Capítulo 166
Se detuvo frente a la puerta del cuarto.

Al final del pasillo, a la derecha, estaba una ventana enmarcada con rosas. Frente a ella, un antiguo mueble de madera vació de contenido, como si todo hubiera quedado atrás.

En otro tiempo, ese mueble estaba adornado con un delicado jarrón blanco que a su madre tanto le gustaba. Cada vez que regresaban a casa, el jarrón se llenaba de flores frescas, siempre con colores vibrantes, como un pedazo de primavera.

A su madre le encantaban las flores.

A menudo la abrazaba, con su rostro lleno de ternura, y lo levantaba para que oliera las flores, riendo suavemente, como si todo fuera perfecto.

Pero el tiempo, implacable, había cambiado todo.

El jarrón estaba vacío. La casa estaba vacía.

La oscuridad de la noche terminó de envolverlo.

Álvaro dejó escapar un suspiro, como si ese mismo aire pesara en su pecho, y con un movimiento lento, abrió la puerta.

Dentro, solo había silencio. La tenue luz de una lámpara iluminaba la habitación.

Gabriela estaba allí
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