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¡Directo al horno!

Alejandro lee las recetas en voz alta y dispone a cada uno hacer sus partes de los platos que se van a entregar hoy, le hacen preguntas sobre sus especialidades, sobre los tiempos de cocción, cortes, y demás cosas técnicas, yo solo los analizo, contesto las preguntas en mi mente incluso antes de que el chef Alejandro les dé respuesta, de vez en cuando nuestras miradas se encuentran como si secretamente nos confiáramos las respuestas de todo.

Después del análisis de los platos todos se disponen a cocinar sus partes, para montar los platos y finalmente para presentárselos al chef antes del servicio. Me siento algo nerviosa, después de todo es mi oportunidad de demostrar lo buena que soy y que coloquen mi plato en el servicio.

Me dirijo a la despensa en busca de mis ingredientes, debo cocinar algo y presentárselo, analizo los platos, proteínas, guarniciones, salsas y sé que debo hacer algo diferente a ellos, pero al mismo tiempo que concuerde con lo que se va a presentar en el servicio de hoy. Además, por supuesto, dejar callado a Alejandro, sorprenderlo a él y a todos a ver si se da cuenta que no es el único en el lugar con talento.

Ya hay cortes de carnes rojas, platos con comida de mar, pero le ha faltado un ave. Pienso y sonrío, y siento que esto lo ha planeado con más antelación. ¿A qué demonios está jugando?

Tomo unas pechugas de pavo, parecen sencillas, pero no lo es, no hay puntos medios de cocción, solo perfecta. Como todo en la vida. Tomo especias, mantequilla, manzanas, naranja, vino blanco, no solo para el pavo, si no para mí también, aún tengo sed. Me tomo un trago y sigo con mi búsqueda por la despensa.

Entro a la cocina y todas las estaciones están ocupadas, menos una al lado de él. Y mi corazón empieza a palpitar fuerte. Si cree que con eso me va a hacer sentir incomoda, pues está muy equivocado. Me voy caminando a pasos firmes hacía él, no obstante, mi corazón parece detenerse cuando llego justo a su lado y dejo todo en la mesa para empezar mi preparación.

Pongo a precalentar el horno. No me mira, pero siento como si lo hiciese. Tomo las pechugas, las voy arreglando mientras en una olla aparte pongo a calentar jugo de manzana que he preparado anteriormente, le voy agregando la mantequilla y el vino, revuelvo despacio. Hasta que todo está completamente integrado. No he olvidado su presencia, al contrario, me hace estar más alerta, siento que a cualquier error que cometa va a estar ahí para juzgarme.

Pongo las pechugas en una refractaria para ponerlas en el horno y las baño con el caldo, mientras espero a que se cocinen un poco, me dispongo a hacer una mermelada de naranja, y me van llegando los olores de lo que Alejandro está preparando, se le ve concentrado, incluso parece otra persona, sus ojos azules brillan con intensidad y me preguntó cómo será en realidad. Su mirada se levanta y me pilla observándolo, por un instante me olvido de toda la gente a nuestro alrededor, solo puedo sentir los olores que van llenando la cocina y a él. Está tan cerca de mí que solo basta un paso para tocarnos.

— Olivia… — dice mi nombre suave, tan suave que creo que solo puedo escucharlo yo.

— Sí… — susurro. Alejandro pronuncio en mi mente.

— No dejes quemar eso… — señala la olla de acero sobre el fuego con la mermelada.

— Sí, chef — me cuesta volver a la realidad. ¿Tensión u odio? Me pregunto mentalmente.

Voy cortando los vegetales para una ensalada fresca como acompañamiento de la pechuga, y esta vez mira de vez en cuando los cortes y los ingredientes que voy a utilizar, empiezo a temblar como anoche al poner la salsa. Cómo es que puede descomponerme de tal manera.

— ¡Agh! — la sangre inmediatamente empieza a correr, manchando las verduras sobre la tabla de picar y todo se echa a perder.

— Olivia… — Alejandro pone un trapo de inmediato sobre mi dedo y aprieta con fuerza. — ¿Estás bien? — por un instante puedo ver algo más reflejado en su mirada, fría y calculadora.

— Sí, chef — le quito el trapo con fuerza y salgo de la cocina por la puerta de atrás, necesito tomar aire.

Me recuesto sobre la pared fría de piedra y se siente bien, algo de viento fresco sobre mi rostro ruborizado. ¿Qué demonios está pasando contigo, Olivia? Accidente sobre accidente desde que él llegó. ¡Concéntrate, concéntrate, concéntrate!

— ¡Maldición las pechugas! — me grito.

— Ya las saqué del horno — me dice Alejando mientras choco contra su cuerpo al ir entrando y él saliendo por la misma puerta. — ¿Estás bien? — me examina con su celeste mirada, afuera en pleno día se ven sus ojos más claros, las pestañas oscuras realmente hacen resaltar su mirada y no puedo dejar de verla.

— Sí, chef — me ruborizo.

— Debes concentrarte, Olivia. Estabas temblando y por eso te has cortado — lo dice en tono de regaño, aunque es más suave de lo que normalmente ha sido.

— ¿Enserio? — le respondo con sarcasmo y le entorno los ojos. Eso es lo que he estado diciéndome. ¡Concéntrate, Olivia!

— ¿Sucede algo conmigo? ¿Por qué estas tan enojada? — va levantando la voz de apoco, haciéndome exaltar.

— ¿Qué si sucede algo contigo? — le pregunto con ironía — ¡Oh!, jo, jo, jo. Claro que sucede algo contigo, sucede ¡Todo! — finalizo gritándole.

— ¿¡Y se puede saber qué carajos es todo!? — me grita. Y estoy segura de que hay gente alrededor que puede escucharnos.

— Es… Es… Es usted — le apunto con el dedo justo en el pecho — No tiene por qué gritarme, para empezar — termino por clavarle el dedo donde lo estaba señalando. — Un día me trata mal y al otro día me habla como si nada, tratando de ser mi amigo — se me va quebrando la voz.

— ¿Es por la salsa de ajo? — alza las cejas, sorprendido y pregunta con descaro. Separándose un poco más de mí.

— No… Sí, sí por todo — me doy la vuelta para no verle más la cara.

— Decídase, Olivia. Que no tengo la paciencia para estas cosas, además esa salsa estaba horrible — da un paso hacía mí y me tensiono aún más — ¿Por qué se equivocó con la salsa? — me toma del brazo para que lo mire. Pero no soy capaz de responderle, no ha eso. Cierro los ojos y me dejo llevar por el recuerdo.

Iba entrando a la despensa por más especias, la salsa había sido todo un éxito y se estaba agotando apenas a la mitad de la noche, cuando lo vi a él, a Alejandro con una de las meseras, arrinconado en uno de los estantes, ella estaba encima de él, acalorada, lo besaba con fervor y solo eso bastó para descomponerme el resto de la noche. — Dígame, Olivia ¿Qué sucedió? ¿Qué la hizo estropear la salsa? — me lleva hacía su cuerpo halando de mi brazo y quedamos más cerca el uno del otro, puedo sentir el calor que emana su cuerpo, incluso puedo sentir los olores de la comida que estaba preparando.

— Nada… — le contesto en un hilo de voz, no soy capaz de mantener me a su lado, toda su energía me consume y me derrite. ¡Tensión u odio? ¡Las dos! Pienso.

Alejandro se queda en mi mirada, puedo ver el remolino de pensamientos que cruzan por su mente, me arrastra con fuerza contra la pared de piedra, me sostiene con firmeza, cosa que agradezco segundos después. Y me besa, no es un primer beso sutil, lleno de amor y esperanza. Es un beso arrasador, apasionado y candente. Me cuesta mantenerme en pie y me aferro a su filipina. Se sostiene con un brazo sobre la pared por encima de él, me aplasta con su cuerpo, lo suficiente para sentir su sexo firme debajo del mandil.

Nos separamos para tomar aire, deja su frente sobre la mía e intenta respirar con fuerza, me da una suave caricia por mi mejilla hasta el mentón y me levanta el rostro, me da un suave y casto beso sobre los labios, se separa y se va. Dejándome allí, sola, confundida, arrollada por el fuego, la humedad y el deseo que me hizo sentir en un par de segundos. Y sin saber qué hacer.

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