Quiero el divorcio.

—Anaís, qué floja eres —se quejó Rafael.

—Ahora resulta que la floja soy yo.

—Mira este desorden, arregla esta casa.

—¿Por qué no ayudas en vez de mandar?

—Yo trabajo, tú no, tienes que hacerlo, eso te toca a ti, eres la mujer.

Anaís se molestó y salió de la casa.

—¡Anaís! ¡Anaís!

Ella había empezado a ver qué daba más de lo que recibía, por lo que decidió no esclavizarse tanto en los quehaceres del hogar, obviamente esto trajo consigo quejas de parte de su esposo y la familia de él. Pero ya ella se encontraba en un límite que no le importaba nada.

Si había una taza donde no iba, ahí la dejaba, si Rafael tiraba la ropa por doquier ahí se quedaba, en cuestión de tiempo el desorden se hizo presente, cuando antes todo era pulcritud y orden.

—Esa mujer es muy desordenada —se quejó la mamá de Rafael —Pobre de mi hijo.

—Pero no podemos juzgar así a Anaís —defendió una tía de Rafael —creo que es mejor decir, vamos y la ayudamos.

—Estás equivocada, esa mujer siempre ha sido así, no es una muj
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