Un segundo después se aleja del ventanal y consigue notarlo con un mohín no precisamente triste. Le parece que incluso no es él quien tiene a todo el hotel hablando marañas.
Sin embargo, su jefe toma una pluma y sentándose frente a su escritorio, se dirige hacia ella: —Maya, pero si pareces haberte asustado con lo que te he dicho. Si quieres, siéntate y toma tu café, esperemos a que baje el sol de esta mañana para revisar todo lo que hace falta ¿te parece bien? Los ojos ambarinos de la mujer resplandecientes se fijan en él un momento. Y cuando termine por sonreirle, alejando toda la confusion e incomodidad, asiente con calma. Mueve el cuerpo en dirección suya, puesto que se había alejado para tomar unos cuantos papeles más, y se pone por último frente a su escritorio.—Por supuesto, señor. —Apenas llegué hace una hora, pero no te encontré aquí. No encontré mi capuchino. Entonces dice, con una voz muy suave, casi sonriendo. La mujer se vuelve a erguir y entonces no dura más en contarle los hechos, con precisión y sin ningún cabo suelto, ningún detalle se le escapa. Para ese punto no sabe a dónde mirar cuando sus ojos como el agua la observan. —Así que ¿Has llegado tarde hoy, Maya? —Le prometo señor D'Angelo, que no volverá a suceder. Imagínese, es que se quebraron incluso los tacones y caminé todo el centro Nueva York como si tuviera roto el talón. Las cejas de su jefe se alzan a la par, con las comisuras ligeras y allegadas a ella. Intentando no echarse a reír. —Qué impresionante —menciona con la vista ahora puesta en la computadora—. Es la primera vez que llega tarde y yo ni cuenta me he dado. Mientras empieza a tomar el bolígrafo ya escribir en una nota de hojas de color resaltador, después de un momento se la extender a través de una inclinación sincera. —No volverá a ocurrir. —Despreocúpate, no es necesario dar más explicaciones—su jefe es quien le brinda una sonrisa antes de levantarse. Cuando vuelve a estar de pie recoge algunas carpetas rellenas nada más que de papeles—. Después de aprovechar mi capuccino que ya está aquí, iremos con esto. —Sí, señor. Ya casi lo había terminado. Ahora es que, la señorita D'Angelo, está esperandolo. Debe tener una media hora allá afuera. —No me digas —parece lamentarse. Y después de un santiamén empieza a sacar una llave que al poco tiempo se la despliega—. Entonces iré con ella. Ten esto, son las llaves de mi coche. Necesito que vayas por mí a completar algunas cosas con los proveedores de algunos alimentos. ¿Lo sabías? Empiezan amar más el robif que antes, Maya. No te preocupes, solo tienes que indicar proporciones quiere el Livende para el fin de semana. —¿No hay que hacer el presupuesto antes, señor? Yo puedo empezar a hacerlo ahora, en el camino. —Ya lo manda. Empiezan los dos a caminar por el pasillo, de vuelta hacia la recepción. Nota entonces cuando él se voltea, dirige a sonreírle. —Te gané. La mujer se detiene. Mientras lo observa niega, y deja escapar una risa suave. Lo persigue una vez más y al ser más alto su jefe no ve nada a excepción de los lados que brindan sus hombros. Así que se agacha para mirar hacia un costado y lo que observa es el manojo que ya se está abriendo. Nuevamente están en la sala principal. —¡Max! —Giovanna corre hacia él, eufórica —. ¡Max, qué alegría verte! -¡Vaya! Yo también me alegro —el señor D'Angelo la observa. Mantiene una sonrisa hacia su adorada y joven hermana—. Me ha dicho Maya que llevas aquí desde hace rato ya, ¿Qué tal si vamos a tomar un café, unos panecillos? -¡Me encantaría! Abrieron una nueva cafetería. Por aquí cerca. deberíamos ir a ver, o si no, ya sabes, puedes darle cinco estrellas menos. —¡Claro que no! Yo no soy tan cruel. La joven suelta esa sonrisa idéntica a la de su hermano. Los ha seguido con un paso más adelante, adelantándose en abrir la puerta y dejarlos pasar. —¡Gracias, Maya! —exclama la joven. El señor D'Angelo le ha brindado un guiño de ojo. Y ella se contiene a sonreirle con naturalidad para asi, de esa manera, salir otra vez hacia los ascensores. La jovencita habla cerca del brazo de su hermano. Yendo de esa manera y meciéndose con jugueteo natural, irradia alegría en cuanto exponen una vez que se propone escucharla. —Pues, yo no lo sabía —de repente replica la joven a lo que menciona a su hermano—. ¡No me lo había dicho! —Apenas será inaugurado, por supuesto, ¿Cómo iba a decirte? Observe su teléfono para verificar la hora. Se lo coloca en la oreja comenzando a escuchar los mensajes. Al salir a la recepción sostiene Jenny una conversación con una mujer y al mirar al señor D'Angelo se apresura a decir los buenos días. Jenny la observa y alza las cejas. Ella sólo alza los hombros. Los dos hermanos al frente hablan mientras sigue verificando el celular. Una vez que llegan frente al chófer entonces el señor D'Angelo se voltea a mirarla. —¿Ya lo sabes, Maya? —Señor por favor, no se preocupe. —Si te lleva mucho tiempo y apenas sales al mediodía, avísame. Yo estaré con Giovanna seguramente hasta la tarde, quizás podamos regresar juntos. —Por supuesto. Le avisaré. El hombre la mira un momento. Esos ojos verdes relucen a la luz de la mañana. Pero no dice más nada y sólo la otra sonrisa ilumina su rostro, y así que entra al carro. Giovanna por su parte, saca la cabeza por la ventanilla y se despide de ella. —¡Gracias, Maya! —Hasta luego señorita... —¡Giovanna! —entonces la joven exclama cuando empieza a moverse el auto. Sólo puede sonreír, asintiendo, despidiéndose a su vez. Un día de trabajo comienza, y apenas son las nueve de la mañana.Sin duda alguna habían llevado bien la cuenta para verificar el monto con el que había logrado dosificar una vez la empresa proveedora daba incentivo a las cuales retomar. Ella estuvo muy mantenida en la reunión y entonces la disposición con la que estuvo hasta, de hecho, el mediodía, que dio ya las doce y treinta, se terminó con la finalización de la factura para la disposición de lo que había mencionado el señor D Angelo, la carne para el rosbif. La tarde ha pasado de la misma manera, intentando comentarle a Jenny que su jefe, el jefe de las dos, no dio indicios de aparente que algo había ocurrido, así que las dos probablemente mantuvieran la calma con eso, porque tampoco era prudente estar hablando de las cosas personales de su jefe. Así que, al finalizar la tarde, Jenny y ella se disponen al salir porque, a Jenny ya no le toca el turno completo y ella había comenzado a salir temprano para hacer en las noches verificaciones y un trabajo sobre un proyecto, bastante significativo para ella , en un centro universitario público en la avenida claremont en el oeste de Nueva York pero que ahora, con algunos nuevos socios, se mudarían hacia otro lugar de la ciudad. Y Jenny, disfrutando de su helado incluso en el templado del frío de Nueva York, se echa a reír, poniéndose sus lentes arriba de su cabeza y tocándose los ojos. —¿En serio te dijo eso? Esa Giovanna, carita de ángel…—¡Sí! —también deja relucir una risa—. Te podrás imaginar la carcajada que se ha echado cuando me miró. —¿Por qué?Jenny alza una ceja.
—¿Te has puesto roja acaso?
Maya no hace más que rodar sus ojos.
6. Un bombón. —¿Y por qué yo me ruborizaría? No es que sea una mala broma.—¡Ah, Maya! ¿Si has visto al hombre con el que trabajas, verdad? Ella alza una ceja.—¿Pero de qué hablas? —¡Bonita sosa! ¿Viste que eres una sosa? Su compañera al frente arruga el ceño.—Pues, yo aún no te comprendo. —El señor Maximiliano es un bombón, ¿De acuerdo? Es un completo bombón. Quizás no lo veas así porque seguro no es tu tipo. Pero para ser un hombre con esa edad, aunque no lo creas él sigue viéndose todavía como un bombón. —¿Ah? ¿Es que has fantaseado con tu propio jefe?—Sí lo he hecho, pero no con el señor Maximiliano. Mi aprecio va mucho más allá. Él es tan amable, y tan buena onda. Maya, ¿No lo notas? —Es un gran hombre, por supuesto —menciona. —¿Lo ves? Es totalmente un sueño. Rico, guapo, gentil, con una sonrisa preciosa y una mirada de punta. Quizás podría darle una abofeteada a esa mujer por no haberlo aceptado. Pero aquí entre nos, Maya, no se importa cuán lindo seas, si la persona
7. Inespereda llamada.—Deja de decir eso. ¿Cómo puede verle la cara después de pensar así de él? —No lo entiendes. Una mujer puede aparentar que no le gusta alguien. Y no es que me guste mi jefe, pero simpatiza fantasear con sus lindos ojos —Jenny se mantiene riendo con ella—. Sólo bromeo. Pero igual el señor Maximiliano es muy guapo. Un hombre maduro muy guapo. Adoro ya esas canas que le están saliendo, ¡Y no aparenta su edad! Aparento yo más que él, y tengo veintisiete.—Si tú aparentas más edad, igual yo —Maya bebe un poco más de su frío café.—Tenemos que broncearnos, Maya. Sin duda debemos ir de vacaciones. ¿Mañana es viernes? ¡Salgamos mañana! —¿Mañana, Jenny? ¿No tienes que hacer algo el sábado? —Eh, sí —carraspea—. Pero eso qué tiene que ver. Yo lo único que quiero es tomar un par de tragos, bailar. Quizás nos quite el estrés que nos dejó diciembre. —De acuerdo, querida. Cuenta conmigo. —¡Quién sabe, Maya! Si conoces a alguien que por fin que te haga sentir en el cielo.
En el mismo lugar Una sonrisa plena entonces aparece en los labios suyos. Se pasa el teléfono al otro oído y mira la bonita vista que también le entrega su apartamento, que estaba frente a un parque, aún con las luces de navidad. Apenas diciembre se había marchado.—Tengo guardadas las cuentas por pagar. Quizás eso ayude, pero deberé buscarle según usted me indique la corporación.—Sí, eso servirá sin duda. Maya entonces se pone a su computador y escucha una respiración muy lenta. No puede contenerse en decir:—Debe estar cansado.A la par se escucha un eco de una risa muy baja. —Un poco, sí. —Descuide, esto será muy rápido. —Maya…—menciona el señor D’Angelo en el otro lado y ella responde—. Pásamelos todos a mi correo, no te preocupes. Lo haré yo. —No, señor. Ya estamos los dos en esto. No se escucha respuesta y ella siente de repente haber dicho algo malo. Y se endereza. —Señor D'Angelo.—Sí, aquí estoy.Ha respondido al instante. Y ella se infunde en un alivio, quizás no
9. Pena compartida Qué más daría la vida o qué otro revuelo podría dar entonces la plenitud con la que ahora siente dentro de ella. Mirándolo de aquella manera, sin poder creérselo, ida por aquel encanto que le anuncia sin siquiera pensarlo, de manera súbdita, casi inasequible. Oliendo a cigarro y tequila, en medio de un bar en el centro de Nueva York, soltera desde hace dos años y con su propio jefe al frente, entonces, ¿cuáles son los pensamientos de Maya Seati en estos momentos? Maya vuelve a sentarse. Le genera ya simpatía la situación. La música al fondo, los sonidos de la gente empezándose hacerse menos bullosa en ese momento, el olor del alcohol y ella con el olor a su cigarrillo, hace que el ambiente deje de ser formal en su totalidad.—No es que me lo encuentre todos los días, en un lugar como este…—tantea la mesa de madera y asiente—. Supongo que está con el señor Robert. Pero no se preocupe, sólo he venido a llevar unos tragos a Jenny que ya debe estar muy metida en sus a
10. Pasado de copas. —Tengo una tía de Colombia. Y otra que vive en Jerusalén. Sé español y sé algo de hebreo, señor. —No me digas —comenta, emocionado por saberlo. Su jefe entonces no parece un hombre ya maduro y solo se ven rastros de una sonrisa juvenil—. Y yo ni lo sabía. ¿Lo ves, Maya? —Porque no me lo preguntó. —Eso no estaba en tu currículum, cuando lo vi…hace ya tanto tiempo —y susurra. Maya esnifa para cuando tiene la mirada puesta en todo su rostro, brillante y hacia ella—. ¿Por qué secretaria? No supe entonces por qué, pero sé que te especializas en turismo y hotelería, ¿No es así? —Sí, señor. Vi la oportunidad de empezar a ver cómo es todo en este mundo. —¿Y qué te ha parecido? —Evoluciona siempre. Las personas siempre quieren algo nuevo, buscan lo novedoso. La atención excepcional. —Todo el tiempo es así; y pasa con todo el mundo en todos los aspectos, Maya. Te impresionarás si llegas a ver qué tanto pasa de querer algo una persona a otra cosa. De dejar de amar al
11. Más cercanos. Su jefe se voltea y riendo el chico, feliz por la gran oferta de un hombre como lo es aquel, mira también a Maya que tiene los ojos abiertos y lo sostiene. —Ella es mi secretaria —menciona—. Es una gran secretaria. Te tratará bien. —Señor —se ríe el joven—. Sin duda me encantará trabajar para usted. —Bueno, vas a decir que vas de parte mía y que… —¡Maya! ¡Babosa! ¿En dónde estabas? De repente sale del tumulto la maraña rubia de Jenny, sin poder creérselo. Al ver a nada más que su jefe ese detiene, abriendo más los ojos, tomándose el pecho—. ¡Señor D'Angelo! —¡Jenny! —exclama su jefe. —¡Jenny! —exclama también Maya, trayéndolo también con él. El chico lo había dejado en brazos de Maya para así llevarlo, siendo señalado por el jefe y alzando las cejas con la intención de dejarle saber que esperaría por él. Y el chico asiente sonriendo. Maya entonces lo trae llevando en uno de sus brazos—. Jenny, ayúdame a llevarlo a su coche. —Por Dios —su amiga no puede más q
12. ¡Al borde de la vergüenza! Así que lo deja allí. Quizás lo hubiese acostado en el cuarto que antes era de Jenny, pero tiene cientos de cajas y papelería que sería tan incómodo para él. Está mejor la sala, ancha, con una vista preciosa y ahora, que apaga las luces, muchísimo mejor. Siente la necesidad de arroparlo, así que un cuidado imposible y delicado lo sostiene para dejarle una manta. No hace más que sonreír. Había visto varias facetas de su jefe, pero aquella en definitiva no se encontraba entre las cosas que quería ver, pero no es que no le guste. Al contrario. Siente que es más como un momento entre dos mejores amigos. No quiere sentir que fuese algo tan íntimo, pero se dispone a pensar que tal vez, siente conocerlo aún más y sin darse cuenta.No pasa nada después de aquello.Su cabeza empieza a dar las vueltas necesarias para hacerla querer ir hacia su cuarto. Y así lo hace, quitándose los tacones en el camino. La cama se divisa con prioridad y entonces hace lo posible
13. Un dúo ruborizado Entonces le llega al instante, todo y cada cosa que había pasado la noche anterior. Sus copas compartidas, sus intereses en común, las allegadas sonrisas y las miradas cómplices de vez en cuando. La embriaguez de su jefe y como Jenny tuvo que haberla ayudado para llevarlo al coche. Cada cosa le llega al instante y tiene que suspirar sin duda porque el sentido de haber hecho algo indebido con su jefe entonces le genera aún más sofoco de lo que ya es propio en todo su cuerpo. Debe parecer no más que una tonta allí parada, medio desnuda y con un muy candoroso hombre esperando que se le abra la puerta para salir huyendo de inmediato. Tiene que tomarse de las manos y cierra los ojos, suspirando. Ella tiene que llegar a la puerta y es el silencio quien inunda absolutamente todo entre ellos dos. Incómodo y voraz, donde falta más que el aire y sobran las palabras. Para el instante en que Maximiliano D'Angelo la observa llegar parece también contener el aliento. Una ve