Con manos temblorosas, Lizbeth observaba el documento que mostraba en negrita "Acuerdo de Pago"; su mirada descendía una y otra vez hacia la firma de su madre. Recorrió esa trayectoria más de 20 veces en cuestión de segundos. —Léelo en su totalidad. ¿Qué tipo de profesora eres? ¿O es que no sabes leer? —le espetó la anciana con un tono cortante.Lizbeth se quedó helada al leer lo especificado en el documento. —¡Esto claramente es ilegal! ¿Cómo puede existir un acuerdo de pago en el que el acreedor puede tener la facultad de determinar la cantidad de dinero que se cobrará de manera libre o a elección y en el momento que le plazca? —agitó el papel mirando a la anciana con reproche. —Es un abuso. Se supone que el acreedor debe establecer una fecha límite o métodos de pago, pero esto parece diseñado para perjudicar al deudor.—Tu madre firmó el documento consciente de las consecuencias —respondió la anciana imperturbable, relajada en su silla.—No creo que ella haya consentido esto. ¿Y
Frente a la pantalla del simulador de golf, Nicolás practicaba su swing para mejorar tanto la precisión como la distancia. En su última partida con Samuel, se sintió muy descontento consigo mismo al aceptar la derrota ante alguien a quien consideraba estúpido e insignificante. Al fallar en encajar la pelota en el hoyo indicado, expresó un improperio y se giró para encarar a uno de sus dos acompañantes que estaban de pie detrás de él. Los hombres rieron asintiendo, en acuerdo con su líder. Ese juego carecía del entusiasmo de una competencia en campo abierto de tiros junto a sus compañeros rebeldes.—Detesto este juego tan insulso y aburrido, pero debo mantener la fachada de ser el millonario perfecto. Las banalidades de la élite son tan sofocantes — exclamó mientras se quitaba con exasperación los guantes.—Señor — lo saludó otro de sus hombres que acababa de entrar. — Mire esto — dijo, entregándole una tablet.Nicolás se quedó absorto en la imagen de Sebastián y Lizbeth tomados de la
Chasqueando la lengua, Jorge entró mirando a Ana y a Samuel con reproche y burla a la vez.— ¡Eres un infiel incorregible! — le reprochó a su hermano mayor, y Ana sentía tanta vergüenza que no se atrevía a levantar la cabeza.—No digas tonterías, Jorge. Lo que acabas de presenciar fue un error. Ana y yo nos dejamos llevar — justificó Samuel de espaldas a Ana, lamentándose por la estupidez que acababa de cometer.—Estupidez o no, los pillé besándose y si no hubiera venido por ti, ahora mismo estarían fornicando apasionadamente — se mofó Jorge, mirando a ambos sucesivamente.Ana no pudo soportar la presión y salió casi corriendo.—¿Qué te pasa, idiota? La hiciste sentir mal con tus comentarios imprudentes — le recriminó Samuel a Jorge, quien simplemente se carcajeó divertido.—No se deben ofender, solo dije la verdad — replicó maliciosamente.—Claro, tú eres el perfecto. A mí no me engañas. Sé que tienes colas que te pisen. Como también sé que tu esposa estéril no te satisface — contraa
Lizbeth veía a Sebastián aún parado en la puerta con los ojos llenos de desilusión y una terrible opresión la hizo sentir que se quedaba sin aire.—Yo…—comenzó a decir con voz temblorosa, pero él la interrumpió.—Tengo cosas que hacer —le dijo frío antes de dar la vuelta sobre su propio eje.Ella lo siguió, pero él iba a pasos tan apresurados que parecía correr de su presencia.—Sebas, puedo explicarte— le voceó Lizbeth al mismo tiempo que él cerraba la puerta del despacho casi en su cara.Lizbeth quería entender por qué se sentía tan agitada. Verlo así le afectaba. Puso una mano sobre la puerta como si le estuviera acariciando la piel a él.Mientras Sebastián, del lado adentro, pegó su frente a la puerta, sintiendo mucha ira. Le dolía mucho pensar que ella aún estaba dispuesta a abandonarlo cuando él le confesó sus sentimientos, suponiendo que después de esa confesión, se quedarían juntos. Aunque sabía que tarde o temprano ese secreto sería revelado por un tercero, en el fondo no que
Antes de llegar al comedor, su teléfono sonó, por lo que se apartó a un espacio seguro para responder, ya que en la pantalla cuarteada del celular vio que se trataba de Nicolás, y debía mantener la mentira antes dicha para que este no le armara un gran lío.“Creíste que me comería tu cuento y no iba a investigar que verdaderamente estabas embarazada, no soy un tonto Lizbeth”, fue lo primero que él le dijo cuando ella contestó. De repente, los latidos de su corazón aumentaron violentamente y sentía que se le adormecía la boca.“Bi… bien, estoy embarazada, ¿y qué?, si decidí mentir sobre eso, es mi problema, es mi bebé, puedo decirle a quien yo quiera“, tomó valor para contestarle.“El hecho de que me lo ocultaras deja en evidencia de que soy el padre. Esta no será una advertencia vacía, como ya notaste, porque no eres para nada tonta, no puedo contar sobre nuestra antigua relación a los Barrett, pero sí te puedo asegurar algo. Ya viste mis verdaderos colores, entendiste que soy capaz
La mirada de la abuela Barrett era dura, fulminante y llena de un reproche que intimidaba a todos en esa mesa que estaban expectantes. Lizbeth se preparaba, apretaba los puños para soportar lo que le venía encima, estaba convencida de que se trataba de ella, que Alexa había preparado un mensaje dramático en donde la exponía como alguien nefasta. Mientras que Sebastián suponía lo mismo, pero proveniente de la madre de Lizbeth.—Pasemos al salón de descanso — propuso la anciana causando más incertidumbre.—Pero abuela, apenas estamos empezando a desayunar, falta mi huevo hervido…— se quejaba Jorge como un niño resabioso, pero una mirada fulminante de la anciana lo hizo alejar el huevo. Todos siguieron a la anciana como si fueran camino a un juicio en el que cada uno perdería una parte muy importante de su cuerpo. Lizbeth apenas sentía el suelo bajo sus pies y no podía escuchar más que el galopar de su corazón como si fuera un caballo salvaje.La anciana tomó el mando de una gran pan
Los sofás de la sala de estar en la residencia de la madre de Lizbeth estaban ocupados por un grupo de señoras: amigas y vecinas de su antiguo vecindario que habían acudido a visitarla a su solicitud. Las mujeres disfrutaban de café mientras examinaban detenidamente cada aspecto de la elegante sala.Una de las señoras, frunciendo el ceño con gesto crítico, comentó: —Pensé que estarías viviendo en una mansión, como solías presumir después de la boda de tu hija Lizbeth. La madre de Lizbeth apretó la bandeja que sostenía y forzó una sonrisa, lamentando internamente haber invitado a todas aquellas mujeres. Había querido impresionar, pero en ese momento estaba tan preocupada que no podía concentrarse en eso.—Es verdad. Nos dijiste eso y ahora que visitamos tu casa, resulta que es la más modesta de este complejo residencial y ni siquiera cuentas con personal de servicio — intervino otra.La madre de Lizbeth intentó que su risa sonara burlona a pesar de su molestia.—Si supieran que fui y
"Lunático, tu turno ha llegado", leyó Sebastián en voz alta, las letras escritas con crayola roja en su auto blanco. Miró a su alrededor en el estacionamiento e incluso paseó un poco por el jardín buscando al responsable, ansioso por atraparlo. Estaba convencido de que esta persona era la que había dañado a su madre, pero no vio a nadie.—Investiga con los guardias cuántos visitantes han entrado a la mansión hoy – le pidió a su conductor con irritación.—Ya lo hice — dijo Austin, mostrándole el teléfono.—Y, ¿qué dijeron? – le preguntó Sebastián, instándolo a hablar rápidamente.—Tres abogados de la anciana, dos hermanos y un sobrino de la señora Viviana, el doctor de la señora Barrett, una amiga de Ana acompañada de un novio y un mensajero que trajo un paquete al señor Samuel — le informó Austin.Sebastián reflexionó; eran muchas personas y no sabía a quién señalar. El único exento de sospechas era el médico de su madre, pero incluso su familia le resultaba sospechosa.—Cambia de au