Había pasado un mes desde que Dafne sufrió aquel accidente. Su padre, al escucharla decir cosas tan absurdas como que estaba muerta y en el paraíso, la llevó de inmediato a un especialista.
El médico sugirió que quizás el golpe en la cabeza había provocado alucinaciones y que, si estas persistían, sería necesario realizar otros estudios para examinar su cerebro con mayor profundidad. Dafne se encerró en su habitación, temerosa de dormir y despertar encontrándose con ese ser horrible frente al espejo. Cada mañana se observaba con atención, y se veía como la Dafne de veinte dos años: su piel fresca y suave, sus ojos de un color miel brillante, sin cicatrices, manchas ni arrugas. “Tal vez fue la caída… quizá el doctor tenga razón y todo fue una alucinación absurda”, trataba de convencerse. Buscó respuestas en sitios web, pero no encontraba nada lógico. Días después, se animó a salir de su cuarto con el deseo de pasar tiempo con su padre. Rómulo iba y venía por sus negocios, y rara vez estaba en casa. La joven aprovechó la ocasión, y durante la conversación, su padre le mencionó unos tratos comerciales con cierta familia, en los que colaboraría con la ayuda de Alfonso Grecco. La sola mención de ese nombre hizo que las manos de Dafne temblaran. No obstante, el verdadero miedo surgió porque recordaba esas mismas palabras. Aquel negocio que traería mayor fortuna a su padre y el prestigio que tanto ansiaba Alfonso. “¿Vas a hacer tratos con ese hombre? ¡Qué valor, papi! Ese tipo anda en asuntos nada buenos, deberías cortar todo lazo con él”, recordó que le había dicho en esa ocasión. “Creí que era tu amigo”, le respondió su padre con una sonrisa ladeada. Ahora, se quedó pensativa. Días después, la idea de que todo había sido un mal sueño comenzó a desvanecerse. Los sucesos y lugares le traían recuerdos de su vida pasada. Confundida, buscó a alguien que pudiera explicarle si las regresiones existían o a qué podía deberse. Así que, con cautela, contactó a una mujer que, supuestamente, leía las cartas. Tras escuchar su inquietud, la mujer se limitó a decir: lo que fue, será, a menos que de verdad enmiendes tus errores. —¿Qué significa eso? —preguntó Dafne. —Que tus acciones de hoy pueden llevarte al mismo futuro. Dafne deseaba más explicaciones, pero eso fue lo único que obtuvo. Su vida pasada le resultaba confusa, como envuelta en neblina. Se esforzaba por recordar los acontecimientos, pero no lograba ubicarlos en un orden claro. Su mente era un caos. Al llegar a casa, Rita le informó de una sorpresa que su padre le había dejado en el jardín. Dafne, sonriente, fue hasta allí. Recordó que, aunque ya era una señorita, su padre siempre la trataba como a una niña consentida. Ese pensamiento la hizo pensar en el demonio que alguna vez tomó forma de hombre. Como si lo invocara con sus pensamientos, al llegar al jardín lo vio de espaldas. Un porte inconfundible: Óscar estaba allí. Él se giró al escuchar sus sollozos. —¿Qué sucede, mi amada? —preguntó Óscar, acercándose unos pasos. Dafne retrocedió. La garganta se le cerró; no podía hablar, y su cabeza comenzó a girar. Retrocedió aún más. —V-vete —logró decir en un hilo de voz. —¿Qué te pasa? No me digas que otra vez estás celosa por algún rumor tonto, amor mío —insinuó Óscar con voz melosa. Dafne retrocedió hasta caer de golpe en el césped. —Es evidente que no eres bienvenido, buen Óscar —una voz grave le reclamó desde una esquina. El corazón de Dafne se aceleró. “No tienes que temer; de ahora en adelante, no dejaré que nadie te haga daño”, recordó las palabras que Alfonso le dijo alguna vez en medio de uno de sus ataques de pánico en su vida pasada. Reconoció esa voz, una voz que llegó a ser su refugio en su trágica vida anterior… —Este es un asunto de pareja, ¿podrías dejar de entrometerte, Alfonso? —Es la hija de mi señor. Solo cumplo con mis deberes, Óscar. Dafne dirigió la vista hacia el hombre: Alfonso Grecco. Su cabello rubio caía sobre la frente, sus ojos azules destilaban esa aura de peligro, y sus labios formaban una línea, mientras el ceño fruncido indicaba claramente que no debía ser molestado. La mirada de Dafne se llenó de lágrimas. Antes, la coordinación entre su mente y sus acciones era casi inexistente; jamás tuvo la oportunidad de agradecer a Alfonso por rescatarla, pero ahora lo tenía frente a ella.Dafne insistió con la respiración agitada que Óscar se fuera de allí. Alfonso intuyó que la feliz pareja había tenido otro conflicto, era costumbre saber de sus discusiones bobas.—Ya escuchaste —le repitió Alfonso—. Tu amada no quiere verte.—Dafne, ¿de verdad me corres así? No puedo creer que no se te pase el coraje. ¿Un berrinche va a arruinar nuestro compromiso? —habló Óscar indignado.La joven cerró los ojos. Los golpes, los gritos y maltratos se repetían en su cabeza. Los minutos pasaban lentos y la voz de Alfonso fue lo que la hizo volver a la realidad.—Ya se fue.Ella abrió los ojos, y posó su mirada en Alfonso.—Bueno… es que —dijo, en busca de alguna explicación.—No me interesa saber de sus dramas ridículos —escupió, se giró con la intención de irse.Dafne recordó que su relación con Alfonso no era precisamente buena. “No quiero que te acerques a mí. Eres un loco, olvídate de tu estúpida obsesión por mí si no quieres que uno de mis hermanos te parta la cara ¿creerías qu
Dafne bajó las escaleras de su residencia con un enorme dolor de cabeza. Sus ojos hinchados dejaban entrever la caótica noche que había tenido.―¡Felicidades, pequeña ratoncita! ―se oyó en el lugar.Dafne reconoció esa voz grave, aunque juguetona: Junior, su hermano mayor, la observaba con una sonrisa de oreja a oreja.La chica hizo memoria: era cierto, tenía veintidós años cuando volvió a la vida de aquel horrible destino. Ese día cumplía veintitrés. Si su memoria no fallaba, en un mes Oscar la llevaría a un restaurante elegante; en medio de música clásica y con una vista preciosa de las luces de la ciudad, se arrodillaría para pedirle matrimonio.―¿Es mi cumpleaños? ―las palabras salieron dudosas de sus labios.Junior negó con la cabeza.―De verdad que sí quedaste loca después de aquel golpe. Es imposible que usted, ama y señora de toda Sicilia, haya olvidado su tan esperado cumpleaños ―se burló entre carcajadas. Sus oscuros ojos cafés lagrimearon un poco por lo cómico de la situaci
Desde que llegó al lugar, Oscar tomó asiento en la mesa principal junto a su futuro suegro y cuñados. El bello jardín se decoraba con telas de un suave tono rosa pálido. En el centro, colocaron una tarima, donde una banda de música clásica ambientaba el festejo. A Rómulo le importó poco quiénes estaban en la mesa. Deseoso de aclarar sus dudas, le preguntó a Oscar: —¿Por qué te mantienes tan alejado de mi hija? Oscar miró a los lados, en un intento de mostrar que aquel no era el momento adecuado para esa conversación. —Si descubro que algo le has hecho, Nally, me dará igual que seas de mis mejores hombres; haré que te comas tu mierd@ —sentenció, con sus ojos llenos de una ira contenida. Oscar tragó saliva. Los hermanos de Dafne sonrieron, y el resto fingía no escuchar. Entre los invitados que llegaban, se distinguía una cabellera dorada. Un joven de traje formal avanzaba desde el recibidor hasta una de las mesas. Rómulo encendió un puro y, mientras observaba a los invitados, lo
La luz tenue de la habitación dejaba ver la cara desencajada y llorosa de Dafne. Su marido, el honorable Oscar Nally, le propinó una bofetada. —No eres más que una put@ —pronunció cada palabra con asco y, acto seguido, empujó el menudo cuerpo de su esposa al suelo. Dafne cayó, y de sus labios se escapó un grito. La rutina de siempre: golpes, insultos y tirones de cabello. Una pregunta rondaba su cabeza cada vez que sus huesos dolían, cada vez que su garganta ardía de tanto gritar para que él parara: ¿En qué momento el príncipe azul se convirtió en una bestia? —Desearía que estuvieras muerta —soltó Oscar de repente. Sus ojos verdes mostraban el desprecio, el odio que brotaba desde lo profundo de su ser—. ¡Tu cara me enferma! —exclamó con furia, y luego su mano se estampó en el rostro de su mujer. Dafne quedó nuevamente tumbada en el suelo. Su cuerpo temblaba sin control. Su boca apenas logró pronunciar un "perdón". ¿Cuándo pasó de ser la heredera de una fortuna incalculable a un
Dafne volvió a ser un ente en la casa. Alfonso no la maltrataba ni siquiera levantaba la voz; al contrario, le traía dulces de vez en cuando y le permitió cargar a su bebé en un par de ocasiones. Un día incluso le dio uno propio: un muñeco de plástico. Algunas veces, Dafne era consciente de que ese ser era solo un objeto estático e inanimado; en otras, creía escucharlo llorar o reír.Llevaba una vida tranquila. Observaba a distancia la vida de Alfonso y Sofía, su esposa. Incluso con su falta de cordura, se dijo que se había equivocado al juzgarlo.Los días transcurrían en calma, y quienes la rodeaban le permitían ser. A veces, cantaba feliz; otras, llena de furia, arrojaba objetos al suelo.—Esa mujer es un peligro —acusó Sofía—. Es imposible criar a mi hijo junto a alguien así.—¿Qué pretendes que haga? Ese desgraciado quería verla muerta, ¿quieres que yo complete lo que él empezó?Un escalofrío recorrió la espalda de Sofía.—No es eso —reconoció, sin apartar la vista de la manera su