—Sebastián, ¡detente! — rogó Sergio, asustado, mientras levantaba una mano en señal de calma hacia él.Los cristales se estamparon contra sus zapatos, y aterrada, caminaba hacia atrás mientras veía a Sebastián avanzar hacia ella como un demonio sediento de sangre. La anciana nunca se había sentido tan atemorizada a pesar de haber presenciado la ira de Sebastián en ocasiones anteriores; sin embargo, esta era la primera vez que percibía claramente su deseo de causarle daño.—Sí, muchacho terco, escucha a tu padre — le dijo la anciana soltando el bastón, con puro terror, ocultándose tras su asistente, quien fue protegida por Sergio.Lizbeth quiso intervenir, pero la vista de la anciana temblando le resultó emocionante; esa mujer tan desagradable necesitaba un susto.Todos fueron llegando uno por uno, excepto Samuel, quien estaba ocupado jugando al golf con Nicolás.—¡Tú! — la señaló Sebastián, amenazante. —Si descubro que tienes algo que ver con lo sucedido a mi madre, me olvidaré de que
—Eres un aprovechado, niño Barrett… —exclamó Lizbeth entre gemidos, sintiendo como Sebastián la cogió de la barbilla con delicadeza. Sus ojos, amplios, se mostraron sorprendidos, y brillaban con incertidumbre y fascinación.—Te amo— le confesó él, y sus palabras flotaron en el aire, dándole tiempo a reaccionar. Ella no pudo decir una sola palabra, simplemente parpadeó, provocando que sus largas pestañas hicieran sombra sobre sus mejillas sonrosadas, mientras percibía cómo él, posó un encendido beso sobre sus labios.Con un movimiento etéreo, Lizbeth extendió su mano con una ternura casi sobrenatural, acariciándole el rostro. La piel de él se erizó bajo el suave tacto, un gesto que reveló su vulnerabilidad momentánea. Los ojos de Sebastián se entrecerraron levemente con anhelo y deseo contenidos.Aturdida, Lizbeth se dejó besar, con sus manos temblorosas, y tensándose mientras sentía cómo el mundo se le venía encima, y cómo su corazón se llenaba de un regocijo impetuoso que la sobrepas
Sebastián, que estaba a punto de dejar el salón, se detuvo al observar cómo dos guardias de seguridad ingresaban, sujetando a una de las criadas de manera poco profesional. La mujer lo miró con ojos llorosos y suplicantes.—Señor, le juro que no he hecho nada. Es injusto que me culpen sin pruebas— gritaba la mujer, mientras era forzada a avanzar.—¿Qué significa esto? No tienes derecho a tratar así al personal, es ilegal — intervino Sebastián, enfrentando a su abuela con fiereza.—Resulta que te prometí investigar el asunto del abortivo y descubrimos que esta mujer guardaba entre sus pertenencias, esto —la anciana mostró el medicamento ilegal, y la mujer comenzó a negar con la cabeza.—Eso no es mío; es la primera vez que lo veo —alegó en su defensa, llorando sin parar.Ana cruzó los brazos sobre su pecho y empezó a balancearse sobre un pie con altivez.—Ves, Sebastián, me condenaste cuando la verdadera culpable era otra persona —declaró, aliviada, dirigiéndose de manera indirecta a
Tres días después:A pesar de que Soraya aún no había despertado del coma, Sebastián adquirió todo el equipo necesario y preparó una habitación en la casa del sótano, a donde la trasladó. Aunque enfrentó resistencia por parte de su padre y los médicos a cargo de Soraya, logró sacarla del hospital argumentando que estaría más segura a su lado. Se mostraba paranoico, desconfiando incluso de los médicos que la cuidaban. No podía conciliar el sueño al pensar en un enemigo desconocido, con la suficiente influencia para hacer desaparecer un automóvil del sistema, dejando a la policía sin pistas. Dado que la placa del vehículo los condujo a un depósito donde descubrieron que el auto había sido destruido.La anciana, que bajó a inspeccionar la situación en la casa del sótano y se incomodó al ver a Soraya de regreso, y expresó su descontento: —Esta mujer es como una carga maldita. Lizbeth, presente con las dos enfermeras a cargo, observó y negó con la cabeza de lado a lado. —Señora, su ac
—Planeo tomarme unas extensas vacaciones. Ana es lo suficientemente adulta como para hacerse cargo de todo. Pensé en que mi yerno se quedaría manejando mis empresas, pero dado el carácter de mi hija, me está resultando difícil encontrarle un compañero adecuado. Consideré que eras una buena opción, pero parece que me equivoqué — lamentó Antonio, indicando a Sebastián que finalmente bebiera el contenido de su vaso… Cuando Sebastián llevó el vaso a sus labios, decidió observar Antonio una vez más, antes de vaciar por completo su contenido de un solo trago. —Espero que disfrutes tus vacaciones y agradezco que hayas entendido mis intenciones— expresó Sebastián al colocar el vaso en la mesa de cristal y levantarse. —No te vayas sin tomar otro trago. Sé que estás apurado debido a la situación de tu madre, pero debes recordar seguir viviendo incluso, mientras ella está en coma. Podrían pasar años antes de que despierte— especuló Antonio, provocando una reacción de molestia en Sebastián, h
Lizbeth se encontraba de pie frente a la secretaria del imponente despacho del rector del colegio, donde dedicaba sus días a educar mentes curiosas y jóvenes inquietos. El tic-tac del reloj de pared marcaba los segundos con una desgarradora lentitud mientras la secretaria deslizaba su mirada de un documento a otro, sin concederle acceso a la oficina. El contenido del mensaje recibido en su bandeja de entrada seguía resonando en su mente, llenándola de incertidumbre y ansiedad. Esperaba que se tratara de un error. —Profesora Weber, puede pasar— le indicó la secretaria levantando la vista de su monitor. —Gracias— murmuró Lizbeth en voz baja, apenas audible, alisando las arrugas imaginarias de su vestuario con las palmas de sus manos. Antes de cruzar el umbral de la pesada puerta de cristal, ajustó con cuidado los lentes sobre su nariz, como escudo ante lo que estaba por enfrentar. Estaba visiblemente nerviosa; su corazón latía con fuerza, resonando en sus oídos. —Buenos días— sa
Con manos temblorosas, Lizbeth observaba el documento que mostraba en negrita "Acuerdo de Pago"; su mirada descendía una y otra vez hacia la firma de su madre. Recorrió esa trayectoria más de 20 veces en cuestión de segundos. —Léelo en su totalidad. ¿Qué tipo de profesora eres? ¿O es que no sabes leer? —le espetó la anciana con un tono cortante.Lizbeth se quedó helada al leer lo especificado en el documento. —¡Esto claramente es ilegal! ¿Cómo puede existir un acuerdo de pago en el que el acreedor puede tener la facultad de determinar la cantidad de dinero que se cobrará de manera libre o a elección y en el momento que le plazca? —agitó el papel mirando a la anciana con reproche. —Es un abuso. Se supone que el acreedor debe establecer una fecha límite o métodos de pago, pero esto parece diseñado para perjudicar al deudor.—Tu madre firmó el documento consciente de las consecuencias —respondió la anciana imperturbable, relajada en su silla.—No creo que ella haya consentido esto. ¿Y
Frente a la pantalla del simulador de golf, Nicolás practicaba su swing para mejorar tanto la precisión como la distancia. En su última partida con Samuel, se sintió muy descontento consigo mismo al aceptar la derrota ante alguien a quien consideraba estúpido e insignificante. Al fallar en encajar la pelota en el hoyo indicado, expresó un improperio y se giró para encarar a uno de sus dos acompañantes que estaban de pie detrás de él. Los hombres rieron asintiendo, en acuerdo con su líder. Ese juego carecía del entusiasmo de una competencia en campo abierto de tiros junto a sus compañeros rebeldes.—Detesto este juego tan insulso y aburrido, pero debo mantener la fachada de ser el millonario perfecto. Las banalidades de la élite son tan sofocantes — exclamó mientras se quitaba con exasperación los guantes.—Señor — lo saludó otro de sus hombres que acababa de entrar. — Mire esto — dijo, entregándole una tablet.Nicolás se quedó absorto en la imagen de Sebastián y Lizbeth tomados de la