En el hospital, Milena agarraba firmemente la mano de Lizbeth, sus dedos se entrelazaban con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos, mientras las preocupaciones invadían su mente. Sus ojos se humedecían ante la incertidumbre que llenaba el aire. En ese momento, la entrada de la doctora provocó una tensión de anticipación palpable entre ambas.—Señora Barrett — comenzó la doctora, con su tono serio, acentuando aún más la preocupación de Lizbeth. Esta última se crispó al escuchar el apellido por el cual fue llamada, iba a replicar, pero recordó la insistencia de Sebastián en que usara su apellido en el hospital, y el registro médico ya lo reflejaba. Aun así, la manera en que la llamaban no dejaba de inquietarla.La doctora revisó detalladamente la carpeta entre sus manos antes de continuar. —Veo que recientemente fue ingresada en este mismo centro de salud.—Debo recomendarle que descanse adecuadamente, siga una dieta saludable y evite el estrés en la medida de lo posible — Asint
—No es por esto que me siento incómoda —, confesó Lizbeth con frustración. —Estoy agotada de esta situación. Me siento atrapada en una casa llena de mentiras, lidiando con tus cuñadas diciendo tonterías, tu abuela presionándome para que te deje, tu ex prometida acosándome. Necesito un respiro. Apenas estamos comenzando y ya me siento exhausta — admitió, evidenciando su agotamiento.Sebastián escuchaba atentamente, sintiendo una mezcla de ira y culpabilidad. Aquella situación no era ajena para él, acostumbrado a lidiar con las dinámicas disfuncionales de su familia desde su infancia.Y así, sin más, Sebastián decidió que fueran al Penthouse, un lugar de techos altos y ventanas que tocaban el cielo, donde la vida de ellos parecía tener otro significado. Por razones que no llegaba a comprender, Lizbeth cobraba un valor incalculable, se convirtió en su prioridad, aunque ella no le dijo nada sobre la amenaza de aborto. De repente ya no ansiaba molestar a su abuela, todo lo que deseaba era
Con el ceño fruncido y el corazón pesado, Sebastián decidió a regañadientes emprender el viaje de vuelta a la imponente mansión que tanto detestaba. Con cada kilómetro que avanzaba, golpeaba el volante con furia, reflejando su frustración y resentimiento. Siempre que optaba por alejarse de su problemática familia, algo o alguien se lo impedía. Deseaba cumplir con su promesa de darle ese respiro tan necesario a Lizbeth, pero se encontraba otra vez dirigiéndose a su infernal hogar.En un momento de distracción, dio un giro brusco del volante y estuvo a punto de provocar un inminente accidente.Instintivamente, Sebastián extendió un brazo protector hacia Lizbeth antes de resguardarse a sí mismo, aunque sintió alivio al darse cuenta de que solo fue un susto sin mayores consecuencias; solo el chirriar de llantas e insistente claxonazos. Lizbeth, sobresaltada, llevó una mano a su pecho intentando contener el miedo que la invadía. Nerviosos, aparcaron el coche al costado de la carretera p
—Samuel, como verás me estoy yendo — dijo Sebastián sin voltearse. Samuel, con los hombros caídos y la mirada suplicante, dio un paso hacia él y colocó una mano temblorosa en su hombro. —Sé que he sido desconsiderado y merezco tu desaprobación, pero por favor, piensa en la familia, ayúdanos. Estamos desorientados. Los accionistas nos amenazan con demandas, y el valor de las acciones sigue cayendo. Si esto continúa, todo el legado de nuestro padre y abuelo se desvanecerá — le dijo Samuel con voz llena de pesar. Sebastián, con la mandíbula tensa y la mirada fija en el horizonte, aspiró profundamente, como si intentara contener una tormenta interna. Cada músculo de su rostro estaba rígido y sus cejas fruncidas en una mezcla de incredulidad y desprecio. —¿Y yo qué tengo que ver con esto? ¿No eras tú quien decía que no era digno de ser un Barrett?— Sebastián sentía el peso de las expectativas familiares sobre sus hombros, pero su orgullo herido le impedía ceder con facilidad. Aun así, l
Dos horas antes:La anciana estaba sumida en la desesperanza, convencida de que Sebastián no haría nada para ayudar. Mientras marcaba frenéticamente a sus contactos, sus arrugas se acentuaban con la ansiedad palpable en su expresión facial. Sin embargo, su desaliento se vio interrumpido en un instante. Cuando una llamada inesperada la puso en contacto con un accionista crucial, cuya voz reflejaba sorpresa y elogio hacia Sebastián. Los gestos de asombro y satisfacción se reflejaron en el rostro curtido de la anciana, y sus ojos brillaban con renovada esperanza.Mientras el accionista elogiaba la capacidad de Sebastián para manejar crisis, comentándole que un líder así era el que necesitaban. Puesto que Sebastián no solo evitó que los Barrett se fueran a la ruina, sino que también convenció a todos los accionistas minoritarios de no demandar a la familia, ofreciéndoles planes de crecimientos a futuro y recuperar las pérdidas tenidas, a la vez que obligó a la prensa a parar con el escánd
Después de que todos se retiraron del despacho de la anciana, Sergio, el progenitor de Sebastián, permaneció en su sitio con la respiración entrecortada y una expresión tensa. La anciana lo observó con curiosidad.—Pídele a tu asistente que salga, por favor— le solicitó con los puños apretados. A pesar de sorprenderse, ella no objetó y simplemente indicó a su asistente que se retirara.—¿Por qué haces todo esto, mamá? ¿Hasta cuándo pretendes actuar según tu voluntad con mis hijos? ¿Qué buscas al enfrentar a Sebastián? ¿Por qué lo tratas de manera diferente a Jorge y Samuel? No es justo que lo utilices para enmendar los errores de sus hermanos mayores. Sebastián también es tu nieto, ¿cuándo lo comprenderás?—Es para lo que él sirve, un hijo no reconocido de una mujer de una clase social por debajo de la nuestra. Tu hijo solo debería servir como chivo expiatorio. Es solo un peón que se sacrificará para proteger a los verdaderos y legítimos herederos de la fortuna que con tanto esfuerzo
Al día siguiente, Lizbeth despertó con el ceño fruncido a causa de la discusión de la noche anterior con Sebastián. Su mal humor se reflejaba en cada gesto que hacía, mientras se dirigía a la cocina, donde su primera tarea era saciar su apetito con desesperación. Con la boca pastosa por no haberse cepillado los dientes adecuadamente, maldijo en voz baja mientras buscaba algo para comer, lamentando haber abandonado su cereal la noche anterior y sufriendo las consecuencias en una noche de insomnio casi completa.Al atravesar la sala, Lizbeth notó la presencia de un acompañante desconocido junto a Sebastián, y como ambos estaban inmersos en una conversación concentrada. Sebastián, absorto en unos documentos, apenas la registró hasta que ella les deseó tímidamente los buenos días antes de intentar retirarse con rapidez. Sin embargo, un impulso de cortesía la detuvo en seco, y regresó para ofrecerle algo al visitante. Fue entonces cuando escuchó algo que la hizo detenerse en seco:— ¿
Sentado en el asiento trasero de uno de sus autos, Sebastián miraba a Lizbeth a su lado y negaba con movimientos de cabeza pausados mientras volvía la mirada a su ropa; no podía creer que iría a una cena vistiendo un pantalón deportivo y una sudadera. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que llevaba esa vestimenta al salir de casa, solo ocurría en sus primeros años de universidad.—¿Qué rayos te pasó por la cabeza cuando decidiste cortar toda mi ropa a la mitad?— le preguntó con cierta molestia y reproche. Aún se sentía avergonzado por la burla recibida de su conductor y su ama de llaves, quienes no se molestaron en ocultar su diversión al verlo tan desesperado por no encontrar algo apropiado para ponerse.Lizbeth, avergonzada, se rascó la nuca y se acomodó los lentes, sintiendo que su acto había sido infantil en retrospectiva, a pesar de que en el momento de ira no lo consideró así. De la mirada de Sebastián, sus ojos captaron el reflejo de Austin en el retrovisor, quien la