Capítulo 003

Había pasado un mes desde que Dafne sufrió aquel accidente. Su padre, al escucharla decir cosas tan absurdas como que estaba muerta y en el paraíso, la llevó de inmediato a un especialista.

El médico sugirió que quizás el golpe en la cabeza había provocado alucinaciones y que, si estas persistían, sería necesario realizar otros estudios para examinar su cerebro con mayor profundidad.

Dafne se encerró en su habitación, temerosa de dormir y despertar encontrándose con ese ser horrible frente al espejo.

Cada mañana se observaba con atención, y se veía como la Dafne de veinte dos años: su piel fresca y suave, sus ojos de un color miel brillante, sin cicatrices, manchas ni arrugas.

“Tal vez fue la caída… quizá el doctor tenga razón y todo fue una alucinación absurda”, trataba de convencerse.

Buscó respuestas en sitios web, pero no encontraba nada lógico. Días después, se animó a salir de su cuarto con el deseo de pasar tiempo con su padre. Rómulo iba y venía por sus negocios, y rara vez estaba en casa.

La joven aprovechó la ocasión, y durante la conversación, su padre le mencionó unos tratos comerciales con cierta familia, en los que colaboraría con la ayuda de Alfonso Grecco.

La sola mención de ese nombre hizo que las manos de Dafne temblaran. No obstante, el verdadero miedo surgió porque recordaba esas mismas palabras. Aquel negocio que traería mayor fortuna a su padre y el prestigio que tanto ansiaba Alfonso.

“¿Vas a hacer tratos con ese hombre? ¡Qué valor, papi! Ese tipo anda en asuntos nada buenos, deberías cortar todo lazo con él”, recordó que le había dicho en esa ocasión.

“Creí que era tu amigo”, le respondió su padre con una sonrisa ladeada.

Ahora, se quedó pensativa. Días después, la idea de que todo había sido un mal sueño comenzó a desvanecerse. Los sucesos y lugares le traían recuerdos de su vida pasada.

Confundida, buscó a alguien que pudiera explicarle si las regresiones existían o a qué podía deberse. Así que, con cautela, contactó a una mujer que, supuestamente, leía las cartas.

Tras escuchar su inquietud, la mujer se limitó a decir: lo que fue, será, a menos que de verdad enmiendes tus errores.

—¿Qué significa eso? —preguntó Dafne.

—Que tus acciones de hoy pueden llevarte al mismo futuro.

Dafne deseaba más explicaciones, pero eso fue lo único que obtuvo.

Su vida pasada le resultaba confusa, como envuelta en neblina. Se esforzaba por recordar los acontecimientos, pero no lograba ubicarlos en un orden claro. Su mente era un caos.

Al llegar a casa, Rita le informó de una sorpresa que su padre le había dejado en el jardín. Dafne, sonriente, fue hasta allí. Recordó que, aunque ya era una señorita, su padre siempre la trataba como a una niña consentida. Ese pensamiento la hizo pensar en el demonio que alguna vez tomó forma de hombre.

Como si lo invocara con sus pensamientos, al llegar al jardín lo vio de espaldas. Un porte inconfundible: Óscar estaba allí.

Él se giró al escuchar sus sollozos.

—¿Qué sucede, mi amada? —preguntó Óscar, acercándose unos pasos.

Dafne retrocedió. La garganta se le cerró; no podía hablar, y su cabeza comenzó a girar. Retrocedió aún más.

—V-vete —logró decir en un hilo de voz.

—¿Qué te pasa? No me digas que otra vez estás celosa por algún rumor tonto, amor mío —insinuó Óscar con voz melosa.

Dafne retrocedió hasta caer de golpe en el césped.

—Es evidente que no eres bienvenido, buen Óscar —una voz grave le reclamó desde una esquina.

El corazón de Dafne se aceleró.

“No tienes que temer; de ahora en adelante, no dejaré que nadie te haga daño”, recordó las palabras que Alfonso le dijo alguna vez en medio de uno de sus ataques de pánico en su vida pasada.

Reconoció esa voz, una voz que llegó a ser su refugio en su trágica vida anterior…

—Este es un asunto de pareja, ¿podrías dejar de entrometerte, Alfonso?

—Es la hija de mi señor. Solo cumplo con mis deberes, Óscar.

Dafne dirigió la vista hacia el hombre: Alfonso Grecco. Su cabello rubio caía sobre la frente, sus ojos azules destilaban esa aura de peligro, y sus labios formaban una línea, mientras el ceño fruncido indicaba claramente que no debía ser molestado.

La mirada de Dafne se llenó de lágrimas. Antes, la coordinación entre su mente y sus acciones era casi inexistente; jamás tuvo la oportunidad de agradecer a Alfonso por rescatarla, pero ahora lo tenía frente a ella.

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