Para el desconcierto de las tres mujeres, Sebastián, con el mismo ímpetu con el que se dirigía a la puerta, se devolvió y, aprisionando la nuca de Lizbeth, le plantó un beso en los labios. Pero este no era uno de mentiras; era un beso que hizo a Lizbeth jadear incrédula. Los labios de Sebastián se movían sobre los suyos sin pedir permiso alguno. Eran dulces, suaves, carnosos y calientes.Ella estaba estática, sin saber qué hacer. Sus ojos se cerraron por cuenta propia, y tras percibir una sutil mordida en su labio inferior, le dio permiso, entreabriendo la boca. Jadeó cuando los dedos en su nuca apretaron, se dejó llevar y disfrutó de ese beso, que a su entender duró poco, pero calentó su pecho y la hizo apretar los muslos.—Lo siento — murmuró Sebastián, sin emitir sonido, al alejarse de ella, tan tranquilo que parecía que la única afectada era ella, que estaba sumamente roja y respirando como pez fuera de su estanque.—¿Te parece bien o debo ser más demostrativo? — le preguntó a la
Nicolás sonrió de forma irónica y, a pesar de lo nerviosa que parecía, no se detuvo y se acercó a la cama.—Actúas como si estuvieras viendo al mismísimo demonio en persona —le dijo con diversión.—Es exactamente lo que eres para mí. Te odio tanto que no puedo soportar verte. Cada vez que vas a casa de mi esposo, me siento tan llena de rabia que deseo gritarte. Por favor, vete, te lo ruego—le suplico ella con voz entre sollozos.—Soy un demonio hermoso, uno que aún amas. Esas lágrimas lo demuestran—se burló mientras colocaba un ramo de rosas a su lado. Sin poder soportarlo, Lizbeth arrojó las rosas al suelo.—Nada que provenga de ti me agrada. No me interesa tu presencia. Y por cierto, ¿dónde está tu mujer perfecta? —El sarcasmo y el dolor eran evidentes en ella, imposibles de disimular.—Deberías—el hombre se acarició la barbilla. —porque según mis cálculos, hay un 50 % de probabilidad de que yo sea el padre de tu bebé. Recuerdo que ninguno de nosotros se protegía. Y si es verdad—hi
Austin veía a través del retrovisor cómo Sebastián, ofuscado, se pasaba la mano por el cabello mientras se montaba en el automóvil y con gesto violento cerró la puerta. «Siempre es lo mismo, esa mujer lo hace enojar. Mi jefe es muy terco», pensó el conductor, respirando profundamente como si estuviera cansado.—Volvamos al hospital — le ordenó Sebastián y él, sin rechistar, puso el coche en marcha.—Soy un imbécil — exclamó Sebastián, peleando consigo mismo, y Austin sonrió.—Con todo respeto, señor, estoy de acuerdo con usted. Es un imbécil — dijo Austin. Sebastián, que tenía la mirada fija en la ventanilla a su lado, giró la cabeza con rapidez para ver a su chófer.—Si tienes algo que decir, habla, sabes que odio los rodeos — le exigió irritado.—Hizo mal en dejar a su esposa para venir a ver a esa mujer que solo lo engaña — aseveró Austin con disgusto.—Lo sé, no tienes que repetirlo, aunque Liz no es mi esposa, si a lógica nos vamos, igual no debí dejarla a merced de esas dos mu
—¿Cómo demonios entraste? —le preguntó Nicolás a Marcela al salir braceando hasta la orilla de su piscina privada. Antes de que ella le respondiera, el impulso de su cuerpo lo llevó a salir del agua.—Querido, no olvides que sé todo sobre ti. No importa cuántas veces cambies la clave de tu puerta, siempre podría adivinarla —dijo, considerándose astuta mientras sonreía.—Si continúas haciéndome saber cuánto me conoces, te mataré —le aseguró con un tono bajo y peligroso, clavando su mirada fría en ella. Esta dio dos pasos hacia atrás, aterrada.—Deja de bromear de ese modo —le pidió tartamudeando, y Nicolás rompió a reír mientras se secaba el cabello.—¿No tienes planes de ir a jugar, hacer una muñeca bonita delante de las cámaras? —le preguntó, colocándose una bata a espaldas de ella.—Apenas son las cuatro de la mañana, no podía dormir y, como conozco tu costumbre de nadar de madrugada, vine —expuso, sin dejar de verle el tatuaje de un lobo negro en el pecho, le cautivaba.—¿Qué te t
—A mí me puedes decir lo que quieras, pero ofender a mi madre y culparla por la muerte de la tuya, no lo hagas, no te lo dejaré pasar — le reclamó Sebastián, respirando resentido. Mientras que Samuel no hizo amagos de devolver el golpe; ya lo había intentado varias veces y siempre salía muy golpeado. A diferencia de Sebastián, él no sabía cómo lanzar o esquivar un golpe; solo serviría como saco de boxeo.—Lo que sucede es que la verdad duele. Sigues comprando empresas arruinadas para sacarlas de la quiebra, porque si ambicionas lo que no es tuyo, te hundiré —. Después de esta amenaza, Samuel se fue. Sebastián sonrió maliciosamente y continuó con su camino. Pero en el momento en que abrió la puerta del despacho de golpe, su abuela gritó espantada, soltando al aire todos los documentos que tenía en las manos. —Abuela, necesito contratar mi propia servidumbre, ¿eso es lo que quieres? —le exigió, ignorando sus reproches.—¿De qué hablas? Sabes que todos aquí están para servirte, eres
—Degenerado, no soy tu esposa para que me andes mirando y tocando. ¿Dónde quedó la parte de ser compañero? Estás violando mi privacidad e incumpliendo tus propias palabras— le gritaba Lizbeth, histérica y con ojos cerrados. —¡Shuss!— Él le exigió silencio, colocando un dedo sobre sus labios. Ella se quedó estática y bizca, centrando sus ojos incrédulos en aquel dedo que acariciaba su boca de una manera provocativa. — Estas paredes tienen oídos. No olvides que eres mi esposa —aseguró travieso, antes de agregar con inocencia fingida—. Aunque verte desnuda, fue un accidente. Lizbeth no sabía si patearle la cara o los genitales por descarado. Él, al ver sus facciones endurecidas, le mostró una sonrisa sexy. —Me voy para que estés a gusto — le dijo, mientras se alejaba, con las manos en los bolsillos. —¡Justificó sus acciones!—ella soltó una risa nasal incrédula —. Me dan ganas de convertirme en viuda de mentiras— rabió al sentirse burlada por él, la tocó, la vio desnuda y encim
Sebastián decidió que no quería volver a experimentar las sensaciones que le provocaba Marcela, la cual consideraba como una arpía. Esto se debía en gran parte a la falta de desahogo. Como hombre, sentía una creciente ansiedad y excitación al ver a Lizbeth desnuda. En noches específicas, la observaba mientras ella dormía con unos shorts de pijama cortos, extendida a lo largo de la cama con la cobija deslizándose, dejando sus piernas al descubierto.Se preguntó a sí mismo: ¿por qué no obtener más ventajas de su acuerdo?, lo que facilitaría convencer a los demás de la autenticidad de su matrimonio.Después de ver el video que le mostró Alexa, sintió un extraño sentimiento de posesión y un anhelo por disfrutar de una relación sexual sin complicaciones si ella aceptaba su propuesta. Se sentía atraído por la mujer y pensó que ella también sentía lo mismo. ¿Por qué no probarlo? Solo necesitaba convencerla y debía esforzarse al máximo. La visión reveladora de su figura desnuda lo hizo ver
Mauricio miró inquisitivamente a Sebastián, y Marcela, quien acababa de llegar y notó que Sebastián no le había prestado la atención necesaria, empezó a lloriquear. —Amigo, esperaré afuera, necesito mostrarte algo interesante— le dijo Mauricio a Sebastián tocándole el hombro y agachándose a la altura de su oreja. —No olvides que prometiste pasar página— le susurró como voz de su consciencia. —Bien, Marcela, empieza, soy todo oídos— le pidió Sebastián, fastidiado y sin moverse de su lugar. No estaba dispuesto a dejarle ver que le afectaba su presencia. —He venido a decirte la verdad por la cual aborté a nuestro bebé. Inmediatamente, él giró la cabeza para verla. Ella se acercó y se sentó frente a él, cruzando elegantemente las piernas. Notaba como él, le miraba las piernas y se esforzaba para no sonreír, pues le encantaba que él la apreciara. Aunque ella ni idea tenía de que Sebastián se encontraba haciendo una comparación mental y ella en esta comparación salió siendo la perded