Dante Edwards.
Me tomo una larga ducha para sacarme de encima toda esta pesadumbre que cargo desde la mañana.
Mi día terminó por irse a la m****a con esa cena familiar a la que mi madre nos obligó a asistir a todos los hermanos para hablarnos de la unidad, del apoyo y de los proyectos que debemos lograr juntos como familia, que, claramente fue un discurso de advertencia para mi persona y que se cerró con broche de oro al escuchar por enésima vez la misma historia del abuelo de como consiguieron levantar todo el imperio Edwards renunciando a cosas vanas y pensando solo en la estabilidad económica y el futuro de los herederos del apellido.
Estoy plenamente seguro que esto es una obra más de mi hermana y que ya están enterados que Lissy y yo nos encontramos nuevamente, y, como era de esperarse, buscan el modo de hacerme “recapacitar” entre comillas, para alejarme de ella; lo que no tienen en cuenta es que ya no soy ese joven de 18 años al que tenían como títere y manejaban a su antojo, ya no pretendo dejarme manipular como antes.
—Amor, ya ven a la cama —Andrea chilla desde la cama. —Ya casi amanece ¿Qué haces ahí parado?
La ignoro solo por el hecho de que me llama amor, como casi siempre, y miro la pantalla de mi celular; son casi las 3 am, pero no tengo sueño. Miles de cosas rondan mi mente, entre ellas lo que me dijo Lissy en el mercado.
Dejo mi móvil en la mesita y, a pesar de que lo que menos deseo es dormir, me acuesto con la mirada fija en el techo.
«¿Por qué deje que nuestra historia llegara a este punto?» reflexiono al recordar el rostro tan triste de Lissy.
Debí haberle dicho la verdad desde el principio, eso hubiese sido mejor que todo lo que sucedió.
Cierro los ojos por unos segundos y el pitido de mi celular me sobresalta. Miro la pantalla y mi corazón se vuelve una revolución de sentimientos al ver el nombre de quien llama.
—Lissy, ¿Qué pasa? —respondo de inmediato. Me desespero cuando oigo sus suspiros en el lado opuesto, pero no contesta.
Me levanto y camino hasta el pasillo para que podamos hablar.
—Lissy, ¿Estas bien? ¿Dónde estás? —pregunto nuevamente cuando puedo jurar que oigo un sollozo de su parte.
—¿Cuánto es el salario que me ofreces? —pregunta. Su voz ronca me alerta de inmediato.
—¿Por qué preguntas eso a esta hora, Lissy? Son las 3 de la mañana.
—Solo contesta, Dante. Por favor.
—Es de $18,000 al mes, pero, ¿qué sucede?
Un silencio nos invade nuevamente por unos segundos. Luego el ruido incesante de la sirena de una ambulancia muy cerca de ella me da un mal presentimiento.
—Si acepto el trabajo, ¿Me adelantarías el salario de tres meses? —su pregunta me deja atónito. —Prometo cumplir de manera responsable con todas las tareas que me asignes hasta pagarte el último centavo, por favor.
—Claro que sí, pasa el lunes a primera hora en la oficina y te doy el cheque —respondo, pero ella me interrumpe.
—Lo necesito ahora, por favor.
—¿Quieres decirme que sucede? —mi preocupación aumenta.
—¿Puedes o no? Solo contesta —ahora estoy completamente seguro que está llorando.
—Mi amor, ¿Con quién hablas a esta hora? —Andrea grita desde la habitación. Cierro la puerta del balcón para que ya no nos interrumpa.
—Disculpa si te estoy molestando —musita, no sabía que estabas con alguien.
—No te preocupes por eso —respondo. —Solo dime dónde estás y te envío el dinero con mi chofer.
—Estoy en el Hospital María auxiliadora. En la zona norte.
—Mandaré ahora mismo al chofer —miento. —Espéralo en la entrada principal, dentro de 30 minutos está ahí.
Un suspiro ahogado se escucha.
—Gracias. Aquí lo espero.
Cuelgo y entro de vuelta a la habitación. Andrea me espera sentada en la cama con una cara de pocos amigos.
—¿Con quién hablabas a esta hora? —chilla. —Es de madrugada, Dante. ¿Tienes una amante o algo así? ¿Entonces es cierto lo que dice Luisa?
—Son muchas preguntas y contestarlas no es parte del trato que tú y yo tenemos, Andrea —contesto de manera tosca. —Eso lo tienes claro desde el principio.
Camino hasta el armario para buscar una chaqueta y me colocarme unas zapatillas deportivas.
—Pero quiero saber —insiste. —Legalmente estamos casados, y no puedes estar revolcándote con cualquiera. ¿Que pensará tu familia de mí? Ellos aún tienen la esperanza que tú y yo formemos una familia de verdad.
—Pues según yo, no estoy rompiendo nuestro acuerdo —se levanta enojada y camina hasta donde estoy. —Y lo que piense mi familia es algo que me tiene sin cuidado. Suficiente tengo con haber accedido a este matrimonio, lo de formar una familia de verdad solo existe en sus cabezas.
Saco el dinero que necesito de la caja fuerte y lo meto en el bolsillo de mi chaqueta.
—No puedes hacer esto, Dante. —lloriquea.
—¡¿Hacer que?! No iré a ver a mi amante si eso te tranquiliza. —Tomo la llave de la camioneta y mi billetera. —Iré a ayudar a un amigo.
—¿Es ella?
Niego con mucha pereza. Desde que llegamos de Inglaterra su única preocupación es que me encuentre con Lissy, en realidad es la preocupación de todos en la familia, pero eso es algo con el que van a tener que aprender a vivir y más ahora que va a trabajar en la empresa.
Salgo a pasos presurosos de la casa y manejo a alta velocidad imaginando miles de escenarios posibles de lo que pudo haber pasado para que se sienta tan desesperada para llamarme; gracias a Dios a esta hora las calles están despejadas y en menos de media hora ya estoy en el lugar que habíamos quedado.
«¿Para qué necesitará tanto dinero? ¿Quién está en el hospital?» pienso mirándola desde la camioneta. Esto es algo que necesito averiguar para poder ayudarla.
Desde mi posición la puedo ver acurrucada en el mural del Hospital, puedo notar en su rostro la angustia y cansancio, y el corazón se me anuda de mil maneras. Si pudiera borraría esa tristeza de su rostro.
Bajo y al notarme niega con la cabeza. Es algo que esperaba, pero necesitaba ser yo mismo quien viniera por ella.
—Hola —me acerco lo suficiente para poder hablarle. —¿Qué sucede, Lissy? ¿Quién está aquí? ¿Para qué necesitas tanto dinero?
—Es para mi abuela, está grave —suspira ahogadamente con la mirada perdida. —Debe entrar en cirugía dentro de poco más de dos horas.
Intento abrazarla, pero se aleja. Aun así, tomo su mano, aunque se resiste. Todo su cuerpo tiembla y sus ojos están hinchados de tanto llorar.
—¿Por qué no me llamaste antes? Sabes que hubiera venido antes.
—Llegamos hace apenas dos horas, el Doctor me dio la noticia minutos antes de llamarte.
Ahora si aprovecho y la atraigo hasta mi pecho. Sentirla nuevamente es una explosión de sentimientos dolorosos.
«Han pasado 10 años, pero se siente como si hubiese sido ayer» reflexiono con los ojos cerrados y mis brazos alrededor de su cintura.
—¿Quieres que la llevemos a una clínica privada? —niega rotundamente.
—Con el dinero tengo todo resuelto —se suelta de mí y se aleja unos pasos. —Solo dime la hora que debo presentarme y el día. No necesito más que eso.
—Ok —contesto de mala gana viendo su necedad. Saco el sobre de mi bolsillo y se lo paso —Te daré una semana para que cuides de ella y puedas resolver tus asuntos. El próximo lunes te espero en la oficina para las 8 am. Allí hablaremos de tu horario y tus obligaciones principales. Esto corresponde a exactamente 3 meses de salario, por lo que firmaremos un acuerdo para que cumplas ese tiempo. Si después decides quedarte será otro asunto.
Asiente.
—Cuando llegues, informa a recepción que tienes cita conmigo y sube directo a mi oficina. Allí hablaremos de todo.
Vuelve a sentir.
—¿Quieres que me quede contigo? —pregunto acercándome nuevamente. —No es bueno que estés sola.
—Estoy bien —no deja su orgullo de lado ni en estos momentos. —Puedes irte, estaré bien.
—Ok. Cualquier cosa que necesites me escribes.
Asiente nuevamente.
Me despido de ella y subo a la camioneta, pero no la enciendo. Me froto la cara frustrado y enojado conmigo mismo.
La extraño, quiero estar allí con ella, darle contención y atención, pero está claro que para que ella me perdone falta mucho.
Elizabeth Collins.—Ve el lado positivo, amiga —Alejandra trata de animarme. —Ahora podemos irnos juntas al trabajo y como tu horario será más flexible, a la tarde podemos ir al gimnasio o hacer yoga. Podemos almorzar juntas también.—Pero lo veré todos los días —resoplo. —Tendré que seguir sus órdenes.Acomodo las ultimas cajas para luego limpiarme las manos.—No puede ser tan terrible, ¿o sí? Además, puedes aprender muchas cosas. —me palmea el hombro. —Amiga, vas a trabajar en una de las empresas más reconocidas en la industria de la moda y con un muy buen salario, aprovecha la oportunidad.—No es el puesto que quería, pero lo del salario es cierto —me siento encima de un bulto y tomo mi botella de agua. —Encima, tú más que nadie sabes toda mi historia con &eacut
Elizabeth Collins.—Ya cálmate, amiga —Ale se ríe al notar como estoy literalmente temblando. —Todo va a estar bien, relájate, déjate llevar.—Créeme que lo intento.Sonrío, pero mi sonrisa es de puro nervios.Si digo que dormí anoche al menos un poquito, estaría mintiendo, no pude pegar el ojo y mis ojeras son mucho más notables esta mañana al igual que mi mal humor.—Estás hermosa, ese vestido te queda divino —golpea sus caderas con las mías para hacerse notar. —Ya, solo entra allí y triunfa. Te espero en la cafetería para que almorcemos juntas.—Ok, te aviso mi horario —me guiña un ojo antes de entrar a su lugar de trabajo, que es una librería muy renombrada en el edificio de enfrente de Edwards Desing & Fashion. Ella lleva más de 5 años tra
Elizabeth Collins—¿Qué estás haciendo, Lissy? —susurro frente al espejo del sanitario. —¿Ya te estás acobardando de nuevo?Llevo aquí exactamente 15 minutos, encerrada bajo llave, sin moverme, sin reaccionar.Aún estoy temblando. Luisa y Dante son la parte dolorosa de mi vida que aborrezco, que deseo olvidar, pero no puedo y yo solita vine a colocarme en la boca del lobo para que me haga pedazos.Sé que con la deuda que tengo con Dante no me queda otro remedio que resistir, pero, ¿Cómo lo consigo?Me mojo la nuca con un poco de agua fría y me doy unas palmaditas en los cachetes para darme valor.—Tu puedes, Lissy —me señalo con el dedo. —¡Puedes! Ya no permitas que te pisoteen.Tomo unas cuantas aspiraciones, me pongo recta y salgo.Camino a paso firme hasta la oficina donde está
Dante Edwards.—Maldito dolor de cabeza —es la segunda pastilla que tomo en la mañana y conste que esto recién empieza. —Anoche no pude dormir nada. Este problema de insomnio me está volviendo loco, van tres días de seguido en esta semana.—¿Quiere que pida cita para usted con el Doctor Norman? —pregunta Ariel. Niego con la mano mientras tomo mi agua.—Estoy bien, solo es el estrés por lo que acaba de ocurrir.—Yo estaría igual —carraspea incómodo. —Su hermana y su esposa no le hacen la vida muy fácil que digamos. Disculpa si soy indiscreto, pero esto que pasó con la Señorita Lissy es solo el principio. Ya su hermana ha demostrado anteriormente que no se rinde cuando quiere algo.—Para nada, Ariel, no eres indiscreto, eres mi asistente hace más de 5 años, más que eso, mi amigo
Elizabeth Collins. Se siente raro estar en casa tan temprano. Dejo mi cartera en la mesada, me quito los zapatos y me siento en la cama para masajear mis pies y aliviar un poco el dolor y el cansancio de usar tacones todo el día. A pesar de todo pronóstico, hoy ha sido un día soleado afuera y bastante tranquilo adentro de la empresa. Ni Luisa ni “la esposa” volvieron a aparecer en la parte administrativa, cosa que agradezco mucho, mientras yo estuve atareada todo el día organizando algunos archivos que Dante me dejó encargados antes de salir para algunas reuniones junto con Ariel. Las horas se me pasaron literalmente volando entre tanto trabajo y tratando de echarle cabeza a cómo organizarlos de manera adecuada para que sea más fácil encontrarlos. Mi teléfono suena dentro de mi cartera y por un momento me siento ansiosa. Lo busco y al ver la pantalla sonrío de forma automática. —Hola, amor —la voz de Víctor cum
Elizabeth Collins. Un viaje corto, pero incómodo. Dante no ha dejado de mirarme ni por un segundo durante todo el camino hasta que llegamos al restaurante. Debo decir que me impresiona lo hermoso que es, nunca había siquiera pasado en frente de un lugar tan elegante y concurrido por la clase alta como este y no puedo dejar de maravillarme ante la vista tan espectacular que se proyecta ante mí. —¿Te gusta? —pregunta cuando una de las anfitrionas nos indica cual es nuestra mesa. —Si —asiento fervientemente. —Es bellísimo. —La comida es exquisita, verás que te vas a enamorar de la sazón, especialmente de la lasaña. No querrás pedir otra comida en la próxima, es simplemente mágica. Vuelvo a asentir, aunque no entiendo mucho que quiere decir con “en la próxima”. ¿Volveremos aquí a menudo? Esa idea me inquieta, bastante, no es un buen plan que estemos tanto tiempo juntos. Eso me traerá problemas innecesarios con su familia y
Elizabeth Collins.No sé si es buena señal que esté tan callado, pero desde que nos subimos a la camioneta no ha dicho una sola palabra, ni siquiera me ha mirado y eso me llena de angustia.—¿Por qué me trajiste aquí? —pregunto una vez que llegamos al estacionamiento del edificio donde tiene su departamento.No contesta, para variar. Estaciona y luego me abre la puerta para bajar.—Quiero ir a casa, Víctor, por favor —pido aun desde el asiento del acompañante. —Mi abuela debe estar preocupada.—No te llevaré hasta que hablemos —su voz seria y sin ningún atisbo de paciencia me produce un nudo en el estómago. —Baja. Adentro le hablas para avisarle que llegarás tarde.Obedezco. Me bajo y subimos hasta su apartamento que queda en el quinto piso. La mayoría de los empleados de este edificio me
Elizabeth Collins —¿Cómo lo permitiste? ¿Cuándo vas a dejar de ser tan tonta, amiga? —Ale no ha hecho otra cosa que recriminarme el que no haya reclamado a Víctor lo de Marcela durante todo el camino hasta la empresa. —Esto es el colmo, ese hombre es un infeliz. Viene en semanas, ¿Y te llama Marcela cuando te hace el amor? —Estaba ebrio, Ale. —¡Ay que bonito! Encima lo justificas —resopla cruzándose de brazos. —No lo estoy justificando, sé que está raro, pero realmente estaba ebrio, pudo haberse confundido de nombre —me rasco la cabeza al ver que hace ademanes con las manos. —Está mal, lo sé, pero no tuve el valor para preguntarle. —¿Y preferiste salir huyendo como una ladrona en plena madrugada? —No salí huyendo, Ale. Él estaba dormido, yo tenía que pasar por casa para cambiarme para venir a la empresa, es todo. Entramos a la cafetería que está cerca para llevarnos nuestro desayuno, ya que venimos retrasadas.