Todos los Barrett se levantaron de sus lugares en la mesa. No se imaginaban quién se atrevería a hacer un escándalo en su morada. Era muy atrevida esa persona que tenía el valor suficiente para insultarlos.—Papá, llamen a la policía. Que se encarguen ellos. Esa mujer debe ser una loca, quizás solo busca ingresar para robar. ¿Quién sabe si todo eso es una actuación? —argumentó Samuel, con vergüenza ante su gran amigo, aunque más que amistad con Nicolás; lo que ansiaba era asegurar su inversión, quería brindarle la mejor imagen de la familia y de los negocios.—Sí, justo eso haré ahora mismo —el señor Barrett metió la mano en el bolsillo izquierdo de su chaqueta y sacó su celular, pero la anciana alzó una mano, como señal para que se detuviera.—Busca la portátil. Déjame ver a esa persona — le ordenó a su asistente personal.Cuando la mujer regresó con la tablet en la mano, ella vio la grabación de las cámaras de la entrada. La anciana miró a Lizbeth y giró la pantalla.—¿Por qué tu m
La mujer peleaba sin parar, hablaba tan rápido que todos, menos Lizbeth, se sentían mareados. —No sabes que los ricos suelen convertir a mujeres como tú en amantes, mientras se casan con millonarias estiradas que te van a pisotear y a tratar como basura.Soraya bajó la cabeza ante estas palabras.Antes de que alguien le aclarara a esa mujer todo el rollo, ella comenzó a caminar como gacela hacia su hija. Sebastián, que pensaba que la golpearía, se interpuso, escondiendo a Lizbeth detrás de él. —¡Quítate, me llevaré a mi hija!—, él le atrapó la mano.—¿Para qué? ¿Para venderle mi hijo a su otra hija estéril? ¿Obligará a mi esposa a servirle de incubadora a una mujer ridícula que finge ser una snob, y que menosprecia a mi mujer cada vez que el esposo le compra una ropa de marca? Mi esposa no se apartará de mi lado, así que le sugiero que se marche. Yo fui quien le pidió que mintiera. No la quiero cerca de Lizbeth, ya le hizo mucho daño. A menos que ella decida aceptar su cercanía, so
Lizbeth perdió el conocimiento por un momento. Sebastián, nervioso, la tomó en sus brazos y salió corriendo. En el camino se topó con la madre de Lizbeth, que todavía no se había marchado y estaba tratando de buscar mayor información junto al desagradable exnovio.—Hijo, ¿qué le ocurre? — preguntó preocupada su madre, siendo la única de esa malvada familia que se atrevió a inquirir. Incluso lo siguió hasta el auto, al igual que su padre.Sin tomarlos en cuenta, Sebastián se dirigió a su vehículo. Austin estaba recostado en el automóvil, y al verlo llegar con Lizbeth desmayada, no necesitó que le dijeran nada más; se puso al volante del automóvil.Enseguida se dirigieron al hospital más cercano. En el automóvil, Lizbeth apenas estaba recobrando el conocimiento; aun así, él siguió sosteniéndola en sus brazos.Al llegar al hospital, él la seguía sosteniendo, fue al puesto de emergencia y comenzó a gritar autoritario y angustiado, pidiendo la asistencia de un médico. La situación de estré
Para el desconcierto de las tres mujeres, Sebastián, con el mismo ímpetu con el que se dirigía a la puerta, se devolvió y, aprisionando la nuca de Lizbeth, le plantó un beso en los labios. Pero este no era uno de mentiras; era un beso que hizo a Lizbeth jadear incrédula. Los labios de Sebastián se movían sobre los suyos sin pedir permiso alguno. Eran dulces, suaves, carnosos y calientes.Ella estaba estática, sin saber qué hacer. Sus ojos se cerraron por cuenta propia, y tras percibir una sutil mordida en su labio inferior, le dio permiso, entreabriendo la boca. Jadeó cuando los dedos en su nuca apretaron, se dejó llevar y disfrutó de ese beso, que a su entender duró poco, pero calentó su pecho y la hizo apretar los muslos.—Lo siento — murmuró Sebastián, sin emitir sonido, al alejarse de ella, tan tranquilo que parecía que la única afectada era ella, que estaba sumamente roja y respirando como pez fuera de su estanque.—¿Te parece bien o debo ser más demostrativo? — le preguntó a la
Nicolás sonrió de forma irónica y, a pesar de lo nerviosa que parecía, no se detuvo y se acercó a la cama.—Actúas como si estuvieras viendo al mismísimo demonio en persona —le dijo con diversión.—Es exactamente lo que eres para mí. Te odio tanto que no puedo soportar verte. Cada vez que vas a casa de mi esposo, me siento tan llena de rabia que deseo gritarte. Por favor, vete, te lo ruego—le suplico ella con voz entre sollozos.—Soy un demonio hermoso, uno que aún amas. Esas lágrimas lo demuestran—se burló mientras colocaba un ramo de rosas a su lado. Sin poder soportarlo, Lizbeth arrojó las rosas al suelo.—Nada que provenga de ti me agrada. No me interesa tu presencia. Y por cierto, ¿dónde está tu mujer perfecta? —El sarcasmo y el dolor eran evidentes en ella, imposibles de disimular.—Deberías—el hombre se acarició la barbilla. —porque según mis cálculos, hay un 50 % de probabilidad de que yo sea el padre de tu bebé. Recuerdo que ninguno de nosotros se protegía. Y si es verdad—hi
Austin veía a través del retrovisor cómo Sebastián, ofuscado, se pasaba la mano por el cabello mientras se montaba en el automóvil y con gesto violento cerró la puerta. «Siempre es lo mismo, esa mujer lo hace enojar. Mi jefe es muy terco», pensó el conductor, respirando profundamente como si estuviera cansado.—Volvamos al hospital — le ordenó Sebastián y él, sin rechistar, puso el coche en marcha.—Soy un imbécil — exclamó Sebastián, peleando consigo mismo, y Austin sonrió.—Con todo respeto, señor, estoy de acuerdo con usted. Es un imbécil — dijo Austin. Sebastián, que tenía la mirada fija en la ventanilla a su lado, giró la cabeza con rapidez para ver a su chófer.—Si tienes algo que decir, habla, sabes que odio los rodeos — le exigió irritado.—Hizo mal en dejar a su esposa para venir a ver a esa mujer que solo lo engaña — aseveró Austin con disgusto.—Lo sé, no tienes que repetirlo, aunque Liz no es mi esposa, si a lógica nos vamos, igual no debí dejarla a merced de esas dos mu
—¿Cómo demonios entraste? —le preguntó Nicolás a Marcela al salir braceando hasta la orilla de su piscina privada. Antes de que ella le respondiera, el impulso de su cuerpo lo llevó a salir del agua.—Querido, no olvides que sé todo sobre ti. No importa cuántas veces cambies la clave de tu puerta, siempre podría adivinarla —dijo, considerándose astuta mientras sonreía.—Si continúas haciéndome saber cuánto me conoces, te mataré —le aseguró con un tono bajo y peligroso, clavando su mirada fría en ella. Esta dio dos pasos hacia atrás, aterrada.—Deja de bromear de ese modo —le pidió tartamudeando, y Nicolás rompió a reír mientras se secaba el cabello.—¿No tienes planes de ir a jugar, hacer una muñeca bonita delante de las cámaras? —le preguntó, colocándose una bata a espaldas de ella.—Apenas son las cuatro de la mañana, no podía dormir y, como conozco tu costumbre de nadar de madrugada, vine —expuso, sin dejar de verle el tatuaje de un lobo negro en el pecho, le cautivaba.—¿Qué te t
—A mí me puedes decir lo que quieras, pero ofender a mi madre y culparla por la muerte de la tuya, no lo hagas, no te lo dejaré pasar — le reclamó Sebastián, respirando resentido. Mientras que Samuel no hizo amagos de devolver el golpe; ya lo había intentado varias veces y siempre salía muy golpeado. A diferencia de Sebastián, él no sabía cómo lanzar o esquivar un golpe; solo serviría como saco de boxeo.—Lo que sucede es que la verdad duele. Sigues comprando empresas arruinadas para sacarlas de la quiebra, porque si ambicionas lo que no es tuyo, te hundiré —. Después de esta amenaza, Samuel se fue. Sebastián sonrió maliciosamente y continuó con su camino. Pero en el momento en que abrió la puerta del despacho de golpe, su abuela gritó espantada, soltando al aire todos los documentos que tenía en las manos. —Abuela, necesito contratar mi propia servidumbre, ¿eso es lo que quieres? —le exigió, ignorando sus reproches.—¿De qué hablas? Sabes que todos aquí están para servirte, eres