La secretaria entonces se endereza de súbito y se le forma un balbuceo casi al instante.
—¡Señorita! La jovencita se carcajea y empieza a teclear su teléfono. —Sólo bromeo, descuida…De igual manera se abraza a los papeles y la contempla un momento, parpadeando. ¿Su jefe…? Ella aclara con un rotundo no. Y se negando, se dirige a la otra puerta. —Le avisare a su hermano, señorita. Espere sólo un momento. Pero Giovanna la mira y se vuelve a reír, un tanto prendida por lo que ha dicho. Y la mujer baja los hombros, sonriendo y entonces resignada porque los ojos juveniles de la joven la hicieron desentenderse de aquel pensamiento. Entonces la mujer ahora teniendo los papeles y el cabello recogido va caminando hacia las oficinas principales, un tanto desorientada entonces por la situación que debe mantener al hotel inmersa en murmullos y consideraciones meramente como cotilleos. Cuando ya la recepción para una boda parecía haberse concretado, los invitados estaban seleccionados, el banquete tendría durante y después recepciones de los invitados, la iglesia San Ignacio de Layola sería quien fuese testigo, los votos estaban seleccionados y el vestido de la novia estaba en la punta de la cama, la cancelación de la boda apenas tres días, y era lunes, en tal caso la cancelación ha sido el viernes. ¿O no? ¡No puede ser cierto! Antes de la llegada es incluso peor para los comensales y los trabajadores del hotel que saber el rumor donde se decía el gasto que los novios habían dejado por toda la organización. Un escalofrío recorre la punta del cuello, en la mandíbula, porque si para ella la situación hasta le daba calambre en los pensamientos, no puede ni imaginar al señor, su jefe. Al entrar en la oficina no ha negado sentir cosquilleo, puesto que verle la cara a un hombre que tuviera el corazón roto no era de las mejores cosas que pudiese encontrar. Al contrario, no hay nadie, y la vista del oeste de Nueva York parece remediar su atención. Así que pasa con sigilo y se coloca el catálogo encima de otro, como ya era costumbre. Observa la computadora entonces colocando el terminado del día anterior para revisar y confirmar, como también era costumbre. Otra cosa que era costumbre es dejarle los panes de rosquillas de crocante similar al croissant y la taza del Cappuccino muy característico de todas las mañanas frente al escritorio, porque sería siempre lo primero preguntaría sino lo llegase a verlo, y que muy pocas veces pasaba. Se aleja del escritorio y se conduje hacia las esquina de la impresora, dispuesta a entonces a empezar con las copias de las facturas realizadas a los proveedores una vez que acaba el itinerario de la noche, en que la caja se cerraba y se pasaba a la espera de la mañana para que el mismo señor D’Angelo las revise. Continuando imprimiéndose las hojas pasa de un lugar a otro con la misma rutina de todos los días. Verificar, acomodar, escribir y revisar las notas dejadas por él una vez que se marchaba a su hogar. Las leería una vez que se sentará a las afueras y en su oficina. Cuando la rutina de esos diez minutos ya ha pasado, pasa alrededor del escritorio y ladea la cabeza al mirar la linda vista que ahora Nueva York le ofrece, sumergida en aquella esperanza abrasadora. También Maya Seati quiere obtener una vista como aquella, en una esquina de Montreal o en una cera principal como el flatiron provincial de Nueva York. En Canadá también tiene el sueño, pero Nueva York ronda con esas ambiciones puestas desde que ella había querido lograr especializarse en los caminos de la hospitalidad y rendimiento de los que llamaban “hotel cinco estrellas” quienes habían pasado por un servicio directamente excepcional. Y eso era a lo que aspira la mujer que mira la abundante mañana de Nueva York. Fija en las esquinas en donde pudiese colocar ella su primera agencia de los tantos hoteles que pudiese querer. Entretanto, busca la manera de que, cada uno fuese, sin duda, el mejor servicio mucho más allá de lo infrecuente. —A veces yo también quedo prendado de esta belleza, no debes culparte de haber quedado prendada también…—¡Válgame Dios! Unas risas se escuchan por fin, su jefe ha aparecido y está justo a su lado.—No quise asustarte. Discúlpame. —Descuide. Es que no lo escuché llegar. —Es que es culpa del tapiz del suelo, es alfombra. No es como madera que suena. A veces ni siquiera te escucho llegar yo a ti. La vista de Nueva York ha sido reemplazada por unos ojos idénticos a los que ya había visto antes, ahora en aquel rostro, de la que también con las otras cosas hechas, se había acostumbrado. Fijos en el rostro, un rostro ya maduro, refulgente, simpático por las brillosas de sus ojos, cejas negras y pobladas, una barba ligera esbozada con aquellos mechones blancos ya encontrándose a mirar cuando puede notarlo así de cerca, cabello tan negro como ya lo había visto también hace un par de minutos y la piel de sus ojos arrugándose cuando finalmente, le ha sonreído, solamente a ella. —Buenos días, Maya.—Buenos días, señor D’Angelo.El hombre mira y señala la vista. —¿No es acaso precioso? —empieza a decir. La mujer infla el pecho y se siente arrinconada, de hecho, por la belleza de tal irremediable vista. —De eso sin duda, señor. La mujer lo atisba una vez y sin querer empieza a notarlo, quizás ahora por lo que ya sabía, por lo que sabía casi todo el hotel y no siente dirigir las palabras, para nombrarla, pero sabe que su expresión está distante y lejana, pese a su sonrisa.Aquel hombre es Maximiliano D'angelo. Uno de los hombres más influyentes de Nueva York, dueño de más de una docena de sucursales de hoteles dentro de la misma ciudad y en su ciudad natal, Roma. Cuando lo conoció le pareció intimidante e incluso desfavorable como persona, sin embargo aquello lo había dejado atrás cuando su manera de ser la había tomado desprevenida. Es un hombre en la edad de los cuarenta, alto, fornido, musculatura impresionante y al lado suyo siempre parece una pequeña hormiga, ella con la estatura que le llega a él hasta los hombros, aunque siempre alerta a todo. Cuando parece haberlo notado más de un segundo, tose en su lugar y se recupera de la ensoñación. Faltaba entonces decir que su jefe, sin embargo, también era la comidilla del hotel por sus facciones y su porte ligero y galante. Es guapo, sin duda. Aunque eso no es lo que lo resalta por los otros hombres a su par, sino la amabilidad y la sencillez de la que goza siempre. Ese es su jefe.Y ella, su secretaria hace más de doce meses.Un segundo después se aleja del ventanal y consigue notarlo con un mohín no precisamente triste. Le parece que incluso no es él quien tiene a todo el hotel hablando marañas. Sin embargo, su jefe toma una pluma y sentándose frente a su escritorio, se dirige hacia ella: —Maya, pero si pareces haberte asustado con lo que te he dicho. Si quieres, siéntate y toma tu café, esperemos a que baje el sol de esta mañana para revisar todo lo que hace falta ¿te parece bien? Los ojos ambarinos de la mujer resplandecientes se fijan en él un momento. Y cuando termine por sonreirle, alejando toda la confusion e incomodidad, asiente con calma. Mueve el cuerpo en dirección suya, puesto que se había alejado para tomar unos cuantos papeles más, y se pone por último frente a su escritorio.—Por supuesto, señor. —Apenas llegué hace una hora, pero no te encontré aquí. No encontré mi capuchino. Entonces dice, con una voz muy suave, casi sonriendo. La mujer se vuelve a erguir y entonces no dura más en co
6. Un bombón. —¿Y por qué yo me ruborizaría? No es que sea una mala broma.—¡Ah, Maya! ¿Si has visto al hombre con el que trabajas, verdad? Ella alza una ceja.—¿Pero de qué hablas? —¡Bonita sosa! ¿Viste que eres una sosa? Su compañera al frente arruga el ceño.—Pues, yo aún no te comprendo. —El señor Maximiliano es un bombón, ¿De acuerdo? Es un completo bombón. Quizás no lo veas así porque seguro no es tu tipo. Pero para ser un hombre con esa edad, aunque no lo creas él sigue viéndose todavía como un bombón. —¿Ah? ¿Es que has fantaseado con tu propio jefe?—Sí lo he hecho, pero no con el señor Maximiliano. Mi aprecio va mucho más allá. Él es tan amable, y tan buena onda. Maya, ¿No lo notas? —Es un gran hombre, por supuesto —menciona. —¿Lo ves? Es totalmente un sueño. Rico, guapo, gentil, con una sonrisa preciosa y una mirada de punta. Quizás podría darle una abofeteada a esa mujer por no haberlo aceptado. Pero aquí entre nos, Maya, no se importa cuán lindo seas, si la persona
7. Inespereda llamada.—Deja de decir eso. ¿Cómo puede verle la cara después de pensar así de él? —No lo entiendes. Una mujer puede aparentar que no le gusta alguien. Y no es que me guste mi jefe, pero simpatiza fantasear con sus lindos ojos —Jenny se mantiene riendo con ella—. Sólo bromeo. Pero igual el señor Maximiliano es muy guapo. Un hombre maduro muy guapo. Adoro ya esas canas que le están saliendo, ¡Y no aparenta su edad! Aparento yo más que él, y tengo veintisiete.—Si tú aparentas más edad, igual yo —Maya bebe un poco más de su frío café.—Tenemos que broncearnos, Maya. Sin duda debemos ir de vacaciones. ¿Mañana es viernes? ¡Salgamos mañana! —¿Mañana, Jenny? ¿No tienes que hacer algo el sábado? —Eh, sí —carraspea—. Pero eso qué tiene que ver. Yo lo único que quiero es tomar un par de tragos, bailar. Quizás nos quite el estrés que nos dejó diciembre. —De acuerdo, querida. Cuenta conmigo. —¡Quién sabe, Maya! Si conoces a alguien que por fin que te haga sentir en el cielo.
En el mismo lugar Una sonrisa plena entonces aparece en los labios suyos. Se pasa el teléfono al otro oído y mira la bonita vista que también le entrega su apartamento, que estaba frente a un parque, aún con las luces de navidad. Apenas diciembre se había marchado.—Tengo guardadas las cuentas por pagar. Quizás eso ayude, pero deberé buscarle según usted me indique la corporación.—Sí, eso servirá sin duda. Maya entonces se pone a su computador y escucha una respiración muy lenta. No puede contenerse en decir:—Debe estar cansado.A la par se escucha un eco de una risa muy baja. —Un poco, sí. —Descuide, esto será muy rápido. —Maya…—menciona el señor D’Angelo en el otro lado y ella responde—. Pásamelos todos a mi correo, no te preocupes. Lo haré yo. —No, señor. Ya estamos los dos en esto. No se escucha respuesta y ella siente de repente haber dicho algo malo. Y se endereza. —Señor D'Angelo.—Sí, aquí estoy.Ha respondido al instante. Y ella se infunde en un alivio, quizás no
9. Pena compartida Qué más daría la vida o qué otro revuelo podría dar entonces la plenitud con la que ahora siente dentro de ella. Mirándolo de aquella manera, sin poder creérselo, ida por aquel encanto que le anuncia sin siquiera pensarlo, de manera súbdita, casi inasequible. Oliendo a cigarro y tequila, en medio de un bar en el centro de Nueva York, soltera desde hace dos años y con su propio jefe al frente, entonces, ¿cuáles son los pensamientos de Maya Seati en estos momentos? Maya vuelve a sentarse. Le genera ya simpatía la situación. La música al fondo, los sonidos de la gente empezándose hacerse menos bullosa en ese momento, el olor del alcohol y ella con el olor a su cigarrillo, hace que el ambiente deje de ser formal en su totalidad.—No es que me lo encuentre todos los días, en un lugar como este…—tantea la mesa de madera y asiente—. Supongo que está con el señor Robert. Pero no se preocupe, sólo he venido a llevar unos tragos a Jenny que ya debe estar muy metida en sus a
10. Pasado de copas. —Tengo una tía de Colombia. Y otra que vive en Jerusalén. Sé español y sé algo de hebreo, señor. —No me digas —comenta, emocionado por saberlo. Su jefe entonces no parece un hombre ya maduro y solo se ven rastros de una sonrisa juvenil—. Y yo ni lo sabía. ¿Lo ves, Maya? —Porque no me lo preguntó. —Eso no estaba en tu currículum, cuando lo vi…hace ya tanto tiempo —y susurra. Maya esnifa para cuando tiene la mirada puesta en todo su rostro, brillante y hacia ella—. ¿Por qué secretaria? No supe entonces por qué, pero sé que te especializas en turismo y hotelería, ¿No es así? —Sí, señor. Vi la oportunidad de empezar a ver cómo es todo en este mundo. —¿Y qué te ha parecido? —Evoluciona siempre. Las personas siempre quieren algo nuevo, buscan lo novedoso. La atención excepcional. —Todo el tiempo es así; y pasa con todo el mundo en todos los aspectos, Maya. Te impresionarás si llegas a ver qué tanto pasa de querer algo una persona a otra cosa. De dejar de amar al
11. Más cercanos. Su jefe se voltea y riendo el chico, feliz por la gran oferta de un hombre como lo es aquel, mira también a Maya que tiene los ojos abiertos y lo sostiene. —Ella es mi secretaria —menciona—. Es una gran secretaria. Te tratará bien. —Señor —se ríe el joven—. Sin duda me encantará trabajar para usted. —Bueno, vas a decir que vas de parte mía y que… —¡Maya! ¡Babosa! ¿En dónde estabas? De repente sale del tumulto la maraña rubia de Jenny, sin poder creérselo. Al ver a nada más que su jefe ese detiene, abriendo más los ojos, tomándose el pecho—. ¡Señor D'Angelo! —¡Jenny! —exclama su jefe. —¡Jenny! —exclama también Maya, trayéndolo también con él. El chico lo había dejado en brazos de Maya para así llevarlo, siendo señalado por el jefe y alzando las cejas con la intención de dejarle saber que esperaría por él. Y el chico asiente sonriendo. Maya entonces lo trae llevando en uno de sus brazos—. Jenny, ayúdame a llevarlo a su coche. —Por Dios —su amiga no puede más q
12. ¡Al borde de la vergüenza! Así que lo deja allí. Quizás lo hubiese acostado en el cuarto que antes era de Jenny, pero tiene cientos de cajas y papelería que sería tan incómodo para él. Está mejor la sala, ancha, con una vista preciosa y ahora, que apaga las luces, muchísimo mejor. Siente la necesidad de arroparlo, así que un cuidado imposible y delicado lo sostiene para dejarle una manta. No hace más que sonreír. Había visto varias facetas de su jefe, pero aquella en definitiva no se encontraba entre las cosas que quería ver, pero no es que no le guste. Al contrario. Siente que es más como un momento entre dos mejores amigos. No quiere sentir que fuese algo tan íntimo, pero se dispone a pensar que tal vez, siente conocerlo aún más y sin darse cuenta.No pasa nada después de aquello.Su cabeza empieza a dar las vueltas necesarias para hacerla querer ir hacia su cuarto. Y así lo hace, quitándose los tacones en el camino. La cama se divisa con prioridad y entonces hace lo posible