Jenny tiene que facilitar la llamarada de corriente que le genera ver a Maximiliano despedirse de los presentes mientras Maya, sin notarlo, se da la vuelta para tomar otra dirección. ¡Esto no puede quedarse así!Y toma su vientre.Se apresura hacia la dirección de Maya entre sus tacones y despilfarrando la desesperación del ahora. Su amiga, al verla, la hace desparramar su bebida. Al instante está frunciendo el ceño por la confusión.—¡Jenny!—¡Maya! —vocifera Jenny—. Maya, escúchame m@ldición.Su amiga tiene que perseguirla hacia el pasillo mientras busca aire.—Por Dios. ¿No les has dicho al señor Maximiliano de…?Maya aguanta la respiración. Conoce esa mirada. —No lo hice. No lo he hecho aún. Es que tengo miedo, no sé qué me pasa. Yo tengo miedo de que…—¡Tienes que decírselo! Apresura a decir Jenny. Y la toma de los brazos— ¡Tienes que decírselo, Maya! El señor D´Angelo se va del país. Se va. ¡Él se va, amiga! ¡Se irá!Sus ojos tienen que quedarse en Jenny mientr
La dicha después de ese momento no tuvo punto de comparación. ¿Qué es lo que más recuerda en los meses siguientes de haber decidido formar parte de la vida del hombre que ama y sueña? Infinitudes de cosas. Increíbles, dulces, mágicas, inolvidables, desesperantes y eternas.Horas después de tomar su mano, partieron finalmente los dos juntos a Italia. Fue el punto de comienzo: mientras apenas eran recién sabidos de la noticia de su bebé, decidieron quedarse juntos hasta que los asuntos por resolver que tenía Maximiliano estuvieran en la línea. Las nuevas sucursales le llevaban todo su tiempo y por su parte, recibía las noticias del DeSea al cabo de unos días. Tenía que regresar a Nueva York.Entre besos, acaricias, palabras de confortación y dulzura, se despidió de él. Desesperado por verla marchar sin él, le juró estar dentro de poco junto a ella. No podía verla irse y no estar a su lado. Y mucho más cuando se trataba del estado con el que ahora tendría que lidiar en estos siguient
Sin embargo, Maximiliano siempre evocaba a una solo deseo.Que fuese una niña.—Tengo que el presentimiento que será una pequeña bebé —Maximiliano acarició su vientre ya inmensamente abultado. Maya tenía su mano en su mejilla y lo admiraba con un amor.Fue en primavera, los primeros comienzos de febrero. Estaba junto a las tres amigas. Jenny con Dennis, Alejandra y Giovanna dentro de un evento del DeSea. Maximiliano estaba en unos asuntos del Livende y lo vería hasta en la noche, que prepararía una cena para los dos. Tenía a Dennis en sus brazos mientras lo besaba y lo mimaba un poco. Era un niño hermoso.—¿Quién jugara con su primito o primita dentro poco? —le repetía.Giovanna acarició su vientre.—¡Dios! Ya tienes que salir —dijo—. Tú tía está esperándote con ansias.—Al igual que nosotras —expresó Jenny ya tomando a Dennis en sus brazos—. Siento que le va a explotar su barriga y el bebé saldrá con los brazos de triunfador.—Pronto, pronto —canturreaba Alejandra mientras
Es el sonido de la música lo que se intensifica mediante da otro pasos más. El alrededor ciñe cada uno de sus poros porque se mezcla el ruido, el olor a cigarro, el olor al mismo alcohol que de todos los tipos hacen que aquella multitud continúe avivandose. Avivandose ella también. Al llegar pide los tragos. Una botella entera de tequila y otra de brandy.Se sienta y empieza a peinarse. Dentro de la barra se nota un espejo.Una vez que dejar de estar pendiente del bartender, se atreve a girarse.No cree que alguien más pueda estar acompañándola, justamente en ese lugar, justamente a su lado.Dos segundos pasan cuando, sin embargo, se paraliza. De inmediato queda prendada de la conmoción y se sutura todo pensamiento. No hay otro lugar que ver. Hubiese sido más decente habérselo encontrado en la parada de la calle o en un parque, pero que se lo encontrara en un bar, con media botella del propio tequila en su vestido y oliendo a cigarro, se siente más que intimidada poco. Sus ojos am
«Horas antes» ¡De momento pasa una cuenta regresiva! Por ahí va transitando, en medio del caos puesto sobre los adoquines de la calle principal en la avenida estatal de Nueva York. Una vez más tiene que alzar las bolsas que apenas había comprado en la tienda de dos cuadras más detrás. Piensa en cómo la hora se había pasado, los panes se han enfriado y el tacón de punta se ha roto. Y ella con las bolsas al aire, pide permiso y maniobra en la cera y entre toda esa gente. —¡Permiso, señora! —exclama justo al tener frente una vista para nada favorable de una mujer hablando por teléfono. Vuelve a entornar los ojos—. ¡Permiso, señora! —¡Discúlpame! —la mujer se da vuelta. Ella abre los ojos y señala con lo mismo las bolsas. —¡Señora! Déjeme pasar, ¿No ha visto que el semáforo ya está…? Y la mujer mirándola de arriba hacia abajo se ha girado sin tener la decencia de seguirle el habla. A lo que ella le hace bajar las bolsas y abrir la boca. Una vez más no quiere llamarla, sino que, coje
—¡Maya, nena!Quien la abraza se separa de inmediato al oírla sonreír. Y exclama nuevamente. —Apenas le he avisado a mi hermano de que vendría. Y sé que todo el día de hoy estará ocupado, ¡no te pedí cita! —Giovanna, nena, buenos días —reiteradamente la abraza. Pero el ascensor da una alarma y las dos tienen que entrar de inmediato. Despidiéndose de Jenny al otro lado en la recepción, más metida en los asuntos que ya los huéspedes buscan por ser cumplidos y también alzando la mano para hacerla al cabo de un momento propia de su despedida, entran las dos mujeres.—Supongo que ya sabes por qué estoy aquí —la jovencita se quita su sombrero y entonces le da un momento a solas para pensar en su respuesta, y Maya, la mujer ahora con zapatillas baja, niega rápidamente. —¿Cómo voy a saberlo, señorita? —un deje preocupante le hace sonreír a la joven que ya sostiene una sonrisa.—Para ya; claro que sí lo sabes —ella se carcajea y después suspira—. Ya me han aceptado en la universidad, Maya.
La secretaria entonces se endereza de súbito y se le forma un balbuceo casi al instante. —¡Señorita! La jovencita se carcajea y empieza a teclear su teléfono. —Sólo bromeo, descuida…De igual manera se abraza a los papeles y la contempla un momento, parpadeando. ¿Su jefe…? Ella aclara con un rotundo no. Y se negando, se dirige a la otra puerta. —Le avisare a su hermano, señorita. Espere sólo un momento. Pero Giovanna la mira y se vuelve a reír, un tanto prendida por lo que ha dicho. Y la mujer baja los hombros, sonriendo y entonces resignada porque los ojos juveniles de la joven la hicieron desentenderse de aquel pensamiento. Entonces la mujer ahora teniendo los papeles y el cabello recogido va caminando hacia las oficinas principales, un tanto desorientada entonces por la situación que debe mantener al hotel inmersa en murmullos y consideraciones meramente como cotilleos. Cuando ya la recepción para una boda parecía haberse concretado, los invitados estaban seleccionados, el b
Un segundo después se aleja del ventanal y consigue notarlo con un mohín no precisamente triste. Le parece que incluso no es él quien tiene a todo el hotel hablando marañas. Sin embargo, su jefe toma una pluma y sentándose frente a su escritorio, se dirige hacia ella: —Maya, pero si pareces haberte asustado con lo que te he dicho. Si quieres, siéntate y toma tu café, esperemos a que baje el sol de esta mañana para revisar todo lo que hace falta ¿te parece bien? Los ojos ambarinos de la mujer resplandecientes se fijan en él un momento. Y cuando termine por sonreirle, alejando toda la confusion e incomodidad, asiente con calma. Mueve el cuerpo en dirección suya, puesto que se había alejado para tomar unos cuantos papeles más, y se pone por último frente a su escritorio.—Por supuesto, señor. —Apenas llegué hace una hora, pero no te encontré aquí. No encontré mi capuchino. Entonces dice, con una voz muy suave, casi sonriendo. La mujer se vuelve a erguir y entonces no dura más en co