Elizabeth Collins.
—¿Lissy? —escucho a mis espaldas y un escalofrío me recorre la espina dorsal al reconocer la voz de Dante. La caja de fresas que tengo en la mano se me cae y se esparcen por todo el local dejando a sus pasos un desastre de manchas rojas y frutas aplastadas.
«¿Cómo me encontró?» pienso con un nudo en el estómago. No creo que sea una simple casualidad, este es el puesto más alejado de la cuidad y no tendría por qué estar por aquí como comprador.
—¿Estas bien? ¿Te hiciste daño? —se acerca a mí y pregunta, examinando mis manos por si tengo alguna herida.
Me obligo a mí misma a reaccionar de mi letargo. Me zafo de su agarre por puro instinto y doy pasos a mi costado determinada a demostrar mi disgusto por su presencia.
—¿Qué haces aquí? —pregunto con la mirada más inexpresiva posible. No quiero que sepa la revolución que causa en mí interior su cercanía; ya no pienso darle el gusto de seguir dañándome.
—Vine a ver qué pasó contigo. Te hemos estado llamando al teléfono de contacto que nos dejaste en tu currículo durante estas dos semanas y no has contestado —carraspea incómodo y aturdido cuando nota que pongo distancia entre nosotros y no le doy demasiada importancia a su explicación.
—No contesté porque recapacité —contesto de forma automática. Jamás le diría que lo hice para no estar cerca de él. —Mi abuela no tiene a nadie más quien la ayude aquí, y no puedo dejarla sola a su edad.
—Creí que buscabas trabajo justamente para ayudarla. De hecho, mencionaste eso como una de tus razones.
Como era de esperar no se rinde. Camina hasta ponerse delante del mostrador para verme de frente.
—Me arrepentí, es la única respuesta que tengo Señor Edwards, no era necesario que vinieras hasta aquí solo para eso.
—Lissy, con el salario que puedes ganar en la empresa podrían dejar este puesto y tu trabajo de noche en el restaurant —insiste. —Tendrías mucho más tiempo para estar con tu abuela y que ella pueda descansar.
Veo que se tomó todo el tiempo del mundo en mirar mi carpeta. Lo que no comprendo es como consiguió encontrarme, aunque francamente dudo que un hombre con su capacidad económica no tenga sus métodos especiales para conseguir lo que quiere.
Saca una tarjeta de su billetera y lo deja en la mesada.
—Lastimosamente ya tenemos una persona para el puesto por el que estabas concursando, pero necesitamos una asistente para el área administrativa, específicamente en contabilidad; el contador es una persona experimentada, pero está sobrecargado de responsabilidades y tú siempre fuiste buena en esa materia, estoy seguro que conseguirás adaptarte rápidamente. Obviamente no es el mismo salario, pero está muy bien remunerado —continúa. —Si te interesa el puesto, solo llámame, por favor. En esta tarjeta está mi número de teléfono y también el de mi asistente. Me encantaría que aceptaras trabajar con nosotros.
—¿Por qué? —me armo de valor y pregunto. —¿Por qué vienes hasta aquí para hacerme esta propuesta? ¿Qué ganas con eso? Tu empresa es una de las mejores del país, pueden tener la mejor asistente del mundo si así lo desean, la más linda, la más preparada, la más culta, la más elegante. ¿Por qué haces esto si me desprecias?
Su mirada cambia drásticamente y sus brazos caen a sus costados al escucharme. Me mantengo en mi postura y devuelvo la tarjeta hacia él para que se lo lleve.
—Han pasado 10 años, Lissy.
Su voz baja y áspera me revuelve el estómago. ¡Claro que han pasado 10 años! ¿Eso acaso borra lo que pasó? ¿Borra todo el dolor que me provocó o el daño que me hizo o que nos hizo sin siquiera saberlo?
Se queda callado, esperando por una respuesta y yo no dudo en dársela. Tengo muchas palabras atoradas en mi pecho esperando por fluir, tengo tanta rabia acumulada que no sé si podría ser sensata y callar lo que he jurado nunca hacerle saber.
—¿Eso cambia las cosas que hiciste? —hasta yo me sorprendo de la serenidad que trasmite mi voz, a pesar de lo terrible que me siento. —¿O acaso ésta es tu nueva forma de engañar? No entiendo la molestia tuya por conseguir humillarme cuando deberías solo ignorarme y dejarme ir, porque si de algo estoy completamente segura es de la habilidad que tu hermana y tú tienen para engatusar y lastimar a personas que nunca les ha hecho nada malo.
—No creo que debamos hablar de eso aquí y ahora.
—Estoy completamente de acuerdo, Señor Edwards. —camino hasta la puerta y lo miro desde allí. — No deberíamos hablar de eso, ni de nada. No deberías estar aquí en primer lugar, no deberías estar haciéndome esta propuesta, no deberías buscarme aquí, en el mercado, donde siempre te ha repugnado estar, no deberías querer a esta gorda en tu empresa como una de tus empleadas.
—Lissy..
—Elizabeth, para ti, Señor Edwards. Ya nos somos lo que éramos antes, no se confunda —es la primera vez que le hablo de esa forma sin tutearlo, y él no esconde su sorpresa. —Ha pasado exactamente 10 años, y ya no soy esa joven ilusa que creía en la amabilidad de las personas. Disculpe si ahora me he convertido en una persona desconfiada, pero la vida me ha enseñado a palos a no confiar en nadie, especialmente en aquellos que dicen quererme y minutos después me dan un golpe bajo. Lo que no puedo asegurar es que usted haya cambiado en este tiempo.
—Elizabeth —carraspea. —No sé si ahora sea útil aclarar todo eso, pero sí podíamos hablarlo alguna vez.
Coloca de nuevo la tarjeta en mis manos y se marcha así sin más hacia su camioneta que se encuentra estacionado en la vereda. El Señor que parece ser su chofer asiente hacia mí como saludo y ni siquiera tengo ganas de corresponderlo.
Una vez que lo veo alejarse lo suficiente todo el dolor que tengo adentro emerge como un volcán en erupción, arrastrándome hacia un abismo de profunda depresión.
—¿Por qué, Dante? —pregunto por trillonésima vez sentándome en el piso húmedo del precario local donde me dejo llevar por el llanto, una vez más, como tengo acostumbrado todos estos años.
Cierro los ojos para evitar que vestigios que de lo que pasó aquella noche vuelva a repetirse en mi cabeza, pero es irrealizable; todo se proyecta como una verdadera película de terror.
(…)
—¿Dónde estabas hasta esta hora, niña? —me sobresalto cuando mi abuela me pilla en la puerta de mi habitación.
—Yo…este…estaba…
—Elizabeth Collins, hoy es tu fiesta de cumpleaños, ¿Dónde estuviste hasta esta hora? Ya es de noche —la escucho caminar hasta la cocina y movilizar algunas cosas. —Pensé que me ibas a ayudar con los bocaditos. Tuve que pedir ayuda a doña Teresa.
—Lo siento, abue.
Me abrazo a mí misma fuerte para amenizar el temblor de mi cuerpo. Mi respiración aún está agitada y el olor de Dante en mi piel me sobrepasa.
—Lo siento, abue —bufa repitiendo lo mismo que yo. —¿Eso es lo único que tienes para decir? Ya casi es la hora de la fiesta, debes prepararte, tus compañeros ya deben estar por llegar.
La miro avergonzada desde el lugar donde me encuentro, esto nunca había pasado. A pesar de su enfermedad y su vejez nunca me ha fallado y yo lo hice con ella, justo ahora. Soy una mala nieta y no la merezco.
Entro a mi habitación y me quito el uniforme a duras penas. Me siento bastante adolorida por todas partes, como si una manada de elefantes me hubiese pasado encima. Mis partes íntimas arden y mis bragas están con rastros de mi primera vez.
Me propongo a no dejar que mi abuela se entere de lo que paso y se decepcione de mí, por lo que opto por lavar la ropa que llevaba puesta y me baño con agua caliente durante un tiempo largo para relajar mi cuerpo.
En mi mente solo se proyecta lo que Dante y yo acabamos de hacer, aun no lo puedo creer. En varias ocasiones me sorprendo a mí misma sonriendo como boba al recordar sus besos, sus caricias y como me hizo sentir cosas que ni sabía que existían.
—¡Lissy! La abuela te llama —Tamara toca mi puerta de manera insistente retumbando el pequeño cubículo. —¡Lissy! ¡Lissy!
(…)
—¡Lissy! ¡Lissy! Amiga, ¿Qué sucede? —Alejandra se sienta a mi lado y me abraza. —¿Por qué estas así?
No respondo, no es necesario, ella es la única que sabe toda la verdad de esta historia. La abrazo fuerte buscando un poco de consuelo y apoyo de su parte. Sin duda necesito mucho de los dos para todo lo que me espera con este nuevo encuentro entre Dante y yo.
Elizabeth Collins.El día estuvo de mierda.Digo “estuvo” porque son pasadas las 1am y me falta mucho para llegar a casa, especialmente porque el último autobús pasó justo antes de mi salida y tengo que caminar por más de 20 calles para llegar.—¿Qué podría ser peor hoy? —resoplo, frustrada. Caminar no se me da mucho y menos tan cansada y deprimida como estoy de un día tan desgastante y agotador.Las calles están oscuras y silenciosas, como es de esperarse a esta hora de la madrugada, y lo peor de todo es que hay amenaza de lluvia. ¡Vaya vida de mierda la mía!Trato de enfocarme en lo positivo y es que esta caminata me hace realmente falta, pero aun así estar solita a esta hora no es nada agradable.Luego de aproximadamente 30 minutos, largos y sombríos, por fin llego hasta el portón de la
Dante Edwards. Me tomo una larga ducha para sacarme de encima toda esta pesadumbre que cargo desde la mañana. Mi día terminó por irse a la m****a con esa cena familiar a la que mi madre nos obligó a asistir a todos los hermanos para hablarnos de la unidad, del apoyo y de los proyectos que debemos lograr juntos como familia, que, claramente fue un discurso de advertencia para mi persona y que se cerró con broche de oro al escuchar por enésima vez la misma historia del abuelo de como consiguieron levantar todo el imperio Edwards renunciando a cosas vanas y pensando solo en la estabilidad económica y el futuro de los herederos del apellido. Estoy plenamente seguro que esto es una obra más de mi hermana y que ya están enterados que Lissy y yo nos encontramos nuevamente, y, como era de esperarse, buscan el modo de hacerme “recapacitar” entre comillas, para alejarme de ella; lo que no tienen en cuenta es que ya no soy ese joven de 18 años al que te
Elizabeth Collins.—Ve el lado positivo, amiga —Alejandra trata de animarme. —Ahora podemos irnos juntas al trabajo y como tu horario será más flexible, a la tarde podemos ir al gimnasio o hacer yoga. Podemos almorzar juntas también.—Pero lo veré todos los días —resoplo. —Tendré que seguir sus órdenes.Acomodo las ultimas cajas para luego limpiarme las manos.—No puede ser tan terrible, ¿o sí? Además, puedes aprender muchas cosas. —me palmea el hombro. —Amiga, vas a trabajar en una de las empresas más reconocidas en la industria de la moda y con un muy buen salario, aprovecha la oportunidad.—No es el puesto que quería, pero lo del salario es cierto —me siento encima de un bulto y tomo mi botella de agua. —Encima, tú más que nadie sabes toda mi historia con &eacut
Elizabeth Collins.—Ya cálmate, amiga —Ale se ríe al notar como estoy literalmente temblando. —Todo va a estar bien, relájate, déjate llevar.—Créeme que lo intento.Sonrío, pero mi sonrisa es de puro nervios.Si digo que dormí anoche al menos un poquito, estaría mintiendo, no pude pegar el ojo y mis ojeras son mucho más notables esta mañana al igual que mi mal humor.—Estás hermosa, ese vestido te queda divino —golpea sus caderas con las mías para hacerse notar. —Ya, solo entra allí y triunfa. Te espero en la cafetería para que almorcemos juntas.—Ok, te aviso mi horario —me guiña un ojo antes de entrar a su lugar de trabajo, que es una librería muy renombrada en el edificio de enfrente de Edwards Desing & Fashion. Ella lleva más de 5 años tra
Elizabeth Collins—¿Qué estás haciendo, Lissy? —susurro frente al espejo del sanitario. —¿Ya te estás acobardando de nuevo?Llevo aquí exactamente 15 minutos, encerrada bajo llave, sin moverme, sin reaccionar.Aún estoy temblando. Luisa y Dante son la parte dolorosa de mi vida que aborrezco, que deseo olvidar, pero no puedo y yo solita vine a colocarme en la boca del lobo para que me haga pedazos.Sé que con la deuda que tengo con Dante no me queda otro remedio que resistir, pero, ¿Cómo lo consigo?Me mojo la nuca con un poco de agua fría y me doy unas palmaditas en los cachetes para darme valor.—Tu puedes, Lissy —me señalo con el dedo. —¡Puedes! Ya no permitas que te pisoteen.Tomo unas cuantas aspiraciones, me pongo recta y salgo.Camino a paso firme hasta la oficina donde está
Dante Edwards.—Maldito dolor de cabeza —es la segunda pastilla que tomo en la mañana y conste que esto recién empieza. —Anoche no pude dormir nada. Este problema de insomnio me está volviendo loco, van tres días de seguido en esta semana.—¿Quiere que pida cita para usted con el Doctor Norman? —pregunta Ariel. Niego con la mano mientras tomo mi agua.—Estoy bien, solo es el estrés por lo que acaba de ocurrir.—Yo estaría igual —carraspea incómodo. —Su hermana y su esposa no le hacen la vida muy fácil que digamos. Disculpa si soy indiscreto, pero esto que pasó con la Señorita Lissy es solo el principio. Ya su hermana ha demostrado anteriormente que no se rinde cuando quiere algo.—Para nada, Ariel, no eres indiscreto, eres mi asistente hace más de 5 años, más que eso, mi amigo
Elizabeth Collins. Se siente raro estar en casa tan temprano. Dejo mi cartera en la mesada, me quito los zapatos y me siento en la cama para masajear mis pies y aliviar un poco el dolor y el cansancio de usar tacones todo el día. A pesar de todo pronóstico, hoy ha sido un día soleado afuera y bastante tranquilo adentro de la empresa. Ni Luisa ni “la esposa” volvieron a aparecer en la parte administrativa, cosa que agradezco mucho, mientras yo estuve atareada todo el día organizando algunos archivos que Dante me dejó encargados antes de salir para algunas reuniones junto con Ariel. Las horas se me pasaron literalmente volando entre tanto trabajo y tratando de echarle cabeza a cómo organizarlos de manera adecuada para que sea más fácil encontrarlos. Mi teléfono suena dentro de mi cartera y por un momento me siento ansiosa. Lo busco y al ver la pantalla sonrío de forma automática. —Hola, amor —la voz de Víctor cum
Elizabeth Collins. Un viaje corto, pero incómodo. Dante no ha dejado de mirarme ni por un segundo durante todo el camino hasta que llegamos al restaurante. Debo decir que me impresiona lo hermoso que es, nunca había siquiera pasado en frente de un lugar tan elegante y concurrido por la clase alta como este y no puedo dejar de maravillarme ante la vista tan espectacular que se proyecta ante mí. —¿Te gusta? —pregunta cuando una de las anfitrionas nos indica cual es nuestra mesa. —Si —asiento fervientemente. —Es bellísimo. —La comida es exquisita, verás que te vas a enamorar de la sazón, especialmente de la lasaña. No querrás pedir otra comida en la próxima, es simplemente mágica. Vuelvo a asentir, aunque no entiendo mucho que quiere decir con “en la próxima”. ¿Volveremos aquí a menudo? Esa idea me inquieta, bastante, no es un buen plan que estemos tanto tiempo juntos. Eso me traerá problemas innecesarios con su familia y