Es el sonido de la música lo que se intensifica mediante da otro pasos más. El alrededor ciñe cada uno de sus poros porque se mezcla el ruido, el olor a cigarro, el olor al mismo alcohol que de todos los tipos hacen que aquella multitud continúe avivandose. Avivandose ella también.
Al llegar pide los tragos. Una botella entera de tequila y otra de brandy.
Se sienta y empieza a peinarse. Dentro de la barra se nota un espejo.
Una vez que dejar de estar pendiente del bartender, se atreve a girarse.
No cree que alguien más pueda estar acompañándola, justamente en ese lugar, justamente a su lado.
Dos segundos pasan cuando, sin embargo, se paraliza. De inmediato queda prendada de la conmoción y se sutura todo pensamiento.
No hay otro lugar que ver.
Hubiese sido más decente habérselo encontrado en la parada de la calle o en un parque, pero que se lo encontrara en un bar, con media botella del propio tequila en su vestido y oliendo a cigarro, se siente más que intimidada poco. Sus ojos ambarinos están resueltos por la conmoción que llega de súbito. Le tiembla el pecho y se le contrae los músculos del rostro. ¡Realmente era él!
Está Maximiliano D'Angelo sentado a su lado y bebe del vaso que apenas acaban de entregarle.
—¡Bendito Dios!
Ella voltea la mirada y termina por sentarse.
Ruega que no la observe. Que no voltee. Pero no piensa que con su sola exclamación, con su voz a solo una distancia, no la pueda reconocer.—¿Maya?
Se paraliza una vez más. Hace la presencia una consecuencia sobre sus sentidos.
Tiembla. Se ciñen sus pensamientos. Todo su ser. Le produce la voz del hombre a su lado y al que da la espalda un estrago de sobresalto. Pero no tarda en voltearse. Ojos verdes la encierran. Tantas veces que ha experimentado aquella ojeada buscándola por todo los pasillos, como era la común, como era lo correcto. En tal momento, no puede existir palabras que describan cómo es que esa mirada la envuelvan y la acobijen. Y el mundo en el alrededor no parece existir. No ahora.—Señor.Al observarla, no puede ni pensar en apartar sus ojos, porque admira a su secretaria fuera de como siempre la ha visto. Vivaracha, las mejillas sonrosadas, una mirada brillosa, sus labios húmedos. —Pero qué casualidad.Entonces dice y complementa con una sonrisa. —Una gran casualidad, señor. Una muy grande —se ríe, casi hipócritamente. Era una situación embarazosa para ella en realidad. Pero su sonrisa aparenta otra cosa y se muerde el labio, poniendo su cabello detrás. Se mantiene lista a preguntarle—. ¿Acaso está aquí porque…?—No —él pide de inmediato—. No hablamos de trabajo, no me hagas recordar el trabajo, Maya. Y dime Maximiliano, por favor. —No me pida eso, señor. No me atreveré hacerlo. Él le sonríe y entonces bebe una vez más. Ella se inmiscuye en su mirada también y suspira. Tampoco es que lo haya visto antes de una manera tan informal, tan impropia de él. Con esa mirada, llena de libertinaje, y esa mueca pícara que no hace relucir porque no posee más que aquella que es amable y humilde. —Entonces dime si puedes hacer una cosa…Atisbarlo de esa manera, el sentimiento de ímpetu la abarrota.—Maximiliano —pronuncia de pronto. No sabe porque dice su nombre, porque lo llama. —¿No vas a poder aceptarme esta copa? ¿Quieres que no te pida eso?Maya contiene el aliento. La mirada del señor D'Angelo la consiente en perder un poco el razonamiento, y no sabe si en realidad ya es el alcohol…O su propio jefe.No hay cavidad para dejar entrar lo que, después de meses y meses, jamás se le ha pasado por la mente. ¡Compartir una copa con su jefe! Primero: la realidad es otra, no es que no estuviera disfrutando de tener la gracia con la que vivía ahora, porque gracia tenía. Se siente linda, le gusta arreglarse, le gusta salir con sus amigos, y a veces incluso le sale ser coqueta, y eso no es un pecado. Segundo: si está soltera no es nada más porque no ha encontrado un hombre que, como dijo Jenny, la pusiera en un ensueño, como un somnífero, y no es que se lamente, pero Maya Seati tiene convicciones firmes y veraces para haber dudado de todas sus citas y encuentros casuales anteriores, le gusta su soltería. Tercero, no menos importante: si venía al caso aceptarle una copa a cualquier hombre, guapo, con mirada encantadora y sonrisa coqueta, pícara, seguro de sí mismo, con una atracción inminente, fornido, varonil, entrando a los cuarenta, soltero también y sin anillo de compromiso, tal vez sería un motivo por la cual sonreírle también y aceptarle el trago. ¡Pero, eso cambiaba! Cuando quién poseía aquellos dotes no eran nada más ni nada menos que Maximiliano D'Angelo, un empresario italiano sumergido en la riqueza y la plenitud de su madurez, poseedor de un encanto sin igual, ¡y su jefe!Si Maya repasa todas esas menciones quizás no terminaría nunca, porque lo principal no es hacerse valer de orgullo, y de tener aquel rubor entre sus mejillas de blanca nieves, pasándose también su corto pelo detrás de la oreja y fingiendo no tener espasmo por lo inevitable, sino que, con tal encantadora sonrisa y mirada, no sabe a dónde avizorar a excepción de los ojos de su jefe buscándola entre el bullicio de la gente y los colores resplandecientes. Maya entonces escucha, esporádicamente a través de la música frágil y el jaleo condescenderse entre los dos, una risa suave. —Pero si no puedes, no pasa nada. He visto a Jenny también, seguro has venido con ella. No pasa nada si no me aceptas un trago, Maya. Su voz la hace volver en seguida y tiene que levantarse para verificar que su jefe se echa un trago y pellizca el rostro por el ardor. Ella sin embargo, toma aire, y le dedica una de sus mejores sonrisas. La noche en realidad sería muy larga«Horas antes» ¡De momento pasa una cuenta regresiva! Por ahí va transitando, en medio del caos puesto sobre los adoquines de la calle principal en la avenida estatal de Nueva York. Una vez más tiene que alzar las bolsas que apenas había comprado en la tienda de dos cuadras más detrás. Piensa en cómo la hora se había pasado, los panes se han enfriado y el tacón de punta se ha roto. Y ella con las bolsas al aire, pide permiso y maniobra en la cera y entre toda esa gente. —¡Permiso, señora! —exclama justo al tener frente una vista para nada favorable de una mujer hablando por teléfono. Vuelve a entornar los ojos—. ¡Permiso, señora! —¡Discúlpame! —la mujer se da vuelta. Ella abre los ojos y señala con lo mismo las bolsas. —¡Señora! Déjeme pasar, ¿No ha visto que el semáforo ya está…? Y la mujer mirándola de arriba hacia abajo se ha girado sin tener la decencia de seguirle el habla. A lo que ella le hace bajar las bolsas y abrir la boca. Una vez más no quiere llamarla, sino que, coje
—¡Maya, nena!Quien la abraza se separa de inmediato al oírla sonreír. Y exclama nuevamente. —Apenas le he avisado a mi hermano de que vendría. Y sé que todo el día de hoy estará ocupado, ¡no te pedí cita! —Giovanna, nena, buenos días —reiteradamente la abraza. Pero el ascensor da una alarma y las dos tienen que entrar de inmediato. Despidiéndose de Jenny al otro lado en la recepción, más metida en los asuntos que ya los huéspedes buscan por ser cumplidos y también alzando la mano para hacerla al cabo de un momento propia de su despedida, entran las dos mujeres.—Supongo que ya sabes por qué estoy aquí —la jovencita se quita su sombrero y entonces le da un momento a solas para pensar en su respuesta, y Maya, la mujer ahora con zapatillas baja, niega rápidamente. —¿Cómo voy a saberlo, señorita? —un deje preocupante le hace sonreír a la joven que ya sostiene una sonrisa.—Para ya; claro que sí lo sabes —ella se carcajea y después suspira—. Ya me han aceptado en la universidad, Maya.
La secretaria entonces se endereza de súbito y se le forma un balbuceo casi al instante. —¡Señorita! La jovencita se carcajea y empieza a teclear su teléfono. —Sólo bromeo, descuida…De igual manera se abraza a los papeles y la contempla un momento, parpadeando. ¿Su jefe…? Ella aclara con un rotundo no. Y se negando, se dirige a la otra puerta. —Le avisare a su hermano, señorita. Espere sólo un momento. Pero Giovanna la mira y se vuelve a reír, un tanto prendida por lo que ha dicho. Y la mujer baja los hombros, sonriendo y entonces resignada porque los ojos juveniles de la joven la hicieron desentenderse de aquel pensamiento. Entonces la mujer ahora teniendo los papeles y el cabello recogido va caminando hacia las oficinas principales, un tanto desorientada entonces por la situación que debe mantener al hotel inmersa en murmullos y consideraciones meramente como cotilleos. Cuando ya la recepción para una boda parecía haberse concretado, los invitados estaban seleccionados, el b
Un segundo después se aleja del ventanal y consigue notarlo con un mohín no precisamente triste. Le parece que incluso no es él quien tiene a todo el hotel hablando marañas. Sin embargo, su jefe toma una pluma y sentándose frente a su escritorio, se dirige hacia ella: —Maya, pero si pareces haberte asustado con lo que te he dicho. Si quieres, siéntate y toma tu café, esperemos a que baje el sol de esta mañana para revisar todo lo que hace falta ¿te parece bien? Los ojos ambarinos de la mujer resplandecientes se fijan en él un momento. Y cuando termine por sonreirle, alejando toda la confusion e incomodidad, asiente con calma. Mueve el cuerpo en dirección suya, puesto que se había alejado para tomar unos cuantos papeles más, y se pone por último frente a su escritorio.—Por supuesto, señor. —Apenas llegué hace una hora, pero no te encontré aquí. No encontré mi capuchino. Entonces dice, con una voz muy suave, casi sonriendo. La mujer se vuelve a erguir y entonces no dura más en co
6. Un bombón. —¿Y por qué yo me ruborizaría? No es que sea una mala broma.—¡Ah, Maya! ¿Si has visto al hombre con el que trabajas, verdad? Ella alza una ceja.—¿Pero de qué hablas? —¡Bonita sosa! ¿Viste que eres una sosa? Su compañera al frente arruga el ceño.—Pues, yo aún no te comprendo. —El señor Maximiliano es un bombón, ¿De acuerdo? Es un completo bombón. Quizás no lo veas así porque seguro no es tu tipo. Pero para ser un hombre con esa edad, aunque no lo creas él sigue viéndose todavía como un bombón. —¿Ah? ¿Es que has fantaseado con tu propio jefe?—Sí lo he hecho, pero no con el señor Maximiliano. Mi aprecio va mucho más allá. Él es tan amable, y tan buena onda. Maya, ¿No lo notas? —Es un gran hombre, por supuesto —menciona. —¿Lo ves? Es totalmente un sueño. Rico, guapo, gentil, con una sonrisa preciosa y una mirada de punta. Quizás podría darle una abofeteada a esa mujer por no haberlo aceptado. Pero aquí entre nos, Maya, no se importa cuán lindo seas, si la persona
7. Inespereda llamada.—Deja de decir eso. ¿Cómo puede verle la cara después de pensar así de él? —No lo entiendes. Una mujer puede aparentar que no le gusta alguien. Y no es que me guste mi jefe, pero simpatiza fantasear con sus lindos ojos —Jenny se mantiene riendo con ella—. Sólo bromeo. Pero igual el señor Maximiliano es muy guapo. Un hombre maduro muy guapo. Adoro ya esas canas que le están saliendo, ¡Y no aparenta su edad! Aparento yo más que él, y tengo veintisiete.—Si tú aparentas más edad, igual yo —Maya bebe un poco más de su frío café.—Tenemos que broncearnos, Maya. Sin duda debemos ir de vacaciones. ¿Mañana es viernes? ¡Salgamos mañana! —¿Mañana, Jenny? ¿No tienes que hacer algo el sábado? —Eh, sí —carraspea—. Pero eso qué tiene que ver. Yo lo único que quiero es tomar un par de tragos, bailar. Quizás nos quite el estrés que nos dejó diciembre. —De acuerdo, querida. Cuenta conmigo. —¡Quién sabe, Maya! Si conoces a alguien que por fin que te haga sentir en el cielo.
En el mismo lugar Una sonrisa plena entonces aparece en los labios suyos. Se pasa el teléfono al otro oído y mira la bonita vista que también le entrega su apartamento, que estaba frente a un parque, aún con las luces de navidad. Apenas diciembre se había marchado.—Tengo guardadas las cuentas por pagar. Quizás eso ayude, pero deberé buscarle según usted me indique la corporación.—Sí, eso servirá sin duda. Maya entonces se pone a su computador y escucha una respiración muy lenta. No puede contenerse en decir:—Debe estar cansado.A la par se escucha un eco de una risa muy baja. —Un poco, sí. —Descuide, esto será muy rápido. —Maya…—menciona el señor D’Angelo en el otro lado y ella responde—. Pásamelos todos a mi correo, no te preocupes. Lo haré yo. —No, señor. Ya estamos los dos en esto. No se escucha respuesta y ella siente de repente haber dicho algo malo. Y se endereza. —Señor D'Angelo.—Sí, aquí estoy.Ha respondido al instante. Y ella se infunde en un alivio, quizás no
9. Pena compartida Qué más daría la vida o qué otro revuelo podría dar entonces la plenitud con la que ahora siente dentro de ella. Mirándolo de aquella manera, sin poder creérselo, ida por aquel encanto que le anuncia sin siquiera pensarlo, de manera súbdita, casi inasequible. Oliendo a cigarro y tequila, en medio de un bar en el centro de Nueva York, soltera desde hace dos años y con su propio jefe al frente, entonces, ¿cuáles son los pensamientos de Maya Seati en estos momentos? Maya vuelve a sentarse. Le genera ya simpatía la situación. La música al fondo, los sonidos de la gente empezándose hacerse menos bullosa en ese momento, el olor del alcohol y ella con el olor a su cigarrillo, hace que el ambiente deje de ser formal en su totalidad.—No es que me lo encuentre todos los días, en un lugar como este…—tantea la mesa de madera y asiente—. Supongo que está con el señor Robert. Pero no se preocupe, sólo he venido a llevar unos tragos a Jenny que ya debe estar muy metida en sus a