«Horas antes»
¡De momento pasa una cuenta regresiva! Por ahí va transitando, en medio del caos puesto sobre los adoquines de la calle principal en la avenida estatal de Nueva York. Una vez más tiene que alzar las bolsas que apenas había comprado en la tienda de dos cuadras más detrás. Piensa en cómo la hora se había pasado, los panes se han enfriado y el tacón de punta se ha roto. Y ella con las bolsas al aire, pide permiso y maniobra en la cera y entre toda esa gente.—¡Permiso, señora! —exclama justo al tener frente una vista para nada favorable de una mujer hablando por teléfono. Vuelve a entornar los ojos—. ¡Permiso, señora!—¡Discúlpame! —la mujer se da vuelta.Ella abre los ojos y señala con lo mismo las bolsas.—¡Señora! Déjeme pasar, ¿No ha visto que el semáforo ya está…?Y la mujer mirándola de arriba hacia abajo se ha girado sin tener la decencia de seguirle el habla. A lo que ella le hace bajar las bolsas y abrir la boca.Una vez más no quiere llamarla, sino que, cojeando por su zapato roto, le finge dar un empuje para hacer chocar con la gente de al frente. Entonces la mujer si exclama.—¡Cómo te atreves!—¡Ahora sí! ¡Permiso, señora!Y sale por la calle, entretanto la gente también empieza a caminar y finge que no notan su zapato sin tacón mientras sale corriendo con las bolsas y la pesada bufanda para el invierno se queda enrollada hasta en sus pensamientos. Volcando por la calle séptima, el parque central vuelve y se observa a la esquina. Un gigante viento vuelve para ascender por encima de los rascacielos inminentes y ella se pone de acuerdo para respirar, tomar aire, y seguir corriendo.—Dios, dios.Comienza diciendo al saber en qué momento se iban a suturar las presiones indescifrable que retiene. Un paso y otro a la vez, porque el tacón partido tampoco volvería a retomarse en un santiamén. El edificio Chrysler se vuelve a observar cuando ella ha dado vuelta. Una vez más se pregunta si había sido la mejor idea andar caminando, pero como las ideas ya no se ven ni que volviera a pensarlas, no las recordaría jamás. Se mira entrando entonces para fingir que las torpes caídas le brindan otra cosa en qué pensar además de aquel monto de bolsas en cada mano y su zapato tan lindo en la mañana echado trizas.Está agotada y al dejar las bolsas en el suelo para llegar en el mostrador no contiene el aliento y se tira la cabeza a la mesa. La mujer, mastica el chicle y quita el café antes de que ella se diera cuenta que podía parar con la bebida en su cabello.Y suspira al verla lamentarse.—Otra vez, otra vez —sisea otra mujer, pero con mirada hastiada. Pone un dedo encima de la cabellera de la damisela y la tantea, haciéndola girar—. ¿Qué excusa tienes hoy?—Me he quedado sin tacón —refunfuña—. Me he quedado sin tacón en medio de la calle.—Qué pesar, nenita. Tu suerte cada día es peor.—Jenny, escucha —finalmente se levanta, cuando una maraña de cabello ya dispuesta a saltar de su cabeza. Suspira y niega mirando hacia arriba—. Observa estás bolsas, apenas se recibieron hoy y tuve que levantarme a las cuatro de la mañana para recibirlas. ¡Y ni siquiera yo lo sabía! ¿Sabes lo tanto que tuve que correr? Dios mío, por favor tenme un poco de piedad.—A mí no —Jenny, de lentes con rosa adornada se pone en guardia y se cruza de brazos—. No es a mí con quién debes culparme. Sino a tu jefe, querida. Son las ocho de la mañana. Bonita, ¿Cómo es que te llaman? Ah, bonita sosa.—Basta —ella se lamenta—. Él no es así. Él puede entenderlo. Tú sabes muy bien que es el ser más amable de este mundo.—Pero sigue siendo humano, bonita sosa. Pero no te quedes ahí. Toma esecafé, arreglaré ese pelo y ven hacia acá, tengo un par de zapatillas —Jenny se ríe entonces—, sin tacón.—Es lo mejor, sí —la chica entonces pasa delante de la recepción y bufa—. Mira que mi suerte pasa y pasa y yo aún estoy fingiendo que no sufro.—Sufrir…—dice Jenny.La mujer alza la ceja.—Ese tono tuyo, Jenny. Dime, ¿qué sucede?Jenny se quita los lentes, y también alza la mirada.—No te imaginarás lo que está ocurriendo ahora. ¡Es tan inverosímil! Casi caigo de bruces al piso al enterarme.Al recostar sus dos pies en las dos zapatillas no duda en esnifar y tomarla del brazo.—¡Dime! ¿Por qué das tantas vueltas?Jenny también la toma del brazo.—Nuestro jefe, querida.—¿Qué? ¿Le pasó algo? —ella de pronto se pone a tomar sus cosas con nerviosismo.—Bueno, sí —responde Jenny—. El señor Maximiliano ha roto con la señorita June.La mujer deja entonces sus cosas, y abre los ojos. Como si un gran bendito balde de agua le fuese dado justo en el rostro.—Oh —es lo único que puede mencionar. Un poco extrañada—. Oh, qué mal.—¿Mal, dices? ¡Es catastrófico! Estaban a punto de casarse. Y de repente ya no. ¿Acaso no lo sabías? ¿Y tú que no eres su secretaria? ¿Cómo no lo sabías?—Yo no, Jenny, pregunto por sus asuntos personales. Y ven tú, ¿desde cuándo hay ese rumor aquí? ¿Por qué lo han dicho?—No, no es ningún rumor —menciona ella. Se aleja de pronto y coloca las manos abajo del escritorio para buscar algo. Entonces saca el papel y se lo tira encima de ella.La mujer se pone a observar, decididamente y sin trastabillar. Y se toca la frente en buscar de aire y sin desperdiciar la manera de caer en un gran y desesperada confusión.—Está en todas partes —replica Jenny.—Bueno —ella suspira, un poco triste—. No es el fin del mundo y debe saberlo. Lo único grotesco es que ya lo sabe media ciudad. Subiré ahora y te veré en el almuerzo, Jenny, gracias por las zapatillas.—A tú orden, bonita sosa.—No me llames así.Toma las maletas entonces y se recoge el pelo, más acorde con la situación se propone a tomar las riendas de aquel día. Incluso cuando ya ha empezado de la patada la mañana y más aún cuando a su jefe, ya era comidilla de toda la ciudad. Imperioso, y en Nueva York. Se ha puesto unas horquillas en las orejas y besa la mejilla de Jenny, sonriendo a regañadientes. Toca el botón del ascensor y dice buenos días a los presentes como remolino de cascada, dejando a los presentes finas y delicadas expresiones del comienzo del día. Camareros, las amas de llaves apenas bajando, los guardias de seguridad vigilando ahora la entrada de los huéspedes.Al llegar al ascensor mira a Jenny y sostiene la puerta un momento.—No se te habrá olvidado mi nombre.—Cómo olvidar un nombre así —se carcajea Jenny desde la recepción.—Bueno eso parece…—¡Maya!Entonces gritan desde atrás. Y mientras la susodicha sostiene la puerta ve llegar a una jovencita, de porte muy juvenil, audífonos descansando en el cuello y con gorro cubriéndole las zonas de su lindo cabello largo y negro en ondas. Al decir también los buenos días, se propone a llegar a ella de inmediato. Infundiéndola en un gran abrazo.Es Giovanna D'Angelo.—¡Maya, nena!Quien la abraza se separa de inmediato al oírla sonreír. Y exclama nuevamente. —Apenas le he avisado a mi hermano de que vendría. Y sé que todo el día de hoy estará ocupado, ¡no te pedí cita! —Giovanna, nena, buenos días —reiteradamente la abraza. Pero el ascensor da una alarma y las dos tienen que entrar de inmediato. Despidiéndose de Jenny al otro lado en la recepción, más metida en los asuntos que ya los huéspedes buscan por ser cumplidos y también alzando la mano para hacerla al cabo de un momento propia de su despedida, entran las dos mujeres.—Supongo que ya sabes por qué estoy aquí —la jovencita se quita su sombrero y entonces le da un momento a solas para pensar en su respuesta, y Maya, la mujer ahora con zapatillas baja, niega rápidamente. —¿Cómo voy a saberlo, señorita? —un deje preocupante le hace sonreír a la joven que ya sostiene una sonrisa.—Para ya; claro que sí lo sabes —ella se carcajea y después suspira—. Ya me han aceptado en la universidad, Maya.
La secretaria entonces se endereza de súbito y se le forma un balbuceo casi al instante. —¡Señorita! La jovencita se carcajea y empieza a teclear su teléfono. —Sólo bromeo, descuida…De igual manera se abraza a los papeles y la contempla un momento, parpadeando. ¿Su jefe…? Ella aclara con un rotundo no. Y se negando, se dirige a la otra puerta. —Le avisare a su hermano, señorita. Espere sólo un momento. Pero Giovanna la mira y se vuelve a reír, un tanto prendida por lo que ha dicho. Y la mujer baja los hombros, sonriendo y entonces resignada porque los ojos juveniles de la joven la hicieron desentenderse de aquel pensamiento. Entonces la mujer ahora teniendo los papeles y el cabello recogido va caminando hacia las oficinas principales, un tanto desorientada entonces por la situación que debe mantener al hotel inmersa en murmullos y consideraciones meramente como cotilleos. Cuando ya la recepción para una boda parecía haberse concretado, los invitados estaban seleccionados, el b
Un segundo después se aleja del ventanal y consigue notarlo con un mohín no precisamente triste. Le parece que incluso no es él quien tiene a todo el hotel hablando marañas. Sin embargo, su jefe toma una pluma y sentándose frente a su escritorio, se dirige hacia ella: —Maya, pero si pareces haberte asustado con lo que te he dicho. Si quieres, siéntate y toma tu café, esperemos a que baje el sol de esta mañana para revisar todo lo que hace falta ¿te parece bien? Los ojos ambarinos de la mujer resplandecientes se fijan en él un momento. Y cuando termine por sonreirle, alejando toda la confusion e incomodidad, asiente con calma. Mueve el cuerpo en dirección suya, puesto que se había alejado para tomar unos cuantos papeles más, y se pone por último frente a su escritorio.—Por supuesto, señor. —Apenas llegué hace una hora, pero no te encontré aquí. No encontré mi capuchino. Entonces dice, con una voz muy suave, casi sonriendo. La mujer se vuelve a erguir y entonces no dura más en co
6. Un bombón. —¿Y por qué yo me ruborizaría? No es que sea una mala broma.—¡Ah, Maya! ¿Si has visto al hombre con el que trabajas, verdad? Ella alza una ceja.—¿Pero de qué hablas? —¡Bonita sosa! ¿Viste que eres una sosa? Su compañera al frente arruga el ceño.—Pues, yo aún no te comprendo. —El señor Maximiliano es un bombón, ¿De acuerdo? Es un completo bombón. Quizás no lo veas así porque seguro no es tu tipo. Pero para ser un hombre con esa edad, aunque no lo creas él sigue viéndose todavía como un bombón. —¿Ah? ¿Es que has fantaseado con tu propio jefe?—Sí lo he hecho, pero no con el señor Maximiliano. Mi aprecio va mucho más allá. Él es tan amable, y tan buena onda. Maya, ¿No lo notas? —Es un gran hombre, por supuesto —menciona. —¿Lo ves? Es totalmente un sueño. Rico, guapo, gentil, con una sonrisa preciosa y una mirada de punta. Quizás podría darle una abofeteada a esa mujer por no haberlo aceptado. Pero aquí entre nos, Maya, no se importa cuán lindo seas, si la persona
7. Inespereda llamada.—Deja de decir eso. ¿Cómo puede verle la cara después de pensar así de él? —No lo entiendes. Una mujer puede aparentar que no le gusta alguien. Y no es que me guste mi jefe, pero simpatiza fantasear con sus lindos ojos —Jenny se mantiene riendo con ella—. Sólo bromeo. Pero igual el señor Maximiliano es muy guapo. Un hombre maduro muy guapo. Adoro ya esas canas que le están saliendo, ¡Y no aparenta su edad! Aparento yo más que él, y tengo veintisiete.—Si tú aparentas más edad, igual yo —Maya bebe un poco más de su frío café.—Tenemos que broncearnos, Maya. Sin duda debemos ir de vacaciones. ¿Mañana es viernes? ¡Salgamos mañana! —¿Mañana, Jenny? ¿No tienes que hacer algo el sábado? —Eh, sí —carraspea—. Pero eso qué tiene que ver. Yo lo único que quiero es tomar un par de tragos, bailar. Quizás nos quite el estrés que nos dejó diciembre. —De acuerdo, querida. Cuenta conmigo. —¡Quién sabe, Maya! Si conoces a alguien que por fin que te haga sentir en el cielo.
En el mismo lugar Una sonrisa plena entonces aparece en los labios suyos. Se pasa el teléfono al otro oído y mira la bonita vista que también le entrega su apartamento, que estaba frente a un parque, aún con las luces de navidad. Apenas diciembre se había marchado.—Tengo guardadas las cuentas por pagar. Quizás eso ayude, pero deberé buscarle según usted me indique la corporación.—Sí, eso servirá sin duda. Maya entonces se pone a su computador y escucha una respiración muy lenta. No puede contenerse en decir:—Debe estar cansado.A la par se escucha un eco de una risa muy baja. —Un poco, sí. —Descuide, esto será muy rápido. —Maya…—menciona el señor D’Angelo en el otro lado y ella responde—. Pásamelos todos a mi correo, no te preocupes. Lo haré yo. —No, señor. Ya estamos los dos en esto. No se escucha respuesta y ella siente de repente haber dicho algo malo. Y se endereza. —Señor D'Angelo.—Sí, aquí estoy.Ha respondido al instante. Y ella se infunde en un alivio, quizás no
9. Pena compartida Qué más daría la vida o qué otro revuelo podría dar entonces la plenitud con la que ahora siente dentro de ella. Mirándolo de aquella manera, sin poder creérselo, ida por aquel encanto que le anuncia sin siquiera pensarlo, de manera súbdita, casi inasequible. Oliendo a cigarro y tequila, en medio de un bar en el centro de Nueva York, soltera desde hace dos años y con su propio jefe al frente, entonces, ¿cuáles son los pensamientos de Maya Seati en estos momentos? Maya vuelve a sentarse. Le genera ya simpatía la situación. La música al fondo, los sonidos de la gente empezándose hacerse menos bullosa en ese momento, el olor del alcohol y ella con el olor a su cigarrillo, hace que el ambiente deje de ser formal en su totalidad.—No es que me lo encuentre todos los días, en un lugar como este…—tantea la mesa de madera y asiente—. Supongo que está con el señor Robert. Pero no se preocupe, sólo he venido a llevar unos tragos a Jenny que ya debe estar muy metida en sus a
10. Pasado de copas. —Tengo una tía de Colombia. Y otra que vive en Jerusalén. Sé español y sé algo de hebreo, señor. —No me digas —comenta, emocionado por saberlo. Su jefe entonces no parece un hombre ya maduro y solo se ven rastros de una sonrisa juvenil—. Y yo ni lo sabía. ¿Lo ves, Maya? —Porque no me lo preguntó. —Eso no estaba en tu currículum, cuando lo vi…hace ya tanto tiempo —y susurra. Maya esnifa para cuando tiene la mirada puesta en todo su rostro, brillante y hacia ella—. ¿Por qué secretaria? No supe entonces por qué, pero sé que te especializas en turismo y hotelería, ¿No es así? —Sí, señor. Vi la oportunidad de empezar a ver cómo es todo en este mundo. —¿Y qué te ha parecido? —Evoluciona siempre. Las personas siempre quieren algo nuevo, buscan lo novedoso. La atención excepcional. —Todo el tiempo es así; y pasa con todo el mundo en todos los aspectos, Maya. Te impresionarás si llegas a ver qué tanto pasa de querer algo una persona a otra cosa. De dejar de amar al