — le recriminó Samuel a Jorge, quien simplemente se carcajeó divertido.—No se deben ofender, solo dije la verdad — replicó maliciosamente.—Claro, tú eres el perfecto. A mí no me engañas. Sé que tienes colas que te pisen. Como también sé que tu esposa estéril no te satisface — contraa
Lizbeth veía a Sebastián aún parado en la puerta con los ojos llenos de desilusión y una terrible opresión la hizo sentir que se quedaba sin aire.—Yo…—comenzó a decir con voz temblorosa, pero él la interrumpió.—Tengo cosas que hacer —le dijo frío antes de dar la vuelta sobre su propio eje.Ella lo siguió, pero él iba a pasos tan apresurados que parecía correr de su presencia.—Sebas, puedo explicarte— le voceó Lizbeth al mismo tiempo que él cerraba la puerta del despacho casi en su cara.Lizbeth quería entender por qué se sentía tan agitada. Verlo así le afectaba. Puso una mano sobre la puerta como si le estuviera acariciando la piel a él.Mientras Sebastián, del lado adentro, pegó su frente a la puerta, sintiendo mucha ira. Le dolía mucho pensar que ella aún estaba dispuesta a abandonarlo cuando él le confesó sus sentimientos, suponiendo que después de esa confesión, se quedarían juntos. Aunque sabía que tarde o temprano ese secreto sería revelado por un tercero, en el fondo no que