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Al entrar al restaurante y sentarnos en una de las mesas, el tal Matteo empezó a platicar con Kat, dejándome de lado. Yo solo los observaba como un imbécil. No soy celoso, pero esta situación era incómoda y lo que más me molestaba era que Kat no había sido capaz de decirle que nosotros estábamos saliendo. Eso sí que me dolió.

— ¿No crees que es linda? — me preguntó Kat, mostrándome la foto de una niña de unos diez años.

Yo le sonreí forzadamente y asentí con la cabeza. Kat le devolvió el celular a Matteo y siguió hablando con él, ignorando mi presencia.

— ¿Y a qué te dedicas, chico? — me preguntó.

Yo le quedé mirando. Podía ver lo imbécil que era. Sabía que me diría algo para querer hacerme inferior. Conocía a los idiotas como él.

— Soy piloto de carreras — le dije con orgullo.

Él empezó a reír y me miró con pesar.

— ¿Y si eso no funciona, qué harás después? ¿Trabajar haciendo hamburguesas? — me preguntó.

Yo no miré a Kat. Sabía que ella me daría esa mirada que me pedía que me calmara
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