La luz tenue de la habitación dejaba ver la cara desencajada y llorosa de Dafne.
Su marido, el honorable Oscar Nally, le propinó una bofetada. —No eres más que una put@ —pronunció cada palabra con asco y, acto seguido, empujó el menudo cuerpo de su esposa al suelo. Dafne cayó, y de sus labios se escapó un grito. La rutina de siempre: golpes, insultos y tirones de cabello. Una pregunta rondaba su cabeza cada vez que sus huesos dolían, cada vez que su garganta ardía de tanto gritar para que él parara: ¿En qué momento el príncipe azul se convirtió en una bestia? —Desearía que estuvieras muerta —soltó Oscar de repente. Sus ojos verdes mostraban el desprecio, el odio que brotaba desde lo profundo de su ser—. ¡Tu cara me enferma! —exclamó con furia, y luego su mano se estampó en el rostro de su mujer. Dafne quedó nuevamente tumbada en el suelo. Su cuerpo temblaba sin control. Su boca apenas logró pronunciar un "perdón". ¿Cuándo pasó de ser la heredera de una fortuna incalculable a una mujer marchita? En unas semanas cumpliría cinco años de casada. Su vida siempre estuvo rodeada de lujos y personas que la servían sin importar su actitud despectiva. Miraba con desprecio a los demás y los veía como esclavos dispuestos a cumplir cada uno de sus caprichos. Su padre era un prestigioso empresario, al igual que su abuelo. Su imperio se expandía. O eso creyó Rómulo Caetani. Ahora solo faltaban dos meses para que se cumplieran dos años de su fallecimiento. Su muerte trajo desgracia a su familia. Un deceso anunciado en el que intentó no dejar a su amada hija desprotegida, pues sus dos hijos varones no eran más que parásitos que despilfarraban su dinero. Dafne tenía veinte tres años cuando se casó con Oscar. Se encaprichó de él desde los quince. Se aferró a él como una polilla a la luz de un foco brillante. Ella creyó que había logrado atarlo. Que por fin cumplía su cometido al casarse. Lo que la pobre no sabía era que todo era un plan de Oscar para consumar una venganza. Él se presentó delante de Rómulo con fingida inocencia, nobleza simulada, "buenas intenciones" y una fidelidad hipócrita. Finalmente, cumplió su objetivo. Encerró en cuatro paredes la posesión más preciada de Caetani: Dafne. La bombardeó con un amor falso y adictivo y, luego, se lo arrebató. La niña malcriada, caprichosa y privilegiada se convirtió en una mujer sumisa, atormentada y humillada. La ambición destruyó a los hijos mayores de Caetani, lo que hizo de Dafne la dueña del imperio. Con un simple tira y afloja, todo pasó a manos de Oscar. El sufrimiento desgarrador que le robó la cordura fue el ataque que sufrió en el patio de su casa. Estaba embarazada de siete meses cuando una banda de seis hombres encapuchados la atacó. El abuso sufrido la llevó a perder a su hijo y a contraer enfermedades venéreas. Oscar la culpó de todo. En sus años de soltera, Dafne disfrutaba de coquetear con los hombres de su padre. Le encantaba exhibirse frente a ellos con ropa diminuta, observar sus caras sonrojadas y reprimir sus impulsos al ser ella la hija de su señor. Después de meses de recuperación, sufrió un segundo ataque; el resultado fue un segundo embarazo que tampoco llegó a término. Oscar llevaba mucho tiempo sin estar con ella en la cama, y tras esos abusos y consecuencias, su vida íntima se volvió inexistente. Dafne perdió la razón poco a poco, y su esposo, la encerró en su habitación con llave, sin posibilidad de salir. La mente nublada de la joven que alguna vez fue brillante se convirtió en la de una mujer enloquecida por el dolor. En algunos días, escuchaba en el cuarto el llanto de un bebé. Los meses pasaron rápidamente, o quizá su cabeza dejó de recordar su vida anterior. Una noche o quizá era una tarde, su mente era confusa, las mujeres de limpieza, entre sollozos, la sacaron al patio. Sus ojos cafés junto a unos labios resecos y una piel pálida casi traslúcida se mostraron ante Alfonso. Alfonso Grecco fue el hombre más cercano a Rómulo, quien lo adoptó a través de uno de sus sirvientes cuando era solo un niño de cuatro años. Le dio trabajo, estudios y luego la oportunidad de ser su socio. Dafne le dirigió una mirada de pánico. Lo último que supo de él fue que se había asociado con mafiosos y que andaba en malos pasos. En un principio, en su infancia, lo consideró como su único amigo, al llegar a la adultez dejó de inspirarle confianza y siempre le pidió a su padre que cortara lazos con él. Lo siguiente que ocurrió, Dafne no lo recuerda. Solo recuerda lágrimas y sus manos cubiertas de un líquido rojo escarlata. Sus ojos no volverían a ver a Oscar ni a nadie de la casa Caetani. Ahora veía a otras mujeres que le insistían en que se duchara, que le llevaban comida con regularidad, y escuchaba el llanto de un bebé que la atormentaba. Su recuerdo más vívido fue ver a Grecco al lado de una mujer de cabello oscuro. Ella los observaba desde la puerta, y ellos parecían no notar su presencia. Como un fantasma, una muerta que pena por el amargo dolor de su alma. Ambos se giraron al mismo tiempo y ante sus ojos, Dafne apreció la figura de un bebé. Sus manos temblaron y recordó su trágico y desafortunado abuso. Vidrios rotos, sangre, llanto, dolor y las manos fuertes de Alfonso que la sujetaban. Una pregunta rondó su cabeza: ¿si estoy muerta, por qué el dolor no desaparece?Dafne volvió a ser un ente en la casa. Alfonso no la maltrataba ni siquiera levantaba la voz; al contrario, le traía dulces de vez en cuando y le permitió cargar a su bebé en un par de ocasiones. Un día incluso le dio uno propio: un muñeco de plástico. Algunas veces, Dafne era consciente de que ese ser era solo un objeto estático e inanimado; en otras, creía escucharlo llorar o reír.Llevaba una vida tranquila. Observaba a distancia la vida de Alfonso y Sofía, su esposa. Incluso con su falta de cordura, se dijo que se había equivocado al juzgarlo.Los días transcurrían en calma, y quienes la rodeaban le permitían ser. A veces, cantaba feliz; otras, llena de furia, arrojaba objetos al suelo.—Esa mujer es un peligro —acusó Sofía—. Es imposible criar a mi hijo junto a alguien así.—¿Qué pretendes que haga? Ese desgraciado quería verla muerta, ¿quieres que yo complete lo que él empezó?Un escalofrío recorrió la espalda de Sofía.—No es eso —reconoció, sin apartar la vista de la manera su
Había pasado un mes desde que Dafne sufrió aquel accidente. Su padre, al escucharla decir cosas tan absurdas como que estaba muerta y en el paraíso, la llevó de inmediato a un especialista.El médico sugirió que quizás el golpe en la cabeza había provocado alucinaciones y que, si estas persistían, sería necesario realizar otros estudios para examinar su cerebro con mayor profundidad.Dafne se encerró en su habitación, temerosa de dormir y despertar encontrándose con ese ser horrible frente al espejo. Cada mañana se observaba con atención, y se veía como la Dafne de veinte dos años: su piel fresca y suave, sus ojos de un color miel brillante, sin cicatrices, manchas ni arrugas.“Tal vez fue la caída… quizá el doctor tenga razón y todo fue una alucinación absurda”, trataba de convencerse.Buscó respuestas en sitios web, pero no encontraba nada lógico. Días después, se animó a salir de su cuarto con el deseo de pasar tiempo con su padre. Rómulo iba y venía por sus negocios, y rara vez e
Dafne insistió con la respiración agitada que Óscar se fuera de allí. Alfonso intuyó que la feliz pareja había tenido otro conflicto, era costumbre saber de sus discusiones bobas.—Ya escuchaste —le repitió Alfonso—. Tu amada no quiere verte.—Dafne, ¿de verdad me corres así? No puedo creer que no se te pase el coraje. ¿Un berrinche va a arruinar nuestro compromiso? —habló Óscar indignado.La joven cerró los ojos. Los golpes, los gritos y maltratos se repetían en su cabeza. Los minutos pasaban lentos y la voz de Alfonso fue lo que la hizo volver a la realidad.—Ya se fue.Ella abrió los ojos, y posó su mirada en Alfonso.—Bueno… es que —dijo, en busca de alguna explicación.—No me interesa saber de sus dramas ridículos —escupió, se giró con la intención de irse.Dafne recordó que su relación con Alfonso no era precisamente buena. “No quiero que te acerques a mí. Eres un loco, olvídate de tu estúpida obsesión por mí si no quieres que uno de mis hermanos te parta la cara ¿creerías qu
Dafne bajó las escaleras de su residencia con un enorme dolor de cabeza. Sus ojos hinchados dejaban entrever la caótica noche que había tenido.―¡Felicidades, pequeña ratoncita! ―se oyó en el lugar.Dafne reconoció esa voz grave, aunque juguetona: Junior, su hermano mayor, la observaba con una sonrisa de oreja a oreja.La chica hizo memoria: era cierto, tenía veintidós años cuando volvió a la vida de aquel horrible destino. Ese día cumplía veintitrés. Si su memoria no fallaba, en un mes Oscar la llevaría a un restaurante elegante; en medio de música clásica y con una vista preciosa de las luces de la ciudad, se arrodillaría para pedirle matrimonio.―¿Es mi cumpleaños? ―las palabras salieron dudosas de sus labios.Junior negó con la cabeza.―De verdad que sí quedaste loca después de aquel golpe. Es imposible que usted, ama y señora de toda Sicilia, haya olvidado su tan esperado cumpleaños ―se burló entre carcajadas. Sus oscuros ojos cafés lagrimearon un poco por lo cómico de la situaci
Desde que llegó al lugar, Oscar tomó asiento en la mesa principal junto a su futuro suegro y cuñados. El bello jardín se decoraba con telas de un suave tono rosa pálido. En el centro, colocaron una tarima, donde una banda de música clásica ambientaba el festejo. A Rómulo le importó poco quiénes estaban en la mesa. Deseoso de aclarar sus dudas, le preguntó a Oscar: —¿Por qué te mantienes tan alejado de mi hija? Oscar miró a los lados, en un intento de mostrar que aquel no era el momento adecuado para esa conversación. —Si descubro que algo le has hecho, Nally, me dará igual que seas de mis mejores hombres; haré que te comas tu mierd@ —sentenció, con sus ojos llenos de una ira contenida. Oscar tragó saliva. Los hermanos de Dafne sonrieron, y el resto fingía no escuchar. Entre los invitados que llegaban, se distinguía una cabellera dorada. Un joven de traje formal avanzaba desde el recibidor hasta una de las mesas. Rómulo encendió un puro y, mientras observaba a los invitados, lo