—Discúlpame Tom. No sabía que tendríamos este percance. Hombre, mira ese tránsito.—Ni que lo diga, señor. Y apenas es lunes y la estatal parece no tener fin.—Y parece no tener fin —es lo que dice Maximiliano, suspirando—. Llegaré tarde hoy.El chofer le sonríe y lo mira por el retrovisor.—¿Usted cree que va a llegar tarde? Señor, usted es jefe.Y Maximiliano se ríe también. Un poco agraciado ahora, con los pensamientos lejanos y entonces disponiéndose a mirar más allá de lo que la mala racha le quiso hacer sentir. Pero termina de hablar con el chofer de algunas cosas para apaciguar el momento y esperar. Han pasado por la calle primera, en la esquina y entonces el chofer dobla.Maximiliano decide observar otra vez su celular, y cuando ha subido la mirada, se queda viendo hacia afuera, helado al momento.Su secretaria va caminando, con su falda de tubo y tacón de punta negro, encorvándose para sostener el teléfono en su hombro y en la oreja, revisando algunos papeles. Su cartera negr
Los dos vuelven a cruzar la calle, en medio de la siguiente multitud que se aproxima en la otra dirección y Maya se ha vuelto a colocar su cabello al frente. Pese a que son las diez de la mañana, el viento subleva los papeles del suelo y hacen que su cabello se mueva más que antes. Su jefe le hace pasar primero y entonces han llegado a la otra cuadra.—Pero, nada ha salido de aquello, señor. Imagínese, si nos hubieran visto juntos ¿Nota porqué tampoco quiero decir que usted se marchó fue conmigo?—No es malo que lo digas, Maya. Lo malo es que se malinterprete. Y no queremos eso, ni tú ni yo, ¿no es así? Además, la prensa acribilla a lindas mujeres como tú —le expresa Maximiliano con una tolerancia a sus palabras. La prensa y él en realidad no se llevaban para nada bien—. Incluso podrían escribir que has sido tú la causante de la separación de la boda.—¡Por Dios! ¡No! —el pensamiento la envuelven en una grima. Porque en realidad ser acusada por ser la tercera en una separación no era
Sin embargo, Maya aún sostiene en la mente la conversación de antes y no deja de pensar en lo que ha dicho.“Yo venía en el carro. Pero te vi…”¿Se había bajado el señor Maximiliano para acompañarla? ¿No se había conseguido con él por casualidad? Maya tiene que parpadear pero, en un instante casi efímero, la conservación se anula cuando finalmente, el Livende está frente a los dos.—¿Estás mejor, Maya?—Oh, usted no se preocupe. Ya estaré mejor el resto del día —y asiente.Han llegado a la recepción y la mirada de Jenny se alza hacia los dos. Se arregla los lentes porque, al parecer, la imagen de la recién pareja la hecho fruncir el ceño, aunque Maya le sonríe y se dirige hacia ella, sacando de su cartera una caja de donas.—Para ti —le dice contenta.—Oh, querida, ¿y eso por qué? — aunque estuviese Jenny mirándola, sonriendo también, sus ojos a través de sus lentes no dejan de mirar también al señor Maximiliano, que se había detenido para hablar con algunas personas en recepción.—No
El aliento de sus labios traspasan aquel muro entre ellos dos y ella siente ese aliento cálido y cerca. Sus pensamientos se vuelven incapaces de advertirle sobre lo que puede pasar después. Y aun así sigue mirando sus bordes que tienden a desplegarse para suturar lo que ahora está pasando. Cerca de su boca, Maximiliano admira la manera en la que Maya está hacia él, sujetando fuerte sus brazos, sintiendo cerca su cintura y ceñida hacia sí mismo. Un poco más y pueden ser completamente uno. Si toman la decisión ahora no habrá acción que lo cambiase, que lo negara y que lo revocara. Si siguen mirándose de esa forma el tiempo se detendría y daría paso aquello por lo que ese momentáneo instante aguardan, para bien o para mal. La prontitud de las palabras ya no está. Nueva York ya no parece existir hacia sus lados y consiguen mirarse una última vez antes de disipar a los desaparecidos sentidos que anhelan esa entrada a donde fuese que los llevara.Un segundo más y todo se esfumaría.Un segun
Jenny toma también su abrigo y se apresura gracias al empuje que Maya ejerce sobre ella. Sus tacones rechinan y al sentir el viento de Nueva York justo al arribar en la cera, Jenny tiene que zafarse de su agarre, destemplada.—¡Maya, detente!—Vamos Jenny. Camina.Va con rapidez y no le interesa en ese momento adentrarse en el tumulto de la multitud de la ciudad. El atardecer da las cinco de la tarde y se pasa la mano sobre el cabello, sonando sus tacones en la cera y con una Jenny corriendo también para alcanzarla detrás. El llamado de Jenny no la deja pensar y mucho menos el bullicio de la misma Nueva York. Un poco taciturna por lo que pasa, sabe que Jenny la sigue y la perseguirá hasta donde se estuviese encaminando. Sin embargo, Maya tiene que detenerse en una esquina, fuera de toda la multitud y el sonido de los carros, las bocinas de las bicicletas, de todo aquello. Una vez más, enciende otro cigarrillo y cala hasta el fondo.La llamarada de Jenny necesita un poco más para hac
No pasa mucho tiempo cuando es Chris quien las nota a las dos. Su gran sonrisa se deja ver y saluda desde la cercanía, cuando vienen los dos hombres apenas dando cuenta a las dos mujeres al frente.Phoenix Rivas también llega con los labios estirados en un pleno gesto que se templa en cuanto observa a su lado. Es un hombre de gesto mordaz y que a la primera impresión da la sensación de ser un tipo pretencioso, pero eso no puede ser más que una mentira. Phoenix es un gran chico. Entre su mirada vanidosa se esconde un gran corazón y entre todos sus amigos es de los pocos que va a conferencias y fundaciones que ayudan en lo más que pueden a las personas con cáncer. Phoenix es de Venezuela, específicamente de una ciudad llamada Altagracia de Orituco. Estudió en la Universidad Central de Caracas y a los veinte años tuvo una beca directo a Nueva York otorgada por una profesora al que le cogió bastante cariño, según cuenta Phoenix, y que lo introdujo a las fundaciones en ayuda a personas con
El chico parece atragantarse un momento y se levanta también, dispuesto a exclamar cuando Maya tiene que parpadear y soltar un gemido. A su vez le indica a Chris que haga silencio y finalmente contesta.—¿Bueno?—¿Hablo con…la señorita Seati?Maya toma aliento.—Con ella, sí —responde con rapidez. No dice nada más, no le salen las palabras.—Le hablo del consejo bancario. Su solicitud para participar en la conferencia ha sido aprobada. En las próximas semanas se llevará a cabo el certamen. Felicitaciones.El aliento que había sido apresado se esfuma y pestañea. Es como si entrara en un sueño que a la misma vez la realidad la hace golpear, trayéndola de vuelta. Todo continúa al son de la rapidez y no le da tiempo de asimilar lo que apenas trata de confrontarse en su realidad. Esa pequeña parte que la felicidad rinde sus allegados mohines, felices, venturosos. Quiere hablar pero a la vez vuelve a oír:—Esperemos su asistencia.Maya tiene que mirar a Chris y los ojos de éste se abren en
—Oh, Maya —finalmente ella exclama y se apresura para acercarse. Rodeando el auto. Al llegar finalmente al verla, Maya da cuenta que de hecho es Diana June—. No creí que estuvieras por aquí, en medio de esta calle. ¿A dónde vas? Si deseas puedo llevarte…La mirada de Diana parece distinta a pesar de su amable gesto. No obstante, Maya trata de sonreír.—Señorita June, no se preocupe —le dice rápidamente—. Yo estoy bien, estoy esperando a unos amigos. No tardarán en llegar.Diana abre los brazos, en señal de obviedad.—Sí, claro. Qué tonta —trata de disculparse. Un poco seria en aquel mohín, Diana se acerca un poco más, pero vuelve a preguntar¾. ¿En serio, Maya? ¿No quieres que te lleve? Puedo llevarlos a ti y a tus amigos, no hay ningún problema.Por alguna extraña razón Maya Seati tiene que dudar y hacerle caso a su sexto sentido. Una vez más, se dirige a la mujer al frente que posee ese gesto impertérrito que la desconcierta.—No, señorita June. Se lo agradezco —vuelve a decir Maya.