Dante Edwards.
—¡¿Qué significa esto, Dante?! —Luisa entra gritando a mi oficina como siempre. Corto la llamada en la que estoy y me concentro en saber el motivo de su histeria. —¿Cómo es eso que pediste a Eva a revisar personalmente los currículos? ¿Desde cuándo te metes en mi trabajo?
Tira varias carpetas en mi escritorio provocando que uno de mis lapiceros caiga al suelo junto con estas creando un gran estruendo que llama la atención de Ariel, mi asistente.
Con mis manos unidas encima de mi escritorio observo su berrinche sin decir nada. Hablar con ella como personas adultas resulta ser más difícil que hablar con una roca y esperar que ésta te conteste.
—¡Ya no soporto esto! —sus gritos son tan estridentes que estoy seguro que se escuchan hasta el primer piso. —¿No puedes dejarme al menos una vez hacer lo que me corresponde? También es mi m*****a empresa, yo soy la Jefa de diseño, yo decido con quienes quiero trabajar y con quienes no ¿Por qué ahora quieres meterte en esa área? Siempre me correspondió a mi tomar las decisiones de mi sección.
—Primero que nada, baja tu tonito de niña histérica, hermanita, que aquí nadie está sordo —advierto con una mirada intimidante. —En segunda, esta no es tu empresa, es mía por tener el 90% de las acciones, por lo tanto, sí puedo tomar las decisiones que crea conveniente en el momento oportuno. En tercera, si, si eres la Jefa de diseño, pero tus opciones nos acarrearon una perdida insostenible la temporada pasada, por lo mismo necesito asegurarme que lo que hagas no nos afecte de nuevo.
—¡Pero la selección de mi personal nada tiene que ver con eso!
Masajeo mis sienes rogando al cielo que me envíe un poco más de paciencia para soportarla.
—¿Cuál es el problema que yo te dé algunas sugerencias? —pregunto después de unas cuantas aspiraciones. —¿No soy acaso el presidente de Edwards Desing & Fashion?
Se sienta en la silla y se cruza de brazos con el ceño fruncido y los labios apretados, disconforme con que la contradiga.
Desde que mi abuela nos heredó esta empresa a mis hermanos y a mí, por obvias razones nuestra vida se convirtió en una guerra constante, en especial porque en su testamento me asignó el 90% del total y el 10% restante dividido entre mis dos hermanos lo que no les resultó justo, aunque recibieron otras propiedades mucho más costosas.
Eso ha generado mucha roncha entre nosotros por más de que he tratado de ser condescendiente con ellos en cuanto a sus funciones aquí, los dos se han tomado a la tarea constante de hacer mi vida un caos de grandes dimensiones.
—¿Al menos viste las carpetas que te envié? —continuo al ver que no contesta. Primero grita y ahora ya no desea hablar. —Son personas muy capaces, graduados con honores, tienen ideas brillantes e innovadoras de los cuales podemos sacar provecho y posicionarnos nuevamente como el número 1 en la industria. No estoy haciendo esto solo por querer llevarte la contraria, Luisa. Por favor, ¡madura ya!
—Cuando te mencione que necesitaba ayuda no me dijiste que tu meterías tus narices allí ¿Por qué cambiaste de opinión?
—¡No cambié de opinión, hermana! —me exalto, pero rápidamente me recompongo. —Recuerda que esta es la cuarta vez en el año que buscas profesionales para esa área, y el motivo tu y yo lo sabemos bien, nadie te aguanta. Hemos perdido profesionales muy buenos a causa de tus absurdos caprichos.
—¡Porque eran malos en lo que hacían! No quiero trabajar con ese tipo de gente que no sabe su lugar.
Me levanto y tomo del suelo las carpetas que ella había tirado. De todos los que hoy se presentaron al menos 5 son personas con muy buenas referencias, entre ellas Elizabeth, y podrían llegar a ser muy buenos diseñadores de la empresa.
De una de las carpetas se desprende una foto tipo carnet y cae al suelo. Por el momento solo la ignoro y camino de vuelta hasta el escritorio y empiezo a leer la primera y mostrarle algunos de los dibujos que trajo para ver si alguno de ellos llama su atención.
Como imaginé la descarta.
Continuo con la segunda, la cual es mucho más extensa que la anterior porque la candidata tiene muchas otras experiencias en empresas similares y ha tomado cursos de todo tipo que tienen que ver con diseño, pero también la descarta porque reside en otra ciudad y no le parece que pueda llegar a tiempo todos los días.
La tercera carpeta es sencilla, pero la candidata es una señora de 45 años de edad, y según ella eso afecta a los diseños que podrían no ser tan actuales, aunque tiene excelentes referencias tanto personales como laborales.
A mi pesar, también la descarta.
La poca paciencia que tenía cuando entró lentamente se va agotando con cada minuto que intento hacerla recapacitar; esto se me está haciendo una tarea difícil.
Vuelvo a respirar, esta vez más profundamente para abrir la otra carpeta. Esta es una hoja de vida hecha totalmente a mano y esa letra la reconozco, es de Elizabeth, mi Lissy.
Me quedo boquiabierto, incapaz de emitir algún tipo de comentario e inmediatamente eso llama la atención de Luisa. No pensé que después de tantos años me causaría ese efecto volver a saber algo de ella, volver a verla, saber que está tan cerca de mí y tan lejos a la vez.
—¿Qué pasa? ¿Quién es? —se levanta y camina hasta colocarse a mi lado.
No le contesto, porque no estoy seguro si decírselo yo o dejar que ella misma lo averigüe, de todos modos, Luisa tuvo gran culpa en todo lo que paso hace 10 años atrás.
Toma la carpeta en sus manos, empieza a leer y su rostro se vuelve pálido en un nano segundo. Imagino que su sorpresa es igual de grande que la mía cuando la vi hoy en la mañana, aunque mis motivos son otros y los de ella son totalmente opuestos.
—¡¿Qué m****a hace el currículo de esa gorda apestosa aquí?!
Tira la carpeta una vez más, pero esta vez se queda en la mesada del escritorio.
—¡Cálmate!
—¿Cómo se atreve a traer aquí su carpeta? ¿Cree acaso que la vamos a aceptar? ¿Qué pensará la gente de nosotros, la prensa especialmente, si se enteran que nuestra “Fashionista” es una gorda? Jajaja, esto parece una m*****a broma.
—Estas exagerando, Luisa. —me reafirmo ante ella. —Nada tiene que ver su aspecto con su talento, solo mira los dibujos que hizo y sus notas académicas. Además, cuida como te refieres a ella, no es una gorda asquerosa.
—¡Aaaaaaah, ahora lo entiendo todo, hermanito! —grita tan fuerte que los oídos me duelen. —Es a ella a quien quieres aquí, por eso todo este teatro de darme sugerencias.
Masajeo de nuevo mis sienes para aliviar el dolor que me produce tener que lidiar con su idiotez. Sabía que esto sucedería, pero aun así tuve la leve esperanza que su gordofobia se haya reducido con los años, pero es obvio que no.
—No es lo que crees —la tomo del brazo y la obligo a sentarse en el sofá. —No tiene nada que ver con eso, es una casualidad, estoy tan sorprendido como tú, pero es necesario que dejemos eso atrás y pensemos con la cabeza fría. Ella es buena en lo que hace, nos convendría tener su talento a nuestro favor. Ya olvida tu agresividad hacia ella, por favor.
—¡¿Y creíste que yo podría aguantar su apestosa y regordeta cara aquí?! —vuelve a gritar, ahora más fuerte. —¿Verla todos los días, todo el tiempo?
—¡Luisa, por favoooor! —ahora soy yo el que grita. —¡Re ca pa ci ta!
—No la quiero en mi sector, me niego rotundamente —me sostiene la mirada. —No la quiero cerca de mí ni de mis diseños, te lo advierto, Dante. Si la traes, te prometo que será mucho peor que aquella noche en su cumpleaños.
La sola mención de esa noche me produce un nudo en la garganta.
«Está loca si piensa que dejaré que me vuelvan a manipular como esa vez»
Elizabeth Collins.—¿Lissy? —escucho a mis espaldas y un escalofrío me recorre la espina dorsal al reconocer la voz de Dante. La caja de fresas que tengo en la mano se me cae y se esparcen por todo el local dejando a sus pasos un desastre de manchas rojas y frutas aplastadas.«¿Cómo me encontró?» pienso con un nudo en el estómago. No creo que sea una simple casualidad, este es el puesto más alejado de la cuidad y no tendría por qué estar por aquí como comprador.—¿Estas bien? ¿Te hiciste daño? —se acerca a mí y pregunta, examinando mis manos por si tengo alguna herida.Me obligo a mí misma a reaccionar de mi letargo. Me zafo de su agarre por puro instinto y doy pasos a mi costado determinada a demostrar mi disgusto por su presencia.—¿Qué haces aquí? —pregunto
Elizabeth Collins.El día estuvo de mierda.Digo “estuvo” porque son pasadas las 1am y me falta mucho para llegar a casa, especialmente porque el último autobús pasó justo antes de mi salida y tengo que caminar por más de 20 calles para llegar.—¿Qué podría ser peor hoy? —resoplo, frustrada. Caminar no se me da mucho y menos tan cansada y deprimida como estoy de un día tan desgastante y agotador.Las calles están oscuras y silenciosas, como es de esperarse a esta hora de la madrugada, y lo peor de todo es que hay amenaza de lluvia. ¡Vaya vida de mierda la mía!Trato de enfocarme en lo positivo y es que esta caminata me hace realmente falta, pero aun así estar solita a esta hora no es nada agradable.Luego de aproximadamente 30 minutos, largos y sombríos, por fin llego hasta el portón de la
Dante Edwards. Me tomo una larga ducha para sacarme de encima toda esta pesadumbre que cargo desde la mañana. Mi día terminó por irse a la m****a con esa cena familiar a la que mi madre nos obligó a asistir a todos los hermanos para hablarnos de la unidad, del apoyo y de los proyectos que debemos lograr juntos como familia, que, claramente fue un discurso de advertencia para mi persona y que se cerró con broche de oro al escuchar por enésima vez la misma historia del abuelo de como consiguieron levantar todo el imperio Edwards renunciando a cosas vanas y pensando solo en la estabilidad económica y el futuro de los herederos del apellido. Estoy plenamente seguro que esto es una obra más de mi hermana y que ya están enterados que Lissy y yo nos encontramos nuevamente, y, como era de esperarse, buscan el modo de hacerme “recapacitar” entre comillas, para alejarme de ella; lo que no tienen en cuenta es que ya no soy ese joven de 18 años al que te
Elizabeth Collins.—Ve el lado positivo, amiga —Alejandra trata de animarme. —Ahora podemos irnos juntas al trabajo y como tu horario será más flexible, a la tarde podemos ir al gimnasio o hacer yoga. Podemos almorzar juntas también.—Pero lo veré todos los días —resoplo. —Tendré que seguir sus órdenes.Acomodo las ultimas cajas para luego limpiarme las manos.—No puede ser tan terrible, ¿o sí? Además, puedes aprender muchas cosas. —me palmea el hombro. —Amiga, vas a trabajar en una de las empresas más reconocidas en la industria de la moda y con un muy buen salario, aprovecha la oportunidad.—No es el puesto que quería, pero lo del salario es cierto —me siento encima de un bulto y tomo mi botella de agua. —Encima, tú más que nadie sabes toda mi historia con &eacut
Elizabeth Collins.—Ya cálmate, amiga —Ale se ríe al notar como estoy literalmente temblando. —Todo va a estar bien, relájate, déjate llevar.—Créeme que lo intento.Sonrío, pero mi sonrisa es de puro nervios.Si digo que dormí anoche al menos un poquito, estaría mintiendo, no pude pegar el ojo y mis ojeras son mucho más notables esta mañana al igual que mi mal humor.—Estás hermosa, ese vestido te queda divino —golpea sus caderas con las mías para hacerse notar. —Ya, solo entra allí y triunfa. Te espero en la cafetería para que almorcemos juntas.—Ok, te aviso mi horario —me guiña un ojo antes de entrar a su lugar de trabajo, que es una librería muy renombrada en el edificio de enfrente de Edwards Desing & Fashion. Ella lleva más de 5 años tra
Elizabeth Collins—¿Qué estás haciendo, Lissy? —susurro frente al espejo del sanitario. —¿Ya te estás acobardando de nuevo?Llevo aquí exactamente 15 minutos, encerrada bajo llave, sin moverme, sin reaccionar.Aún estoy temblando. Luisa y Dante son la parte dolorosa de mi vida que aborrezco, que deseo olvidar, pero no puedo y yo solita vine a colocarme en la boca del lobo para que me haga pedazos.Sé que con la deuda que tengo con Dante no me queda otro remedio que resistir, pero, ¿Cómo lo consigo?Me mojo la nuca con un poco de agua fría y me doy unas palmaditas en los cachetes para darme valor.—Tu puedes, Lissy —me señalo con el dedo. —¡Puedes! Ya no permitas que te pisoteen.Tomo unas cuantas aspiraciones, me pongo recta y salgo.Camino a paso firme hasta la oficina donde está
Dante Edwards.—Maldito dolor de cabeza —es la segunda pastilla que tomo en la mañana y conste que esto recién empieza. —Anoche no pude dormir nada. Este problema de insomnio me está volviendo loco, van tres días de seguido en esta semana.—¿Quiere que pida cita para usted con el Doctor Norman? —pregunta Ariel. Niego con la mano mientras tomo mi agua.—Estoy bien, solo es el estrés por lo que acaba de ocurrir.—Yo estaría igual —carraspea incómodo. —Su hermana y su esposa no le hacen la vida muy fácil que digamos. Disculpa si soy indiscreto, pero esto que pasó con la Señorita Lissy es solo el principio. Ya su hermana ha demostrado anteriormente que no se rinde cuando quiere algo.—Para nada, Ariel, no eres indiscreto, eres mi asistente hace más de 5 años, más que eso, mi amigo
Elizabeth Collins. Se siente raro estar en casa tan temprano. Dejo mi cartera en la mesada, me quito los zapatos y me siento en la cama para masajear mis pies y aliviar un poco el dolor y el cansancio de usar tacones todo el día. A pesar de todo pronóstico, hoy ha sido un día soleado afuera y bastante tranquilo adentro de la empresa. Ni Luisa ni “la esposa” volvieron a aparecer en la parte administrativa, cosa que agradezco mucho, mientras yo estuve atareada todo el día organizando algunos archivos que Dante me dejó encargados antes de salir para algunas reuniones junto con Ariel. Las horas se me pasaron literalmente volando entre tanto trabajo y tratando de echarle cabeza a cómo organizarlos de manera adecuada para que sea más fácil encontrarlos. Mi teléfono suena dentro de mi cartera y por un momento me siento ansiosa. Lo busco y al ver la pantalla sonrío de forma automática. —Hola, amor —la voz de Víctor cum