Alan. Corría por el bosque cubierto de nieve olfateando a mi presa. La soga en mi cuello había dejado de molestarme hace años, así que cuando se atoró con una rama gruesa entre los arbustos, simplemente tiré fuertemente para liberarme importándome una m****a si me hería en el proceso. Las heridas y la sangre eran algo constante en mi vida. Era bastante consciente de los lobos que mi padre había enviado para vigilar que no escapara. Era una pérdida de tiempo, no escaparía; al menos, no solo. Luna Felicia se vendría conmigo. Por fin encontré la guarida del oso en una cueva a pocos kilómetros del límite del territorio. Me escondí en unos arbustos cercanos y escuché atentamente; no había ruido dentro así que el oso seguía dormido. Salí lentamente procurando no hacer ruido con mis patas para asomarme ligeramente por la abertura de la cueva. Ahí en el fondo se veía el oso recostado dándome la espalda. Avancé un paso y luego otro con el máximo cuidado posible hasta estar lo suficientem
-¡Joder, Vanesa! – Gritó mi hermano por teléfono y yo di un respingo mientras dejaba caer el aparato. Lo recuperé rápidamente y mi hermano seguía despotricando. Entendía por qué estaba enojado, pero solo había sido una pequeña broma. -Deja de gritar. – Murmuré cuando hizo una pausa para tomar aire. - ¿Y yo cómo iba a saber que se ofendería tanto? -Tienes suerte de que el jodido lobo desquiciado no te haya arrancado el cuello en ese momento o que no pueda permitirse declarar una m*****a guerra entre nosotros. – Gruñó con ferocidad Bastian. - ¿Y qué pensabas? ¿Que se lo pondría con una sonrisa? -Quizá no con una sonrisa, pero… -¡Carajo, hermana! Yo suspiré. Había estado aquí por cerca de tres semanas y la manada había caído en una rutina después de que la doctora y yo fuéramos de compras esa mañana cuando desperté y un Alfa se había marchado de mi cama. La verdad hice lo mismo que había hecho con todas las cosas extrañas u horribles que pasaban en mi vida: Ignorar que algo pasa o
-¿Qué… qué… quién…? Joder, ¿De verdad estaba preguntando quién m****a aun se descomponía colgado de las cadenas detrás de la reducida celda? El olor era intenso e insoportable. Desvié mi atención del cadáver con parte de piel aún encima y miré al lobo blanco. Este soltó un gran bostezo. A la m****a, yo ni siquiera quería entrar aquí. Me levanté sobre mis piernas temblorosas y les di la espalda a ambos. ¿Jugada estúpida darle la espalda a un posible asesino? Si. ¿Me importaba? Ni un poquito. Lo importante era salir del escalofriante y pestilente lugar. Yo no era ajena a la muerte. Después de todo, durante mi tiempo de cautiverio vi a un montón de personas morir. No, yo no le temía pero eso no quería decir que quisiera seguir viviendo con muertos a mi alrededor. Muertos en el lago, muertos frente a la Casa de la manada, sangre seca en algunos puntos del bosque, muertos debajo de la cama… si, había terminado. Salí a trompicones de la rampilla y respiré el dulce, y precioso aire fr
La ciudad humana quedaba a poco más de tres horas. Con la doctora Paula como conductora designada, serían dos horas. Al parecer nadie la separaría de su “próxima cita caliente”. Mucho menos una pequeña nimiedad como lo era el llegar vivos. El Alfa Alan había permanecido con los ojos cerrados la primera media hora y yo miré por la ventana, pero me aburrí rápidamente. Uno pensaría que después de ocho años sin contemplar un paisaje yo estaría disfrutando de esto, pero no lo estaba. Había muchas cosas en mi mente. -¿No estás molesta porque hoy nos hayamos tomado el día libre, no es cierto? – Preguntó una loba a mi espalda. Ayer, después el trabajo, el Alfa Alan había hablado conmigo para parar con la mina porque la manada necesitaba salir por provisiones. Yo giré para poder hablar con las lobas detrás de mí. -No lo estoy. ¿Qué les dio esa impresión? – Pregunté curiosa. -No estás igual de parlanchina que siempre. – Dijo la señora Evalyn. -No estás haciendo bromas tontas tampoco. –
-¿Dónde pondremos las lavaropas? – Preguntó el Alfa Alan ladeando la cabeza. No parecía molesto por la enorme hoguera en la que se había convertido la Casa de la manada. -Lavadoras. – Corregí suavemente. – De todas formas no había espacio ahí, ya estaba bastante llena con los refrigeradores… m****a, los refrigeradores. -Lava – doras. – Repitió y luego comenzó a ladrar órdenes para que cinco guardias comenzaran a buscar por el territorio para saber si había algún otro daño o señales del responsable. El resto de la manada se quedó arriba del autobús y ellos parecían tan perturbados como su Alfa. Los cachorros estaban animados y calientes con sus nuevos abrigos mientras que las lobas y el resto de los lobos conversaban animadamente sobre nuestra reciente salida. -¿Esto es algo normal? – Le pregunté a las lobas cuando el Alfa se levantó para hablar con la doctora Paula. -Por supuesto que no. Es la primera vez que salimos como manada. – Dijo la señora Evalyn. -Uh… y eso es genial, pe
Edson.Después de una dura iniciación pensé que todo sería pan comido.Hacer patrullaje, cuidar que los humanos no escaparan, comer y dormir. Sencillo y tendría tiempo para averiguar si mis impresiones eran ciertas sobre los tratos que tenía este Alfa con el Alfa Luca.Resultó ser más complicado que eso.El alfa Gustav estaba demente y tenía una m*****a psicosis que le hacía pensar que en cualquier momento las manadas cercanas vendrían por su territorio. Si, era un buen territorio y el tema de la sequía había afectado solo ligeramente sus finanzas, pero aún así no creo que nadie quisiera venir a arrebatarle nada. El Norte tenía fama de ser insufrible en invierno y, hasta ahora, lo había comprobado de primera mano.Esta misma psicosis hacía que el tipo nos pusiera a prueba constantemente.-Nuevo. – Dijo uno de los lobos irrumpiendo en mi pequeña habitación.- Hoy tienes una importante misión para demostrar tu lealtad.Me levanté curioso por ver ahora de qué m****a hablaba. Hace tres sema
Había un pitido molesto que no me dejaba dormir. Por más que intentaba ignorarlo, el pitido seguía ahí. -¿Despertará pronto? – Dijo una voz femenina. -Si. Máximo media hora, la anestesia debería desaparecer de su sistema. Creo que gemí, no estoy segura. -¿Vanesa?... ¿Vanesa? -Dormida. – Susurré. – Vete. Escuché un suspiro de alivio. Entonces la voz femenina se acercó y tomó mi mano. -Nos preocupaste. ¿Cómo te sientes? ¿Tienes dolor? Yo abrí los ojos y lo primero que me extrañó fue ver a Rose junto a mi cama. Lo segundo fue estar en una habitación completamente blanca. -M****a, ¿Me morí? – Pregunté con resignación. – El cielo es demasiado blanco. Sabía desde hace años que moriría joven. No sabía cómo exactamente, pero en mi interior algo me decía que no pasaría de mi cumpleaños número 20. No estaba tan equivocada. -¿Qué? ¡No! – Dijo Rose con horror. – Estás viva, solo estás en un hospital. ¿Recuerdas que te dispararon? Yo parpadeé. Mi mente estaba un poco confusa. -No se fu
Paula. M*****a lluvia, no había podido dormir mucho. Las goteras en esta casa eran demasiadas para contar y no había rincón en el que pudiera poner la cama sin mojarme, así que me rendí y simplemente me transformé en lobo para poder acurrucarme en alguna parte seca del colchón. Pequeñas ventajas de tener una cola peluda. Me acurruqué sobre mí misma y me resigné a una noche en vela. No es como si el no dormir fuera una novedad para mí de todas formas. Hacía tres años yo me encontraba en una situación similar: Sola, con frío y maldiciendo mis decisiones estúpidas. En ese tiempo, me había parecido una excelente idea unirme al ejército humano para poder aprender cómo curar heridas de guerra en situaciones estresantes e inimaginables. Mi yo de dieciocho años pensó que el conocimiento sería útil algún día si llegasen a atacar nuestra manada. Las guerras entre manadas habían existido desde hacía mucho tiempo; no porque disfrutáramos de unos años de paz significaba que eso sería así por